La nave fantasma (16 page)

Read La nave fantasma Online

Authors: Diane Carey

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La nave fantasma
7.36Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Señor Riker, no tenemos todo el día.

—No, señor, ya lo sé. Señor LaForge, señor Data. Efectúen la separación del platillo… ¡Ahora!

Todos contuvieron el aliento. Todas las espaldas se pusieron rígidas. Un sutil zumbido de energía llegó desde debajo de ellos, desde las cavernas de la gigantesca fábrica de energía de la
Enterprise
hasta los mecanismos de trabado. Con un disonante rechinar, la nave se dividió. Ningún grado de perfección mecánica podría suavizar la sacudida de la separación, por muy tenue que fuera, por muy aislado que estuviera. O bien lo oyeron o bien creyeron oírlo; un ronco «clunk-chunk» al soltarse las fijaciones: abrazaderas como garras, cojinetes, grapas y pernos neumoautomáticos se separaban de su superficie de contacto, y las pequeñas clavijas, que hasta momentos antes conectaban los intrincados circuitos, se retrajeron. Como seccionada por el hacha de un leñador, la nave se convirtió en dos. La sección del platillo, con todas sus familias, quedó de pronto a la deriva.

En el puente de batalla, Picard y sus oficiales vieron como retrocedía lentamente el módulo. Raras veces tenían esta visión de su nave estelar. La sección del platillo era un ancho plato de reluciente blancura con los bordes ahusados, perlado todo él por los halos de luz de ventanas y salidas de emergencia rectangulares. Luces por todas partes, como un brillante árbol navideño metálico. Una especie de dolor atravesó al capitán Picard. Observó mientras los motores de impulso del platillo despertaron repentinamente a la vida y relumbraron con un azul plateado brillante. Se suponía que los capitanes de la Flota Estelar tenían que ser decididos. Sin embargo, sus decisiones a veces eran dolorosas, como cirugía sin anestesia… ¿por qué tenía que haber cosas semejantes en el universo? ¿Por qué tenía que haber tiburones en el mar?

Riker observó, hipnotizado, cómo se alejaba la sección del platillo. «Hummm. No ha ido mal después de todo. Esperemos que todo vaya igual de bien.» Cuando pudo apartar su atención de la consumada belleza del platillo, se volvió a mirar al capitán.

Si alguna vez había visto vacilar a Jean-Luc Picard, era ésta. Parecía como si el capitán pudiera llamar de repente a ese disco de vuelta a su sitio; reunir a toda la tripulación bajo su manto protector. Durante varios segundos, Riker esperó tener que dar esa orden, e incluso pensó en las palabras que emplearía para evitar que el capitán quedara en mal lugar.

Pero Picard no dijo nada. En silencio apoyó la valentía de su convicción.

—Todo en orden —informó LaForge—. Libres para maniobrar, señor.

—Recibido —murmuró Picard. El sabor del deber cumplido en los labios—. Mantenga situación. Envíele un comunicado en onda baja al señor Argyle. Dígale que maniobre por detrás del pequeño cinturón de asteroides que hay al otro lado del gigante gaseoso. Puede que enmascare su huida.

—Sí, señor —dijo Worf—. Enviando.

Observaron en silencio mientras el motor de la sección del platillo entraba en punto de ignición, y luego disminuía, proporcionando al enorme disco la impulsión necesaria para acercarse lentamente al peligroso trazado menguante de la jaula dibujada por la entidad. Para Riker, sobre todo, ese terrible momento tenía un particular alcance. Muchas civilizaciones nunca le habrían proporcionado la oportunidad de morir allí ese día, en un lugar de su propia elección.

La belleza de la tecnología lo asombraba. Era un tipo de libertad, la de construir una nave y un futuro, lo que se alejaba flotando ante ellos, la libertad de lanzarse hacia mayores metas y logros más provechosos, la de tener los recursos de utilizar las riquezas de su sabia sociedad para crear maravillas como la que acababa de ver, y era la libertad de morir en el espacio si ése era el destino señalado para aquel día.

Miró al capitán Picard una vez más y, sí, también lo vio en él. Asombro. El capitán no parecía asustado. En todo caso, un poco enojado con la entidad por haberle obligado a dividir su nave en dos.

«¿O es algo más? —se preguntó Riker—. ¡Lo conozco tan poco!»

El trance se rompió al volverse el capitán hacia Troi y preguntar de forma directa:

—¿Recibe algo?

Los negros bucles del cabello de ella hacían que su semblante pareciera pálido, y destacando en él sus ojos oscuros engarzados en él como piedras de ónice.

—Todavía nada, señor.

—Worf, ¿algún cambio en las medidas de energía?

La gutural respuesta de Worf transmitió una clara impaciencia.

—El mismo flujo y cambios que ha estado haciendo durante todo el tiempo, señor.

