Read La importancia de llamarse Ernesto Online

Authors: Oscar Wilde

Tags: #Humor, teatro

La importancia de llamarse Ernesto (6 page)

BOOK: La importancia de llamarse Ernesto
8.22Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Entra Merriman.

MERRIMAN.—He dejado el equipaje del señor Ernesto en la pieza contigua a la del señor. Supongo que he hecho lo correcto.

JACK.—¿El qué?

MERRIMAN.—El equipaje del señor Ernesto. Lo he desempacado y lo he dejado en la pieza contigua a la de usted.

JACK.—¿Su equipaje?

MERRIMAN.—Sí, señor. Tres baúles, un estuche de viaje, dos cajas de sombreros y una fiambrera grande.

ALGERNON.—Me da mucha pena no poder quedarme más de una semana.

JACK.—Merriman, ordene que enganchen el coche en seguida. El señor Ernesto ha de volver rápidamente a Londres.

MERRIMAN.—Está bien, señor.
(Vuelve a la casa)

ALGERNON.—¡Eres el más infame de los mentirosos, Jack! No tengo que volver a Londres en absoluto.

JACK.—Para mí, sí tienes que volver a la ciudad.

ALGERNON.—No sabía yo que me llamase alguien.

JACK.—El deber de caballero te llama allí.

ALGERNON.—Mis deberes de caballero nunca han interferido en mis diversiones.

JACK.—No comprendo lo que dices.

ALGERNON.—Está bien, Cecilia es encantadora.

JACK.—Te prohíbo que hables así de la señorita Cardew; me molesta muchísimo.

ALGERNON.—Está bien, pero a mí me desagrada mucho tu traje. Te da un aspecto absolutamente ridículo. ¿Por qué demonios no vas a cambiarte? Es totalmente absurdo vestir de luto riguroso por un hombre que va a pasarse toda una semana contigo, en tu casa, como huésped. Para mí esto es grotesco.

JACK.—Puedes asegurar que no te quedarás conmigo toda una semana como invitado ni como nada. Tienes que marcharte… en el tren de las cuatro y cinco.

ALGERNON.—Mientras estés de luto no me marcharé. Sería la mayor falta de amistad. Si yo estuviera de luto, te quedarías acompañándome, supongo. Y si no lo hicieras, me parecería una gran descortesía de tu parte.

JACK.—Bueno, ¿te marcharás si me cambio este atuendo luctuoso?

ALGERNON.—Sí, pero con tal que no tardes mucho. Jamás he visto a alguien que tarde tanto en vestirse y con un resultado tan lamentable.

JACK.—Bueno, después de todo, mejor es vestir así que usar esos atuendos tan extravagantes que siempre te pones.

ALGERNON.—Si algunas veces mis ropas son extravagantes, eso lo compenso siendo exageradamente educado.

JACK.—Tu soberbia es ridícula; tu comportamiento, un agravio, y tu presencia en mi jardín, totalmente absurda. De todas formas, tendrás que marcharte en el tren de las cuatro y cinco, y ojalá que tengas un buen viaje de regreso a Londres. Este bunburismo, como lo llamas, ha sido desastroso para ti.
(Entra en la casa.)

ALGERNON.—Pues pienso que ha sido todo lo contrario. Estoy enamorado de Cecilia, y esto es todo.
(Entra Cecilia por el fondo del jardín. Toma la regadera y comienza a regar las flores.)
Sin embargo, es necesario que la vea antes de irme, y realizar las gestiones para otro día de bunburismo. ¡Ah, aquí está!

CECILIA.—¡Oh!, únicamente he regresado a regar las flores. Creí que estaba usted con el tío Jack.

ALGERNON.—Pues ya ves que no, él ha ido a ordenar que enganchen el coche para mí.

CECILIA.—¿Lo llevará de paseo?

ALGERNON.—No; me enviará a Londres.

CECILIA.—¿Entonces, tenemos que separamos?

ALGERNON.—Eso temo. Será una separación muy dolorosa.

CECILIA.—Siempre es muy triste separarse de las personas que uno ha conocido recientemente. La ausencia de las viejas amistades la puede uno tolerar con serenidad. Sin embargo, una separación momentánea, de una persona que acaban de presentamos, es casi intolerable.

