La cicatriz (64 page)

Read La cicatriz Online

Authors: China Miéville

Tags: #Ciencia Ficción, #Fantasía

BOOK: La cicatriz
5.38Mb size Format: txt, pdf, ePub

Había sido un hombre de inclinaciones caóticas y heréticas. Muchos de sus proyectos no habían desembocado en nada. Ella había estado allí mientras él perseguía aquellas ideas. Y, durante los meses que habían pasado juntos, la que con más tenacidad lo había acosado era la investigación de lo que él llamaba energía de crisis. Era una teoría física y taumatúrgica de una complejidad pasmosa. Pero lo que ella había entrevisto en las frenéticas explicaciones de Isaac era la convicción de que, por debajo del carácter fáctico del mundo, con toda su aparente solidez, había una inestabilidad, una crisis que impulsaba las cosas a cambiar a partir de las tensiones que contenían.

Siempre le había parecido una idea que concordaba con sus propios instintos. Extraía un vago confort de la noción de que las cosas, aunque parecieran completas, acabadas, estaban siempre en crisis, siempre avanzando en la dirección de su opuesto.

En la minería de posibilidades que Uther Doul acababa de describir, Bellis vio una negación radical de la teoría de crisis. La crisis, le había dicho Isaac una vez, era la manifestación de la tendencia de lo real a convertirse en lo que no era. Si se permitía que coexistiera lo que
era
con lo que
no
era, la misma tensión —la crisis situada en el centro de la existencia— debía disiparse. ¿Dónde quedaba la energía de crisis provocada por la tendencia de lo real a convertirse en su contrario si lo que no era real estaba ya allí, al lado de lo que sí lo era?

No quedaba nada, salvo una realidad vaga y pluralista. A Bellis le desagradaba aquella idea, le desagradaba profundamente. Sintió incluso, de una manera muy extraña, una especie de insólita lealtad residual hacia Isaac, como si éste le estuviera pidiendo que la desaprobara.

—La primera vez que vine aquí —continuó Doul— estaba muy cansado. Cansado de tomar decisiones. Quería ser
leal
. Quería un salario. Había aprendido, buscado y encontrado lo que quería. Tenía mi espada, tenía conocimientos, había visto lugares… quería descansar. Ser un mercenario, un soldado a sueldo. Pero los Amantes… cuando vieron mi espada y los libros que había traído conmigo, quedaron… fascinados. En especial ella, la Amante. Lo que les conté los dejó fascinados. Lo que sabía. En algunos lugares de Bas-Lag —dijo— existen todavía máquinas de posibilidad. Hay varios tipos diferentes, que hacen cosas diferentes. Yo las he estudiado todas. Ya has visto una de ellas: el quizasadiano, el instrumento de mi habitación. Se usa para tocar posibilidades. En un éter rico en potencialidad, un virtuoso podría tocar hechos y casi-hechos y otorgarles existencia… elegir determinados sucesos. Por supuesto, hoy en día es bastante inútil. Es viejo y está roto… y, además, no nos encontramos en una fractura de posibilidades. En cuanto a la espada, no ves más que un aspecto de ella. El guerrero que la empuñó antaño y las personas a las que mató, hace milenios, no reconocerían el arma que llevo. Cuando los Espectrocéfalos gobernaban, utilizaban las posibilidades en la arquitectura, la medicina, la política y la interpretación y todas las demás esferas. Posibles Sonatas en las que las notas fantasmas aparecerían y desaparecerían en ecos por encima y alrededor de la melodía factual, cambiantes en cada interpretación. Yo he estado dentro de las ruinas de una Posible Torre… —sacudió la cabeza lentamente—. Ésa es una visión que uno no olvida. Utilizaron su ciencia en la lucha, en el deporte y la guerra. Hay un pasaje en la Secretiana que describe un enfrentamiento entre Posibles Luchadores, una cambiante multitud de miembros que entran y salen de la existencia a cada momento que pasa, que casi se agarran casi se agarran casi se agarran una vez tras otra. Pero todo ello, la técnica de la minería, era producto de la llegada de los Espectrocéfalos… la detonación provocada por su aterrizaje. El desgarro que provocaron permitió que las vetas de posibilidad fueran aprovechadas. Esa herida —dijo. Sus ojos destellaban, se posaban en Bellis y se alejaban y volvían a hacerlo—, esa cicatriz, dejada por los Espectrocéfalos… allí es donde están las vetas. Si las historias son ciertas, se encuentra al otro lado del mundo, al fin del Océano Vacío. Ningún barco ha cruzado jamás ese mar. Allí las aguas… militan contra los barcos. ¿Y quién querría ir allí? Si existe, se encuentra a miles de kilómetros de distancia. Y hay historias sobre lo que vive en la Tierra Fracturada: cosas terribles, una ecología aterradora. Luzhongos, Sabuesos de Terror. Mariposas de impíos apetitos. Aunque
pudiéramos hacerlo
—dijo con poderosa sinceridad— yo no intentaría llegar a la Tierra Fracturada.

