La bruja de Portobello (13 page)

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Authors: Paulo Coelho

BOOK: La bruja de Portobello
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Y por culpa de eso han permitido masacres a lo largo de la historia: fuimos cazados como las brujas de la Edad Media; durante siglos los tribunales alemanes no aceptan nuestro testimonio. Cuando el viento nazi barrió Europa, yo ya había nacido, y vi cómo deportaban a mi padre a un campo de concentración de Polonia, con el humillante símbolo de un triángulo negro cosido en su ropa. De los quinientos mil gitanos enviados para trabajar como esclavos, sólo sobrevivieron cinco mil para contar la historia.

Y nadie absolutamente nadie, quiere escuchar algo así.

En esta región olvidada de la Tierra, en la que decidieron instalarse la mayor parte de las tribus, hasta el año pasado nuestra cultura, nuestra religión y nuestra lengua estaban prohibidas. Si le preguntan a cualquier persona de la ciudad qué piensa de los gitanos, dirá sin pensarlo mucho: “Son todos unos ladrones”. Por más que intentemos llevar una vida normal, dejando la eterna peregrinación y viviendo en lugares en los que podremos ser fácilmente identificados, el racismo sigue. Mis hijos están obligados a sentarse en las filas de atrás en su clase, y no pasa una semana sin que alguien los insulte.

Después se quejan de que no respondemos directamente a las preguntas, de que intentamos disfrazarnos, de que jamás comentamos abiertamente nuestros orígenes. ¿Para qué? Todo el mundo distingue a un gitano, y todo el mundo sabe cómo “protegerse” de nuestras “maldades”.

Cuando aparece una niña metida a intelectual, sonriendo, diciendo que forma parte de nuestra cultura y de nuestra raza, yo en seguida me pongo en guardia. Puede ser uno de los enviados de la Securitate, la policía secreta de este dictador, el Conducator, el Genio de los Cárpatos, el Líder. Dicen que fue juzgado y fusilado, pero yo no me lo creo; su hijo todavía tiene poder en esta región, aunque esté desparecido en este momento.

Ella insiste; sonriendo —como si fuese muy gracioso lo que dice—, afirma que su madre es gitana y que le gustaría encontrarla. Tiene su nombre completo; ¿cómo pudo obtener tal información sin la ayuda de la Securitate?

Mejor no enfadar a la gente que tiene contactos en el gobierno. Le digo que no sé nada, que simplemente soy un gitano que ha decidido establecerse y llevar una vida honesta, pero ella sigue insistiendo; quiere ver a su madre. Yo sé quién es, también sé que hace más de veinte años ella tuvo un bebé y que lo dejó en un orfanato, y no se supo nada más. Nos vimos forzados a aceptarla en nuestro círculo por culpa de aquel herrero que se creía dueño del mundo. ¿Pero quién garantiza que la chica intelectual que está frente a mí es la hija de Lilliana? Antes de intentar buscar a su madre, debería por lo menos respetar algunas de nuestras costumbres, y no aparecer vestida de rojo, porque no es el día de su boda. Debería usar faldas más largas, para evitar la lujuria de los hombres. Y nunca debería haberme dirigido la palabra de la manera en que lo hizo.

Si yo hablo de ella en el presente, es porque para aquellos que viajan el tiempo no existe; sólo el espacio. Venimos de muy lejos, nos dicen que de la India, otros afirman que nuestro origen está en Egipto, el hecho es que cargamos con el pasado como si hubiese ocurrido ahora. Y las persecuciones todavía siguen.

Ella intenta ser simpática, demuestra que conoce nuestra cultura, cuando eso no tiene la menor importancia; lo que debería conocer son nuestras tradiciones.

Me he enterado en la ciudad de que es usted un Rom Baro, un jefe de tribu. Antes de venir aquí he aprendido mucho sobre nuestra historia…

No es “nuestra”, por favor. Es la mía, la de mi mujer, de mis hijos, de mi tribu. Usted es una Europa. Usted jamás ha sido apedreada en la calle, como yo cuando tenía cinco años.

Creo que las cosas están mejorando.

Siempre han mejorado, para empeorar después.

Pero ella no deja de sonreír. Me pide un whisky; nuestras mujeres nunca harían algo así.

