Authors: Ann Rosman
Elin dijo que era muy propio de Karl-Axel hacer un mapa del tesoro, y añadió:
—Oro. Las arcas contenían oro robado a los judíos.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Robban.
—Mi hermano Karl-Axel me lo contó. Él y Arvid condujeron los dos pesqueros de Escocia hasta aquí.
—Pero los barcos se hundieron, ¿verdad? —preguntó Karin.
—Los hundieron entre Systrarna y Elloven para que el oro no cayera en las manos equivocadas. Sabíamos que el enemigo estaba cerca, pero no sabíamos quiénes eran. La intención era rescatarlo después y entregárselo a sus legítimos propietarios.
—Ya, muy bien. Pero aun así acabó en las manos equivocadas y, al final, fue a parar al fondo del mar, en algún lugar entre Suecia y Dinamarca —comentó Robban con tono sombrío.
—¿Eso crees? —dijo Elin, y sonrió.
Karin cayó en la cuenta de que todos se habían mostrado desconsolados aquella mañana, a excepción de las dos ancianas.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
—No es oro todo lo que reluce—respondió Elin, enigmática—. ¿La policía tiene submarinistas?
—Sí, supongo que el cuerpo de prevención de incendios los tiene... —dijo Karin expectante.
—Nunca se subió oro a la embarcación del práctico —explicó Marta—. Karl-Axel y Arvid lo cambiaron de sitio antes de emprender la travesía con los barcos desde Escocia.
—Pero entonces, ¿dónde está? —preguntó Karin.
—Siempre ha estado allí. —Elin señaló con el dedo hacia las olas entre las islas de Systrarna y Elloven.
—No entiendo. Se lo llevaron todo, todas las arcas, todo.
—Pero el timón no, ¿verdad? —dijo Elin.
Al día siguiente, el mar se había calmado y los timones del M/S Stornoways y la embarcación hermana fueron rescatados. Los flashes de las cámaras llovían del grupo de periodistas gráficos cuando los enormes pedazos de metal cubiertos de percebes y estrellas de mar asomaron a la superficie.
Jerker contempló con aire solemne desde la cubierta del barco auxiliar cómo la grúa bajaba primero un timón y luego otro, antes de soltarlos con un ruido sordo. Finalmente fue retirada la capa protectora con cuidado, dejando al descubierto el noble metal.
—Esto es una locura. En todos mis años... —empezó a decir.
—¿En todos tus años? —replicó Karin entre risas—. ¡Me parece que no eres tan viejo!
—No; quería decir que en todos los años que me quedan por trabajar nunca jamás volveré a asistir a algo así.
—Nunca digas nunca jamás —le recordó Karin. Sonrió y de pronto tomó conciencia de lo cansada que estaba. Feliz pero cansada.
—Sea como sea, ha sido un desenlace espectacular, ¿no crees, Folke? —dijo Jerker.
La verdad era que todo el mérito correspondía a Folke, por haber descubierto que el dibujo negro en la bufanda de lana blanca tenía un significado muy especial. Toda la comisaría se había enterado de que entre sus filas contaban con un viejo y habilidoso telegrafista. Folke nunca había recibido tantas palmadas en la espalda por parte de sus compañeros.
Elin se había servido del sistema morse para tejer un mensaje en la bufanda que, estaba convencida, no llamaría la atención del enemigo. Allí estaba todo, negro sobre blanco: la ruta de los barcos del oro, los timones sumergidos entre Systrarna y Elloven, así como los nombres de las personas de Marstrand que podían pertenecer al bando enemigo o que habían sido colaboracionistas durante la guerra.
“798 kilos de oro en timones”, se leía en los periódicos al día siguiente. Debajo de los grandes caracteres negros de los titulares aparecían fotos de Elin y Arvid, de Karl-Axel y los timones, así como extractos del cuaderno de bitácora, una descripción de cómo se había fundido el oro para convertirlo en dos timones y cómo habían llenado las arcas de pesos de plomo y las habían estibado en los barcos. Karl-Axel Strómmer y Arvid Stiernkvist habían concebido un plan brillante pero arriesgado que, al final, había salido bien.
La verdad emergida después del hallazgo del oro era todo menos bonita. Siri sostuvo obstinadamente su relato y una Diane lacrimosa pero bien maquillada apareció en todas las portadas. Al lado de Diane, un Alexander obligado, y los tres niños. Siri reveló que Roland Lindstróm, el capataz de Hamneskár, le había dado la alianza de Arvid y que con su ayuda había engañado a la policía con el anillo falso. Luego, los periodistas se ocuparon del sacerdote Simón Nevelius.
