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Authors: Cayo Julio César

Tags: #Historia

La guerra de las Galias (30 page)

BOOK: La guerra de las Galias
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XLI. Deseando todos que se les cortase el agua de esta fuente, y sabiendo solamente César que no se lograría sin grave peligro, empezó a formar manteletes enfrente de ella contra el monte, y a levantar valladar con mucho trabajo y continuos combates. Porque acudían los cercados desde puestos ventajosos, y peleaban a lo lejos sin riesgo, hiriendo a muchos que con porfía se arrimaban. Con todo, no se recelaban los nuestros de adelantar los manteletes, y vencer con el trabajo y reparos las dificultades del terreno. Al mismo tiempo hacían minas al origen de la fuente, la cual obra podía hacerse sin peligro ni sospecha de los enemigos. Levantó un valladar de sesenta pies de alto; se colocó en él una torre de diez altos, no que igualase a las murallas, que ésta era obra imposible, sino que excediese la situación de la fuente. Desde ella se disparaban dardos con máquinas a las cercanías de la fuente. Los cercados no podían tomar el agua sin mucho peligro; se morían de sed, no sólo los ganados y caballerías, sino también las personas.

XLII. Atemorizados de esto, empezaron a disparar contra nuestros reparos barriles llenos de sebo, pez y bardas ardiendo. Al mismo tiempo hicieron una vigorosa salida para estorbar a los romanos el apagar el fuego con el peligro del combate. En un instante se extendió una llama terrible por nuestras obras. Porque todos cuantos fuegos arrojaban por aquel sitio precipitado, detenidos en el valladar y el parapeto, incendiaban todo cuanto tropezaban. Con todo eso nuestros soldados, aunque se veían apretados de un peligroso combate y un puesto muy contrario, soportaban con el mayor espíritu todos estos trabajos. Porque pasaba la acción en un paraje exento, y a la vista del resto del ejército. Levantábase una grande algazara de ambas partes; de suerte que el que más presto podía, y como podía, para que fuese más claro y patente su valor, se ofrecía a las armas y fuego del enemigo.

XLIII. Viendo César que recibían mucho daño los suyos, dio orden a las cohortes de que por todos los lados de la ciudad subieran al monte y levantasen una algazara falsa, como si se apoderasen de las murallas. Con esto, atemorizados los cercados, sin saber lo que pasaba en los otros parajes retiraron sus tropas del ataque de las obras, para acudir a coronar la muralla. De esta manera pudieron los nuestros, puesto fin al combate, apagar parte del fuego y cortar lo restante. Resistíanse los cercados con tanta obstinación, que aun habiendo perecido mucha gente por falta de agua, con todo estaban firmes en su resolución; pero al fin fueron cortados con las minas los conductos de la fuente, y echados por otra parte; de suerte que viniendo a secarse el manantial que los sustentaba, los puso en tal desesperación, que creyeron no haberse ejecutado sin particular disposición de los dioses, no que por obra de hombres. Y así obligados de la necesidad se rindieron.

XLIV. César, puesto que todos tenían bien conocida su clemencia, no recelando entendiesen que había obrado por crueldad de su propio natural, y por otra parte no sabiendo qué fin tendrían sus designios si empezaban a rebelarse del mismo modo otros en diversas partes, pensó hacer con éstos un ejemplar que contuviese a los demás. Y así mandó cortar las manos a todos cuantos habían tomado las armas, concediéndoles la vida para que fuese más notorio el castigo de los malvados. Drapes, de quien dije que había sido preso por Caninio, o por indignación y sentimiento de las prisiones, o por temor de un castigo más severo, no quiso comer en unos días, y así murió. Al mismo tiempo Lucterio, de quien dije había escapado huyendo de la batalla, habiendo caído en manos de Espasnacto auvernate, pues mudando frecuentemente de estancia se fiaba de muchos en la inteligencia de que no estaba fuera de peligro en parte alguna, sabiendo cuan enojado debía tener a César, fue entregado preso a éste por su grande amigo Epasnacto.

XLV. En este intermedio ganó Labieno una batalla a los de Tréveris, y habiéndoles muerto mucha gente, y también a los germanos, que a nadie negaban socorro contra los romanos, vinieron a su poder las personas más principales, y entre ellos Suro autunés, que así por su valor como por su nacimiento era famoso, y el único de este país que se había mantenido hasta entonces en campaña.

