Si se le dice hoy a un general: Tendréis, como Cicerón, a vuestras órdenes, 5.000 hombres, 16 piezas de artillería, 5.000 útiles de trabajo, 5.000 sacos terreros; estaréis cerca de un bosque, en un terreno sin accidentes; dentro de quince días os veréis atacado por un ejército de 60.000 hombres, con 120 piezas de artillería; no recibiréis ayuda sino ochenta o noventa y seis horas después de haber sido atacado, ¿cuáles son las obras, los trazados, los perfiles que el arte le prescribe? ¿Posee el arte del ingeniero secretos que pueden dar la solución a este problema? Cap. XLVIII.
I. Recelándose César por varios indicios de mayor revolución en la Galia, trata de reclutar nuevas tropas por medio de sus legados Marco Silano, Cayo Antistio Regino y Tito Sertio; pide asimismo al procónsul Cneo Pompeyo, pues que por negocios de la república se hallaba mandando cerca de Roma, ordenase a los soldados que en la Galia Cisalpina había alistado siendo cónsul, acudiesen a sus banderas y viniesen a juntarse con él; juzgando importar mucho, aun para en adelante, que la Galia entendiese ser tanto el poder de Italia, que si alguna pérdida padecía en la guerra, no sólo era capaz de resarcirla presto, sino también de sobreponerse a ella. En efecto, satisfaciendo Pompeyo a la petición de César como celoso del bien público y buen amigo, llenando su comisión prontamente los legados, completas tres legiones y conducidas antes de acabarse el invierno, doblado el número de las cohortes que perecieron con Titurio, hizo ver no menos por la presteza que por los refuerzos hasta dónde llegaban los fondos de la disciplina y potencia del Pueblo Romano.
II. Muerto Induciomaro, como se ha dicho, los trevirenses dan el mando a sus parientes. Éstos no pierden ocasión de solicitar a los germanos y ofrecer dineros.
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No pudiendo persuadir a los vecinos, van tierra adentro; ganados algunos, hacen que los pueblos presten juramento, y para seguridad de la paga les dan fiadores, haciendo liga con Ambiórige. Sabido esto, César, viendo por todas partes aparatos de guerra; a los nervios, aduáticos y menapios juntamente con todos los germanos de esta parte del Rin, armados; no venir los de Sens al emplazamiento, sino coligarse con los chartreses y rayanos, y a los germanos instigados con repetidos mensajes de los trevirenses, determinó salir cuanto antes a campaña. En consecuencia, sin esperar al fin del invierno, al frente de cuatro legiones las más inmediatas, entra por tierras de los nervios, y antes que pudiesen o apercibirse o escapar, habiendo tomado gran cantidad de ganados y personas, y repartido entre los soldados, gastados sus campos, los obligó a entregarse y darle rehenes. Concluido con brevedad este negocio, remitió las legiones a sus cuarteles de invierno.
III. En la primavera llamando a Cortes de la Galia, según lo tenía pensado, y asistiendo todos menos los de Sens, de Chartres y Tréveris, persuadido de que tal proceder era lo mismo que rebelarse y declarar la guerra, para mostrar que todo lo posponía a esto, trasladó las Cortes a París. Su distrito confinaba con el de Sens, y en tiempos pasados estaban unidos los dos, pero se creía que no había tenido parte en esta conjuración. Intimidada la traslación desde el solio, en el mismo día se puso en camino para Sens acompañado de las legiones, y a grandes jornadas llegó allá.
IV. Luego que Acón, autor de la conjura, supo su venida, manda que todos se recojan a las fortalezas. Mientras se disponen, antes de poderlo ejecutar, viene la noticia de la llegada de los romanos; con que por fuerza mudan de parecer, envían diputados a excusarse con César, y ponen por mediadores a los eduos, sus antiguos protectores. César, a petición de ellos, les perdona de buena gana, y admite sus disculpas, atento que se debía emplear el verano en la guerra inminente y no en pleitos. Multándolos en cien rehenes, se los entrega a los eduos en custodia. También los de Chartres envían allá embajadores y rehenes valiéndose de la intercesión de los remenses sus patronos, y reciben la misma respuesta de César, que cierra las Cortes, mandando a las ciudades contribuir con gente de a caballo.
