Los guardianes del templo llegaron a la cima a todo galope. Garion notó que esta vez los hombres vestidos con cotas de malla no llevaban lanzas, sino espadas y escudos. Se detuvieron un instante para evaluar la situación y luego atacaron. El sabueso llegó primero, emitiendo un temible gruñido que dejaba todos sus dientes al descubierto. Sadi corrió a su encuentro con un puñado de polvo en la mano. Cuando el sabueso se incorporó sobre las patas traseras para arrojar al eunuco de su caballo, Sadi le arrojó el polvo a la cara con frío aplomo. El sabueso sacudió la enorme cabeza para despejarse los ojos y estornudó una vez. Entonces sus ojos se desorbitaron y su gruñido se convirtió en un gemido de pánico. Luego emitió un aullido casi humano, se giró y huyó despavorido entre gritos de terror.
—¡Adelante! —gritó Garion mientras cabalgaba hacia los guardianes del templo.
Eran contrincantes más peligrosos que los darshivanos, y con ellos las opciones se reducían a matar o morir. Un individuo algo más grande que sus compañeros comandaba la partida sobre un enorme caballo de guerra, pero Garion lo arrojó del caballo con un simple golpe de su espada Puño de Hierro.
El joven rey de Riva oyó el ruido del acero al chocar contra el acero a su izquierda, pero no se atrevió a desviar la mirada de los guardianes que avanzaban hacia él. Hirió a dos más; Chretienne atropelló al caballo de un tercero y arrojó al suelo al jinete. Garion se abrió paso entre las filas enemigas y se giró. Zakath estaba en situación comprometida entre dos guardianes del templo. Por lo visto, había derribado a uno, pero entonces otros dos se habían acercado a él desde ambos lados. Garion espoleó a Chretienne, con la intención de acudir en ayuda de su amigo, pero Toth ya estaba allí. Con una enorme manaza levantó a uno de los atacantes de la silla y lo arrojó de cabeza sobre una roca que se alzaba junto al camino. Entonces Zakath se volvió hacia el otro enemigo y, tras un par de diestros golpes, lo apuñaló con su cuchillo.
Mientras tanto, las dagas de Seda cumplían con su mortífero cometido. Un guardián del templo corría en círculos sobre su caballo, doblado sobre su montura y aferrado a la empuñadura del cuchillo que le sobresalía del estómago. Luego el pequeño y ágil drasniano saltó sobre el caballo de un confundido guardián, y con un amplio movimiento del brazo clavó una daga en el cuello del individuo. El guardián del templo se desplomó en el suelo mientras la sangre manaba a borbotones de su boca.
Los últimos dos hombres intentaron huir, pero Durnik y Beldin los persiguieron y los derribaron con la porra y el hacha. Ambos cayeron sin sentido de sus caballos y se revolvieron sobre el polvoriento camino con movimientos convulsivos.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Garion a Zakath.
—Estoy bien, Garion —respondió el malloreano agitado.
—Parece que estás recuperando la práctica.
—He tenido bastantes incentivos para hacerlo —dijo Zakath mirando con aire crítico a los cuerpos tendidos sobre el camino—. Cuando todo esto acabe, ordenaré que desmantelen esta organización —dijo—. No me gustan los ejércitos privados.
—¿Ha escapado alguno? —preguntó Seda mientras echaba un vistazo alrededor.
—Ninguno —respondió Durnik.
—Bien. No hubiera sido conveniente que fueran a buscar ayuda. ¿Qué estarían haciendo tan al sur? —preguntó.
—Quizás intentaran provocar disturbios para alejar a los soldados darshivanos de las tropas principales de Urvon —respondió Belgarath—. Creo que de ahora en adelante deberemos permanecer alerta. Esta zona puede llenarse de soldados en cualquier momento. —Miró a Beldin—. ¿Por qué no echas un vistazo por los alrededores? —dijo—. Intenta descubrir qué hace Urvon y dónde están los darshivanos. Debemos evitar quedar atrapados entre los dos.
