La muerte llega a Pemberley (19 page)

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Authors: P. D. James

Tags: #Detectivesca, Intriga, Narrativa

BOOK: La muerte llega a Pemberley
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Libro IV

La investigación

1

En la familia y en la parroquia, todos dieron por seguro que el señor y la señora Darcy, junto con el servicio, acudirían a la iglesia de Santa María a las once de la mañana del domingo. La noticia del asesinato del capitán Denny se había propagado con extraordinaria rapidez, y no hacer acto de presencia habría equivalido a admitir algún tipo de implicación en el crimen o a divulgar su convicción de que el señor Wickham era culpable. Suele aceptarse que los servicios religiosos ofrecen una ocasión legítima para que la congregación valore no solo la apariencia, el porte, la elegancia y la posible riqueza de los recién llegados a la parroquia, sino la conducta de cualquier vecino que pase por una situación interesante, ya sea esta un embarazo, ya sea su ruina económica. Un asesinato brutal cometido en la finca propia por un hermano político con el que, según es sabido, uno se halla enemistado dará lugar a una importante afluencia al servicio religioso, que en esa ocasión no se perderán siquiera personas impedidas, a las que su estado de salud ha privado durante muchos años de oír misa en la iglesia. Y aunque sea tan descortés como para mostrar abiertamente su curiosidad, es mucho lo que puede deducirse gracias a una hábil separación de los dedos en el momento en que las manos se unen para rezar, o mediante una simple mirada protegida por la visera de un gorrito durante el canto de un himno. El reverendo Percival Oliphant, que antes del servicio ya había realizado una visita privada a Pemberley para transmitir sus condolencias y mostrar su comprensión, hizo todo lo que pudo por evitar molestias a la familia, pronunciando primero un sermón más largo que de costumbre y prácticamente incomprensible sobre la conversión de san Pablo, y reteniendo después al señor y la señora Darcy cuando abandonaban la iglesia, con los que entabló una conversación tan prolongada que las personas que esperaban en ordenada fila, cada vez más impacientes por dar cuenta de su almuerzo a base de fiambres, se conformaron con dedicarles una reverencia o una inclinación de cabeza, antes de dirigirse a sus carrozas y sus birlochos.

Lydia no apareció y los Bingley se quedaron en Pemberley tanto para asistirla como para preparar su regreso a casa, que emprenderían esa misma tarde. Tras la exhibición de vestidos que había hecho la hermana menor desde su llegada, volver a guardarlos en el baúl de un modo que a ella le resultara satisfactorio les llevó bastante más tiempo del que invirtieron en su propio equipaje. Pero todo estaba listo cuando Darcy y Elizabeth regresaron, justo antes del almuerzo, y veinte minutos después de las dos los Bingley ya se montaban en su carruaje. Tras las despedidas, el cochero hizo chasquear las riendas. El vehículo se puso en marcha, enfiló el sendero que bordeaba el río y, tras incorporarse al camino, desapareció. Elizabeth permaneció observando, como si con su mirada hubiera de invocar su regreso. Después, el pequeño grupo dio media vuelta y entró de nuevo en casa.

Una vez en el vestíbulo, Darcy se detuvo y se dirigió a Fitzwilliam y a Alveston.

—Les agradecería que se reunieran conmigo en la biblioteca en media hora. Nosotros tres encontramos el cadáver de Denny, y es muy posible que nos citen para aportar pruebas durante la vista previa. Sir Selwyn me ha enviado un mensaje esta mañana, después del desayuno, para informarme de que el juez de instrucción, el doctor Jonah Makepeace, ha ordenado que dé inicio el miércoles a las once. Quiero verificar que nuestros recuerdos concuerden, sobre todo respecto a lo que se dijo tras el hallazgo del cuerpo sin vida del capitán Denny, y tal vez sea conveniente que abordemos en conjunto cómo hemos de proceder en este asunto. El recuerdo de lo que vimos y oímos resulta tan extraño, la luz de la luna es tan engañosa, que en ocasiones debo decirme a mí mismo que todo aquello ocurrió en realidad.

Los interpelados aceptaron la propuesta con voz queda, y a la hora convenida el coronel Fitzwilliam y Alveston se dirigieron a la biblioteca, donde Darcy ya ocupaba su sitio. Había tres sillas de respaldo alto dispuestas alrededor de la mesa rectangular, que exhibía un mapa, y dos mullidos sillones, uno a cada lado de la chimenea. Tras un momento de vacilación, Darcy les indicó que tomaran asiento en ellos y, tras separar una de las sillas de la mesa, se instaló entre los dos. Notó que Alveston, sentado al borde del sillón, se sentía incómodo, casi avergonzado, sentimiento que distaba tanto de su habitual confianza en sí mismo que a su anfitrión le sorprendió que tomara primero la palabra.

