La música del mundo (27 page)

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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

BOOK: La música del mundo
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—conocí a una joven promesa, le decía Estrella a Jaime, a un joven escritor, como tú… muy joven

—¿por qué sabes que es una promesa? gruñó Jaime

—ha traducido a Eugenio Montale… y tiene publicados tres libros de cuentos… yo le hablé de ti, claro

—no lo creo en absoluto, dijo Jaime medio en serio medio en broma

—¿tú también escribes. Block? preguntó Estrella volviéndose a él… ¿has leído algo de lo que escribe el hombre de las nieves? ¿te ha dejado entrar en su caverna?

—todavía no, dijo Block

—¿quién más estaba en casa de tus padres? preguntó Jaime alcanzándole a Estrella una rebanada de pan integral con mantequilla y mermelada de ciruela, ¿había alguien de tu familia?

—mi hermano Juan Luis

—y tu famosa cuñada

—sí, claro, los cuatro

Enriqueta, la mujer de su hermano Juan Luis, estaba obsesionada con la educación de sus dos hijas pequeñas; había dejado de trabajar hasta que las niñas crecieran, y se estaba convirtiendo en una joven madre obesa y obsesiva, con ideas cada vez más anticuadas y muslos cada vez más temblorosos… a Mencía le encantaban los niños (un rasgo ciertamente sorprendente de su carácter), y se había hecho muy amiga de las sobrinas de Estrella, le gustaba contarles historias inventadas por ella o hacerles regalos extraños, tales como una piedra que pertenecía al casco de Alejandro Magno o un alga marina que era la golosina más apreciada entre los habitantes de la Atlántida… las niñas le habían pedido que les contara un cuento cada noche, antes de acostarse, y Mencía subía a su cuarto y se sentaba en la butaca roja que había frente a sus camas; a veces las fantásticas sombras que trazaba por la habitación la pequeña lámpara de mesa intervenían también en la historia, y Mencia era capaz de mover la lámpara y crear a su antojo una procesión de elefantes o un baobab que crecía repentinamente hasta alcanzar el cielorraso… Enriqueta se opuso a que Mencia subiera cada noche al cuarto de las niñas (no directamente, por supuesto, solía ser la paciente madre de Estrella la encargada de transmitir esta clase de mensajes) argumentando que las historias de Mencia ponían a las niñas muy nerviosas y que luego descansaban mal… en realidad estaba celosa… según Estrella, odiaba a Mencia porque tomaba el sol sin la parte de arriba del bikini, lo cual Enriqueta consideraba una falta de respeto, y también porque Mencia se pasaba el día tomándole el pelo… Mencia y Estrella solían bajar bastante tarde al embarcadero, casi cuando los demás ya habían empezado a segregar saliva imaginando los humeantes mejillones del aperitivo, y cuando aparecían por allí con sus toallas y sus gafas de sol, Enriqueta murmuraba sarcàstica por lo bajo (pero todos la oían): «hombre, llegó la hora de la teta»… de modo que la madre de Estrella, con la mayor suavidad posible, temiendo las iras de su hija, transmitió el mensaje, y a la noche siguiente Enriqueta se sentó en la butaca roja y se decidió a contarles a las niñas «El gato con botas», y entonces hubo una verdadera revolución infantil, Marta y Elena dando saltos en sus camas y diciendo a gritos que lo que querían era la historia del submarino atómico portátil y del profesor Pacykz, y entonces Enriqueta se puso nerviosísima, tuvo una violenta discusión con Juan Luis en un mallorquín arrabalero, y castigó a Elena y a Marta sin ver los dibujos animados del oso Yogi durante una semana… y durante los paseos que Estrella y Mencia daban con las niñas por entre los pinos, o cuando se bañaban las cuatro juntas, o cuando bajaban al pueblo y se sentaban en una terraza para comer helados o leche merengada, Mencia les seguía contando las aventuras del profesor Pacykz y les enseñaba las propiedades del mágico fruto de la sopa…

