—¿Cómo no se me había ocurrido? —dijo Belgarath algo avergonzado.
—Estabas demasiado ocupado intentando recordar todas las palabrotas que has oído en tu vida —respondió Beldin encogiéndose de hombros.
—¿Puedes usar el amuleto y conducir el carruaje al mismo tiempo? —le preguntó Polgara a la menuda reina.
—Puedo intentarlo, Polgara —respondió Ce'Nedra sin demasiada convicción.
Levantó el cachorrillo de su regazo y lo colocó junto a su madre.
—Marchémonos —dijo Belgarath.
Se apartaron del camino y trotaron a campo traviesa, sobre la alta hierba marchita. Después de recorrer unos cuantos metros, Ce'Nedra llamó a Polgara.
—No funciona, Polgara —dijo—. El terreno es demasiado escarpado y necesito sujetar las riendas con las dos manos.
Se detuvieron.
—No hay problema —dijo Velvet—. Yo tiraré del caballo del carruaje para que Ce'Nedra pueda concentrarse en lo que hace.
—Es peligroso —objetó Belgarath—. Si el caballo da un respingo, te arrojará de la silla y el carruaje te arrollará.
—¿Alguna vez me has visto caer de un caballo, venerable anciano? —preguntó ella—. No te preocupes, estaré bien.
La joven se acercó al caballo del carruaje y sostuvo sus riendas. Comenzó a avanzar despacio y luego apuró el paso. Polgara cabalgaba junto al cabriolé y Ce'Nedra apretaba el amuleto en una mano con una mueca de concentración en la cara.
—¿Escuchas algo? —preguntó Polgara.
—Escucho muchas conversaciones casuales, Polgara —respondió la menuda reina—. Hay demasiada gente. Espera —dijo de repente—, creo que he ubicado a Nahaz. Su voz es difícil de olvidar —añadió con una mueca de disgusto—. Me parece que habla con los generales de Urvon. Han enviado a investigar a los sabuesos y saben que se acercan los elefantes.
—¿Podrás volver a localizarlos? —preguntó Belgarath.
—Eso creo. Una vez que encuentro a alguien, puedo volver a localizarlo con bastante facilidad.
—Bien. Intenta descubrir si los generales darshivanos saben que Urvon está delante de ellos. Si se va a librar una batalla, quiero saber exactamente dónde ocurrirá.
Ce'Nedra se giró ligeramente, con el amuleto firmemente apretado en la mano. Luego cerró los ojos y, un instante después, volvió a abrirlos.
—Ojalá se callaran la boca —protestó.
—¿A quién te refieres?
—A los jinetes de los elefantes. Hablan más que un montón de viejas. ¡Un momento! ¡Ya los tengo! —Escuchó durante unos instantes mientras el carruaje traqueteaba sobre el terreno irregular—. Los oficiales darshivanos están muy preocupados —informó—. Saben que Urvon está en las montañas, pero no conocen su situación exacta. Ninguno de sus exploradores ha regresado para informarles.
—Los sabuesos se estarán encargando de eso —dijo Seda.
—¿Cuáles son los planes de los darshivanos? —preguntó Belgarath.
—Están indecisos. Avanzarán con cautela y enviarán más exploradores.
—De acuerdo. Ahora veamos si puedes volver a localizar a Nahaz.
—Lo intentaré. —Ce'Nedra volvió a cerrar los ojos—. ¡Oh, es nauseabundo! —exclamó después de un instante.
—¿Qué ocurre, cariño? —le preguntó Polgara.
—Los karands han encontrado un barranco estrecho. Conducirán a los elefantes hacia allí y luego les arrojarán rocas y arbustos encendidos desde lo alto. —Escuchó unos minutos más—. Cuando hayan eliminado a los elefantes, todo el ejército bajará de las montañas y atacará al resto de los darshivanos.
—¿Urvon está allí? —preguntó Beldin con los ojos llenos de interés.
—No. Se ha escondido en algún lugar. Está delirando.
—Será mejor que localices ese barranco —le dijo Belgarath a Beldin—, pues allí se va a librar la batalla. Quiero asegurarme de que será detrás de nosotros y no delante.
—De acuerdo —asintió Beldin, mientras se acuclillaba y abría los brazos—. Permanece en contacto —sugirió mientras comenzaba a transformarse.
Siguieron cabalgando a paso cauteloso y Garion se ató el escudo.
—¿Crees que eso te ayudará si nos encontramos con un ejército entero? —le preguntó Zakath.
—Es probable que no, pero tampoco me hará daño.
Belgarath cabalgaba con la cara alzada hacia el cielo nuboso. Garion notó que intentaba comunicarse con el pensamiento.
—No tan alto, padre —dijo Polgara—. Estamos rodeados de grolims.
—Mejor —respondió el anciano—, así ninguno sabrá quién hace el ruido. Pensarán que es algún otro grolim.
Cabalgaban despacio y todas las miradas estaban fijas en el anciano hechicero.
—¡Al norte! —exclamó por fin—. Beldin ha encontrado el barranco de la emboscada y está detrás de nosotros. Si nos damos un poco de prisa, en poco tiempo estaremos lejos de los dos ejércitos.