V. Sosegada esta parte de la Galia, todas sus miras v atenciones se dirigen a la expedición contra los trevirenses y Ambiórige. Da orden a Cavarino
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que le siga con la brigada de Sens para evitar las pendencias que podrían originarse o del enojo de éste, o del odio que se había acarreado de sus ciudadanos. Arreglado esto, teniendo por cierto que Ambiórige no se arriesgaría a una batalla, andaba indagando cuáles eran sus ideas. Los menapios, vecinos a los eburones, cercados de lagunas y bosques eran los únicos que nunca trataron de paz con César. No ignoraba tener con ellos Ambiórige derecho de hospedaje, y haber también contraído amistad con los germanos por medio le los trevirenses. Parecióle por tanto privarle ante todas cosas de estos recursos, no fuese que o desesperado se guareciese entre los menapios, o se viese obligado a unirse con los germanos de la otra parte del Rin. Con este fin remite a Labieno los bagajes de todo el ejército con la escolta de dos legiones, y él con cinco a la ligera marcha contra los menapios. Éstos, sin hacer gente alguna, fiados en la fortaleza del sitio, se refugian entre los sotos y lagos con todos sus haberes.
VI. César, repartiendo sus tropas con el legado Cayo Fabio y el cuestor Marco Craso, formados de pronto unos pontones, acomete por tres partes, quema caserías y aldeas, y coge gran porción de ganado y gente. Con cuya pérdida forzados los menapios, le despachan embajadores pidiendo paz. Él, recibidos rehenes en prendas, protesta que los tratará como a enemigos si dan acogida en su país a la persona de Ambiórige, o a sus legados. Ajustadas estas cosas, deja en los menapios a Comió el de Artois con su caballería para tenerlos a raya, y él toma el camino de Tréveris.
VII. En esto los trevirenses, con un grueso ejército de infantes y caballos se disponían a atacar por sorpresa a Labieno, que con una legión sola invernaba en su comarca. Y ya estaban a dos jornadas no más de él, cuando tienen noticia de las dos legiones enviadas por César. Con eso, acampándose a quince millas de distancia, determinan aguardar los socorros de Germania. Labieno, calado el intento de los enemigos, esperando que el arrojo de ellos le presentaría ocasión de pelear con ventaja, dejadas cinco cohortes en guardia de los bagajes, él con veinticinco y buen golpe de caballería marcha contra el enemigo, y a una milla de distancia fortifica su campo. Mediaba entre Labieno y el enemigo un río
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de difícil paso y de riberas escarpadas. Ni él pensaba en atravesarlo, ni creía tampoco que los enemigos lo pasasen. Creciendo en éstos cada día la esperanza de pronto socorro, dice Labieno en público, «que supuesto corren voces de que los germanos están cerca, no quiere aventurar su persona ni el ejército, y que al amanecer del día siguiente alzará el campo». Al punto dan parte de esto al enemigo; que como había tantos galos en la caballería, algunos, llevados del afecto nacional, favorecían su partido. Labieno, por la noche, llamando a los tribunos y centuriones principales, les descubre lo que pensaba hacer, y a fin de confirmar a los enemigos en la sospecha de su miedo, manda mover las tropas con mayor estruendo y batahola de lo que ordinariamente se usa entre los romanos. Así hace que la marcha tenga apariencias de huida. También de esto avisan sus espías a los enemigos antes del alba, estando como estaban cercanos a nuestras tiendas.