XLVI. Avisado César de estas victorias, vistos los buenos sucesos de sus armas en toda la Galia, y juzgando que con la campaña pasada quedaba sujeta y debeleda, determinó pasar el resto del verano en visitar la Aquitania, adonde él no había estado en persona, sino que le había rendido en parte por P. Craso. Se puso en marcha la vuelta de ella con dos legiones, y logró esto como todo lo demás con presteza y felicidad. Porque todas las ciudades de Aquitania le enviaron embajadores y le dieron rehenes. Lo cual hecho, partió hacia Narbona con una escolta de caballería, y destinó el ejército a los cuarteles de invierno al mando de sus tenientes. Colocó en la Galia bélgica cuatro legiones a cargo de los lugartenientes M. Antonio, C. Trebonio, P. Vatinio y Q. Tulio; dos envió a Autun, que eran los pueblos de más reputación y autoridad entre todos; otras dos alojó en Turena, cerca de Chartrain, para contener a toda la región confinante con el Océano, y las dos restantes en el Limosin, no lejos de Auvernia, para que no faltasen tropas en ninguna provincia de la Galia. Detúvose muy pocos días en la provincia; recorrió prontamente todas las audiencias; juzgó las diferencias públicas; repartió premios entre los beneméritos, porque tenía la mayor habilidad para conocer de qué ánimo había estado cada uno en la universal rebelión contra la república, a quién había contenido con la fidelidad y socorros de esta provincia; y concluida la visita, se restituyó a las legiones que invernaban en la Galia bélgica, y se alojó en Arras.

XLVII. Aquí supo que Comió había tenido un choque con su caballería; pues habiendo pasado Antonio a su cuartel de invierno, y estando los pueblos de Artois bajo nuestra obediencia, Comió, que después de aquella herida de que arriba se hizo mención, siempre había estado a la mira, para que si sus pueblos querían renovar la guerra no les faltase caudillo, se mantenía a sí y a un escuadrón de caballos con robos, interceptando con correrías diversos bastimentos que se conducían a los cuarteles de invierno de los romanos.

XLVIII. Estaba a las órdenes de Antonio en el mismo alojamiento el prefecto de caballería C. Voluseno Quadrato. Diole Antonio la comisión de perseguir la escolta del enemigo. Voluseno acompañaba el valor en que era muy señalado con el odio grande que profesaba a Comió, y así hacía con más gusto lo que se le mandaba. Dispuso, pues, varias celadas e hizo algunas salidas contra la caballería enemiga, en que llevó siempre lo mejor; pero últimamente, trabada una recia batalla y habiendo perseguido Voluseno a los contrarios con demasiado ardor por el deseo de acabar con Comió, llevado por éste algo lejos con precipitada fuga, invocó de repente la fidelidad y socorro de los suyos para que no dejasen sin venganza la herida que recibió con amistad fingida. Dijo, y revolviendo el caballo, se adelantó desapoderadamente sobre el prefecto. Todos los suyos, haciendo lo mismo, desbarataron y retiraron el corto número de los nuestros. Comió, apretando el caballo, llegó a encontrarse con el de Quadrato, y con la lanza en ristre, le pasó con gran fuerza un muslo. Herido el comandante, no dudaron los nuestros hacer frente a los enemigos; volvieron sobre ellos unidos todos, y los desbarataron. Muchos de los contrarios fueron heridos en el primer encuentro; otros murieron en la fuga, y parte quedaron prisioneros. El general se escapó por la velocidad del caballo, y el prefecto fue conducido a los reales herido gravemente y casi en el último riesgo de la vida. Mas Comió, o por haber satisfecho su resentimiento, o por haber perdido la mayor parte de los suyos, envió diputados a Antonio; y dándole rehenes, le aseguró que estaría a su obediencia donde le señalase; sólo le suplicó concediese a su temor el no ponerse delante de ningún romano. Antonio condescendió a esta pretensión, creyendo que nacía de un justo miedo, le perdonó, y recibió sus rehenes.

No ignoro que César hizo de cada año un comentario; mas yo be pensado que no debía hacer lo mismo; porque en el año siguiente en que fueron cónsules L. Paulo y C. Marcelo, no hubo suceso memorable en la Galia. Pero para que se sepa en qué parajes estuvo César y su ejército, he añadido estas pocas noticias al mismo comentario.

XLIX. Pasaba César el invierno en la Galia bélgica, sólo con el presupuesto de mantener la amistad de las ciudades y no dar a nadie esperanza o motivo de renovar la guerra. Porque nada menos deseaba que el que al tiempo de partir se le ofreciese alguna precisión de volver a tomar las armas, por no dejar algún movimiento, habiendo de licenciar el ejército, que excitase con gusto a toda la Galia, sin temor del peligro presente. Y así tratando honoríficamente a las ciudades, honrando con premios a las personas principales, no imponiendo nuevos tributos, contuvo en paz fácilmente, con la condición de una suave obediencia, a la Galia, trabajada con tantas batallas adversas.

L. Después de concluida la invernada, partió a largas marchas la vuelta de la Italia contra su costumbre, para hablar a las colonias y municipios y recomendarles la pretensión del sacerdocio que tenía su cuestor M. Antonio; en la cual se empeñaba, así por favorecer a un sujeto con quien tenía suma estrechez y a quien había enviado un poco antes a seguir su pretensión, como por resistir animosamente a la poderosa facción de algunos que con la repulsa de Antonio intentaban abatir la exaltación de César que le favorecía. Y aunque en el camino antes de llegar a Italia supo que Antonio estaba nombrado agorero, con todo pensó tener no menos justo motivo de visitar las colonias y municipios, para darles las gracias de haber interpuesto su asistencia a favor para con Antonio y para recomendarse a sí y a su empleo para el año siguiente; porque se vanagloriaban sus émulos con insolencia de que habían sido creados cónsules Lentulo y Marcelo con el fin de despojar a César de su honra y dignidad, habiendo quitado además el consulado a Sergio Galba, que había tenido más votos y crédito que ellos, por ser muy amigo suyo y su lugarteniente.