—no me imaginaba esa faceta de Mencia, dijo Jaime

—yo tampoco, rió Estrella, pero me parece lógico que le gusten los niños, a mí también me gustan

—cielos, dijo Jaime imitando un gesto de Bugs Bunny

—¿sabéis qué es el fruto de la sopa? abunda mucho en las costas del Mediterráneo… es un fruto que usaban antiguamente los marinos cuando tenían que hacer un viaje largo —especialmente si tenían que cruzar los helados mares del norte… el fruto puede ser cualquiera de los que crecen en los matorrales silvestres, incluidas moras y zarzamoras… lo mejor del fruto de la sopa es que con una sola bolita de fruto puedes preparar miles de litros de sopa… coges un caldero, lo llenas de agua hasta arriba, echas dentro un fruto de la sopa, uno sólo, lo pones a hervir un rato, y ya tienes sopa ¿no es increíble?… y ese mismo fruto lo puedes usar una y otra vez… pero las sorprendentes propiedades del fruto de la sopa se ven ampliamente superadas por los de la rarísima y sin igual piedra de la sopa; Mencía nos explicó detalladamente cómo era esta piedra (forma, tamaño, color), pero por mucho que buscamos, en varias playas, no conseguimos encontrar ninguna… según dicen, sólo abundan en África central, aunque las autoridades de aquel país prohíben severamente que se exporten las piedras, ya que son su fuente principal de alimento… cuando nos despedimos, ayer por la noche, Elena y Marta lloraban, se agarraban a Mencía y le decían que tenía que ir a visitarlas, y el cretino de Juan Luis decía: pero si no puede, si está muy ocupada…

terminado el desayuno, todos se sentían mejor; Estrella untaba todavía un trozo de pan integral con queso de hierbas, y la línea de sol empezaba a trepar por el sofá y a manchar las hojas lanceoladas del bonsai —lo cual significaba que la mañana había avanzado demasiado y el mediodía estaba próximo…

llevaron la tetera y los cubiertos a la cocina, y cuando Block entró por segunda vez, llevando un montón de migas en su puño cerrado, se encontró a Jaime y Estrella abrazados y con las frentes unidas

—bueno, dijo, yo me voy… tengo cosas que hacer, y además vosotros queréis estar solos

ellos se separaron y le miraron con ojos alegres y turbios, como si hubieran estado bebiendo

—de ninguna manera, dijo Estrella… Jaime, ¿es verdad que tiene cosas que hacer, o miente?

—miente

—quédate, Block, dijo Estrella… ¿no os apetece que hagamos algo juntos?… ¿dónde podemos ir?… mirad, ¿por qué no pensáis algo mientras yo me ducho y me cambio de ropa?

—¿sí? dudó Block

—claro, viejo, dijo Jaime…

—hoy es un buen día para ir al parque Servadac, le dijo Jaime a Block mientras Estrella se duchaba… podemos preparar una cesta con comida y pasar allí el día

—¿le apetecerá a Estrella?

—seguro que sí… a nosotros nos encanta el parque Servadac

—parece la cesta del oso Yogi, dijo Estrella cuando volvía de la habitación, viendo la cesta de mimbre en la que Jaime y Block introducían sándwiches, tupperwares con ensaladilla de chatka ruso, vasos de plástico, fruta y latas de Coca-Cola y de cerveza… llevaba una toalla roja en el pelo y traía entre los brazos las sábanas de la cama… no has hecho la cama muy a menudo, ¿no, cavernícola? le dijo a Jaime

a Estrella le encantó la idea de ir al parque Servadac; se había cambiado de ropa, ahora llevaba un vestido de pliegues sueltos y entallado al estilo de los años cincuenta, en el que se entrecruzaban en todas las direcciones los diversos colores del verano, y sus pies descalzos se deslizaban sin ruido por el parqué y las alfombras griegas de la casa, ordenando y desordenando cosas, trasladando libros, frascos o ropa de un sitio a otro…

