La mujer del faro (5 page)

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Authors: Ann Rosman

BOOK: La mujer del faro
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Sara se encogió de hombros y Annelie devolvió el anillo al bolso.

De camino a casa, Sara no pudo reprimirse.

–¿Lo ha dicho en serio? No está bien de la cabeza.

Tomas parecía abatido cuando se habían marchado. Sara tenía ganas de decirle que debería mostrar más orgullo y empezar a hacerse cargo de las cosas. Su primera intención había sido mostrarse comprensiva, pero no pudo. Estaba muy enfadada. Le dio una patada a un montón de nieve en el sendero. Estaba duro como la piedra y se hizo daño en el pie.

–¿Tenemos que pagar nosotros la gasolina, cuando tú vas por leña para ellos, y encima llenarle el depósito? ¿No le hacen descuento a tu padre en la gasolinera que hay al lado de su antiguo taller de coches?

–Importación de coches; no era un taller. Importaba coches de Inglaterra y Alemania.

–Eso no importa ahora. De todos modos, él tiene más tiempo que nosotros y supongo que sabrá llenar el depósito solito. Y a mejor precio que nosotros.

–Ahora estás siendo injusta, Sara. No sé si te das cuenta de que estás hablando de mis padres. No entiendo por qué siempre tienes que meterte con ellos.

–¿Crees que soy injusta, cuando tus padres le compran una casa a tu hermana? Desde luego, empiezas a parecerme jodidamente ridículo y pusilánime.

Sara intentaba hablar en voz baja para que los niños no la oyeran. Empujaba el carrito de los gemelos cuesta arriba. Pesaba mucho, pero el esfuerzo le sentó bien, pues pudo dar rienda suelta a algunas de sus frustraciones.

–¿Sabes qué? Esta discusión no deberíamos tenerla tú y yo, porque el conflicto no está entre nosotros, sino entre tú y tus padres.

¡Me encantaría que te dieras cuenta de una maldita vez! Qué asco, de verdad. ¡Qué asco! – Esto último fúe un bufido.

Karin había vuelto a casa a las dos y cuarto de la madrugada, y no tenía ningunas ganas de abandonar el calor de la cama cuando sonó el despertador de su móvil. Se quedó echada unos minutos más, pensando en el día anterior, antes de ponerse un chándal. En la planta

baja del edificio de apartamentos había una pastelería, Kampanilen. Bajó las escaleras de las tres plantas de dos en dos y luego volvió a subirlas corriendo con una bolsa de pan crujiente. Se metió en la bañera para darse una ducha y maldijo al recordar lo que había olvidado comprar el día anterior. Champú. Menos mal que todavía quedaban unas gotas en el bote vacío.

Se sentó a la mesa del desayuno con una taza de té en un intento vano de reanimar su cansado cuerpo. .Al final vertió el resto del té en el fregadero y se hizo un café con leche cargado. Por suerte, todavía quedaba café en el bote y no tuvo que usar el descafeinado recién comprado.

Hurgó en la caja donde guardaba de todo un poco. Entre el celo, las monedas, los botones de recambio y los vales de descuento hacía tiempo caducados encontró un bolígrafo que funcionaba y un
post-it
.

“Champú”, apuntó, y después añadió algunos artículos más que faltaban.

–¿Me servirán el desayuno en la cama? – gritó Göran desde el dormitorio.

Qué mal lo tienes, pensó Karin, aunque dijo:

–Hay café y pan recién hecho, pero se sirve en la cocina.

Göran apareció con vaqueros y una camiseta, con el pelo encantadoramente de punta. Sus ojos azules se posaron en ella cuando se sentó a la mesa. Karin cortó una rebanada del pan aún caliente.

–Buenos días -dijo.

–¿Lo has hecho tú? – preguntó él.

