Read La casa de Riverton Online
Authors: Kate Morton
Las tres permanecimos en silencio. Luego se oyó la voz de Emmeline. Era casi un susurro.
—Dijiste que no había quedado ninguno.
A continuación salió de la habitación de Hannah, cruzó la sala borgoña, llegó a su dormitorio y dio un portazo.
Yo retrocedí, con el cepillo en la mano, mientras Hannah recogía silenciosamente el relicario del lugar donde había caído: estaba abierto, con su pequeña bisagra dorada hacia arriba. Luego tomó el libro en miniatura y, dándole la vuelta, alisó la cubierta antes de colocarlo nuevamente en el hueco del relicario. Con sumo cuidado trató de cerrarlo, pero la bisagra se había roto.
Se miró un instante en el espejo y se puso de pie. Besó el relicario y lo dejó suavemente sobre el tocador. Recorrió suavemente con los dedos la superficie tallada. Y luego fue hacia la habitación de Emmeline.
Yo la seguí de puntillas. En la sala borgoña, fingí ordenar los vestidos que Emmeline había dejado desparramados y espié por el quicio de la puerta. Emmeline estaba tendida en la cama y Hannah, sentada a sus pies.
—Tienes razón —confirmó Hannah—, estoy huyendo.
No hubo respuesta.
—¿Alguna vez has tenido miedo de que el futuro no te ofrezca nada interesante?
Tampoco hubo respuesta.
—A veces, cuando recorro la casa, casi puedo sentir que de mis pies salen raíces que me atan a este lugar. No tolero pasar por el cementerio porque tengo miedo de ver mi nombre en una de las lápidas. —Hannah exhaló lentamente—. Teddy es mi oportunidad de ver el mundo, de viajar y conocer gente interesante.
Emmeline alzó su cara de la almohada.
—Sabía que no lo amabas.
—Pero me gusta.
—¿Te
gusta
?
La piel suave y tibia de la mejilla de Emmeline mostraba las marcas que había dejado la funda de la almohada.
—Algún día lo entenderás.
—No lo haré —refutó obstinadamente Emmeline. Volvió a gemir y sus ojos se llenaron nuevamente de lágrimas. Entonces lanzó su descorazonada queja—. Dijiste que querías aventuras.
—¿Qué es una aventura sino dar un paso hacia lo desconocido?
—Deberías esperar a encontrar un hombre al que ames.
—¿Y si nunca llega? ¿Si no soy capaz de amar de esa manera? Tal vez para enamorarse es necesario tener un don, igual que para montar a caballo, escalar o tocar el piano.
—No es así.
—¿Cómo puedes asegurarlo? Yo no soy como tú, Emmeline. Tú eres como nuestra madre. Yo me parezco más a papá. No soy buena sonriendo a la gente que no me agrada. El carrusel de la sociedad no me divierte. La mayoría de sus personajes me parecen tediosos. Si no me caso, mi vida consistirá en una de estas dos cosas: una eternidad de días solitarios en casa de papá, o una incesante sucesión de reuniones sociales bajo la custodia medieval de una carabina. Es como dijo Fanny…
—Fanny inventa cosas.
—Esto no —aseguró Hannah con firmeza—. El matrimonio será el comienzo de mi aventura.
Emmeline miró a su hermana. En su rostro vi a la niña de diez años que conocí en el cuarto de juegos.
—¿Y yo no tengo voz ni voto? ¿Debo quedarme aquí sola, con papá? Antes prefiero huir.
—Regresarías en menos de medio día —se mofó Hannah. Pero Emmeline no estaba de humor para bromas.
—Desde el incendio papá me da miedo —declaró Emmeline en voz baja—. No es… no es una persona normal.
—¡Qué ridiculez! Papá siempre está disgustado por algo. Es su modo de ser. —Hannah hizo una pausa y eligió cuidadosamente sus palabras—. De todos modos, no me sorprendería que pronto las cosas mejoraran.
—No veo de qué manera.
—Ya lo verás.
—¿Por qué? ¿Qué sabes?
Hannah dudó y yo me acerqué más a la puerta, ansiosa por saberlo.
—¿Qué es?
—Se supone que es un secreto.
—Sabes que puedo guardar un secreto.
Hannah suspiró. Sabía que no debía hablar, pero a pesar de sí misma, capituló.
—No debes decírselo a papá. No todavía. El padre de Teddy ha prometido que comprará la fábrica —explicó, y sonrió, a causa de los nervios y la emoción—. Lleva varias semanas en tratos con los abogados. Afirmó que si Teddy y yo nos casábamos, yo sería parte de su familia y, por tanto, sería su deber comprarla y reconstruirla.
—¿Y se la devolverá a papá?
El tono esperanzado de Hannah se acentuó.
—Eso no lo sé. Evidentemente le resultará muy costoso. Papá tenía gran cantidad de deudas.
—Oh.
—De todas formas, siempre será mejor que permitir que cualquier otro la compre. ¿No te parece?
Emmeline se encogió de hombros.
—Los hombres que trabajaban para papá conservarán su empleo. Y es probable que a él le ofrezcan un puesto directivo. Con un sueldo seguro.