—siempre es un acontecimiento ir al parque Servadac, dijo abriendo la ventanilla de la lavadora y metiendo dentro un puñado de calcetines de colores… pero vamos a pasar un calor terrible… en Mallorca casi ha empezado el otoño, por las noches nos teníamos que poner una rebeca… no entiendo cómo en Países sigue haciendo este calor

fueron hacia el parque Servadac en un autobús medio vacío, sentados en los asientos del fondo, donde podían dejar cómodamente la cesta y estirarse y poner las piernas por encima de los asientos y mirar a todas partes a través de los cristales… con facilidad, suavemente, Estrella extrajo de Block una buena cantidad de información; a Block le gustaba hablar de Tristenia, le gustaba hablar de lo horrible que era Viena y del horrible placer que le había causado marcharse de allí, le gustaba decir que no tenía ningún plan para el futuro, le gustaba comentar con indolencia sus muchas lecturas y habilidades, y aunque a menudo se sentía violento cuando tenía que hablar de sí mismo, la curiosidad de Estrella parecía tan natural y desinteresada que se encontró contestando a todas sus preguntas sin el menor esfuerzo

—bueno, dijo Estrella volviéndose a Jaime, ¿cuánto has escrito?

—no mucho… crisis, crisis por todas partes

—supongo que te habrás pasado todo el día con tus Dormidos, dijo Estrella, bebiendo cerveza y discutiendo sobre la poética de Aristóteles… por cierto, ¿cómo os habéis conocido Jaime y tú? le preguntó a Block

—en el Abuelo del Mar, dijo Block… estamos en la misma clase

—yo le tiré un libro encima, dijo Jaime… el libro se sumergió, él lo cogió… yo aparecí, él me lo entregó… yo lo tiré a una papelera… y nos hicimos amigos

—vaya una explicación, dijo Estrella, y luego volvió al tema anterior… Jaime, no has cumplido tu pacto, me prometiste dos capítulos nuevos
enteros

—creo que este verano me ha dejado agotado, dijo Jaime con un suspiro… pasarse un verano entero en Países sin salir puede acabar con cualquiera… apenas he podido escribir… me he forzado a trabajar en la tesis, luego empezaron las clases en el Abuelo del Mar

—tenías que haberte venido a Mallorca, dijo Estrella, por lo menos un par de semanas… tienes cara de haber dormido poco… bueno, de la tesis prefiero no preguntarte nada

—he ido bastante a la Biblioteca Nacional, dijo Jaime… casi todas las tardes… pero tampoco he avanzado demasiado…

—te voy a cuidar bien, dijo Estrella… vas a beber menos y vas a comer las estupendas ensaladas nutritivas de Mme. Arditti… estás más delgado

—¿quién es Mme. Arditti? preguntó Block, deseando intervenir en esta escena conyugal

—la cocinera de las bellas piernas, dijo Jaime… la tienes a tu lado… sus ensaladas son famosas en toda esta parte de Europa

—una ensalada es en gran medida una cuestión visual, dijo Estrella modestamente… Block, ¿qué pintores te gustan?

—Claudio de Lorena, dijo Block, apenas sorprendido por la volubilidad con que Estrella pasaba de unas cosas a otras… Poussin… Brueghel, Rafael, Watteau, Shishkin

—oh, dijo Estrella, Shishkin

—también Hergé, dijo Block, que deseaba ofrecer una visión polifónica de sí mismo

—Hergé… Jaime tenía la colección completa de Tintín, volumen tras volumen, dijo Estrella mirando a Jaime con una sonrisa

—y ¿qué pasó? preguntó Block

—es un episodio lamentable, dijo Jaime, me parece que el más lamentable de toda mi infancia… llevé mi colección al Rastro y la vendí

—y volvió a su casa llorando, añadió Estrella

—no te rías… para mí fue trágico, porque lo hice realmente por dinero… cuando llegué a casa, mi madre me vio tan disgustado que a los pocos días me regaló un extraño libro, pequeño, regordete y espantosamente lleno de letras, titulado
Guillermo detective
… lo recibí con bastante desconfianza, pero cuando empecé a leerlo me quedé tan encantado que inmediatamente empecé a hacer la colección de Guillermo

—pero también la vendió, dijo Estrella muerta de risa… después de hacerla durante años…

—¿la vendiste?