Más tarde, los daneses revisaron las partidas de nacimiento y todo salió a la luz. Al final, Elin decidió contar todos los detalles de aquella fatídica travesía. Nunca la olvidaría. Apretó la alianza de Arvid fuertemente en la mano mientras hablaba. En realidad, la sorpresa entre los viejos habitantes de Marstrand no fue demasiado grande cuando se desveló que no era Arvid sino Sten el padre del hijo de Siri. Era uno de esos secretos que todo el mundo conoce, pero del que nadie habla en voz alta. Puesto que Sten ya estaba casado, Siri y él tuvieron que buscar una solución. Como viuda de Arvid, Siri sería considerada una persona respetable y, además, estaría asegurada económicamente, una solución que beneficiaba tanto a Sten como a Siri. Era, pues, Sten y no Waldemar quien había estado a bordo del velero cuando envenenaron a Arvid y empujaron a Elin al mar. La fútil suerte de Elin fue que, aquel día de finales de verano, no comió ningún bocadillo ni tomó café.
Arvid y Elin habían sido rescatados de las olas por el hermano de ella, Karl-Axel, quien los había puesto a salvo en casa del padre, en Hamneskár. Cuando el amigo de Karl-Axel, el doctor Erling, constató que era demasiado tarde para Arvid, todos se volcaron en proteger a Elin de las fuerzas del mal que habían amenazado a Arvid, y por tanto decidieron denunciar la desaparición de los dos, probablemente ahogados. Metieron el cuerpo de Arvid en la despensa y Elin emprendió una nueva vida en Noruega.
En cambio, Waldemar se había quedado, paciente, a la espera de que llegara su momento. Había abandonado Alemania con la misión de encontrar el oro desaparecido. Los años habían pasado y con ellos, sus patrones, pero Waldemar había continuado la búsqueda por su cuenta, convencido de que aquellos dos barcos del oro se hallaban en algún lugar cerca de allí. Siri había sido un pasatiempo agradable y una excelente tapadera. A cambio, ella se había prendado de su apellido de tan distinguida resonancia. Con el tiempo, Siri fue comprendiendo que él también tenía la conciencia sucia. Las consecuencias jurídicas de que Siri nunca hubiera estado casada con Arvid no habían hecho más que empezar.
Karin fue quien le contó a Sara que el cadáver encontrado era el de Markus. Tomas, por su lado, remitió a la policía todos los documentos que el malogrado alemán le había enviado, incluida la alianza de Arvid. Sin embargo, seguía siendo un misterio cómo había conseguido Markus dar con él, pero entonces Sara sonrió apenada y se lo explicó: había ido a casa de Siri para decirle que le había prometido a Markus ayudarlo con un artículo sobre Marstrand, y ¿a quién podía consultar sino a Siri? A lo mejor también había alguna fotografía divertida, dijo Sara y, mientras Siri fue a rebuscar entre los viejos recuerdos, rescató la alianza de Arvid del bolso de Siri.
Los padres adoptivos de Markus fueron a recoger los restos mortales de su hijo. Se hospedaron donde él había vivido, en el sótano de la casa de Sara y Tomas. Sin embargo, en lugar de llevarse el cadáver de vuelta a Alemania, decidieron incinerarlo y esparcir las cenizas en el mar, en la costa de Marstrand.
—Creo que su corazón estaba aquí —dijo su madre, mirando a Sara, que se limitó a asentir con la cabeza.
Los habitantes de Marstrand recibieron a Elin con los brazos abiertos. La saludaban con gestos aprobatorios cuando paseaba con la espalda erguida por las calles adoquinadas de su isla. Porque era su isla, su hogar. Marstrand. Karin la comprendía: había una especie de vínculo invisible entre ambas.
Al mismo tiempo se vendió Lyktan, la casa gris en la bocana norte que antaño había sido vivienda del farero, por una considerable suma que no había dejado de incrementarse a medida que la noticia se extendía. El nombre de los nuevos propietarios era, hasta nueva orden, secreto para todo el mundo, salvo para Karin. Los habitantes de Marstrand se lamentaron, convencidos de que se trataría, como de costumbre, de algún veraneante adinerado, hasta que Brigitte se enteró en el ferry de que Elin Stiernkvist había comprado una salsera y había pedido que se la entregaran en el embarcadero de Lyktan.
Las campanas de la iglesia de Marstrand Llamaron a misa vespertina a las seis y media, aunque no se oyeron en la pequeña isla a la que el faro restaurado de Pater Noster acababa de ser trasladado. El trabajo para encajarlo con los dieciséis cimientos había tomado su tiempo, pero ahora volvía a erguirse bien anclado en Hamneskár. El armazón rojo relucía recién pintado.
La hija del farero, Elin Stiernkvist, nacida Strómmer, había cortado la cinta azurgualda y había sido la primera en subir al torreón. Se había quedado allí un buen rato, contemplando el mar. Aquella noche, una muchedumbre expectante se repartió por las rocas frente a la vivienda del faro de Pater Noster.