—Me llevará algún tiempo —contestó el jorobado—. Darshiva es un sitio muy grande.
—Entonces será mejor que te marches cuanto antes, ¿no crees?
Aquella noche se refugiaron entre las ruinas de otra aldea abandonada. Belgarath y Garion registraron los alrededores, pero estaban desiertos. A la mañana siguiente, los dos lobos tomaron la delantera para prevenir cualquier problema, pero tampoco encontraron a nadie.
Beldin regresó al atardecer.
—Urvon ha rebasado el flanco de tu ejército —le dijo a Zakath—. Por lo visto tiene al menos un general que sabe lo que hace. Ahora sus tropas están en las montañas dalasianas y vienen hacia el sur a marcha forzada. Atesca tuvo que quedarse cerca de la costa para enfrentarse con los darshivanos y sus elefantes.
—¿Has visto a Urvon? —le preguntó Belgarath.
—¡Oh, sí! —dijo Beldin con una risita desagradable—. Está absolutamente loco. Dos docenas de soldados lo llevan sobre un trono mientras él hace trucos de salón para demostrar que es un dios. No creo que en estos momentos tenga suficiente poder para marchitar una flor.
—¿Nahaz está con él?
Beldin asintió.
—Justo detrás de él, murmurando a su oído. Yo diría que no quiere perder el control de su marioneta. Si Urvon comenzara a dar órdenes equivocadas, su ejército podría acabar vagando entre esas montañas durante años.
—Hay algo que no parece encajar —señaló Belgarath con una mueca de preocupación—. Según nuestra información, Mordja y Nahaz deberían estar luchando entre sí.
—Quizá ya lo hayan hecho —opinó el jorobado encogiéndose de hombros— y Mordja perdió.
—Lo dudo. Una cosa así habría provocado mucho ruido y lo habríamos oído.
—¿Quién puede conocer los motivos de los demonios? —dijo Beldin, ceñudo, mientras se rascaba la enmarañada cabeza—. Aceptémoslo, Belgarath. Tanto Zandramas como Nahaz saben que tienen que ir a Kell y esto se convertirá en una verdadera carrera. Todos intentamos ser los primeros en llegar ante Cyradis.
—Tengo la impresión de que me olvido de algo —dijo Belgarath—. Algo importante.
—Ya lo recordarás. Es probable que te lleve un par de meses, pero lo harás.
Belgarath hizo caso omiso del comentario.
La densa capa de humo comenzó a desvanecerse a medida que caía la tarde, pero la persistente penumbra subsistió. Darshiva seguía siendo una tierra de árboles marchitos, setas y agua estancada. Este último elemento acabó por convertirse en un problema. Las reservas de agua que habían traído desde el campamento malloreano se habían agotado. Al caer la noche, los demás continuaron por el camino mientras Belgarath y Garion exploraban el terreno, esta vez con la intención de encontrar agua más que de prevenir problemas. Sus aguzados olfatos detectaban con facilidad el hedor de los charcos estancados y los dos lobos pasaban a su lado sin reducir la marcha.
En un bosque marchito de árboles blancos y altos, Garion se encontró con otro lobo. Era una hembra delgada y sucia con la pata izquierda herida. La loba lo miró con recelo y le mostró los dientes a modo de advertencia.
Garion se sentó sobre las ancas para demostrar sus intenciones pacíficas.
—¿Qué haces aquí? —preguntó ella en el lenguaje de los lobos.
—Voy de un sitio a otro —respondió él con cortesía—. No tengo intenciones de cazar en tu territorio, pero busco agua fresca.
—El agua fresca brota del suelo al otro lado de esa tierra alta —dijo ella mirando hacia una colina que se alzaba en medio del bosque—. Bebe todo lo que necesites.
—Estoy acompañado —advirtió Garion.
