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Authors: Douglas Preston & Lincoln Child

Tags: #Misterio, Intriga

La ciudad sagrada (64 page)

BOOK: La ciudad sagrada
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—¿Polvo?

—Sí. Es lo que mató a Holroyd. Los lapapieles lo emplean para matar a la gente, lo llaman sustancia de cadáver.

Sloane meneó la cabeza con impaciencia.

—¿Qué pretendes? ¿Distraerme con esas estupideces? No cambies de tema. Te estoy hablando del mayor descubrimiento del siglo. —Sloane se interrumpió un momento y luego siguió hablando—: Verás, lo del parte meteorológico podría quedar entre nosotras. Podríamos olvidar lo que le ocurrió a Aragón, la tormenta…Esto es mucho más importante que todo eso. —Desvió la mirada—. No tienes idea de lo que significa para mí, de lo que
habría
significado para mí aparecer como l aúnica descubridora; pasar a la historia como Cárter y Wetherill. De no ser por mí, habríamos abandonado este lugar dejando toda esa cerámica en manos de saqueadores sin escrúpulos que…

—Sloane —la interrumpió Nora—, los lapapieles no iban en busca de la cerámica. Querían alejarnos de ella…

Sloane levantó la mano para impedir que siguiera hablando.

—Escúchame, Nora. Juntas, podríamos entregar este inmenso descubrimiento al mundo. —Tosió una vez más—. Si yo estoy dispuesta a compartirlo contigo, seguro que tú puedes olvidar lo que ha ocurrido hoy aquí.

Nora miró a Sloane, cuyo rostro rojizo aparecía veteado por la luz de la luna.

—Sloane… —empezó a decir, antes de hacer unapausa—. No lo entiendes, ¿verdad? No puedo hacer eso. Ya no tiene nada que ver con la arqueología.

En silencio Sloane le devolvió la mirada. Luego se llevó la mano a la culata del revólver.

—Ya te lo he dicho, Nora. No me dejas otra opción.

—Siempre hay otra opción.

Sloane desenfundó el arma rápidamente y apuntó a Nora.

—Sí, claro —repuso—. Alcanzar una fama gloriosa o pasar el resto de mi vida entre rejas. Eso no me parece una opción.

Se produjo un breve silencio mientras ambas mujeres permanecían inmóviles, mirándose mutuamente. Sloane expulsó una tos seca e irregular.

—Yo no quería que esto terminara así —aseguró con más calma—, pero has dejado claro que se trata de ti o de mí. Y soy yo quien tiene el revólver.

Nora no contestó.

—Así que vuélvete, Nora, y camina hacia el borde del tejado.

Sloane hablaba en voz baja y serena. Nora la miró fijamente. Bajo la pálida luz, los ojos ambarinos eran fríos y secos.

Con la mirada todavía fija en Sloane, Nora dio un paso atrás.

—Sólo queda una bala en la recámara, pero la utilizaré si no me queda otro remedio, así que date la vuelta, Nora. Por favor.

Muy despacio, Nora se volvió para enfrentarse a la noche.

El espacio abierto se extendía ante sí, un vasto río de oscuridad. Al otro lado del estrecho valle, Nora divisó el violeta oscuro de las paredes de los precipicios. Sabía que debía sentir miedo y desesperación, y sin embargo, la única sensación que experimentaba era una fría rabia, rabia hacia Sloane y su ambición patética y desmedida. Una sola bala… De pronto se preguntó si conseguiría esquivar esa bala apartándose a un lado. Puso su cuerpo en tensión, preparada para un brusco movimiento.

Sloane la siguió.

—Cuando llegues al final, salta —le ordenó.

Sin embargo, Nora permaneció inmóvil, con los ojos y los oídos atentos en la noche. La tormenta había pasado. Desde abajo llegaba el croar de las ranas, el zumbido de los insectos enfrascados en sus actividades nocturnas. En la intensa quietud, oía incluso el fluir de la sangre por sus venas.

—Preferiría no dispararte —oyó decir a Sloane—, pero si tengo que hacerlo, lo haré.

—Maldita seas —susurró Nora—. Maldita seas por haber destrozado la expedición, y por haber matado aBill Smithback.

—¿Smithback? —Sloane parecía tan sorprendida que Nora se volvió casi inconscientemente. Al hacerlo, vio surgir una figura del agujero del tejado, una figura oscura y cubierta por una piel de lobo que envolvía una piel desnuda y pintada. La tenue luz iluminó una mancha de color carmesí que le teñía el estómago.

Sloane se volvió rápidamente cuando la figura se abalanzó sobre ella, emitiendo un fiero rugido de venganza. La luz de la luna se reflejó sobre el revólver y el filo de un cuchillo, y ambas figuras cayeron al suelo y rodaron frenéticamente sobre la polvorienta superficie del tejado de la torre. Nora cayó de rodillas y se apartó gateando del borde, con la mirada fija en la lucha. Bajo la luz implacable, vio cómo la figura hundía una y otra vez el horrible cuchillo negro en el pecho y el estómago de Sloane. La mujer no dejaba de chillar, retorciéndose y arrastrando su cuerpo por el suelo, con una gonizante lamento. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, Sloane intentó zafarse de aquellas garras. Se incorporó, blandiendo el arma desesperadamente, pero la figura la empujó hasta el suelo de nuevo. Se oyó el ruido de unos golpes y un nuevo y angustioso alarido de Sloane. Volvió a clavarle el cuchillo en el pecho hasta que la mujer logró disparar, rompiendo el puñal en mil pedazos de obsidiana que brillaron en la oscuridad. Dando un aullido, la figura se desplomó sobre ella. Se oyó un nuevo golpe al tiempo que se levantaba una polvareda, y entonces ambas figuras desaparecieron.

