Read La bruja de Portobello Online
Authors: Paulo Coelho
Un absurdo, algo sin sentido, algo inaceptable para mi mundo, y para el mundo de aquellos que convivían conmigo.
o sé qué has venido a hacer aquí. Pero, sea lo que sea, debes seguir hasta el final.
Ella me miró, atónita.
¿Quién eres?
Me puse a hablar sobre la revista femenina que estaba leyendo, y el hombre, después de algún tiempo, decidió levantarse y salir. Ahora ya podía decir quién era.
Si quieres saber mi profesión, estudié medicina hace unos años. Pero no creo que ésa sea la respuesta que quieres escuchar.
Hice una pausa.
Tu siguiente paso será intentar, con preguntas muy bien elaborada, saber exactamente qué estoy haciendo aquí, en este país que acaba de salir de la prehistoria.
Seré directa: ¿qué has venido a hacer aquí?
Podía decir: He venido al entierro de mi maestro, creo que se merecía este homenaje. Pero no sería prudente hablar del tema; aunque no hubiese demostrado ningún interés por los vampiros, la palabra “maestro” llamaría su atención. Como mi juramento me impide mentir, respondí con una “media verdad”.
Quería ver dónde nació un escritor llamado Mircea Eliade, de quien posiblemente nunca hayas oído hablar. Pero Eliade, que pasó gran parte de su vida en Francia, era especialista en…digamos …mitos.
Ella miró el reloj, fingiendo desinterés.
Y no me refiero a vampiros. Me refiero a gente…digamos… que sigue el camino que sigues tú.
Ella iba a beberse el café, pero interrumpió su gesto.
¿Eres del gobierno? ¿O alguien contratado por mis padres para que me siga?
Fui yo la que dudó sobre si seguir la conversación; su agresividad era absolutamente innecesaria. Pero yo podía ver su aura, su angustia. Se parecía mucho a mí cuando tenía su edad: heridas interiores y exteriores, que me empujaron a curar a personas en el plano físico y a ayudarlas a encontrar el camino en el plano espiritual. Quise decirle “tus heridas te ayudan, chica”, coger mi revista y marcharme.
Si lo hubiera hecho, tal vez el camino de Athena habría sido completamente diferente, y todavía estaría viva, junto al hombre que amaba, cuidando de su hijo, viéndolo crecer, casarse, llenarla de nietos. Sería rica, probablemente propietaria de una compañía de venta de inmuebles. Lo tenía todo, absolutamente todo para tener éxito; había sufrido lo suficiente como para saber utilizar sus cicatrices a su favor, y no era más que una cuestión de tiempo el conseguir disminuir su ansiedad y seguir adelante.
¿Pero qué fue lo que me mantuvo allí, intentando seguir la conversación? La respuesta es muy simple: curiosidad. No podía entender por qué aquella luz brillante estaba allí, en la fría recepción del un hotel.
Seguí:
—Mircea Eliade escribió libros con títulos extraños:
Ocultismo, brujería y modas culturales
, por ejemplo.
O Nacimiento y renacimiento
. A mi maestro – lo dije sin querer, pero ella no lo oyó o fingió no haberlo oído – le gustaba mucho su trabajo. Y algo me dice, intuitivamente, que a ti te interesa el asunto.
Ella volvió a mirar el reloj.
Voy a Sibiu —dijo ella—.Mi autobús sale dentro de una hora, voy a buscar a mi madre, si es eso lo que quieres saber. Trabajo como vendedora de inmuebles en Oriente Medio, tengo un hijo de casi cuatro años, estoy divorciada, y mis padres viven en Londres. Mis padres adoptivos, claro, pues fui abandonada en la infancia.
Ella estaba realmente en un estado muy avanzado de percepción; se había identificado conmigo, aunque todavía no fuera consciente de ello.
Sí, era eso lo que quería saber.
¿Tenías que venir tan lejos para investigar a un escritor?
¿No hay bibliotecas en el lugar en el que vives?
En realidad, ese escritor vivió en Rumania sólo hasta terminar la universidad. Así que, si yo quisiera saber más sobre su trabajo, debería ir a París, a Londres o a Chicago, donde murió. Así que lo que estoy haciendo no es una investigación en el sentido clásico: quiero ver dónde puso sus pies. Quiero sentir lo que lo inspiró para escribir sobre cosas que afectan a mi vida y a la vida de las personas que respeto.
