Read La bruja de Portobello Online
Authors: Paulo Coelho
Al final ,dice que esa noche se va a dormir al hotel. Le pregunto si es una despedida, ella dice que no. Volverá mañana.
Durante toda una semana, mi hija y yo compartimos la adoración del Universo. Una de esas noches, ella trae a un amigo, pero me explicó que no es un novio, ni el padre de su hijo. El hombre, que debe de tener diez años más que ella, pregunta a quién estamos adorando en nuestros rituales. Le explico que adorar a alguien significa –según mi protector –poner a esa persona fuera de nuestro mundo. No estamos adorando nada, sólo comulgando con la Creación.
¿Pero rezáis?
Personalmente, yo le rezo a santa Sara. Pero aquí somos parte de todo, celebramos en vez de rezar.
Pienso que Athena se siente orgullosa con mi respuesta. En realidad, yo estaba repitiendo las palabras de mi protector.
¿Y por qué lo hacéis juntas si podemos celebrar solos nuestro contacto con el Universo?
Porque los otros son yo. Y yo soy los otros.
En ese momento, Athena me mira, y yo siento que esa vez soy yo la que le rompo el corazón.
Me voy mañana— dijo.
Antes de irte, ven a despedirte de tu madre.
Es la primera vez, a lo largo de todos esos días, que uso ese término. Mi voz no tiembla, mi mirada se mantiene firme, y yo sé que, a pesar de todo, allí está la sangre de mi sangre, el fruto de mi vientre. En aquel momento me comporto como una niña que acaba de comprender que el mundo no está lleno de fantasmas y de maldiciones, como nos han enseñado los adultos; está lleno de amor, independientemente de cómo se manifieste. Un amor que perdona los errores y que redime tus pecados.
Ella me abraza durante un rato largo. Después, me arregla el velo que llevo para cubrirme el pelo (aunque no tenga un marido, la tradición gitana dice que tengo que usarlo, porque ya no soy virgen). ¿Qué me reserva el mañana, además de la partida de un ser al que siempre he amado y temido en la distancia? Yo soy todos, y todos son yo y mi soledad.
Al día siguiente, Athena aparece con un ramo de flores, ordena mi habitación, me dice que debo usar gafas porque mis ojos se desgastan con la costura. Me pregunta si los amigos con los que celebro no acaban teniendo problemas con la tribu, y le digo que no, que mi protector era un hombre respetado, había aprendido cosas que los demás no sabíamos, tenía discípulos en todo el mundo. Le explico que ha muerto poco antes de que ella llegase.
Un día, se le acercó un gato y lo tocó con su cuerpo. Para nosotros, eso significaba muerte, y nos preocupamos; pero hay un ritual para cortar el maleficio.
“Sin embargo, mi protector dijo que ya era el momento de partir, tenía que viajar por los mundos que él sabía que existían, volver a nacer como niño, y antes reposar un poco en brazos de la Madre. Su funeral fue sencillo, en un bosque aquí cerca, pero asistió gente de todo el mundo.
—¿Entre ellos, una mujer de pelo negro, de unos treinta y cinco años?
— No me acuerdo bien, pero es posible que sí. ¿Por qué quieres saberlo?
— Conocí a alguien en un hotel de Bucarest que me dijo que había venido al funeral de un amigo. Creo que dijo algo como “su maestro”.
Me pide que le hable más de los gitanos, pero no hay mucho que no sepa. Sobre todo porque, además de los hábitos y las tradiciones, casi no conocemos nuestra historia. Le sugiero que un día vaya hasta Francia, y lleve en mi nombre una falda para imagen de Sara a la aldea francesa de Saintes — Maries – de— la –Mer.
Vine hasta aquí porque me faltaba algo en la vida. Tenía que rellenar los espacios en blanco, y creí que sólo con verte la cara sería suficiente. Pero no; también tenía que entender que… había sido amada.
Eres amada.
Hago una pausa larga: por fin puedo poner en palabras lo que me habría gustado decir desde que la dejé marchar. Para evitar que se quede conmovida, sigo:
Me gustaría pedirte una cosa.
Lo que quieras.
Quiero pedirte perdón.
Ella se muerde los labios.
Siempre he sido una persona muy nerviosa. Trabajo mucho, cuido a mi hijo, bailo como una loca, he aprendido caligrafía, frecuento cursos de perfeccionamiento de ventas, leo un libro tras otro. Todo para evitar esos momentos en los que no pasa nada, porque esos espacios en blanco me daban la sensación de un vacío absoluto, en el que no hay ni una migaja de amor. Mis padres siempre lo han hecho todo por mí, y creo que no dejo de decepcionarlos.
