La batalla de Corrin (90 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La batalla de Corrin
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Las mujeres sonrieron, deseando empezar ya con aquella nueva misión.

Al final de la reunión, cuando las mujeres volvieron a sus casas en las cuevas, Karee se acercó a Raquella.

—Después de la epidemia, ¿nuestra prioridad no tendría que ser ayudar a recuperar la población de Rossak? Hemos perdido a muchas familias, y a muchos hombres adecuados para la reproducción.

Raquella pensó en el embrión de la hija que llevaba en su interior, en las células que se estaban dividiendo con rapidez en su vientre. Y sintió cierto pesar al pensar que seguramente Mohandas nunca sabría que tenía una hija.

—Como suele pasar cuando se producen grandes pérdidas, es posible que nuestras hermanas tengan la tentación de consentir actos reproductivos no controlados. Pero debemos elegir solo a los mejores compañeros y llevar cuidadosos registros. Las bases de datos genéticos nos ayudarán a elegir a los más apropiados. No puede hacerse al azar.

La joven hechicera parecía cabizbaja.

—¿Solo podemos reproducirnos siguiendo las tablas genéticas? ¿No haremos ni la más mínima concesión al amor?

—Amor. —Raquella paladeó la palabra en su boca—. Debemos tener un cuidado especial con esa emoción, ya que puede llevar a la mujer a pensar en un individuo especialmente querido en lugar de planificar las cosas a largo plazo. El amor lleva consigo demasiados factores aleatorios. Y, ahora que tenemos un mapa definido de ADN, debemos seguirlo.

—Lo… lo entiendo. —La joven parecía decepcionada. ¿Tendría un novio entre los supervivientes?

Raquella estudió sus bellas facciones clásicas.

—Entenderlo es solo el principio —le dijo.

115

No importa a donde vaya: el universo siempre me encuentra.

B
ASHAR SUPREMO
V
ORIAN
A
TREIDES
,
Reflexiones sobre las pérdidas

En el puerto espacial de Zimia, un hombre con expresión agresiva rodeó una nave de actualización de diseño anticuado, haciendo una última inspección antes de partir. Estaba recién pintada, acababa de pasar una revisión y su casco negro y plateado reflejaba los rayos dorados del sol poniente. Se iría de allí y no creía que nadie volviera a saber de él.

Vorian ya no llevaba uniforme. Trató de imaginar cómo sería ser libre de verdad, sin todas aquellas responsabilidades que lo habían aprisionado durante décadas. Había llegado la hora de macharse y volar muy lejos, a alguno de los Planetas No Aliados o más allá. No dejaba atrás nada que pudiera echar de menos. Atrás quedarían las preocupaciones de la Yihad, y seguramente nunca pensaría en Abulurd, Agamenón, Omnius, ni ninguna de las otras personas que le habían hecho tanto daño.

Su larga carrera como guerrero se había acabado. No sabía lo que le esperaba. Ya había vivido el equivalente a dos vidas, y seguramente aún podría vivir el doble de eso. Había empezado a manifestar leves signos de envejecimiento —como mucho aparentaría unos treinta años—, pero en sus huesos, en su alma, sentía la fatiga de mil años. La Yihad y sus tragedias le habían afectado demasiado y no sabía si algún día lograría recuperarse.

Quizá pasaría por Rossak para visitar a su nieta, que seguía allí, trabajando con las hechiceras supervivientes. No tenía ni idea de lo que hacían, ni por qué, pero estaba deseando averiguarlo. Quizá, hasta puede que fuera a Caladan. Al menos se despediría de sus hijos y sus nietos.

Se sentía como un turista galáctico sin un programa concreto, sin esa presión que siempre le había acompañado en el pasado siglo.

Para viajes por lugares remotos, en los compartimientos de carga del
Viajero Onírico
llevaba un bote hinchable y plataformas suspensoras plegables. Y había hecho acopio de provisiones para bastante tiempo. Podía deambular por donde quisiera, descubrir lo que quisiera. Durante casi toda su vida se había dedicado en cuerpo y alma a aprender y perfeccionar el arte de la guerra, pero ahora aquello no le servía para nada.

Irónicamente, sí que le iba a servir una cosa que había aprendido muy pronto en su vida, mucho antes de convertirse en un famoso héroe de la Yihad, en los días en que él y Seurat iban en sus viajes de actualización por los Planetas Sincronizados. Eran tiempos de una gran simplicidad. Aquella nave, que antaño tenía sistemas informatizados, ahora solo podía pilotarse manualmente. Con los añadidos que había hecho instalar, la nave le iría perfecta. Cuantas menos partes hubiera y menos complejos fueran los sistemas, más fiabilidad tendría la nave, menos probabilidades había de que se produjeran fallos.

Subió al
Viajero Onírico
y partió un día antes de lo previsto para evitar despedidas y pompas. Cuando se elevaba por la atmósfera, sintió que se quitaba un gran peso de encima. Se sentía entusiasmado, como si acabara de nacer y tuviera toda la vida por delante.