Estaba mirando a Bellis y ella, bajo las magníficas modulaciones de su voz sentía emociones trémulas. Tragó saliva, tratando de concentrarse.
Esto es importante
, se dijo,
escucha, trata de entender. No sé por qué pero me está diciendo algo, me está dejando saber

Y entonces…

Oh dioses misericordiosos ¿puede ser lo que…? ¿es posible que…? seguramente… ¿le habré…? ¿le habré… entendido mal?

¿Está diciendo lo que creo?

El rostro de Doul estaba inmóvil y ella se dio cuenta de que lo estaba mirando fijamente y él a ella, los dos mudos, contemplándose entre las tinieblas.

Desde luego
, pensó ella, mareada,
¿qué barco podría navegar hasta la Tierra Fracturada? ¿Quién querría ir a la Tierra Fracturada? La Tierra no lo vale. Está demasiado lejos, es demasiado peligrosa, incluso para éste. Incluso para
éste.
Pero ¿qué era eso que me ha dicho, lo que decían, cómo era…?

Hemos herido este mundo, le hemos dejado una cicatriz, hemos dejado nuestra marca en una tierra remota… y a lo largo de miles de leguas de su océano

No hay nada en el mar. Nada que pueda atacarnos. No hay monstruos allí, no hay luzhongos ni mariposas que amenacen al minero… al minero de las posibilidades. Y lo que está en el mar se encuentra mucho más próximo. La Tierra Fracturada debería de estar al otro lado del mundo pero los expertos en la ciencia de los Espectrocéfalos dicen que la cicatriz del mar se extiende durante incontables kilómetros. En dirección al centro del mundo. En dirección a nosotros. Cada vez más próxima
.

Ningún barco ha logrado cruzar jamás el Océano Vacío… eso puedo creerlo. Conozco las historias, cuentan que las corrientes y los vientos expulsan a los viajeros. Ningún barco podría cruzar ese océano
.

Pero ¿qué podría detener a un avanc?

¿Es eso lo que estamos haciendo, Uther? ¿Cruzar el mar? ¿Atravesar el Océano Oculto, hacia los restos de aquella herida, aquella fisura? No sólo la tierra se abrió… también el mar. ¿Es allí adónde vamos? ¿Para extraer las posibilidades en lo que quede de la gran… laceración cósmica, Uther?

A eso se refería el Brucolaco, ¿verdad, Uther? De eso estaba hablando
.

¿Por qué me lo cuentas a mí? ¿Qué he hecho? ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué quieres que lo sepa?

El avanc puede llevarnos hasta la herida del mar. Por eso fue convocado. Por eso se contrató a Tintinnabulum y por eso fue robada la
Sorghum
y por eso fuimos a la isla y trajimos a Aum y por eso tú, Doul, has estado trabajando en un proyecto secreto, a causa de tu espada y a causa de tu conocimiento en esta ciencia. A eso conduce todo. Por eso fue convocado el avanc. Puede cruzar el mar que a Armada le estaría vedado sin él
.