“ Pero aquí, mientras estábamos juntas, en los momentos en los que celebré la naturaleza y a la Gran Madre contigo , entendí que esos espacios en blanco empezaban a llenarse. Se convirtieron en pausas: el momento en el que el hombre levanta la mano del tambor, antes de tocarlo de nuevo con fuerza. Creo que me puedo marchar; no digo que vaya a ir en paz, porque mi vida necesita un ritmo al que estoy acostumbrada. Pero tampoco me voy amargada. ¿Creen todos los gitanos en la Gran Madre?
Si se lo preguntas, ninguno te dirá que sí. Han adoptado las creencias y las costumbres de los lugares en los que se han ido instalando. Sin embargo, lo único que nos une en la religión es adorar a santa Sara y peregrinar por lo menos una vez en la vida a su tumba, en Saintes-Maries-de-la-Mer. Algunas tribus la llaman Sarah-Kali, Sara la Negra. O Virgen de los Gitanos, como se la conoce en Lourdes.
Tengo que ir —dijo Athena después de un rato—. El amigo que conociste el otro día me va a acompañar.
Parece un buen hombre.
Hablas como una madre.
Soy tu madre.
Soy tu hija.
Me abrazó, esta vez con lágrimas en los ojos. Atusé su pelo, mientras la tenía entre mis brazos como siempre había soñado, desde que un día, el destino —o mi miedo— nos separó. Le pedí que se cuidase, y ella me respondió que había aprendido mucho.
Vas a aprender más todavía porque, aunque hoy todos estemos sujetos a casa, ciudades, empleos, todavía me corre por la sangre el tiempo de las caravanas, los viajes y las enseñanzas que la Gran Madre ponía en nuestro camino para que pudiéramos sobrevivir. Aprende, pero aprende siempre con gente a tu lado.
No vayas sola en esta búsqueda: si das un paso equivocado, no tendrás a nadie para ayudarte a corregirlo.
Ella sigue llorando, abrazada a mí, casi pidiéndome quedarse. Le imploré a mi protector que no me dejase verter ni una lágrima, porque quería lo mejor para Athena, y su destino era seguir adelante. Aquí, en Transilvania, a parte de mi amor, no iba a encontrar nada más. Y aunque yo creo que el amor es suficiente para justificar toda una existencia, tengo la absoluta certeza de que no puedo pedirle que sacrifique su futuro para quedarse a mi lado.
Athena me da un beso en la frente y se va sin decir adiós, pensando que tal vez un día volvería. Todas las navidades me enviaba el suficiente dinero para pasar todo el año sin tener que coser; jamás fui al banco para cobrar sus cheques, aunque todos los de la tribu pensaban que me comportaba como un ignorante.
Hace seis meses, dejó de mandar dinero. Debió de entender que necesito la costura para llenar aquello que ella llamaba los “espacios en blancos”.
Por más que desease verla una vez más, sé que no va a volver nunca; en este momento debe de ser una gran ejecutiva, casada con un hombre al que ama, debo de tener muchos nietos, y mi sangre perdurará en esta tierra, y mis errores serán perdonados.
n cuanto Sherine entró en casa dando gritos y abrazando a un asustado Viorel, entendí que todo había ido mejor de lo que me imaginaba. Sentí que Dios había escuchado mis oraciones, y ahora ya no tenía nada más que descubrir sobre sí misma. Por fin podía adaptarse a una vida normal, criar a su hijo, casarse otra vez, y apartarse de toda aquella ansiedad que la ponía eufórica y depresiva al mismo tiempo.
Te quiero, mamá.
Fue mi turno para agarrarla y estrecharla en mis brazos. Durante algunas de aquellas noches en las que estuvo fuera, confieso que me aterrorizaba la idea de que mandase a alguien a buscar a Viorel, y que no volviesen nunca más.
Después de comer, ducharse, contarme su encuentro con su madre biológica, describirme los paisajes de Transilvania (yo no me acordaba bien, ya que sólo fui en busca de un orfanato), le pregunté cuándo volvía a Dubai.
La semana que viene. Antes tengo que ir a Escocia a ver a una persona.
¡Un hombre!