VIII. No bien nuestra retaguardia había desfilado de las trincheras, cuando los galos unos a otros se convidan a no soltar la presa de las manos: ser por demás, estando intimidados los romanos, esperar el socorro de los germanos, y contra su decoro, no atreverse con tanta gente a batir un puñado de hombres, y esos fugitivos y embarazados. En resolución, atraviesan el río, y traban batalla en lugar harto incómodo. Labieno, que lo había adivinado, llevando adelante su estratagema, caminaba lentamente hasta tenerlos a todos de esta parte del río. Entonces, enviando algún trecho adelante los bagajes, y colocándolos en un ribazo: «He aquí, dice, oh soldados, la ocasión que tanto habéis deseado: tenéis al enemigo empeñado en paraje donde no puede revolverse; mostrad ahora bajo mis órdenes el esfuerzo de que habéis dado ya tantas pruebas a nuestro jefe; haced cuenta que se halla él aquí presente y os está mirando.» Dicho esto, manda volver las armas contra el enemigo, y destacando algunos caballos para resguardo del bagaje, con los demás cubre los flancos. Los nuestros súbitamente, alzando un grande alarido, disparan sus dardos contra los enemigos; los cuales, cuando impensadamente vieron venir contra sí a banderas desplegadas a los que suponían fugitivos, ni aun sufrir pudieron su carga, y vueltas al primer choque las espaldas, huyeron a los bosques cercanos; mas alcanzándolos Labieno con su caballería, mató a muchos, prendió a varios, y en pocos días recobró todo el país. Porque los germanos que venían de socorro, sabida la desgracia, se volvieron a sus casas, yendo tras ellos los parientes de Induciomaro, que como autores de la rebelión abandonaron su patria, y cuyo señorío y gobierno recayó en Cingetórige
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que, según va declarado, siempre se mantuvo leal a los romanos.
IX. César, llegado a Tréveris después de la expedición de los menapios, determinó pasar el Rin, por dos razones: la primera, porque los germanos habían enviado socorros a los trevirenses; la segunda, porque Ambiórige no hallase acogida en sus tierras. Con esta resolución da orden de lanzar un puente poco más arriba del sitio por donde la otra vez transportó el ejército. Instruidos ya de la traza y modo los soldados, a pocos días, por su gran esmero dieron concluida la obra. César, puesta buena guarnición en el puente por la banda de Tréveris para precaver toda sorpresa, pasa las demás tropas y caballería. Los ubios,
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que antes le habían dado rehenes y la obediencia, por sincerarse le despachan embajadores protestando no haber concurrido al socorro de los trevirenses, ni violado la fe; por tanto, le suplican rendidamente no los maltrate, ni los envuelva en el odio común de los germanos, castigando a los inocentes por los culpados; que si quiere más rehenes, están prontos a darlos. Averiguado el hecho, se certifica que los suevos fueron los que prestaron los socorros; con que recibe a los ubios en su gracia, y se informa de los caminos por donde se podía entrar en la Suevia.
X. En esto, a pocos días le avisan los ubios cómo los suevos iban juntando todas sus tropas en un lugar, obligando a las naciones sujetas a que acudiesen con sus gentes de a pie y de a caballo. Conforme a estas noticias, hace provisión de granos, y asienta sus reales en sitio ventajoso. Manda a los ubios a recoger los ganados y todas sus haciendas de los campos a poblado, esperando que los suevos, como gente ruda y sin disciplina, forzados a la penuria de alimentos, se resolverían a pelear, aun siendo desigual el partido. Encarga que por medio de frecuentes espías averigüen cuanto pasa en los suevos. Hacen ellos lo mandado, y después de algunos días, vienen con la noticia de que los suevos, desde que supieron de cierto la venida de los romanos, con todas sus tropas y las auxiliares se habían retirado tierra adentro a lo último de sus confines. Allí se tiende una selva interminable llamada Bacene, que puesta por naturaleza como por barrera entre los suevos y queruscos, los defiende recíprocamente para que no se hagan mal ni daño los unos a los otros. A la entrada de esta selva tenían determinado los suevos aguardar a los romanos.