Puede cruzar ese océano
.

Puede llevarnos hasta la Cicatriz
.

35

—¿Cómo coño has dado conmigo? —saltaba a la vista que Silas Fennec estaba preocupado.

—Hablas como si fuera una ingenua —susurró Bellis—. ¿Acaso crees que eres invisible? ¿O me tomas por idiota?

Estaba presumiendo. Encontrar a Fennec había sido más que nada una cuestión de suerte. Llevaba días prestando atención a los rumores por si escuchaba algo sobre él. Desde la conversación con Doul había redoblado los esfuerzos.

Al final, no había sido ella la que lo había encontrado, sino Carrianne. En respuesta a las continuas peticiones de ayuda de Bellis, su amiga le había contado, con su habitual optimismo malicioso, que había oído que habían visto al misterioso señor Fench en el Pashakan. Era un pub construido en el interior del
Yevgeny
, un balandro de treinta metros de Vos-y-los-Vuestros.

Bellis apenas había visitado el paseo del rey Federico desde que fuera al circo. Se encaminó a sus bulliciosas callejuelas con oculta trepidación.

Había pasado por las calles del
Entendimiento Repentino
, el clíper de varios mástiles que formaba parte de un extremo del Muelle de la Espina del Erizo y unía los paseos de Otoño Seco y Vos-y-los-Vuestros. El enorme navío era uno de los pocos barcos de Armada que no pertenecía claramente a uno u otro de sus gobernantes. La mayor parte de su cubierta pertenecía a Otoño Seco pero hacia el castillo de proa las responsabilidades y el control eran disputados de forma difusa por Vos-y-los-Vuestros. Las calles se volvían más bulliciosas y descuidadas.

Bellis se había abierto camino entre los desperdicios, donde los monos salvajes se peleaban con gatos y perros, y las calles empinadas, hasta llegar a lo que sin disputa era ya Vos-y-los-Vuestros.

Aquel era el más descuidado de los paseos de Armada. La mayoría de sus edificios eran de madera y muchos de ellos estaban manchados de moho o sal y agua. No es que fuera una zona pobre: había muchos ricos, podía verse en la plata, el oro y el azabache que relucían al otro lado de las ventanas de algunas casas, en las vívidas sedas y satenes que vestían algunos de sus habitantes, en la calidad de las mercancías disponibles. Pero en un lugar en el que todo estaba en venta, algunos bienes —como por ejemplo el derecho a mantener la arquitectura y las calles— no eran muy demandados.

Basura, fábricas y una opulencia desarrapada convivían en una apacibilidad sedada. Por fin, Bellis había atravesado el
Diosecillo de la Sal
, el buque insignia de Federico, para entrar en las entrañas apestosas y crujientes del
Yevgeny
, iluminadas por la luz de las antorchas, que albergaban el Pashakan.

En su tercera visita, Silas se encontraba allí. La amarga sorpresa que demostró al verla molestó a Bellis.

—¿Quieres escucharme? —le dijo con un siseo—.
Sé adónde vamos
.

Él levantó la vista, de repente, y la miró a los ojos. Bellis soltó una carcajada brusca y desagradable.

—¿Te suena de algo, Silas? —dijo—. Jabber sabe que a mí sí. Quiero que sepas que no me entusiasma esta relación. Me veo haciendo esto mismo con perturbadora regularidad. Diciéndote que
conozco un secreto
, contándotelo, para que hagas planes con él, para que hagas
algo
con él.
No
me gusta. Ésta es la última vez, ¿lo entiendes? —Lo decía en serio, absolutamente. Pasase lo que pasase, no volvería a tratar con Silas Fennec de aquella manera. Ya no había nada, menos que nada, entre ellos.

—Pero, me guste o no —continuó— no tengo elección en este caso. Necesito tu ayuda. El único modo de impedir que esto ocurra es… que corra la voz, que más gente lo sepa. Y aunque nadie escucha a Bellis Gelvino, parece que una minoría cada vez más numerosa está preparada para prestar atención a lo que dice el agitador Simon Fench.