–No; he bajado a la pastelería. Pan vikingo. – Señaló el pan integral-. También he comprado bollos, por si los preferías. – Supongo que cree que debería hacer el pan, como su mamá, pensó. Él se lo había insinuado alguna vez antes, pero si tanto le gustaba el pan hecho en casa, también cabía la posibilidad de que él mismo pusiera manos a la obra.

–¿Tenemos mermelada? – preguntó Göran.

–Un segundo, ahora mismo se lo pregunto a la camarera -respondió Karin, y agitó la mano simulando llamar la atención de alguien.

–¿Qué pasa?

–¿Tú has comprado mermelada? – preguntó Karin, y se dijo que ella no llevaba un hotel.

–¿Ya estás de mal humor? – Göran se inclinó sobre la mesa y le dio un golpecito en la mano con un dedo de una manera un tanto irritante.

–No estoy de mal humor, pero podrías echar un vistazo en la nevera antes de preguntármelo a mí. No sé si tenemos mermelada. He de marcharme dentro de diez minutos.

–¿Tienes que ir a trabajar? Pero ¡si fuiste ayer, y era domingo!

–Imagínate que yo te digo lo mismo a ti. ¿Podrías dejar de trabajar las seis semanas y quedarte en casa conmigo? – Su tono sonó amargo. Ojalá se lo hubiese dicho de otra manera.

–¡Lo sabía! – saltó Göran, triunfante-. Apenas llevo una semana aquí y ya empiezas a machacarme con mi trabajo. ¡Es tan jodidamente típico de ti! ¡Eres una egoísta! ¿Cuántas veces vamos a tener que pasar por esta discusión? – Puso los ojos en blanco.

Ésta es la última vez, quiso responderle Karin, pero no lo hizo.

–Esto no funciona -dijo en cambio-. Me rindo, no puedo más. – Su voz sonó débil, como un susurro. Entonces carraspeó y tomó carrerilla-. Ya no puedo más. Lo siento mucho, pero es así.

–Su voz sonó fuerte y firme, como si ésta también se hubiera decidido. Ahora ya lo había dicho. Se hundió en la silla de la cocina y posó los brazos sobre la mesa.

–¡Otra vez con lo mismo! Siempre se trata de ti, de ti y de nadie más. Pero ¿y yo qué? – Göran se puso de pie y gesticuló en una pose teatral-. ¡Ya no puedo mááás! – la imitó-. ¿Cómo crees que me siento yo? Eres tan condenadamente egoísta… -Cruzó los brazos con gesto arrogante, esperando que llegara el contraataque. Pero éste no llegó.

Cinco años, pensó Karin, mientras salía de la cocina con su taza de café. ¿Cómo había acabado su relación de esa manera?

Göran la siguió cariacontecido hasta el salón, con su rebanada de pan sin mermelada en la mano.

–Ahora en serio, Karin. ¿Y todo lo que he hecho yo por ti? ¿Te acuerdas alguna vez?

Las réplicas de mártir y víctima de Göran le resultaban trasnochadas, como sacadas de una comedia sueca de los años treinta. Él parecía creer que discutir un poco era, en cierto modo, un entretenimiento. La misma discusión, una y otra vez.

De pronto, Karin se encendió. La rabia brotó y ella se negó a contenerla. Cinco años de desilusión reprimida corrían por sus venas. ¡Ya basta, joder! Lanzó la taza de Hóganás contra la pared, y el café y los pedazos de porcelana volaron por los aires. Göran se volvió sobresaltado.

–Pero ¡estás loca o qué! ¿Qué haces? – Miró sorprendido los restos de la taza y el café que resbalaba por la pared blanca.

–¿Qué es exactamente lo que tú has hecho por mí? ¿Qué?

¡Dime aunque sólo sea una cosa! Pero ¡si hasta te olvidaste de mi cumpleaños! Casi estamos en mayo, y yo cumplo años en enero -le espetó en la cara, como un gato bufando.

–Pero si te llamé, ¿no te acuerdas? No te regalé nada porque no encontré el regalo perfecto, sólo por eso. De hecho, todavía lo estoy buscando.