Nora se precipitó hacia el borde del tejado y, horrorizada, miró hacia abajo mientras ambos cuerpos, fundidos en un abrazo mortal, chocaban contra el muro de contención y rodaban por la orilla de la ciudad hasta perderse en el valle. Antes de que la luna volviese a ocultarse tras las nubes, iluminó brevemente el revólver de Sloane mientras se perdía entre la noche inconmensurable.

Temblando, Nora se echó hacia atrás y se tumbó en el suelo, respirando con fuerza.

Así pues, no habían matado al lapapieles. Con un sigilo inaudito, éste se había escondido en algún lugarde la oscura torre, esperando el momento adecuado para atacar. A continuación, se había abalanzado sobre Sloane con una determinación tan furibunda que escapaba por completo a la comprensión de Nora. Por fin, el lapapieles estaba muerto, pero también Sloane.

Sin embargo, no era la persecución en la torre, ni siquiera el súbito y terrible encuentro en el tejado lo que le provocaba el inmenso terror que sentía en esos momentos. En el transcurso de la desesperada lucha entre la bestia y Sloane su cabeza había recordado un hecho crucial: aquella noche en Santa Fe, hacía apenas tres semanas, había sido atacada por dos figuras. Y eso sólo podía significar una cosa.

Había otro lapapieles oculto en alguna parte del valle de Quivira.

66

C
on la respiración entrecortada, Nora se acercó al agujero del tejado de la torre y bajó sigilosamente hasta el pequeño reducto que había debajo. Poniéndose a gatas, avanzó hacia el borde del hueco y se asomó al vacío. Sólo veía la oscuridad envolvente y presentía la presencia del vacío bajo sus pies. No oía nada salvo el arrullo del agua en el valle, el enloquecedor e incesante borboteo que ahogaba otros sonidos más sigilosos.

Los brazos empezaron a temblarle, amenazando con paralizarse por el pánico. La idea de bajar a ciegas por el complejo laberinto de madera vieja le producía escalofríos, pero aún era más aterradora la idea de quedarse allí, en el interior de la torre, esperando a que una criatura monstruosa viniese por ella. Ahora que no tenía ningún arma —ahora que no tenía forma humana de defenderse—, la torre se había convertido en una trampa mortal de la que debía escapar.

Trató de acompasar la respiración a un ritmo normal, para impedir que se le nublase la razón. Colocando un pie por el borde del saliente, tanteó el vacío con cuidado hasta dar con la primera muesca del poste superior. Adelantándose con prudencia, apoyó el peso de su cuerpo en la vieja estructura de madera sin soltar el saliente de piedra, hasta fijar el pie en el poste. Con mucho cuidado, empezó a descender, bajando las muescas de una en una. Notó cómo un viento frío trepaba por la escalera desde abajo y le acariciaba las piernas. El viento arreció, y la torre crujió y dio una sacudida como respuesta. Unos guijarros cayeron al vacío y pasaron rozándole la cabeza, recordándole la inmensidad del abismo que se abría bajo sus pies.

Por fin, su pie alcanzó la seguridad del segundo saledizo de piedra. Se detuvo unos instantes, tratando una vez más de controlar el frenesí de los latidos de su corazón. Sin embargo, no podía quedarse allí, suspendida entre el tejado y el suelo, donde aún era más vulnerable. Agazapada en la oscuridad, con los dedos extendidos, buscó a tientas el comienzo del segundo poste. Inició el descenso de nuevo, equilibrando el peso del cuerpo entre el poste resquebrajado de madera y las protuberancias de piedra.

Cuando estaba a punto de llegar al siguiente saledizo, volvió a detenerse, horrorizada. Creyó oír un ruido, el sonido hueco y suave de una pisada. Esperó, atenta a cualquier otro ruido en la oscuridad, pero no oyó nada más, por lo que siguió deslizándose hasta llegar a la seguridad que le ofrecía la siguiente plataforma de piedra.

Quedaba un último descenso. Tranquilizándose, se agarró al nuevo poste y comprobó su firmeza. Con el mismo cuidado de antes, bajó primero una muesca, luego otra y otra más.

De repente, notó cómo el poste cedía con un aterrador crujido. La estructura de madera parecía estremecerse. Sin pensarlo dos veces, se apartó del poste y bajó de un salto los últimos tres metros, aterrizando en el suelo de piedra con un fortísimo impacto. Unas punzadas de dolor le recorrieron las rodillas y los tobillos cuando se puso de pie y echó a andar, tambaleándose, hacia la entrada de escasa altura que daba a la techumbre adyacente. Miró alrededor, temblando de cansancio y miedo, pero no había nada; la ciudad parecía estar en silencio y desierta.