116

Para tomar una mala decisión solo hace falta un momento, pero generaciones enteras pueden sufrir las consecuencias.

B
ASHAR SUPREMO
V
ORIAN
A
TREIDES
,
Declaración final de la Yihad
(quinta revisión)

Abulurd Harkonnen fue exiliado al planeta remoto de Lankiveil por cobardía, despreciado por la Liga. Y él aceptó su destino en aquel lugar inhóspito y desapacible. Lo único que quería era desaparecer, que nadie volviera a verle nunca.

Él sólo había intentado salvar a los humanos inocentes del puente de hrethgir y, aunque al final las máquinas habían sido eliminadas, Vorian no le había perdonado que desobedeciera sus órdenes. Para el bashar supremo no solo había traicionado sus deberes como militar, sino también su amistad.

Después de tantos años de servicio, Abulurd se sentía enfadado con la Liga, con su hermano Faykan y su dichosa política… pero sobre todo con Vorian Atreides, aquel hombre al que tanto había apreciado, pero que al final había demostrado que era tan inhumano como el titán Agamenón.

Abulurd esperaba que lo perdonara, pero Vorian Atreides no había demostrado ninguna compasión.

Y, lo peor de todo, Vorian ya nunca cumpliría su promesa de limpiar el nombre de Xavier Harkonnen. Si hubiera vuelto como un héroe, Vor le habría ayudado a rehabilitar la figura de Xavier, habrían hecho que la Liga recordara a su abuelo como el gran hombre que fue. Cuando él partió hacia su exilio, la comisión parlamentaria que Vor había creado se disolvió.

Antes del juicio, el bashar supremo lo visitó unos instantes en su celda, en Zimia. Durante un largo momento, estuvo mirando al prisionero en silencio. Y Abulurd esperó, preparado para aguantar lo que viniera.

Eligiendo sus palabras con cuidado, Vor dijo:

—Xavier era mi amigo. Pero ya no es posible limpiar su nombre. La gente dirá que lo lleváis en la sangre, que la mancha de la deshonra pasó de tu abuelo a ti. Con tu traición, has borrado toda la gloría que tu familia pudiera tener. —En su rostro se notaba un profundo desprecio. Y se fue.

El encuentro había durado menos de un minuto, y sin embargo escocía como ácido en el recuerdo de Abulurd. En su momento, le había herido profundamente; pero ahora, cuando pensaba en las palabras de Vor, Abulurd sentía una intensa ira.

A pesar de su exilio, Abulurd tenía una renta suficiente para vivir en Lankiveil. El virrey Faykan Corrino, arropado con su cetro glorioso, declaró que Abulurd y todos sus descendientes debían conservar el despreciado apellido de Harkonnen. Y, con el tiempo, muy pocos recordarían que los Harkonnen y los Corrino habían compartido lazos de sangre.

Abulurd construyó su nueva casa en medio de un deprimente pueblecito, en un fiordo con abruptas paredes, en Lankiveil. Los lugareños eran pescadores y granjeros que vivían lejos de la influencia de la Liga y demostraban muy poco interés por la política u otros asuntos. No les importaba la vergüenza que pesaba sobre los hombros de su nuevo lord y, con el tiempo, Abulurd aprendió a vivir con ella, convencido todavía de que había actuado correctamente en la batalla de Corrin.

Unos años después, se casó con una mujer de la zona y tuvieron tres hijos. Abulurd habló a su familia de su pasado, y su mujer y sus hijos fantaseaban sobre las riquezas que habían arrebatado a su familia y hervían de odio al pensar en las muchas oportunidades que les serían negadas a los Harkonnen. Y, sobre todo, cuando pensaban en Vorian Atreides. Los hijos de Abulurd acabaron viéndose a sí mismos como príncipes en el exilio, separados de su noble herencia aunque no habían hecho nada malo.

Un día, uno de los hijos de Abulurd —Dirdos— encontró el viejo uniforme verde y carmesí del ejército de su padre, bien planchado y conservado, y se lo probó. A Abulurd le dolió ver a su hijo con aquel uniforme que tanto había significado para él, e inmediatamente se lo llevó y lo quemó. Pero aquello solo hizo que inspirar a sus hijos nuevas historias de gloria perdida.

Décadas más tarde, cuando Abulurd y su mujer murieron por unas fiebres que causaron estragos en el pueblecito, los hijos culparon a Atreides. Sin ninguna prueba que apoyara sus acusaciones, dijeron que Vorian Atreides había extendido la enfermedad para eliminar a su familia.

Los hijos de Abulurd contaron un sinfín de historias a sus hijos, exagerando la importancia que habían tenido los Harkonnen y lo bajo que habían caído. Y todo por culpa de Vorian Atreides.