Si sólo hubiese entrado aquí para beber, o para buscar compañía, sería tratada como una clienta. He aprendido a ser simpático, atento, elegante, porque mi negocio depende de eso. Cuando los que frecuentan mi restaurante quieren saber más sobre los gitanos, comento unas cuantas cosas curiosas, les digo que escuchen al grupo que va a tocar dentro de un rato, comento dos o tres detalles sobre nuestra cultura, y salen de aquí con la sensación de que lo saben todo sobre nosotros.

Pero la chica no viene aquí en busca de turismo, sino que afirma que forma parte de la raza.

Me tiende de nuevo el certificado que ha conseguido del gobierno. Pienso que el gobierno mata, roba, miente, peor no se arriesga a dar certificados falsos, y que ella entonces debe ser la hija de Liliana, porque está escrito el nombre completo y el sitio en el que vivía. Supe por la televisión que el Genio de los Cárpatos, el Padre del Pueblo, el Conducator de todos nosotros, ese que nos hizo pasar hambre mientras lo exportaba todo al extranjero, el que tenía los palacios con la cubertería bañada en oro mientras el pueblo moría de inanición, ese hombre y su maldita mujer solían pedirle a la Securite que recorriese los orfanatos cogiendo bebés para ser entrenados como asesinos por el Estado.

Sólo cogían niños, dejaban a las niñas. Puede ser verdad que sea su hija.

Miro de nuevo el certificado y me quedo pensando si decirle dónde se encuentra su madre o no. Liliana se merece ver a esta intelectual, que dice que es “una de los nuestros”. Liliana se merece mirar a esta mujer frente a frente; creo que ya ha sufrido todo lo que tenía que sufrir después de traicionar a su pueblo, se acostó con el
gaje
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, avergonzó a sus padres.

Tal vez sea el momento de acabar con su infierno, que vea que su hija a sobrevivido, que ha ganado dinero, e incluso puede ayudarla a salir de la miseria en la que se encuentra.

Tal vez yo pueda cobrar algo por la información. Y, en el futuro, nuestra tribu consiga algunos favores, porque vivimos tiempo confusos, en los que todos dicen que el Genio de los Cárpatos está muerto, incluso se exhiben escenas de su ejecución, pero puede resurgir mañana, como si todo se tratara de un excelente golpe para ver quién estaba de su lado y quién estaba dispuesto a traicionarlo.

Los músicos van a tocar dentro de un rato, mejor hablar de negocios.

Sé dónde está esta mujer. Puedo llevarla hasta ella.

Mi tono de conversación es ahora más simpático.

Sin embargo, creo que esa información tiene un valor.

Ya estaba preparada para eso— responde, tendiéndole mucho más dinero del que yo pensaba pedir.

Eso no da ni para pagar el taxi hasta allí.

Tendrá otra cantidad igual cuando yo haya llegado a mi destino.

Y siento que, por primera vez, ella vacila. Parece que tiene miedo de seguir adelante. Cojo el dinero que ha puesto en el mostrador.

— Mañana la llevo hasta Liliana.

Sus manos tiemblan. Pide otro whisky, pero de repente un hombre entra en el bar, cambia de color y va inmediatamente hacia ella; entiendo que debieron de conocerse ayer y hoy ya están hablando como si fuesen viejos amigos. Sus ojos la desean. Ella es plenamente consciente de ello, y lo provoca todavía más. El hombre pide una botella de vino, ambos se sientan a una mesa, y parece que se ha olvidado por completo de la historia de su madre.

Pero yo quiero la otra mitad del dinero. Cuando voy a llevar la bebida, le pregunto en qué hotel se hospeda, y le digo que estaré allí a las 10 de la mañana.

HERON RYAN, periodista.

a con la primera copa de vino, comentó —sin que yo le preguntase nada, claro— que tenía novio, policía de Scotland Yard. Evidentemente era mentira; debió de leer mis ojos, y estaba intentando regirme.

Le respondí que tenía una novia, y llegamos a un empate técnico.

Diez minutos después de haber empezado la música, ella se levantó. Habíamos hablado muy poco; nada de preguntas sobre mis investigaciones sobre vampiros, sólo cosas generales, impresiones sobre la ciudad, quejas sobre las carreteras. Pero lo que vi a partir de ahí —mejor dicho, lo que vio todo el mundo en el restaurante— fue una diosa que se mostraba en toda su gloria, una sacerdotisa que evocaba a los ángeles y a los demonios.