—¿Dónde vamos, Bellis? —preguntó Fennec.

Bellis se lo dijo.

—Empezaba a preguntarme por qué demonios estabas confraternizando con ese puto lunático de Doul. ¿
Sabe
él que lo sabes? —Fennec parecía aturdido.

—Creo que sí —dijo ella—. Es difícil asegurarlo. Es como si… Evidentemente, se supone que no debería habérmelo contado. Pero puede que estuviese tan… emocionado que no pudiera resistirse. Así que, en vez de soltarlo sin más, lo que hubiera sido una deslealtad, me contó lo bastante. Todo este tiempo yo pensaba que acompañaba a los Amantes, Aum y los científicos en esas reuniones secretas porque es su guardaespaldas. Pero no era por eso… es un
experto
en esta ciencia, en la minería de posibilidades. Lo sabe todo sobre ella a causa de la investigación que tuvo que realizar para encontrar su espada. En eso es en lo que han estado trabajando. Los Amantes quieren llegar a la Cicatriz, quieren extraer las posibilidades, Silas. —Su voz seguía estando tranquila, aunque ella no se sentía así—. Como en el Imperio de los Espectrocéfalos, ¿sabes?

—Para eso necesitaban el avanc —dijo él con un hilo de voz y Bellis asintió.

—Para eso. Sólo es un medio para conseguir un fin. Los Amantes debieron de quedar… hipnotizados cuando vieron la espada, cuando él llegó a la ciudad. Escuchan sus historias sobre la Tierra Fracturada y la Cicatriz… todos los secretos que conoce… por entonces no es más que un sueño. Pero entonces piensan en Tintinnabulum y su tripulación, a quienes se podría convencer. Después de todo, no hay caza mayor que ésta. —Al otro lado de la ventana, el mar se mecía lentamente mientras el avanc seguía adelante. Y ellos ya sabían lo de las cadenas. Armada ya había intentado capturar un avanc en otra ocasión. Hace mucho tiempo de eso y a ellos la tradición les trae sin cuidado. Pero la llegada de Doul lo cambia todo. Antes de que viniera, la invocación del avanc hubiera sido un… gesto estúpido, grandioso, inútil. Pero, ¿y ahora? Todo el mundo sabe que ningún barco puede atravesar el Océano Oculto. Pero ¿qué fuerza en todo el puto Bas-Lag podría parar a un
avanc
? De repente hay un modo de llegar a esa Cicatriz de la que Doul les ha hablado, esa cosa dejada atrás por los Espectrocéfalos.

La escala del proyecto daba vértigo. Resultaba increíble la cantidad de miseria, dinero y terrible esfuerzo que los Amantes habían estado dispuestos a invertir para conseguirlo. Y no era más que la primera parte de su proyecto.

—Todo esto —dijo Silas casi sin aliento y Bellis asintió.

—Todo esto —dijo ella—. La plataforma, el
Terpsícore
, Johannes, la isla de los anophelii, las cadenas, los fulminis, el jodido avanc… todo ello. Es por eso.

—Poder en bruto —Silas las pronunció como si fueran palabras sucias—. Asumí que querían el avanc por la piratería. Eso es lo que sugerían, que les convertiría en ladrones más eficientes. ¡Por el amor de Jabber! Al menos eso tendría algún sentido. Pero esto… —parecía incrédulo—. Está claro que no son de aquí. Ningún pirata que se precie de serlo se tomaría en serio esta estupidez.

Other books

The Reeve's Tale by Margaret Frazer
El papiro de Saqqara by Pauline Gedge
A Necessary End by Holly Brown
The Sparrow by Mary Doria Russell
The Last Song by Nicholas Sparks
First Times: Megan by Natalie Deschain
Jax (Broken Strings #1) by Cherry Shephard
Absolution by Caro Ramsay
Paris: The Novel by Edward Rutherfurd