—¿Por tu jauría? —Ella se acercó con cautela y lo olió—. Huelo a humanos —dijo con tono acusador.
—Algunos miembros de mi jauría son humanos —admitió él—. ¿Y dónde está la tuya?
—Se ha ido —respondió ella—. Cuando no quedaron criaturas para cazar, todos se marcharon a la montaña —añadió mientras se lamía la pata herida—, pero yo no pude seguirlos.
—¿Dónde está tu compañero?
—El ya no corre ni caza. De vez en cuando voy a visitar sus huesos.
Lo dijo con tal simpleza y dignidad, que Garion sintió un nudo en la garganta.
—¿Cómo puedes cazar con esa pata herida?
—Me echo a esperar criaturas imprudentes, pero siempre son muy pequeñas y no he comido lo suficiente como para saciarme desde hace muchas estaciones.
—Abuelo —llamó Garion con el pensamiento—, te necesito.
—¿Problemas? —preguntó el anciano.
—No del tipo que crees. He encontrado agua, pero no vengas aquí corriendo porque la asustarías.
—¿A quién?
—Lo comprenderás cuando llegues aquí. ¿Con quién hablabas? —preguntó ella.
—¿Lo has oído? —dijo él asombrado.
—No, pero tu postura indicaba que hablabas con alguien.
—Luego podremos hablar de eso. El jefe de mi jauría viene hacia aquí. Debe tomar decisiones.
—Es lo apropiado —dijo ella mientras se echaba sobre su vientre y continuaba lamiéndose la pata.
—¿Cómo te hiciste esa herida?
—Los humanos ocultan cosas bajo las hojas. Yo tropecé con una de esas cosas y me mordió la pata. Sus mandíbulas eran muy fuertes.
Belgarath llegó trotando al bosque marchito. Por fin se detuvo y se sentó sobre sus ancas con la lengua afuera.
La loba apoyó el hocico en el suelo en un dócil gesto de respeto.
—¿Qué ocurre? —le dijo Belgarath a Garion con el pensamiento.
—Se pilló la pata en una trampa. Su jauría huyó y su compañero murió. Está herida y hambrienta.
—Esas cosas pasan.
—No pienso dejarla morir.
Belgarath lo miró fija y largamente.
—Supuse que no lo harías —respondió—. Si la hubieras dejado me habrías defraudado. —Se acercó a la loba—. ¿Cómo estás, pequeña hermana? —le preguntó en el lenguaje de los lobos mientras la olfateaba.
—No muy bien, venerable jefe —suspiró ella—, creo que no cazaré durante mucho tiempo más.
—Te unirás a mi jauría y te curaremos la herida. Te traeremos toda la carne que necesites. ¿Dónde están tus pequeños? Puedo olerlos en tu piel.
Garion dejó escapar un pequeño gemido de asombro.
—Sólo queda uno —respondió la loba— y está muy débil.
—Tráelo con nosotros —dijo él—. Le devolveremos las fuerzas.
—Como tú digas, venerable jefe —dijo ella con instintiva docilidad.
—Pol —dijo Belgarath con el pensamiento—. Toma la forma de tu madre y ven aquí.
El tono autoritario de su voz era cortante y mucho más propio de un lobo que de un ser humano.
—Sí padre —respondió Polgara tras un silencio cargado de asombro.
Un momento después, cuando llegó la hechicera, Garion la reconoció por el característico mechón blanco encima de la ceja izquierda.
—¿Qué ocurre padre? —preguntó ella.
—Nuestra pequeña hermana está herida —le explicó él—. Es su pata izquierda. ¿Podrías curarla?
Polgara se acercó a la loba y le olió la pata.
—Está ulcerada —dijo con el pensamiento— pero no hay fracturas. Sanará con varios días de cataplasmas.
—Entonces hazlo. También tiene un cachorrillo y tendremos que encontrarlo.
Ella lo miró con una expresión inquisitiva en los ojos dorados.