ALGERNON.—Gracias.

Entra Merriman.

MERRIMAN.—El coche lo espera en la puerta, señor.

Algernon mira suplicante a Cecilia.

CECILIA.—Pida que espere… cinco minutos, Merriman.

MERRIMAN.—Se lo diré, señorita.
(Se retira.)

ALGERNON.—Espero, Cecilia, que no la ofenderé si le declaro con toda sinceridad que me parece en todos los aspectos la personificación de la perfección absoluta.

CECILIA.—Creo que su sinceridad le honra mucho, Ernesto. Y si no se molesta^ copiaré sus opiniónes en mi diario.
(Camina hacia la mesa y comienza a escribir en su diario.)

ALGERNON.—En verdad, ¿lleva usted un diario? Daría cualquier cosa por echarle un vistazo. ¿Me permite hacerlo?

CECILIA.—¡Oh, no!
(Y con su mano evita que Algernon lo tome.)
Comprenderá que éstas son simples anotaciones de pensamientos e impresiones de una muchacha demasiado joven, y que está hecho, por lo tanto, para ser publicado. Cuando aparezca en volumen, esporo que encargue un ejemplar. Pero le suplico que prosiga, Ernesto, pues me encanta escribir al dictado. He llegado hasta la «perfección absoluta». Puede continuar. Estoy lista para seguir escribiendo.

ALGERNON.—
(confundido)
¡Ejem, ejem!

CECILIA.—¡Oh, no tosa, Ernesto! Cuando uno dicta, se debe hablar, no toser. Además, no sé cómo se escribe tos.
(Escribe mientras Algernon habla.)

ALGERNON.—
(hablando velozmente)
Cecilia, desde la primera vez que vi su inigualable hermosura, me he atrevido a amarla con desesperada pasión y fervor.

CECILIA.—Creo que no es correcto que me diga que me ama con desesperada pasión y fervor, pues esto no parece tener mucho sentido, ¿verdad?

ALGERNON.—¡Cecilia!

Entra Merriman.

MERRIMAN.—Señor, el coche sigue esperándolo.

ALGERNON.—Ordénele que regrese la semana próxima, a esta misma hora.

MERRIMAN.—
(observando a Cecilia, que no se turba)
Está bien, señor.

CECILIA.—Mi tío Jack se enfadará mucho si se enterara de que usted se quedará hasta la semana próxima, a la misma hora.

ALGERNON.—¡Oh!, no me inquieta lo que piense o cómo actúe Jack. La única que me importa eres tú. Te amo, Cecilia ¿Quieres ser mi esposa?

CECILIA.—¡Qué muchacho tan torpe! Claro que quiero ser tu esposa Como que somos novios desde hace tres meses.

ALGERNON.—¿Desde hace tres meses?

CECILIA.—Efectivamente, él jueves cumpliremos exactamente tres meses.

ALGERNON.—Pero, ¿me podrías decir cómo nos hemos comprometido?

CECILIA.—Desde la primera vez que mi adorado tío Jack nos reveló que tenía un hermano menor muy cruel y perverso, tú, lógicamente, has sido el principal tema de conversación entre la señorita Prism y yo. Y, naturalmente, un hombre de quien se habla mucho resulta siempre muy atrayente. Una intuye que debe haber algo en él, después de todo. Admito que fue una estupidez de mi parte, pero me enamoré de ti, Ernesto.

ALGERNON.—¡Amada mía! ¿Y en qué momento comenzó realmente este noviazgo?

CECILIA.—El jueves catorce de febrero último. Fastidiada de que ignoraras por completo mi existencia, determiné finalizar el asunto de una u otra manera, y después de una prolongada lucha conmigo misma, te acepté bajo este adorado viejo árbol. Al día siguiente compré este pequeño anillo con tu nombre y esta pulsera con el nudo de amantes fieles que te prometí llevar siempre.

ALGERNON.—¿Yo te lo di? Es muy bonito, ¿verdad?

CECILIA.—Sí, tienes un gusto muy exquisito, Ernesto. Ésa es la excusa que he dado siempre a la ignominiosa vida que llevabas. Y en esta caja guardo todas tus cartas.
(Se arrodilla frente a la mesa, abre la caja y muestra unas cartas atadas con una cinta azul.)