Debía llegar al valle. Al menos allí tendría una oportunidad. Quizá Sloane se había equivocado, y Swire y Bonarotti seguían con vida. Si pudiese esconderme hasta mañana, tendría más posibilidades de encontrarlos, pensó. Se sentiría más segura si lograba encontrarlos. Tal vez incluso encontrase el arma de Sloane, perdida en algún lugar del valle. Y siempre cabía la esperanza, por pequeña que fuese, de que el disparo que había recibido Smithback no hubiese sido mortal…

Nora se pasó la mano por la cara y gimió. No podía permitirse pensar en eso, no en esos momentos.

Con el máximo sigilo posible, se desfizó por el tejado y se asomó a la escalera que estaba apoyada contra el bloque de adobe. El camino parecía estar despejado. Escurriéndose por el borde, bajó tan rápido como pudo y luego se detuvo para echar un vistazo alrededor. Nada.

De pronto, el horror la asaltó de nuevo. La ciudad parecía estar dormida. La luna, apareciendo y desapareciendo como por arte de magia entre las nubes veloces, proyectaba franjas de luz sobre las estructuras de adobe. Pero a pesar de todo, su instinto le decía que pasaba algo malo.

Con suma cautela, sin separarse de la pared de la torre, se encaminó hacia la parte delantera de la ciudad y se asomó al otro lado al llegar a la esquina. De uno enuno, todos los objetos aparecieron ante su vista, iluminados por el brillo intermitente de la luna: el muro de contención, la plaza central, el contorno fantasmagórico de los edificios de adobe…

Una vez más, la sensación de peligro se apoderó de ella y el instinto hizo sonar la voz de alarma. En ese instante supo de qué se trataba, pues el viento de la medianoche trajo consigo un inconfundible aroma a campanillas.

Casi sin ser consciente de lo que estaba haciendo, retrocedió, alejándose de la torre y adentrándose en la oscuridad que cubría los límites de la ciudad. Como movida por un resorte instintivo, echó a correr desesperadamente, haciendo caso omiso de los obstáculos. No tenía ningún plan, lo único que sentía era un pánico animal que la obligaba a seguir corriendo, a huir en busca del lugar más lejano y oculto que pudiese encontrar. El mero hecho de detenerse o rezagarse era una invitación directa al ataque.

Callejones oscuros, pilas bajas de escombros y estructuras angulares de adobe quedaban iluminadas por la débil luz de la luna mientras corría. De repente, se paró en seco. A su derecha vio las estructuras bajas yhundidas de los graneros, y justo ante ella, con sus fauces amenazadoras, se hallaba la entrada del callejón que conducía al osario. Nora sabía que en su interior la oscuridad sería absoluta. Tal vez allí encontrase un escondite, en el interior de las casas de adobe de la mismísima ciudad secreta.

Avanzó unos pasos y luego volvió a detenerse. La persiguieran o no, nunca volvería a entrar en aquel callejón y dejar que el polvo micótico acabara con ella.Nunca más.

Por el contrarío, se volvió y se adentró en el callejón trasero que recorría los graneros. A mitad de camino de la suave curva del callejón, se detuvo junto a una nueva escalera de poste que estaba apoyada en el conjunto posterior de estructuras de adobe. Agarrándose a la madera seca, trepó hasta el segundo piso. Tras subir al tejado, levantó la escalera de poste y la trajo consigo hasta la techumbre. Al menos sería una forma de entretener al lapapieles y de ganar un poco más de tiempo.

Meneó la cabeza, tratando de olvidarse del pánico que sentía y de pensar con claridad. Las nubes ocultaron de nuevo a la luna entre sus garras. Sólo el río pronunciaba su murmurante discurso. Quivira estaba en silencio, expectante, bajo un velo de oscuridad.

Avanzó hasta la serie de tejados de la parte posterior y dejó atrás una larga hilera de diminutas entradas. Los murciélagos asomaban batiendo sus alas por los recovecos de la ciudad, atravesando la oscuridad en su camino hacia el valle. Salvo por unas cuantas estructuras de adobe del centro, que empezaban en la parte delantera y acababan en la parte posterior de la ciudad, la mayoría de los edificios eran callejones sin salida. Pensó en esconderse en el interior de uno de los edificios, pero descartó la idea de inmediato, pues en ese caso sólo sería cuestión de tiempo antes de qué la encontrara. Sería mejor seguir corriendo, esperar una oportunidad para bajar hasta el valle.

Se deslizó por la hilera de entradas abiertas y luego se detuvo en la esquina del bloque de adobe, escuchando.

De pronto el susurro de una pisada invadió la oscuridad. Nora miró alrededor con frenesí; con el sonido del río retumbando en la bóveda, era casi imposible saber de dónde provenía el ruido. ¿La había seguido el lapapieles hasta los graneros y ahora estaba justo detrás de ella? ¿O estaba escondido en algún lugar de la plaza, aguardando el momento oportuno hasta que ella se acercase a la escalera de cuerda?

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