—Por lo visto has logrado que todo se resuelva —advirtió Emmeline con amargura y le dio la espalda a su hermana.
—Sí. Creo que conseguiré que todo salga bien.
Emmeline no fue la única integrante de la familia Hartford a quien el compromiso no suscitó gran entusiasmo. Mientras en la casa los preparativos para la boda —que incluían vestidos, decorados, comidas— avanzaban a toda velocidad, Frederick continuó silencioso, sentado a solas en su estudio, con una permanente expresión de preocupación en el rostro. También parecía haber adelgazado. La pérdida de su fábrica y la muerte de su madre lo habían dejado sin palabras.
Aparentemente, también había contribuido la decisión de Hannah de casarse con Teddy.
La noche anterior a la boda, mientras yo estaba recogiendo la bandeja con la cena de Hannah, él entró en su habitación. Se sentó en la silla que estaba junto al tocador. Casi inmediatamente se puso de pie, caminó hacia la ventana y miró hacia el jardín. Hannah estaba en la cama, con su camisón blanco y almidonado; el cabello suelto y sedoso le caía sobre los hombros.
Observó a su padre. Su rostro se puso serio al ver su figura esquelética, sus hombros encorvados, el cabello, que en pocos meses había dejado de ser dorado para transformarse en plateado.
—No sería raro que lloviera mañana —declaró él por fin, aún mirando a través de la ventana.
—Siempre me ha gustado la lluvia.
El señor Frederick no respondió. Yo terminé de colocar las cosas en la bandeja.
—¿Necesita algo más, señorita?
Ella había olvidado que yo estaba allí.
—No, gracias —respondió y con un súbito movimiento alargó su brazo y tomó mi mano—. Te echaré de menos cuando me vaya, Grace.
—Sí señorita. —Hice una reverencia. Mis mejillas se encendieron por la emoción—. Yo también a usted. —Luego hice una reverencia al señor Frederick, que estaba de espaldas—. Buenas noches, señor.
Él no pareció oírme.
Me preguntaba por qué había ido a la habitación de Hannah. Qué tendría que decirle antes de su matrimonio que no pudiera esperar a la cena o a la sobremesa. Salí de la habitación, cerré la puerta detrás de mí, y entonces —me avergüenza decirlo— dejé la bandeja en el suelo y me quedé a escuchar.
Hubo un largo silencio, durante el cual temí que los muros fueran demasiado gruesos o la voz del señor Frederick demasiado débil. Después oí que él se aclaraba la garganta.
Habló rápidamente, en voz baja.
—Esperaba perder a Emmeline en cuanto tuviera edad suficiente, pero ¿a ti?
—No estás perdiéndome, papá.
—Sí —aseveró, subiendo abruptamente el volumen de su voz—. David, la fábrica, y ahora tú. Todo lo más preciado para mí… —Frederick se controló y cuando volvió a hablar su voz era tan contenida que parecía a punto de quebrarse—. No ignoro mi responsabilidad en todo esto.
—¡Papá!
Hubo una pausa. Los resortes de la cama rechinaron. La voz del señor Frederick indicaba que había cambiado de posición. Supuse que se había sentado a los pies de la cama de Hannah.
—No te sientas obligada a hacerlo. Hay otras maneras.
—No sé de qué hablas…
Los resortes volvieron a rechinar. El estaba nuevamente de pie.
—La mera idea de que vivas entre esa gente me hace hervir la sangre. No, es imposible. Debí haber intervenido antes de que todo el asunto se me fuera de las manos.
—Pa…
—No supe detener a tiempo a David, pero no pienso cometer dos veces el mismo error.
—Pa…
—No voy a permitir que tú…
—Papá —logró articular Hannah con una firmeza desconocida—. He tomado mi decisión.
—Cámbiala —bramó su padre.
—No.
Temí por ella. El temperamento del señor Frederick era ya una leyenda en Riverton. Se había negado a cualquier tipo de comunicación con David cuando su hijo se atrevió a desobedecerlo. ¿Qué haría frente a la abierta rebeldía de Hannah?
—¿Le dirías que no a tu padre? —preguntó con la voz temblorosa, lívido de furia.
—Sí, si creo que está equivocado.
—Eres una tonta empecinada.
—Como tú.
—Debido a tu insensatez, mi niña. Tu fuerza de voluntad siempre me ha llevado a ser indulgente, pero esto no lo toleraré.
—No es tu decisión, papá.
—Tú eres mi hija y harás lo que yo diga. —Tras una breve pausa, un involuntario matiz de desesperación coloreó su ira—. Te ordeno que no te cases con él.
—Papá…
—Cásate con él —el volumen de su voz se incrementó— y no serás bien recibida aquí.
Al otro lado de la puerta, me sentí horrorizada y asustada. Si bien comprendía los sentimientos del señor Frederick y compartía su deseo de conservar a Hannah en Riverton, también sabía que las amenazas no eran el modo de lograr que ella cambiara de idea.
—Buenas noches, papá —dijo por fin Hannah con absoluta firmeza.