Su serena contestación no hizo más que acrecentar la irritación de Karin. Recordó la mañana de enero de hacía dos años, cuando cumplió los treinta. La madre de Göran había aparecido en el hueco de la escalera cantando “Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz”. La maravillosa mamá de Göran que, a pesar de tener duras jornadas como jefa de unidad en un hospital, nunca descuidaba los pequeños detalles. La iba a echar más de menos que a Göran.

Ahora no tenía ganas de replicar nada. ¿Qué podía decirle? Ya estaba todo dicho, más de una vez, además. Lo miró apenada. ¿O sea que todo había terminado? Él ni siquiera lo había comprendido todavía. Retiró una silla de la mesa del comedor y se sentó. Llegaría tar de a la reunión con Carsten en la comisaría, pero lo mejor sería ter minar con todo aquello de una vez. Le escribió rápidamente un SMS a Carsten, lo envió y puso el móvil en silencio.

Göran prosiguió:

–Es muy propio de ti volver a sacar lo de tu cumpleaños. Lo único que te preocupa son ese tipo de tonterías, diría que es lo más importante para ti. Que no te regalé nada por tu cumpleaños. Dime qué quieres e iré a comprarlo ahora mismo.

–Eso no es verdad, y lo sabes. Si realmente es lo que piensas de mí, lo mejor será que nos separemos ya, de una maldita vez. Creo que queremos cosas distintas… -Karin buscaba las palabras.

–No puedes cortar conmigo. Estamos prometidos, y tú me juraste que estaríamos juntos. – Göran le enseñó la mano izquierda, donde llevaba la alianza.

Karin recordó cómo había sido el inicio de su relación. La sensación burbujeante de excitación en el estómago, las interminables conversaciones telefónicas, las cartas. La añoranza y las ganas de que volviera cuanto antes durante el primer período de seis semanas en la mar. Sus bellos ojos azules y sus tiernos abrazos. Su madre, que al principio le había parecido antipática, pero que poco a poco se había ido ganando la confianza de Karin, hasta convertirla en su hija, casi tanto como Göran era su hijo, o por lo menos así lo había sentido ella.

Pensó en el día en que se habían prometido, tan falto de romanticismo, cuando doblaron el cabo Wrath, en Escocia. El cabo de la ira, qué ironía prometerse precisamente allí, de todos los lugares del mundo. Göran había conseguido perder su alianza cuando fondearon en una ensenada, apenas unas horas más tarde, pero había comprado una nueva cuando llegaron a Lerwick, en las islas Shetland. Llevaban cinco años peleándose por culpa de sus períodos en la mar, y Karin tenía la impresión de haber pasado los últimos seis meses intentando romper la relación. No había motivo para seguir alargándolo más.

Cuando finalmente abandonó el piso sintió un profundo alivio, como si hubiera cargado con una pesada mochila durante mucho tiempo para, al final, acabar examinando su contenido y llegar a la conclusión de que no había nada en ella que necesitara de verdad. Desde luego, se sentía terriblemente mal por hacerle tanto daño a Göran, pero no podían seguir así. Habían acordado que él se quedaría unos días en casa de sus padres, mientras ella se mudaba. Seguramente cree que todo se arreglará en cuanto me haya tranquilizado, pensó, y puso el coche en marcha. La radio emitía una canción de Mauro Scocco: “Creía que el amor estaba aquí… y volví.” Estuvo pensando en esa letra mientras recorría el barrio de Majoma rumbo a la comisaría.

Goteburgo, 1962 Siri se retocó el pintalabios antes de abrir la puerta y entrar. Con paso decidido, pasó junto a Irene, la secretaria de Arvid, que la llamó.

–Oiga usted, señorita, el señor está ocupado.

Siri se detuvo bruscamente y se volvió hacia la mujer. La miró de arriba abajo, con todo el desprecio que pudo.

–Él nunca está demasiado ocupado para verme.