Sus ojos estaban cerrados, y parecía que ya no era consciente de quién era, de dónde estaba, de lo que buscaba en el mundo; era como si flotase invocando su pasado, revelando su presente, descubriendo y profetizando el futuro. Mezclaba erotismo y castidad, pornografía y revelación, adoración a Dios y a la naturaleza al mismo tiempo.

Todo el mundo dejó de comer, y se puso a mirar lo que estaba ocurriendo. Ella ya no seguí la música, eran los músicos los que intentaban acompañar sus pasos, y aquel restaurante en el bajo de un antiguo edificio en la ciudad de Sibiu se convirtió en un templo egipcio, en el que las adoradoras de Isis solían reunirse para sus ritos de fertilidad. El olor de la carne asada y del vino se cambió por un incienso que nos elevaba a todos al mismo trance, a la misma experiencia de salir del mundo y entrar en una dimensión desconocida.

Los instrumentos de cuerda y de viento ya no sonaban, sólo siguió la percusión. Athena bailaba como si ya no estuviese allí, el sudor le caía por la cara, los pies descalzos golpeaban con fuerza el suelo de madera. Una mujer se levantó y, gentilmente, le ató un pañuelo cubriendo su cuello y sus senos, ya que su blusa amenazaba en todo momento con resbalarse del hombro. Pero ella pareció no notarlo, estaba en otras esferas, experimentaba las fronteras de mundos que casi tocan el nuestro, pero que nunca se dejan revelar.

La gente del restaurante empezó a dar palmas para acompañar la música, y Athena bailaba con más velocidad, captando la energía de aquellas palmas, girando sobre sí misma, equilibrándose en el vacío, arrebatando todo lo que nosotros, pobres mortales, debíamos ofrecerle a la divinidad suprema.

Y, de repente, paró. Todos pararon, incluso los músicos que tocaban la percusión. Sus ojos seguían cerrados, pero las lágrimas rodaban por su rostro. Levantó los brazos hacia el cielo, y gritó:

—¡Cuándo me muera, enterradme de pie, porque he vivido de rodillas toda mi vida!

Nadie dijo nada. Ella abrió los ojos como si despertase de un profundo sueño, y caminó hacia la mesa, como si no hubiera pasado nada. La orquesta volvió a tocar, algunas parejas ocuparon la pista intentando divertirse, pero el ambiente del local parecía haberse transformado por completo; luego la gente pagó su cuenta y empezaron a marcharse des restaurante.

¿Va todo bien? —le pregunté, cuando vi que ya estaba recuperada del esfuerzo físico.

Tengo miedo. He descubierto cómo llegar a donde no quería.

¿quieres que te acompañe?

Ella negó con la cabeza. Pero me preguntó en qué hotel estaba. Le di la dirección.

En los dos días siguientes, acabé mis investigaciones para el documental, mandé a mi intérprete de vuelta a Bucarest con el coche alquilado y, a partir de aquel momento, me quedé en Sibiu sólo porque quería verla otra vez. Aunque siempre he sido alguien que se guíe por la lógica, capaz de entender que el amor puede ser construido y no simplemente descubierto, sabía que si no volvía a verla estaría dejando para siempre en Transilvania una parte importante de mi vida, aunque no lo descubriese hasta mucho más tarde. Luché contra la monotonía de aquellas horas sin fin, más de una vez fui hasta la estación de autobuses para ver los horarios para Bucarest, gasté en llamadas a la
BBC
y a mi novia más de lo que mi pequeño presupuesto de productor independiente me permitía. Les explicaba que el material todavía no estaba listo, que me faltaban algunas cosas, tal vez un día más, tal vez una semana, los rumanos eran muy complicados, siempre se enfadaban cada vez que alguien asociaba la hermosa Transilvania con la horrorosa historia de Drácula. Parece que al final los productores se convencieron, y me dejaron quedarme más tiempo del necesario.

Estábamos hospedados en el único hotel de la ciudad, y un día ella apareció, me vio de nuevo en la recepción, nuestro primer encuentro pareció volver a su cabeza; esta vez me invitó a salir, e intenté contener mi alegría. Tal vez yo también era importante en su vida.

Más tarde descubrí que la frase que había dicho al final de su baile era un antiguo proverbio gitano.

LILIANA,costurera, edad y sobrenombre desconocidos

ablo de ella en presente porque para nosotros no existe el tiempo, sólo el espacio. Porque parece ayer.

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