—Entonces ¿por qué no empezamos a correr ahora mismo?
Galopaban hacia el sur a través del desolado paisaje de Darshiva. Una vez más, Velvet tiraba del caballo de Ce'Nedra. La joven reina se aferraba con una mano al carruaje y con la otra apretaba el amuleto.
—Los darshivanos aún no saben que Urvon les prepara una emboscada —gritó.
—Supongo que lo descubrirán pronto —respondió Seda.
—¿A qué distancia está la frontera de Gandahar? —le preguntó Garion a Zakath.
—A unos cien kilómetros.
—Abuelo —dijo Garion—, ¿es preciso que vayamos tan al sur?
—Tal vez no —respondió el anciano—. Beldin está allí arriba. En cuanto hayamos dejado atrás a los exploradores de Urvon, nos conducirá a las montañas. No tengo ningún interés en explorar Gandahar, ¿y tú?
—Yo tampoco.
Siguieron cabalgando. La capa de nubes que cubría el cielo se volvió aun más densa y Garion sintió unas gotas de lluvia fría sobre la cara.
Cuando llegaron a lo alto de una colina, Belgarath se apoyó sobre los estribos de su caballo para observar el panorama.
—Allí —dijo Belgarath, señalando hacia un valle—. Está volando en círculos.
Garion miró hacia un pequeño valle situado al otro lado de la colina. Un pájaro solitario, apenas un pequeño punto negro en la distancia, parecía suspendido lánguidamente en el aire. Cuando descendieron la colina, el pájaro se giró y voló hacia el oeste con un lento aleteo. Los demás también giraron y lo siguieron.
La lluvia intermitente se convirtió en una llovizna fría y oscureció el paisaje con una densa neblina.
—¿No os encanta cabalgar bajo la lluvia? —preguntó Seda con ironía.
—En estas circunstancias, sí —respondió Sadi—. La lluvia no es tan efectiva como la niebla, pero dificulta la visibilidad, y hay un montón de gente buscándonos.
—Tienes razón —admitió Seda mientras se arropaba con su capa.
El suelo se llenó de rocas erosionadas por el tiempo y el terreno se volvió cada vez más escarpado. Después de media hora de dura cabalgata, Beldin los condujo a un pequeño barranco. A medida que avanzaban, las paredes del barranco se hacían más altas y empinadas. Pronto se encontraron sobre una estrecha cañada rocosa.
Ya era media tarde y todos estaban empapados. Garion se secó la cara y miró al frente. Al oeste, el cielo parecía más luminoso, como si prometiera despejarse. Hasta entonces no había reparado en cuánto lo deprimía la persistente penumbra de Darshiva. Espoleó a Chretienne para que corriera, convencido de que si alcanzaban la luz del sol estarían a salvo.
Beldin los aguardaba al otro lado de una curva. El cabello enmarañado del enano caía en mechones empapados sobre sus hombros y su barba chorreaba agua.
—No deberíais correr tanto —gruñó—. Os he oído venir a un kilómetro de distancia y no estamos solos en estas colinas.
Garion tiró de las riendas de Chretienne de mala gana.
—¿Adonde conduce exactamente esta cañada? —le preguntó Belgarath al jorobado.
—Tiene muchas curvas, pero por fin se abre en un cerro. Si a partir de allí seguimos hacia el norte, nos encontraremos con la ruta de las caravanas. Es el camino más rápido para llegar a Dalasia.
—El problema es que todo el mundo lo sabe.
—No te preocupes. Les llevaremos al menos un día de ventaja. Ellos aún tienen que librar una batalla.
—¿Vas a seguir explorando el terreno?
—No hasta que pare de llover. Tengo las plumas tan mojadas que necesitaría una grúa para levantarme del suelo. Ah, otra cosa. Cuando lleguemos a aquel cerro, deberemos ir con cuidado pues estaremos a sólo diez kilómetros del lugar de la emboscada.
—Tu elección del camino deja mucho que desear —dijo Belgarath—. Si a alguien se le ocurre mirar hacia arriba, tendremos a la mitad del ejército de Urvon pegado a nuestros talones.
—No, a no ser que puedan volar. Hace varios milenios, un terremoto abrió la tierra al otro lado de ese cerro y ahora hay un precipicio.
—¿De qué profundidad?
—La suficiente... Unos trescientos metros.
—¿A qué distancia está la ruta de las caravanas?
—A sesenta y cinco kilómetros del final de la cañada.
—Supongo que al norte del lugar donde está el ejército de Urvon...
—Sí, bastante más al norte.
—¿Cómo es que Nahaz pasó de largo? ¿Por qué no giró hacia el oeste?
—Tal vez quería evitar que los darshivanos lo persiguieran con sus elefantes. Además, Nahaz es un demonio y no creo que quisiera desaprovechar la oportunidad de participar en una masacre.
—Quizá. ¿Crees que la batalla comenzará esta tarde?
—Lo dudo. Los elefantes no son tan veloces y los darshivanos avanzan con cautela. Pronto se detendrán para pasar la noche. Sin embargo, mañana a primera hora las cosas comenzarán a animarse.