Además del coro de la iglesia de Marstrand, acudieron a la cita la junta directiva de la asociación Amigos de Pater Noster y representantes de la empresa encargada de la restauración. Karin siempre recordaría a Elin, Marta, Erling, Putte y Anita, Robban y su mujer, Jerker, Folke y su esposa Vivan, Sara y Tomas, Lycke y Martin junto con su hermano Johan. Todos estaban allí, más de ochenta personas. Probablemente, no había habido tanta gente en Hamneskár desde la inauguración del faro, en 1868.
El viento había amainado. Los últimos rayos de sol formaban un sendero dorado y Karin se colmó del regocijo que tan sólo un sereno mar de oro líquido podía proporcionarle. Miró a Elin, también ella con los ojos fijos en el sendero de sol. Sencilla y sin artificios. Con el pelo rubio recogido. Perlas en las orejas. Su hijo Axel a su derecha, Marta y Erling a su izquierda.
Todas las miradas estaban centradas en la linterna del faro, esperando que se iluminara. Se oyó el familiar y a su manera extraordinario parpar de los eideres y las gaviotas moderaron sus graznidos por un rato. Entonces, los primeros destellos blancos barrieron el horizonte y se lanzó un cuádruple viva por Pater Noster antes de que el invitado de honor, Sven-Bertil Taube, entonara la canción de su padre,
Invitación al condado de Bohus
.
Ven a las playas bellas y desiertas,
con sus endrinos y espinos blancos, doblados por la tormenta,
con sus barcos hundidos, verdes de descomposición,
que a pesar de sus cascos quebrados tienen la forma de las olas.
Allá, entre el mar y la tierra, sobre la arena que se desliza,
sobre las algas trémulas, puedes andar solo,
y vivir en tiempos pretéritos,
y también en el futuro de tu estirpe.
Olía a sal y algas.
Se acercaban las vacaciones y pronto Karin emprendería un viaje en el barco. No sabía muy bien adonde ni por cuánto tiempo. Sólo sabía que tenía que estar de vuelta en Marstrand el 10 de septiembre, porque ese día le tocaba organizar la cena de chicas. A bordo del Andante.
Miró en derredor, a las caras que en poco tiempo se habían tornado extrañamente familiares para ella. A Sara con el brazo de Tomas alrededor de sus hombros y expresión ligeramente ausente.
Lycke le dio un leve codazo en el costado.
—¿Estás bien? —susurró.
Karin asintió con la cabeza.
La fantástica e intemporal música de Evert Taube, que sigue enriqueciendo mi vida. Los extractos de las canciones Pierina, Mayo en Malo, Nocturney Tierra celestial proceden de la antología La llave del corazón se llama canción, Albert Bonniers Fórlag, Estocolmo, 1960. Invitación al condado de Bohus procede de Baladas en el condado de Bohus, Albert Bonniers Fórlag, Estocolmo, 1943. La totalidad de los extractos se publican con el amable consentimiento de los titulares de los derechos de autor de Evert Taube.
Terje W. Fredh, En la estela de la guerra, T. Fredh, Lysekil, 1992. El verso sobre los taciturnos habitantes de Lysekil se encuentra en la página 48.
Victoria Ask y María Sidén, Guía de faros - De Kattholmen a Smygehuk, Byggfórlaget, Estocolmo, 2000. El verso de la campana de Pater Noster se encuentra en la página 69.
Ted Knapp, A lo largo de la costa del condado de Bohus, Warne Fórlag, Sávedalen, reimpreso en 2006.
David Mitchell, Piratas y secuestradores, Bernce, Malmó, 1978.
Me gustaría expresa mi gratitud a:
Bertil Nilsson, hijo del farero de Pater Noster, por ilustrarme sobre la vida en Hamneskár y sobre el trabajo de un farero.
Fredrik Kindberg, jefe de guías del castillo de Láckó, ¡por una visita inspiradora!
Ingrid Augustsson, de la Iglesia Sueca en Kungálv, que me explicó lo que necesitaba saber sobre las comprobaciones matrimoniales y los registros de matrimonio.
Mario Verdicchio, médico jefe del Instituto de Medicina Forense de Goteburgo, por una visita de estudio, así como por sus respuestas a numerosas preguntas.
Joakim Severinsson y Marie Tilosius, por su conferencia “Naufragios alrededor de Marstrand” en la reunión anual de la Asociación Local de Marstrand, marzo de 2007.
Patrik Blohm, cabo de policía de la Comisaría 1 de Goteburgo, por las respuestas a mis preguntas y el préstamo de libros.
Robert Blohm, Unidad Criminal de Goteburgo, que me explicó cómo está organizado el cuerpo de policía. A pesar de ello, he inventado una manera de trabajar para “mis” agentes.