—Señor, usted contará con su propio abogado, por supuesto, pero si se encuentra lejos y yo puedo serle de ayuda entretanto, quiero que sepa que estoy a su servicio. Como testigo, no puedo, claro está, representar ni al señor Wickham ni a la finca de Pemberley, pero, si le parece que puedo serle de alguna utilidad, yo podría abusar algo más de la hospitalidad de la señora Bingley. El señor Bingley y ella han tenido la amabilidad de sugerir que así lo haga.

Su discurso era titubeante, y el joven abogado, listo, exitoso, tal vez arrogante, parecía transformado por un momento en un muchacho dubitativo e inseguro. Darcy sabía por qué. Alveston temía que su ofrecimiento pudiera interpretarse, sobre todo por parte del coronel Fitzwilliam, como una estratagema que le permitiera ahondar en su relación con Georgiana. Darcy tardó unos segundos en responder, suficientes para que Alveston se le adelantara y siguiera hablando.

—El coronel Fitzwilliam contará con la experiencia de la ley marcial y de los tribunales militares, por lo que tal vez considere que cualquier consejo que yo pueda ofrecerle estará de más, sobre todo teniendo en cuenta que él posee unos conocimientos locales de los que yo carezco.

Darcy se volvió hacia el coronel.

—Supongo que convendrás, Fitzwilliam, en que debemos aceptar toda la ayuda legal disponible.

El coronel respondió en tono sosegado:

—Yo no soy ni he sido nunca magistrado, y no puedo pretender que mi experiencia ocasional con los tribunales militares me convierta en un conocedor del código penal civil. Dado que no estoy emparentado con George Wickham, como sí lo está Darcy, no estoy legitimado para intervenir en el asunto más que como testigo. Corresponde por tanto a nuestro anfitrión decidir qué consejos pueden resultarle útiles. Como él mismo admite, resulta difícil ver en qué habría de resultar útil Alveston en el asunto que nos ocupa.

Darcy se volvió hacia el aludido.

—Me parece una pérdida de tiempo que tenga que trasladarse diariamente entre Highmarten y Pemberley. La señora Darcy ha hablado con su hermana, y todos esperamos que acepte nuestra invitación a permanecer en nuestra casa. Sir Selwyn Hardcastle puede pedirle que retrase su marcha hasta que la investigación policial haya concluido, aunque no creo que tenga motivos para ello una vez que usted haya aportado las pruebas al juez de instrucción. Pero ¿no se resentirá su trabajo? Se dice que es usted un hombre extraordinariamente ocupado. No deberíamos aceptar su ayuda si esta ha de ir en detrimento suyo.

—En los siguientes ocho días no he de ocuparme de ningún caso que requiera de mi presencia, y mi experimentado socio se ocupará sin problemas de los aspectos rutinarios.

—En ese caso, agradeceré su consejo cuando estime apropiado proporcionármelo. Los abogados de la finca se ocupan de cuestiones familiares, sobre todo de los testamentos, de la compraventa de propiedades, de disputas locales, y cuentan, en el mejor de los casos, con muy poca experiencia en asesinatos, y con ninguna en crímenes de sangre cometidos en Pemberley. Yo ya les he escrito para comunicarles lo ocurrido, y es mi intención enviarles otra carta por correo expreso para informarles de la participación de usted. Debo advertirle de que es poco probable que sir Selwyn Hardcastle se muestre dispuesto a colaborar. Se trata de un magistrado justo y experimentado, muy interesado en los procesos detectivescos que por lo general quedan en manos de comisarios locales, y se muestra siempre vigilante ante cualquier intento de interferir en sus atribuciones

El coronel no comentó nada.

—Sería de ayuda —prosiguió Alveston—, o al menos a mí me lo parece, que abordáramos primero nuestra reacción inicial ante el crimen, sobre todo en relación con la confesión aparente del detenido. ¿Creemos en la afirmación de Wickham, según la cual lo que quiso decir es que, si no hubiera discutido con su amigo, Denny no se habría bajado del cabriolé ni habría encontrado la muerte? ¿O acaso siguió al capitán con intenciones asesinas? Se trata, básicamente, de una cuestión de carácter. Yo no conozco al señor Wickham, pero creo que se trata del hijo del secretario de su difunto padre, y que usted lo conoció bien de niño. ¿Lo creen usted, señor, y coronel, capaz de un acto semejante?