Una mujer —continuó ella, notando posiblemente mi sonrisa de complicidad—. Siento que tengo una misión. He descubierto cosas que no creía que existiesen mientras celebraba la vida y la naturaleza. Lo que creí que sólo podía encontrar en el baile está en todas partes. Y tiene rostro de mujer: yo la vi en…
Me asusté. Le dije que su misión era cuidar a su hijo, intentar ser mejor en su trabajo, ganar más dinero, casarse de nuevo, respetar a Dios tal y como lo conocemos.
Pero Sherine no me estaba escuchando.
Fue una noche en la que estábamos sentados alrededor de la hoguera, bebiendo, riendo con historias, escuchando música.
Salvo una vez en el restaurante, todos los días que pasé allí no sentí la necesidad de bailar, como si estuviese acumulando energía para algo diferente. De repente sentí que todo a mi alrededor estaba vivo, latiendo; la Creación y yo éramos una sola cosa.
Lloré de alegría cuando las llamas de la hoguera parecieron convertirse en el rostro de una mujer, llena de compasión, que me sonreía.
Sentí un escalofrío; hechicería gitana, seguro. Y al mismo tiempo me volvió la imagen de la niña en el colegio, que decía que había visto a “una mujer de blanco”.
No te dejes llevar por esas cosas, que son del demonio.
Siempre has tenido un buen ejemplo en nuestra familia, ¿es que no puedes llevar una vida normal?
Por lo visto, me había precipitado al creer que el viaje en busca de su madre biológica le había sentado bien. Pero, en vez de reaccionar con la agresividad de siempre, ella continuó sonriendo:
¿Qué es normal? ¿Por qué papá vive sobrecargado de trabajo, si ya tenemos dinero suficiente como para mantener a tres generaciones? Es un hombre honesto, se merece lo que gana, pero siempre dice, con cierto orgullo, que tiene demasiado trabajo.. ¿Para qué? ¿Adónde quiere llegar?
Es un hombre que dignifica su vida.
Cuando vivía con vosotros, siempre que llegaba a casa me preguntaba por los deberes, me daba unos cuantos ejemplos de lo necesario que era su trabajo para el mundo, ponía la televisión, hacía comentarios sobre la situación política en el Líbano, antes de dormir se leía uno u otro libro técnico, estaba siempre ocupado.
“Y contigo, lo mismo; yo era mejor vestida en el colegio, me llevabas a fiestas, cuidabas de las cosas de casa, siempre has sido buena, cariñosa, y me has dado una educación impecable.
Pero ahora que se acerca la vejez: ¿qué pensáis hacer en la vida, ahora que ya he crecido y soy independiente?
vamos a viajar. Recorrer el mundo, disfrutar de nuestro merecido descanso.
¿Por qué no lo hacéis ya, mientras todavía tenéis salud?
Ya me había preguntado lo mismo. Pero sentía que mi marido necesitaba su trabajo; no por el dinero, sino por la necesidad de ser útil, de demostrar que un exiliado cumple con sus compromisos. Cuando cogía vacaciones y se quedaba en la ciudad, siempre hacía lo posible por ir al despacho, hablar con sus amigos, tomar una u otra decisión que podría esperar. Intentaba forzarlo a ir al teatro, al cine, a los museos, hacía todo lo que yo le pedía, pero sentí que se aburría; lo único que le interesaba era la firma, el trabajo, lo negocios.
Por primera vez hablé con ella como si fuera una amiga, y no mi hija, pero usando un lenguaje que no me comprometiese, y que ella pudiese entender fácilmente.
¿Crees que tu padre también intenta rellenar eso que tú llamas “espacios en blanco”?
El día que se retire, aunque yo creo que ese día no va a llegar nunca, puedes estar segura de que se va a deprimir. ¿Qué hacer con esa libertad tan arduamente conquistada? Todos lo felicitarán por su brillante carrera, por la herencia que nos dejó, por la integridad con la que ha dirigido su firma. Pero nadie tendrá tiempo para él: la vida sigue su curso, y todos están inmersos en ella. Papá se sentirá un exiliado de nuevo, sólo que esta vez no tendrá un país para refugiarse.
¿Tienes alguna idea mejor?
Sólo tengo una: no quiero que eso me pase a mí. Soy demasiado nerviosa, y no me entiendas mal, no estoy echándole la culpa al ejemplo que me habéis dado. Pero necesito cambiar.
“Cambiar rápido”.
entada en completa oscuridad.