Acto seguido, irguió la cabeza y abrió una hoja de la doble puerta de caoba. Sorprendida, miró a los cuatro hombres que estaban sentados alrededor de la mesa.

–¿Sí? – dijo Arvid, solícito.

–Venía a preguntarte si querías almorzar conmigo -contestó Siri, y rodeó la mesa para colocarse a su lado. Posó las manos enguantadas en sus hombros.

Arvid se las retiró con gesto brusco y se puso en pie.

–Lo siento mucho, pero estoy muy ocupado. A lo mejor podrías pedírselo a Irene, o a una de las chicas. – Y, sin más, se zafó hábilmente de las manos de ella, se dirigió hasta la puerta, la abrió y echó a Siri con cajas destempladas.

Irene no dijo nada cuando Siri salió del despacho, aunque se la veía muy satisfecha, pero al final no pudo contenerse:

–Ha sido una reunión algo breve, me parece a mí.

Siri ni siquiera se dignó mirarla. Abandonó la oficina dando un portazo. A mí nadie me trata de esta manera, como a una cualquiera, pensó, y se retiró una mota de polvo imaginaria de la manga del abrigo.

Carsten había comprendido la situación inmediatamente. Ya eran las once cuando Karin llegó, y no era sólo el cansancio lo que había enrojecido sus ojos. Entró en su despacho con dos tazas de café, le tendió una y fue directamente al grano.

–Quiero que sigas con esta investigación, Karin.-Alzó la mano libre para que no lo interrumpiera-. Eres la indicada para ello, para ir ganando experiencia. Cuando estabas de guardia en nuestra brigada, siempre llegabas al lugar del crimen el primero…

–La primera -lo corrigió ella, y tomó un sorbo de café; los dientes le rechinaron en señal de protesta.

–Sí, lo sé. El café lleva cierto tiempo hecho. Lo siento. – Carsten dejó su taza sobre el escritorio y prosiguió-. Has participado en varias investigaciones con la brigada criminal. Siempre te hemos visto con buenos ojos y te tenemos en cuenta. Considéralo un comienzo.

Lo primero que tenemos que esclarecer es cuándo murió. A mi juicio, lleva mucho tiempo muerto. Me temo que tendrás que dedicarte a labores detectivescas de lo más tradicionales. Bien, ¿qué me dices?

Karin cerró la puerta y se acercó a su escritorio. Cogió una carpeta de plástico y escribió “Pater Noster” en la etiqueta. Su primera investigación. Empezó pasando a limpio las anotaciones del día anterior. Luego hizo una lista de las personas de contacto.

Había sido un violento fin de semana de primavera en la ciudad y el cadáver de la despensa apenas tenía prioridad. Permaneció de pie mientras llamaba a la forense Margareta RylanderLilja. Habían trasladado el cadáver al departamento de medicina forense de Medicinarberget. Aún no habían tenido tiempo de hacerle la autopsia. Le pareció que Margareta titubeaba.

–Sé lo que quieres preguntarme y no me gusta hacer conjeturas, pero creo que llevaba mucho tiempo allí. – Margareta hablaba pausadamente y con mucho tino, nunca se precipitaba, y si se escuchaba con atención, se podía detectar en su voz un atisbo de acento de Dalarna que, con el tiempo, había ido puliendo.

–Si tuvieras que decir algo, ¿cuánto tiempo, más o menos?

–preguntó Karin, y pensó que el plazo de prescripción de un asesinato en Suecia era de veinticinco años.

Se hizo el silencio, hasta que Margareta finalmente contestó.

–Yo diría que entre veinte y cuarenta años. Pero volveré a llamarte cuando disponga de información más exacta. Hasta entonces, podríais examinar su ropa para intentar situarla en el tiempo.

Me alegro de que te encargues tú de la investigación. Ahora mismo estoy esperando una visita, pero tendrás noticias mías.

Karin se quedó con el teléfono en la mano, contenta y reconfortada por las palabras de la forense, y rogó poder cumplir todas las expectativas depositadas en ella.

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