—Tonta —le espetó su padre con el tono desconcertado de quien aún no puede creer que ha perdido la partida—. Niña obcecada y tonta.
Oí que sus pasos se acercaban y me apresuré a levantar la bandeja del suelo. Me disponía a alejarme de la puerta cuando Hannah dijo:
—Me llevaré a mi criada cuando me vaya. —Mi corazón dio un vuelco. Ella continuó—. Myra se ocupará de Emmeline.
Yo estaba increíblemente complacida y feliz. Apenas si oí la réplica del señor Frederick.
—Ella lo apreciará —declaró, y cerró la puerta con tanta furia que por poco se me cae la bandeja mientras corría hacia la escalera—. Dios sabe que no la necesito aquí.
¿Por qué Hannah se casó con Teddy? ¿Lo amaba? Tal vez. Era joven e inexperta. ¿Con qué podía comparar sus sentimientos?
¿Creería, tal vez, que el matrimonio era su billete a la libertad? Sin duda. Lady Clementine, con ayuda de Fanny, se había ocupado de que así fuera.
Algunos pensaron que abandonaba un barco que se hundía. Pero los que murmuraban no la conocían. Ella estaba salvando el barco. O al menos, así lo creía. ¿Pensaba también en Emmeline? Según me dijo, se lo había prometido a David el día que se fue a la guerra. Considerando la situación del señor Frederick, el matrimonio con Teddy era una forma de cuidar a Emmeline. De asegurarle un futuro de relaciones y comodidad.
Hannah veía en el matrimonio una solución y así fue. Pero la forma en que las cosas se resolvieron no se ajustó a lo que ella había previsto.
De todos modos, para los menos cercanos la unión era perfecta. Simion y Estella Luxton estaban encantados, y lo mismo ocurría con el personal de servicio de Riverton. Incluso yo estaba feliz, dado que sabía que los acompañaría. Lady Violet y lady Clementine lo habían aprobado. A pesar de toda su rebeldía juvenil, Hannah iba a casarse y sin duda Teddy era mejor que cualquier otro candidato.
La boda se celebró un lluvioso sábado de marzo de 1919 y una semana después partimos hacia Londres. Hannah y Teddy en el automóvil que iba delante. Yo viajé en el segundo con el mayordomo de Teddy y el ajuar de Hannah.
El señor Frederick permaneció de pie en la escalera, rígido y pálido. Desde mi asiento del coche, sin que él pudiera verme, tuve, por primera vez, la oportunidad de observar detenidamente su rostro. Era un hermoso rostro patricio, aunque el sufrimiento lo había privado de expresión.
A su izquierda estaba alineado el personal, en orden de jerarquía descendente. Incluso Nanny había sido desenterrada del cuarto de los niños y estaba de pie junto al señor Hamilton, que la doblaba en estatura, derramando silenciosas lágrimas en un pañuelo blanco.
Sólo Emmeline faltó. Se había negado a ver partir a su hermana. No obstante, la vi justo antes de nuestra partida. Distinguí su pálido rostro detrás de uno de los ventanales del cuarto de los niños. Al menos me pareció verla. Tal vez fuera un efecto de la luz. O el fantasma de alguno de los niños que vagaban eternamente por esa habitación.
Ya me había despedido de mis compañeros y de Alfred. Desde aquella noche en la escalera del jardín habíamos hecho tímidos intentos de reparar el daño que mutuamente nos habíamos causado. Por aquellos días ambos éramos cautos, Alfred me trataba con una amable prudencia, que casi le hacía tan distante como su irritación. No obstante, le prometí que le escribiría. Y había obtenido de él la promesa de que también lo haría. Me había despedido de mi madre la semana anterior a la boda, cuando me entregó un paquete con algunas cosas: un chal que había tejido unos años antes y una bolsa con agujas e hilos para que pudiera seguir con mi costura. Enternecida, le di las gracias efusivamente, pero ella se encogió de hombros alegando que ya no le servían. No tenía probabilidad de usarlas, sus dedos estaban agarrotados e inútiles. Durante esa última visita me había preguntado sobre la boda, la fábrica del señor Frederick y la muerte de lady Violet. Me sorprendió que no le afectara la muerte de su antigua ama, puesto que sí lo sintió cuando supo que la esposa del señor Frederick había muerto. Esta vez su frialdad, su falta de emoción, indicaba todo lo contrario.
Pero en ese momento no quise preguntar, en mi mente no había lugar más que para Londres.
A lo lejos retumban los tambores. Me pregunto si tú también los oyes.
Has sido paciente y ya no tendrás que esperar mucho. Porque Robbie Hunter está a punto de irrumpir de nuevo en el mundo de Hannah. Sabías que lo haría, por supuesto, porque tiene que desempeñar su papel. Esto no es un cuento de hadas, ni una historia romántica. La boda no es el final feliz de esta historia. Es simplemente otro comienzo, el interludio a un nuevo capítulo.
En un sombrío rincón de Londres, Robbie Hunter espera. Se sacude las pesadillas y saca de su bolsillo un pequeño paquete, que lleva oculto en el interior de su abrigo desde los últimos días de la guerra, cuando prometió a un amigo agonizante que lo entregaría.