ALGERNON.—¿Ésas son mis cartas? Pero, mi querida Cecilia, jamás te he enviado ninguna carta.

CECILIA.—No es necesario que me lo recuerdes, Ernesto. Recuerdo muy bien que me he visto obligada a escribirlas yo misma por ti. Escribía siempre tres veces por semana, y algunas veces más.

ALGERNON.—Por favor, Cecilia, permíteme que las lea.

CECILIA.—¡No es posible! Te harían muy vanidoso.
(Las guarda nuevamente en la caja.)
Las tres que me enviaste después que reñimos son tan encantadoras y tienen tan mala ortografía, que incluso ahora no puedo leerlas sin llorar un poco.

ALGERNON.—Pero, ¿alguna vez rompimos nuestro compromiso?

CECILIA.—Sí. En marzo pasado, el día22. Si lo deseas, puedes verla anotación.
(Le muestra el diario.)
«Este día he roto mi compromiso con Ernesto. Creo que es preferible esto. Hasta hoy, el tiempo continúa encantador.»

ALGERNON.—Pero, ¿por qué rompimos nuestra relación? ¿Qué daño te causé? No he hecho nada. Cecilia, me entristece mucho escucharte decir que hemos reñido. Máxime ahora que el tiempo está muy encantador.'

CECILIA.—Si no hubiésemos reñido alguna vez, hubiese sido un noviazgo poco serio. Sin embargo, excusaré tu comportamiento antes de que termine la semana.

ALGERNON.—
(caminando hacia Cecilia y arrodillándose a sus pies)
¡Cecilia, eres un ángel perfecto, inmaculado!

CECILIA.—¡Ah, qué romántico eres!
(Él la besa y ella le acaricia los cabellos.)
Supongo que es natural el rizado de tus cabellos, ¿verdad?

ALGERNON.—Es verdad, amada mía, con una pequeña ayuda de otros.

CECILIA.—Me siento muy feliz.

ALGERNON.—Cecilia, ¿nunca volverás a reñir conmigo?

CECILIA.—No creo que pueda reñir contigo ahora que te conozco en persona, Ernesto. Además, queda la cuestión del nombre, como es natural.

ALGERNON.—
(nerviosamente)
Sí, claro.

CECILIA.—Mi amor, no te rías de mí, pero la verdad es que desde niña uno de mis mayores sueños fue amar a un hombre que se llamase Ernesto.
(Algernon se levanta y Cecilia también.)
Hay algo en ese nombre que me inspira una total confianza. Compadezco a la mujer que se haya casado con un hombre que no se llame Ernesto.

ALGERNON.—Pero, amada mía, ¿acaso no podrías amarme sime llamase de otra manera?…

CECILIA.—Pero, ¿qué nombre?

ALGERNON.—¡Oh! El que quieras. Algernon…, porejemplo…

CECILIA.—Ese nombre no me agrada.

ALGERNON.—No veo realmente, amada mía, chiquilla de mi alma, qué objeción puedes tener al nombre de Algernon. Ese nombre no es feo. En realidad, es por el contrario, un nombre aristocrático. La mitad de los muchachos que comparecen ante el Tribunal de Quiebras se llaman Algernon. Pero, en serio, Cecilia…
(Aproximándose a ella.)
Si me llamase Algy, ¿no podrías amarme?

CECILIA.—
(poniéndose de pie)
Tal vez te respetara, Ernesto; no obstante, temo no poder darte toda mi atención.

ALGERNON.—
(tomando su sombrero)
¡Ejem! ¡Cecilia! Supongo que el párroco de aquí tiene mucha experiencia en la práctica de todas las ceremonias de la Iglesia.

CECILIA.—¡Oh, sí! El doctor Chasuble es sumamente culto. Jamás ha escrito un solo libro, así que puedes imaginar cuánto sabe.

ALGERNON.—Necesito verle inmediatamente para que oficie un bautizo muy importante; quiero decir, para un asunto muy importante.

CECILIA.—¡Oh!

ALGERNON.—Me ausentaré no más de media hora.