—tengo que confesar que sí

—¿y también volviste a casa llorando?

—no… lo he lamentado después, pero entonces… bueno, vendí los quince tomitos en la cuesta de Moyano, e inmediatamente me puse a saciar mi sed siguiente

—que era… ¿Salgari? ¿Curwood?

—también ésos, pero sobre todo: ¡Karl May!

—Karl May, dijo Block, recordando las lecturas infantiles, las verdes praderas, el llano Estacado, los territorios apaches… recordó amarillentos poblados mejicanos a la luz de la luna, o quizá blancos poblados indios, con tejados de ramas, por cuyos vericuetos esperaba la muerte, y también historias de carromatos cruzando la pradera, escenas espantosas de colonos asesinados y con el vientre lleno de hierba, cabelleras arrancadas, y luego un río por el que se deslizaban pesadas barcazas —pero eso quizá era Fenimore Cooper, o quizá, incluso, Salgari

—lo que no entiendo, dijo Estrella, es por qué tenías que vender tus colecciones antes de empezar a comprar libros nuevos… ¿por qué no los conservabas?

—una tendencia a quemar el pasado, quizá

—quizá

—creo que yo tengo la tendencia contraria, dijo Block, mientras el autobús giraba alrededor de la puerta de Alcalá y Jaime estiraba el brazo para pulsar la señal de parada

—sí, dijo Estrella mirándole… yo también

—sentimentales, dijo Jaime, de nuevo con un gesto de Bugs Bunny

Block suspiró… delante de Estrella, Jaime era diferente… y de pronto Block sintió fastidio por la repentina llegada de Estrella, le molestó que ella hubiera aparecido en el momento más inesperado y que lo hubiera cambiado todo

PASEO POR EL PARQUE SERVADAC

la puerta del parque Servadac estaba formada por cuatro esbeltos cuerpos de piedra caliza… grandes y artísticas puertas de hierro forjado se abrían en cada uno de los tres ingresos, sobre los que se elevaban tres arcos de medio punto, coronados de estatuas blancas: niños desnudos, ánforas llenas de azaleas, las armas de los reyes de Países y dos leones que sostenían un espejo oval, de piedra, donde se leía:

DUM NOS FATA SINUNT OCULOS SA

TIEMUS AMORE

en las grietas de la piedra nacían hierbas, espigas y diminutas flores; una verde maraña de glicinas cubría los arcos y se enroscaba en los barrotes de las puertas, que no se cerraban desde hacía años, y por las que las sensuales hiedras iban avanzando en dirección al suelo, como desengañadas de la hermosa vida que habían llevado en la región del aire… Block no olvidaría nunca el momento de su entrada en el parque: al atravesar esos arcos blancos, esas verjas cubiertas de flores, sintió de pronto esa campanada grave en la boca del estómago, ese estallido solar, que los tibetanos identifican con el despertar de la conciencia, la súbita iluminación que atraviesa el velo de los mundos… no cruzaba unas puertas (sintió Block), no avanzaba unos pasos por el mundo del espacio, no entraba —entraba en una imagen, y la imagen, como un enorme animal dorado, le devoraba entero; columnas griegas, rosas y niños flotaban por encima de él —una retorta de sol era apresada en el universo de un rumor: las legiones avanzaban cantando bajo la lluvia de pétalos de rosa

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