LI. Fue recibido César en todos los municipios y colonias con increíbles demostraciones de amor y estimación, por ser esta la primera vez que volvía de la conquista de toda la Galia. Nada quedaba que hacer de cuanto se podía inventar para el adorno de las puertas, caminos y lugares por donde había de pasar. A todas partes salía el pueblo con los hijos a recibirle, en todas partes se ofrecían sacrificios; ocupábanse las plazas y los templos con mesas prevenidas, igualándose la alegría a la del más deseado triunfo: tanta era la magnificencia en los más poderosos, y los afectos en los más humildes.

LII. Habiendo recorrido César toda la Galia tomada, volvió con prontitud a Arras a incorporarse a su ejército; y convocadas las legiones para los confines de Tréveris, partió hacia allá y las pasó revista. Dio a Tito Labieno el gobierno de la Lombardía para hacerle más recomendable en la pretensión del consulado. Él mismo marchaba sólo lo que le parecía suficiente para conservar la salud de las tropas mudando de país. Y aunque oía a menudo que sus émulos solicitaban a Labieno,
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y tenía noticia de que se trataba por consejo de unos pocos de quitarle una parte del ejército, interpuesta la autoridad del senado, con todo, ni creyó en Labieno mudanza alguna, ni se movió a hacer nada contra la autoridad del Senado, juzgando que alcanzaría fácilmente el logro de sus deseos estando libres los padres conscriptos para decir sus pareceres. Pues habiendo tomado a su cargo C. Curión, tribuno del pueblo, defender la causa y dignidad de César, había prometido muchas veces al Senado que si le causaban algún recelo las armas de César, supuesto que la dominación y tropas de Pompeyo ponían no poco pavor y grima en el Foro, dejasen uno y otro las armas, y licenciasen los ejércitos; de esta manera quedaría la ciudad libre y señora de sí misma. Mas no sólo prometió esto, sino que ya el Senado por sí se inclinaba a tomar este partido, cuando los cónsules y los amigos de Pompeyo se pusieron de por medio, y así dilatándolo, se separaron.

LIII. Era grande el testimonio de todo el Senado, y muy conforme a lo que antes había pasado. Porque hablando Marcelo el año antes contra la dignidad de César, dio parte antes de tiempo al Senado contra la ley de Pompeyo y Craso sobre las provincias de César; y dichos los pareceres, retirado Marcelo como cabeza de partido, pretendiendo acrecentar su dignidad con el odio de César, pasó el Senado a tratar de otras cosas muy diversas. Con estos sucesos no se aquietaban los ánimos de los enemigos de César, sino se excitaban a buscar nuevas amistades para obligar al Senado a aprobar lo que ellos tenían determinado.

LIV. Hízose después un decreto para que Pompeyo y César enviase cada uno una legión para la guerra de los partos, las cuales se le quitaron a César claramente. Porque Pompeyo dio como de su número la legión primera que había enviado a César, compuesta de gente joven escogida en la provincia; pero César, aunque nadie dudaba que era despojado por amor de los contrarios, envió la legión a Cn. Pompeyo, y mandó que de las suyas se entregase la decimoquinta, conforme a la orden del Senado, la cual estaba en Lombardía. En su lugar destacó a la Italia la legión decimotercia, para defensa de los presidios de donde salía la decimoquinta, y distribuyó su ejército por los cuarteles de invierno. Puso a C. Trebonio en la Galia bélgica con cuatro legiones; envió a C. Fabio con otras tantas a Autun; pensando que así estaba más segura la Galia, contenidos con las tropas los belgas, cuyo valor era el más respetado, y los autuneses, que por su autoridad daban la ley en toda la Galia. Él partió la vuelta de Italia, donde supo que las dos legiones que había enviado, las cuales, según la orden del Senado, debían destinarse a la guerra de los partos, habían sido entregadas por el cónsul Marcelo a Cn. Pompeyo, y retenidas en Italia. Con este hecho, aunque nadie dudaba que se trataba de tomar las armas contra César, con todo eso determinó éste sufrirlo todo mientras le quedaba alguna esperanza de disputar sus derechos en justicia, antes que romper la guerra. Pidió César
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al Senado que Pompeyo renunciase al poder, prometiendo imitarle; de lo contrario, añadió, César sabrá mantenerse digno de él y defenderá a su patria.

Notas de Napoleón al libro VIII

1. En esta campaña César no encontró resistencia más que en los beauveses; es que, efectivamente, estos pueblos no habían intervenido, o muy poco, en la guerra de Vercingetórige; no tuvieron frente a Alesia sino 10.000 hombres. Opusieron más resistencia, porque obraron con mayor prudencia y habilidad que lo habían hecho los galos hasta entonces; pero los otros no pusieron ninguna ni en Berri ni en Chartres; se apoderó de ellos el terror y cedieron. Cap. XX.

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