—Tal vez podamos dejar atrás el sitio de la emboscada durante la noche.
—Yo no lo recomendaría. No podríais encender antorchas y el precipicio es muy abrupto. Si tropezáis, caeréis directamente al Magan.
Belgarath gruñó.
—¿Estás seguro de que no puedes volar? —preguntó.
—Ahora mismo no podría elevarme en el aire ni con una catapulta.
—¿Por qué no te transformas en un pato?
—¿Y tú por qué no te metes en tus asuntos?
—De acuerdo, Garion —dijo Belgarath con resignación—, supongo que ahora todo depende de nosotros.
Desmontó y se alejó unos pasos. Garion suspiró y lo siguió.
Exploraron el empapado terreno con el oído y el olfato. Al atardecer, las paredes de la cañada comenzaron a abrirse y avistaron la cima del monte. Una vez que la alcanzaron, giraron hacia el norte bajo la llovizna menguante.
—Abuelo, creo que allí hay una cueva —dijo Garion señalando con el hocico una abertura en la roca.
—Echemos un vistazo.
Era una abertura estrecha, apenas una grieta ancha, y la cueva no parecía demasiado amplia. Sin embargo, era profunda y se perdía en la roca. Se asemejaba más a un pasillo largo que a una habitación.
—¿Qué opinas? —preguntó Garion mientras los dos escudriñaban la oscuridad desde la entrada.
—Es un buen sitio para protegernos de la lluvia y refugiarnos durante la noche. Ve a buscar a los demás mientras yo intento encender fuego.
Garion se volvió y regresó por donde había venido. La lluvia estaba escampando pero había comenzado a soplar el viento y hacía más frío.
Garion se unió a los demás, que subían con cautela por la cañada.
—¿Otra cueva? —preguntó Seda con voz lastimera cuando Garion les informó de su hallazgo.
—Yo te cogeré de la mano, Kheldar —ofreció Liselle. .
—Te agradezco la atención, Liselle, pero no creo que eso ayude. Odio las cuevas.
—Algún día tendrás que contarme la razón.
—No, no creo que lo haga. Prefiero no hablar de ese tema. Ni siquiera me gusta pensar en él.
Garion los guió por el estrecho sendero que conducía a la cueva en la cima del cerro. El carruaje de Ce'Nedra traqueteaba sobre el suelo rocoso. La expresión de alegría que reflejaba su rostro al apoderarse del cabriolé había desaparecido y ahora la joven reina viajaba con resignación, aunque aún se sobresaltaba con cada pozo.
—¡Vaya caverna! —dijo Beldin con desprecio cuando llegaron junto al agujero en la roca.
—Si lo prefieres, puedes dormir fuera —señaló Belgarath.
—Tendremos que poner anteojeras a los caballos para hacerlos entrar —observó Durnik—. En cuanto vean esa abertura se negarán a intentarlo.
—Yo comparto sus sentimientos —dijo Seda—. Es sorprendente lo inteligentes que pueden llegar a ser los caballos.
—Será imposible entrar el carruaje —señaló Sadi.
—Podemos taparlo con lona de las tiendas y cubrirlo con polvo —dijo Durnik— De ese modo no se verá..., al menos en la oscuridad.
—Entremos —dijo Belgarath—. Tenemos que estar todos dentro antes de que oscurezca.
Tardaron casi media hora en entrar los reticentes caballos al interior de la estrecha cueva. Luego Durnik cubrió la entrada con lona y volvió a salir para ayudar a Eriond y Toth a ocultar el carruaje.
La loba entró cojeando en la cueva, seguida por su alegre retoño. Desde que se alimentaba con regularidad, el apático animalito se había vuelto juguetón. Garion notó que la madre también empezaba a engordar y que su piel se veía más sana y brillante.
—Una madriguera excelente —observó la loba—. ¿Saldremos a cazar desde aquí?
—No, pequeña hermana —respondió Polgara mientras removía la pequeña olla de hierbas que hervía en el fuego—. Tenemos cosas que hacer en otro sitio. Ahora déjame ver tu pata. —La loba se tendió obedientemente junto al fuego y extendió la pata herida. Polgara le retiró el vendaje con delicadeza y examinó las úlceras—. Está mucho mejor, pronto habrá sanado. ¿Todavía te hace daño?
—El dolor puede soportarse —respondió la loba con indiferencia—. No tiene importancia.
—Pero su intensidad nos dice cuánto tiempo tardará una herida en sanar.
—Eso es verdad —admitió la loba—, yo he llegado a la misma conclusión en otras ocasiones. Ahora hace menos daño. Creo que pronto dejará de doler.
Polgara bañó la pata herida en la olorosa infusión, luego mezcló las hierbas con jabón y azúcar, aplicó la pasta resultante sobre la herida y la cubrió con un nuevo vendaje.
—Ya no tendremos que volver a hacer esto, pequeña hermana —le dijo a su paciente—. La herida casi ha sanado.
—Estoy muy agradecida —dijo la loba con sencillez—. ¿Podré andar cuando vuelva la luz? La criatura que corre con patas redondas es muy incómoda y la hembra que la conduce habla demasiado.