CECILIA.—Considerando que somos novios desde el jueves catorce de febrero y que acabo de conocerle hoy, creo que sería muy molesto que me dejase sola por un tiempo tan prolongado como treinta minutos. ¿Podrías volver en veinte minutos?

ALGERNON.—No tardaré mucho.
(La besa y sale corriendo.)

CECILIA.—¡Qué muchacho tan vehemente! Me fascina su cabello. Debo apuntar su declaración en mi diario.

Entra Merriman.

MERRIMAN.—Una señorita acaba de llegar y quiere ver al señor Worthing. Es para un asunto muy importante, según dice.

CECILIA.—¿El señor Worthing no se encuentra en su biblioteca?

MERRIMAN.—Desde hace varios minutos el señor Worthing fue a la parroquia.

CECILIA.—Te suplico que le digas a esa señorita que tenga la cortesía de venir aquí. No tardará el señor Worthing. Y puedes traer el té.

MERRIMAN.—Esta bien, señorita.
(Se retira)

CECILIA.—¡Señorita Fairfax! Tal vez sea una de las caritativas ancianas que se han asociado con el tío Jack para impulsar alguno de sus trabajos filantrópicos en Londres. Me desagradan mucho las mujeres interesadas por los trabajos filantrópicos. Creo que son muy atrevidas.

Entra Merriman.

MERRIMAN.—La señorita Fairfax.

Entra Gwendolen, se retira Merriman.

CECILIA.—
(yendo hacia ella)
Le suplico que me permita presentarme yo misma. Me llamó Cecilia Cardew.

GWENDOLEN.—
(dirigiéndose hacia ella y estrechándole la mano)
¿Es usted Cecilia Cardew? ¡Qué nombre tan fascinante! Algo me dice que vamos a mantener una gran amistad. Siento por usted un afecto indescriptible. Mis primeras impresiones ante la gente nunca me engañan

CECILIA.—¡Qué amable es semejante afecto por su parte, tras el breve tiempo de habernos conocido! Le suplico que se siente.

GWENDOLEN.—
(aún de pie)
¿Puedo llamarla Cecilia?

CECILIA.—Por favor.

GWENDOLEN.—Y tú me llamarás Gwendolen, ¿verdad?

CECILIA.—Si así lo quieres…

GWENDOLEN.—Entonces, todo está arreglado, ¿no crees?

CECILIA.—Así lo espero.

Pausa. Se sientan las dos juntas.

GWENDOLEN.—Tal vez sea ésta una excelente oportunidad para decirte quién soy. Mi padre es lord Bracknell. Supongo que nunca has oído hablar de él.

CECILIA.—No creo.

GWENDOLEN.—Fuera del círculo de familia, papá, me satisface decirlo, es totalmente desconocido. Creo que así debe ser. Me parece que el hogar debe ser el ambiente apropiado para un hombre. Y, en verdad, en cuanto el hombre comienza a desatender sus deberes domésticos, se vuelve dolorosamente afeminado, ¿no es cierto? A mí me desagrada eso. ¡Hace a los hombres tan atractivos!… Mamá, cuya opinión acerca de la educación es absolutamente rígida, me ha enseñado a ser de una miopía extraordinaria, es una de las partes de su sistema. ¿No te molestaré, por lo tanto, si me pongo mis gafas para verte?

CECILIA.—¡Oh!… En absoluto. Me gusta muchísimo que me miren.

GWENDOLEN.—
(luego de examinar minuciosamente a Cecilia con sus gafas)
Supongo que has venido aquí de visita.

CECILIA.—¡Oh, no! Aquí vivo.

GWENDOLEN.—
(con rigor)
¿De verdad? Supongo que tu madre o alguna otra pariente tuya de edad avanzada vive también aquí.

CECILIA.—¡Oh, no! No tengo madre, ni, en realidad, ningún pariente.

BOOK: La importancia de llamarse Ernesto
8.22Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Return To Sky Raven (Book 2) by T. Michael Ford
Rock and Hard Places by Andrew Mueller
Flower Power by Nancy Krulik
The Pines by Robert Dunbar
Posh and Prejudice by Grace Dent
Three Evil Wishes by R.L. Stine
The Miller's Daughter by Margaret Dickinson