¿Escribió también sobre medicina?
Mejor no responder. Me di cuenta de que había reparado en la palabra “maestro”, pero pensaba que estaba relacionada con mi profesión.
Ella se levantó. Creo que presintió adónde quería llegar yo, podía ver que su luz brillaba con más intensidad. Sólo soy capaz de entrar en este estado de percepción cuando estoy cerca de alguien muy parecido a mí.
—¿Te importaría acompañarme hasta la estación? —preguntó.
En absoluto. Mi avión no salía hasta última hora de la noche, y un día entero, aburrido, interminable, se me presentaba por delante. Por lo menos, tenía alguien con quien hablar un poco.
Ella subió, volvió con sus maletas en las manos y con una serie de preguntas en la cabeza. Empezó su interrogatorio en cuanto salimos del hotel.
Tal vez no vuelva a verte en la vida —dijo—, pero creo que tenemos algo en común. Así que, como puede que ésta sea la última vez que hablemos en esta reencarnación, ¿te importaría ser directa en tus respuestas?
Yo asentí con la cabeza.
Ya que has leído esos libros, ¿crees que el baile nos puede llevar al trance y hacernos ver una luz? ¿Y que esa luz no nos dice absolutamente nada, salvo si estamos contentos o tristes?
¡Pregunta correcta!
Sin duda. Pero no sólo el baile; todo aquello en lo que seamos capaces de centrar nuestra atención y nos permita separar el cuerpo del espíritu. Como el yoga, la oración o la meditación de los budistas.
O la caligrafía.
No había pensado en eso, pero es posible. En esos momentos en los que el cuerpo libera el alma, ésta sube a los cielos o baja a los infiernos, dependiendo del estado de ánimo de la persona.
En ambos lugares, aprende cosas que necesita saber: ya sea destruir al prójimo, o curarlo. Pero ya no me interesan esos caminos individuales; en mi tradición necesito la ayuda de… ¿estás prestando atención a lo que digo?
No.
Vi que se había parado en medio de la calle y miraba a una niña que parecía abandonada. En ese momento metió la mano en su bolso.
No hagas eso —le dije. Mira al otro lado de la calle: allí hay una mujer llena de maldad. Ella puso a esa niña ahí para…
No me importa.
Ella sacó algunas monedas. Yo le agarré la mano.
La invitaremos a comer algo. Es más útil.
Invité a la niña a ir a un bar; le compré un bocadillo y se lo di. La niña sonrió y lo agradeció; los ojos de la mujer que estaba al otro lado de la calle parecía brillar de odio. Pero las pupilas grises de la chica que caminaba a mi lado, por primera vez, demostraban respeto por lo que yo acababa de hacer.
¿Qué me decías?
No importa. ¿Sabes lo que pasó hace unos minutos? Entraste en el mismo trance que el que provoca el baile.
Te equivocas.
Estoy segura. Algo tocó tu subconsciente; tal vez te hayas visto a ti misma, si no hubieras sido adoptada, mendigando en esta calle. En ese momento, tu cerebro dejó de reaccionar. Tu espíritu salió, viajó al infierno, se encontró con los demonios de tu pasado. Por eso no viste a la mujer que estaba al otro lado de la calle: estabas en trance. Un trance desorganizado, caótico, que te empujaba a hacer algo teóricamente bueno, pero prácticamente inútil. Como si estuvieras…
…en un espacio en blanco entre las letras. En el momento en el que una nota musical termina y la otra todavía no ha empezado.
Exactamente. Y un trance provocado de esta manera puede ser peligroso.
Casi le dije: “Éste es el tipo de trance provocado por el miedo: paraliza a la persona, la deja sin reacción, su cuerpo no responde, su alma ya no está allí. Te aterrorizó pensar en todo lo que podría haber ocurrido en el caso de que el destino no hubiese puesto a tus padres en tu camino”. Pero ella había dejado las maletas en el suelo y me estaba mirando fijamente.
¿Quién eres tú? ¿Por qué me estás diciendo todo esto?
Como médica, me llaman Deidre O´Neill. Mucho gusto.
¿Cómo te llamas?
Athena. Pero en el pasaporte pone Sherine Khalil.
¿Quién te puso ese nombre?