—Ella y su cachorro se unirán a nuestra jauría —dijo con el pensamiento—. En realidad, ha sido idea de Garion. Se niega a dejarla atrás.
—Es una idea muy noble, ¿pero te parece práctica?
—Quizá no, pero es su decisión. Él cree que es lo correcto y yo lo apoyo. Sin embargo, tendrás que explicarle ciertas cosas. No tiene demasiadas razones para confiar en los hombres y no quiero que se aterrorice cuando lleguen los demás. —Se volvió hacia la loba—. Todo se arreglará, pequeña hermana —dijo—. Ahora vayamos a buscar a tu pequeño.
El cachorrillo estaba tan débil que no podía mantenerse en pie, de modo que Polgara recurrió al sencillo y expeditivo método de cogerlo del cuello con las mandíbulas para sacarlo de su madriguera.
—Ve a esperar a los demás —le ordenó a Garion—, pero no permitas que se acerquen hasta que haya tenido tiempo de hablar con nuestra pequeña hermana. Trae comida. Pon toda la que puedas en un saco y tráela enseguida.
—Sí, tía Pol —respondió él.
Luego corrió hacia el camino, recuperó su forma natural y esperó a sus amigos.
—Tenemos un pequeño problema —les dijo cuando llegaron—. Hemos encontrado a una hembra herida en aquel bosque. Está hambrienta y lleva consigo a un pequeño.
—¿Un bebé? —preguntó Ce'Nedra, emocionada.
—No exactamente —dijo él mientras comenzaba a llenar un fuerte saco de lona con carne y queso.
—Pero acabas de decir...
—Es un cachorrillo, Ce'Nedra, y la hembra es una loba.
—¿Qué?
—Una loba. Se pilló la pata en una trampa, y puesto que no puede correr tampoco puede cazar. Vendrá con nosotros, al menos hasta que se cure la pata.
—Pero...
—Nada de peros. Vendrá con nosotros. Durnik, ¿se te ocurre alguna forma de llevarla sin que los caballos se asusten?
—Ya pensaré en algo —respondió el herrero.
—¿No crees que no es el momento oportuno para acciones altruistas? —preguntó Sadi con delicadeza.
—No —respondió Garion mientras ataba el saco—, no lo creo. En medio del bosque hay una colina. Esperad de este lado hasta que podamos convencerla de que no pretendemos hacerle daño. Del otro lado hay agua, pero está demasiado cerca de su madriguera, así que tendremos que esperar un rato antes de dar de beber a los caballos.
—¿Por qué estás tan enfadado? —le preguntó Seda.
—Si tuviera tiempo, cogería al hombre que puso la trampa y le rompería una pierna... en varios trozos. Ahora debo regresar. La loba y el cachorrillo tienen mucha hambre.
Garion se cargó el saco al hombro y comenzó a andar con esfuerzo. Sabía que aquella furia era irracional y que no justificaba su brusca actitud con Ce'Nedra y los demás, pero no había podido evitarlo. La serena resignación de la loba a la idea de la muerte y su dolor por la pérdida de su compañero le habían roto el corazón y la furia le ayudaba a contener las lágrimas.
Resultaba difícil para un lobo cargar un saco, y Garion perdió el equilibrio en varias ocasiones. Sin embargo, se esforzó por mantener la cabeza alta para evitar que la comida cayera al suelo.
Cuando llegó a la madriguera, Polgara y Belgarath conversaban con la loba herida, que los escuchaba con una expresión de incredulidad en los ojos.
—No puede aceptarlo —dijo Polgara.
—¿Cree que mientes? —preguntó Garion mientras dejaba el saco.
—Los lobos no comprenden el sentido de esa palabra. Cree que estamos equivocados. Tendremos que demostrárselo. Puesto que te conoció antes que a nadie, tal vez te tenga más confianza, así que transfórmate. De todos modos, necesitarás las manos para desatar el saco.