XI. Mas ya que la ocasión se ha ofrecido, no será fuera de propósito describir las costumbres de la Galia y la Germania, y la diferencia que hay entre ambas naciones. En la Galia no sólo los Estados, partidos y distritos están divididos en bandos, sino también cada familia. De estos bandos son cabezas los que a juicio de los otros se reputan por hombres de mayor autoridad, a cuyo arbitrio y prudencia se confía la decisión de todos los negocios y deliberaciones. Esto lo establecieron a mi ver los antiguos con el fin de que ningún plebeyo faltase apoyo contra los poderosos, pues quien es cabeza de partido no permite que sus parciales sean oprimidos o calumniados; si así no lo hace, pierde todo el crédito entre los suyos. Esta misma práctica se observaba en el gobierno de toda la Galia, cuyas provincias están todas divididas en dos facciones.
XII. Cuando César vino a la Galia, de la una eran jefes los eduos, y los secuanos de la otra. Éstos, reconociéndose inferiores porque de tiempo antiguo los eduos los sobrepujaban en autoridad y en número de vasallos, se coligaron con los germanos y Ariovisto, empeñándolos en su partido a costa de grandes dádivas y promesas. Con eso, ganadas varias victorias, y degollada toda la nobleza de los eduos, vinieron a tal pujanza, que les quitaron gran parte de los vasallos y los obligaron a dar en prendas los hijos de los principales, y a jurar solemnemente que nunca emprenderían cosa en perjuicio de los secuanos; y a la sazón poseían una porción del territorio confinante que ocuparon por fuerza con el principado de toda la Galia. Ésta fue la causa que obligó a Diviciaco a ir a Roma a pedir auxilio al Senado, si bien no le obtuvo. Trocáronse con la venida de César las suertes, restituyéronse a los eduos sus rehenes, recobrados los antiguos vasallos, y adquiridos otros nuevos por el favor de César, pues veían que los que se aliaban con ellos mejoraban de condición y de gobierno, distinguidos y privilegiados en todo los eduos, perdieron los secuanos el principado. En su lugar sucedieron los remenses, que, como privaban igualmente con César, lo que por enemistades envejecidas no podían avenirse con los eduos, se hicieron del bando de los remenses, los cuales procuraban protegerlos con todo empeño. Así sostenían la nueva dignidad a que de repente habían subido. La cosa, por fin, estaba en términos que los eduos gozaban sin disputa el primer lugar, el segundo los remenses.
XIII. En toda la Galia dos son los estados de personas de que se hace cuenta y estimación; puesto que los plebeyos son mirados como esclavos, que por sí nada emprenden, ni son jamás admitidos a consejo. Los más, en viéndose adeudados, o apremiados del peso de los tributos o de la tiranía de los poderosos, se dedican al servicio de los nobles, que con ellos ejercitan los mismos derechos que los señores con sus esclavos. De los dos estados uno es el de los druidas, el otro el de los caballeros. Aquéllos atienden al cultivo divino, ofrecen los sacrificios públicos y privados, interpretan los misterios de la religión. A su escuela concurre gran número de jóvenes a instruirse, siendo grande el respeto que les tienen. Ellos son los que sentencian casi todos los pleitos del común y de los particulares; si algún delito se comete, si sucede alguna muerte, si hay discusión sobre herencia, o sobre linderos, ellos son los que deciden; ellos determinan los premios y los castigos, y cualquiera persona, ora sea privada, ora sea pública, que no se rinde a su sentencia, es excomulgada, que para ellos es la pena más grave. Los tales excomulgados se miran como impíos y facinerosos; todos se esquivan de ellos rehuyendo su encuentro y conversación, por no contaminarse; no se les hace justicia por más que la pidan, ni se les fía cargo alguno honroso. A todos los druidas preside uno con autoridad suprema. Muerto éste, le sucede quien a los demás se aventaja en prendas. En caso de haber muchos iguales, se hace la elección por votos de los druidas, y aun tal vez de mano armada se disputan la primacía. En cierta estación del año, se congregan en el país de Chartres, tenido por centro de toda la Galia, en un lugar sagrado.
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Aquí concurren todos los que tienen pleitos, y están a sus juicios y decisiones. Créese que la tal ciencia fue inventada en Bretaña y trasladada de allí a la Galia. Aun hoy día los que quieren saberla a fondo van allá por lo común a estudiarla.