Aisladas en Lankiveil, generaciones posteriores juraron vengarse de sus enemigos mortales, los Atreides. En los siglos que siguieron, cuando los Harkonnen intentaron volver al imperio de los Corrino, sus historias se aceptaron como ciertas. Y los Harkonnen nunca olvidaban.

117

Las profundidades del desierto no son un exilio. Son la soledad. La seguridad.

N
AIB
I
SHMAEL
, poema de
campamento de Arrakis

Ishmael se recuperó del duelo con el gusano, pero su corazón no.

Aunque había perdido, no aceptaba la derrota, porque sabía que demasiadas cosas dependían de que salvara a los zensuníes, de que lograra preservar sus tradiciones frente a las tentaciones de los extraplanetarios.

Cuando su cuerpo sanó de las heridas físicas, Ishmael decidió recoger sus cosas y algunas provisiones y partir solo a lo más hondo del desierto… como había hecho Selim Montagusanos cuando el naib Dhartha lo exilió del poblado.

Cuando se enteraron de sus planes, varios jóvenes intrépidos y ancianos insatisfechos le pidieron que les dejara acompañarle, además de Chamal y muchos de los descendientes de los antiguos esclavos de Poritrin. Los más ancianos no eran más que niños en los tiempos del Montagusanos, pero no habían olvidado. Todos querían guiarse por sus visiones, seguir con su misión y recordar la leyenda. Cuando Ishmael vio que había tantos que deseaban seguirle y dar la espalda a los métodos insatisfactorios de El’hiim, se sintió animado.

En general, su hijastro procuró evitarle, y no alardeó de su victoria, al menos no en presencia de Ishmael. Pero en el poblado, se respiraba una atmósfera distinta. Muchos de los que se habían dejado seducir por los lujos innecesarios querían abandonar aquel poblado aislado y trasladarse a algún lugar más cercano a Arrakis City. Algunos decidieron tener una segunda residencia en los asentamientos de VenKee.

A Ishmael esto le dolió en el alma, porque sabía que aquellos zensuníes acabarían perdiendo su independencia y su identidad como pueblo. Se establecerían en las ciudades de aquella gente, ya no serían nómadas, no serían respetables zensuníes. E Ishmael se negaba a formar parte de aquello.

Con un orgullo que le ayudaba a mantener la buena salud tanto como su dieta a base de melange, Ishmael contó a sus seguidores y les dijo que llevaran solo lo más importante. Atrás dejarían los lujos innecesarios y la ropa que no estuviera hecha para soportar los rigores de Arrakis. Encontrarían un lugar donde establecerse en lo más hondo del desierto.

Ishmael, que era con diferencia el más anciano de los zensuníes, se enfrentó a El’hiim antes de partir.

—Llevaré a mi gente lejos de aquí… lejos de ti y de la corrupción del exterior.

Al principio El’hiim pareció sobresaltado, luego divertido.

—Sé sensato, Ishmael. Ahí fuera moriréis.

El anciano no vaciló.

—Si es la voluntad de Budalá, que así sea. Estamos convencidos de que el desierto proveerá, pero si nos equivocamos, moriremos. Sin embargo, si tenemos razón, viviremos como hombres libres, como Free Men, y decidiremos el camino que sigue nuestra sociedad. Sea como sea, seguramente tú nunca lo sabrás, El’hiim.

En un gran éxodo, Ishmael y los suyos partieron del poblado corrupto. Atrás quedaron familiares y amigos. El grupo cruzó por un paso que atravesaba la Muralla Escudo para salir al peligroso y agreste desierto, lo que se conocía como Tanzerouft.

Mientras el viento cálido le acariciaba el rostro, Ishmael se colocó la mano por encima de los ojos y miró a lo lejos, al paisaje inhóspito e inquieto. Pero en lugar de parecerle peligroso, a él aquel gran mar de dunas le parecía lleno de infinitas posibilidades.

Mientras caminaban, hizo una seña a su gente.

—Ahí fuera nadie nos molestará. Construiremos asentamientos protegidos y viviremos en paz, sin la interferencia de quienes confían demasiado en los extranjeros.

—Será muy duro —dijo uno de los ancianos que caminaba a su lado.

Ishmael también lo pensaba.

—La dureza nos hará fuertes, y algún día Arrakis será nuestro.

La amplia extensión de arena seguía su propio ritmo. Mientras las mareas de la historia iban de planeta en planeta por toda la galaxia, el interminable desierto de Arrakis borraba todos los intentos de manipularlo o domeñarlo. El entorno árido conservaba los artefactos, mientras que las feroces tormentas de arena lo borraban todo a su paso. Los buscadores de especia iban y venían, y los gusanos acabaron con muchos de aquellos intrusos tan mal preparados. Pero no con todos.

Los extranjeros siguieron llegando, atraídos por la leyenda de la especia melange.

Nuevos imperios se levantarían y caerían, pero Arrakis, el planeta desértico, volvería su rostro al universo y perduraría.

Árbol genealógico de los Boro

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