Miró a Darcy, que, tras un instante de vacilación, respondió:

—Antes de su matrimonio con la hermana menor de mi esposa, llevábamos muchos años sin vernos, y después de este no volvimos a coincidir. En el pasado, me pareció desagradecido, envidioso, deshonesto y mentiroso. Es apuesto, y posee unos modales agradables en sociedad, sobre todo ante las damas, con cuyo favor cuenta. Que logre mantenerlo en relaciones más duraderas ya es otra cuestión, aunque yo nunca lo he visto actuar con violencia, ni he oído que lo hayan acusado jamás de ejercerla. Sus agravios son de naturaleza más mezquina, y prefiero no hablar de ellos. Todos tenemos la capacidad de cambiar. Lo único que puedo decir es que no creo que el Wickham al que yo conocí, a pesar de sus faltas, fuera capaz de asesinar brutalmente a un antiguo camarada y amigo. Diría que era un hombre contrario a la violencia, y que la evitaba en la medida de lo posible.

—Se enfrentó a los rebeldes de Irlanda —objetó el coronel Fitzwilliam—, con cierta eficacia, y su valentía ha sido reconocida. Debemos contar con su arrojo físico.

—Sin duda —intervino Alveston—, si hubiera de elegir entre matar o morir, no mostraría piedad. No es mi intención restar importancia a su valentía, pero la guerra y una experiencia de primera mano de las verdades de la batalla podrían corromper la sensibilidad de un hombre naturalmente pacífico hasta hacer que la violencia le resultara menos aberrante, ¿no creen? ¿No deberíamos contemplar esa posibilidad?

Darcy vio que el coronel hacía esfuerzos por mantener la calma.

—Nadie se corrompe cuando cumple con su deber hacia el rey y el país —dijo al fin—. Si usted hubiera tenido alguna experiencia en la guerra, joven, tal vez se mostraría menos despectivo en su reacción ante actos de excepcional valentía.

Darcy consideró sensato intervenir.

—He leído en el periódico algunas noticias sobre la rebelión irlandesa de mil setecientos noventa y ocho, pero eran muy breves. Probablemente me perdí la mayoría de las crónicas. ¿No fue allí donde Wickham resultó herido y obtuvo una medalla? ¿Qué papel desempeñó exactamente?

—Participó, lo mismo que yo, en la batalla del veintiuno de junio en Enniscorthy, durante la cual avanzamos sobre la colina y obligamos a los rebeldes a batirse en retirada. Después, el ocho de agosto, el general Jean Humbert llegó con un contingente de mil soldados franceses y marchó hacia el sur, en dirección a Castlebar. El general francés animó a sus aliados rebeldes a proclamar la llamada República de Connaught, y el veintisiete de ese mismo mes aniquiló al general Lake en Castlebar, una derrota humillante para el ejército británico. Fue entonces cuando lord Cornwallis solicitó refuerzos. Cornwallis situó a sus efectivos entre los invasores franceses y Dublín, atrapando a Humbert entre el general Lake y él mismo. Ese fue el final de los franceses. Los soldados de la caballería británica cargaron contra el flanco irlandés y contra las líneas francesas, y Humbert acabó por rendirse. Wickham participó en la carga, y posteriormente formó parte de la expedición que rodeó a los rebeldes y puso fin a la República de Connaught. Una misión cruenta, de búsqueda y castigo de los rebeldes.

Darcy estaba convencido de que el coronel había relatado aquellos hechos en multitud de ocasiones, y de que, en cierta medida, le complacía hacerlo.

—¿Y dice que George Wickham participó? —preguntó Alveston—. Sabemos qué implica sofocar una rebelión. ¿No bastaría ello para, al menos, familiarizar a un hombre con la violencia? Después de todo, lo que estamos intentando es alcanzar alguna conclusión sobre la clase de hombre en que se había convertido George Wickham.

—Se había convertido en un buen y valeroso soldado —reiteró el coronel Fitzwilliam—. Coincido con Darcy. No consigo verlo como asesino. ¿Sabemos cómo han vivido él y su esposa desde que abandonó el ejército, en 1800?

—Nunca se le ha permitido el acceso a Pemberley —explicó entonces Darcy—. Y no hemos mantenido comunicación alguna, pero la señora Wickham sí es recibida en Highmarten. Sé que no han prosperado. Wickham se convirtió en algo parecido a un héroe nacional tras la campaña irlandesa, lo que hizo que no le costara conseguir empleos, si bien no le ha servido para mantenerlos. Al parecer, la pareja se trasladó a Longbourn cuando Wickham perdió su última ocupación y el dinero empezó a escasear, y sin duda la señora Wickham lo pasó bien visitando a viejas amigas y alardeando de las hazañas de su esposo. Con todo, aquellas visitas rara vez se prolongaban más allá de las tres semanas. Alguien debía de brindarles ayuda económica de manera regular, pero la señora Wickham nunca dio detalles y, por supuesto, a la señora Bingley no se le ocurrió preguntar. Me temo que eso es todo lo que sé, y todo lo que, de hecho, deseo saber al respecto.

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