Nadie importante. Pero no te he preguntado tu nombre, sino quién eres. Y por qué te has acercado a mí. Y por qué yo he sentido la misma necesidad de hablar contigo. ¿Habrá sido por el hecho de que éramos las dos únicas mujeres del bar? No creo: y me estás diciendo cosas que dan sentido a mi vida.
Volvió a coger las maletas, y seguimos caminando hacia la estación de autobuses.
Yo también tengo un segundo nombre: Edda. Pero no fue escogido al azar. Como tampoco creo que el azar nos haya unido.
Delante de nosotros estaba la puerta de la estación de autobuses, donde varias personas entraban y salían, militares con sus uniformes, campesinos, mujeres guapas, pero vestidas como se hacía cincuenta años atrás.
Si no fue el azar ¿Qué crees que fue?
Todavía faltaba media hora para que saliera su autobús, y yo podría haberle respondido: fue la Madre. Algunos espíritus escogidos emiten una luz especial, tienen que encontrarse, y tú (Sherine o Athena) eres uno de esos espíritus, pero tienes que trabajar mucho para usar esa energía en tu favor.
Podría haberle contado que estaba siguiendo el camino clásico de una hechicera que busca a través de la individualidad su contacto con el mundo superior e inferior, pero que acaba destruyendo su propia vida; sirve, da energía, pero jamás la recibe de vuelta.
Podría haberle explicado que, aunque los caminos sean individuales, siempre hay una etapa en la que las personas se unen, celebran ceremonias, hablan de sus dificultades, y se preparan para renacer de la Madre. Que el contacto con la Luz Divina es la mejor realidad que un ser humano puede experimentar, y aun así, mi tradición, este contacto no podía hacerse de manera solitaria, porque teníamos a nuestras espaldas años, siglos de persecución, que nos habían enseñado muchas cosas.
¿No quieres entrar a tomar un café mientras espero el autobús?
No, yo no quería. Iba a acabar diciendo cosas que, en ese momento, iban a ser malinterpretadas.
Ciertas personas han sido muy importantes en mi vida —continuó ella— . El propietario de mi apartamento, por ejemplo. O un calígrafo que conocí en el desierto cerca de Dubai. Puede que me digas cosas que yo pueda compartir con ellos, y pagarles todo lo que me han enseñado.
Entonces, ya había tenido maestros en su vida: ¡perfecto! Su espíritu estaba maduro. Todo lo que tenía que hacer era continuar su entrenamiento; en caso contrario, iba a acabar perdiendo lo que había conquistado. ¿Pero era yo la persona indicada?
En una fracción de segundo, pedí que la Madre me inspirase, que me dijese algo. No obtuve respuesta, lo cual no me sorprendió, porque Ella siempre me hacía lo mismo cuando se trataba de aceptar la responsabilidad de una decisión.
Le di mi tarjeta de visita y le pedí la suya. Ella me dio una dirección en Dubai, que yo no tenía ni la menor idea de dónde quedaba.
Decidí jugar un poco, y probar un poco más.
¿No es una coincidencia que tres ingleses se encuentren en un bar de Bucarest?
Por lo que veo en tu tarjeta, tú eres escocesa, Ese nombre dijo que trabajaba en Inglaterra, pero no sé nada de él.
Y yo soy…rumana.
Le expliqué que tenía que volver corriendo al hotel a hacer mis maletas.
Ahora ella sabía dónde encontrarme, y si estaba escrito, nos veríamos de nuevo; es importante permitir que el destino interfiera en nuestras vidas y decida lo que es mejor para todos.
sos europeos llegan aquí pensando que lo saben todo, que merecen un mejor trato, que tienen derecho a inundarnos de preguntas, y que estamos obligados a responderlas. Por otro lado, se creen que cambiándonos el nombre por algo más complicado, como “pueblo nómada”, o “los nómadas”, pueden corregir los errores que cometieron en el pasado.
¿Por qué no siguen llamándonos gitanos e intentan acabar con las leyendas que siempre nos han hecho parecer malditos ante los ojos del mundo? Nos acusan de ser el fruto de una unión ilícita entre una mujer y el propio demonio. Dicen que fue uno de nosotros el que forjó los clavos que fijaron a Cristo a la cruz, y que las madres deben tener mucho cuidado cuando se acercan a nuestras caravanas, porque acostumbramos a robar a los niños y a convertirlos en esclavos.