—Teniente Yar, manténgase alerta sobre la trayectoria del platillo y la de esa cosa. Quiero saber si van a entrar en colisión, y quiero saberlo con antelación.

—Sí, señor —replicó ella, y al instante se inclinó sobre su reluciente terminal.

—Pensándolo bien, será mejor no esperar. Señor Riker, hagamos un poco de ruido.

Riker asintió con la cabeza, sin importarle que fuera un gesto tonto. Tenía la garganta seca y no quería hablar hasta haber tragado saliva unas cuantas veces. Luego pulsó el intercomunicador de mando y dijo:

—Riker a ingeniería. ¿Tenemos potencia hiperespacial?

La ingeniero MacDougal respondió con tanta rapidez como si se hubiese encontrado en el mismo puente de batalla.

—El motor todavía está fuera de funcionamiento, señor, pero pronto lo tendremos operativo. Era un problema eléctrico y no un asunto de generación de energía.

—No pido potencia hiperespacial todavía —aclaró Riker, al tiempo que miraba a Picard para ver si era eso lo que el capitán tenía en mente—. Sólo necesito una aceleración momentánea. Digamos, un diez por ciento. Lo suficiente como para mantener la atención de esa cosa apartada del platillo hasta que haya abandonado el área. Esté preparada para apagar de inmediato con el fin de que también nosotros podamos volver a ocultarnos.

—Ya entiendo qué necesita, señor Riker, pero la energía hiperespacial no es tan fácil de controlar. Tiene que haber un período de transición entre los puntos máximo y mínimo de emisión.

Riker miró con timidez a Picard, que lo estaba observando y acusó recibo.

—Cualquier cosa que funcione. Y en cuanto ustedes estén preparados. Riker corto.

Ahora harían ruido. Echarían una moneda al aire en el almacén oscuro, con la esperanza de que el diminuto tintineo fuera oído pero no localizado.

Desde las entrañas de la sección de propulsión, en lo profundo del núcleo de los reactores de materia/antimateria que hacían de una nave estelar lo que era, les llegó una agitación de energía activada. Incluso esa emanación, ese diez por ciento, podía sentirse.

Entonces se produjo un cambio en la pantalla. La crepitante imagen de difracción de infrarrojos de su perseguidor se detuvo de pronto en la zona inferior de la gran pantalla, y realizó un giro deliberado en dirección hacia ellos.

—Viene tras nosotros —informó Yar. Se aferró al borde del teclado, negándose a alzar la vista hacia la gran pantalla. En cambio, observó los dos puntos del cuadrante, nave estelar y enemigo, acercándose el uno al otro. Su voz tembló—. Línea directa de colisión.

—Cero coma tres cero sublumínica, timón —dijo Riker, sujetándose al reposacabezas del asiento de LaForge—, dirección, dos-dos-cuatro coma uno-cinco.

—Sí, señor.

—Más rápido, LaForge.

—Sí, señor. Procesando.

—Teniente, ¿está siguiéndonos? —preguntó el capitán sin volver la cabeza.

Ella asintió mecánicamente con la cabeza.

—Sí, señor, nos está siguiendo.

—¿Velocidad?

—Cero coma cuatro sublumínica.

—Muy bien… —Picard no se sentó en el sillón de mando a pesar de avanzar hacia él—. Veamos si muerde el anzuelo.

Teniente LaForge, aumente a un cincuenta por ciento sublumínica.

—Cero coma cinco, sí, señor.

La sección del cuerpo de batalla, con el extremo posterior de sus barquillas fulgiendo de energía ahora como rasgo más destacado, describió una curva sobre unos raíles imaginarios y atravesó diametralmente el trazado de búsqueda de la entidad, en sentido opuesto al de la sección del platillo, alejándose del turbulento gigante gaseoso, alejándose del diminuto cinturón de asteroides que en algún día futuro se reuniría para formar un nuevo planeta que orbitaría alrededor del pequeño sol de ese sistema.

—Capitán —dijo Worf, rompiendo la concentración general—, MacDougal informa de que ahora tenemos la energía suficiente para los escudos, pero no para los propulsores y no mucho para las armas. Estima que falta apenas un minuto para ello.

Picard inclinó afirmativamente la cabeza sin mirarlo.

—Creo que está dando resultado, señor —dijo Riker con una voz tan baja que le irritaba la garganta. Mentalmente contaba la distancia entre el platillo y el cuerpo de batalla, y el tiempo necesario para que aquél pudiera considerarse a salvo—. Bien pensado, capitán.

—¡Señor! —exclamó Tasha con repentino horror en su ahora áspera voz—. Está…

—Ya lo veo. Media vuelta. ¡Activen los escudos! ¡Llamen la atención de esa maldita cosa!

—Activados —dijo Tasha al instante—. Escudos de batalla a plena potencia.

Independientemente de lo cuidadoso de la planificación, así como de la cantidad de maquinaria, de la alta tecnología, los profundos conocimientos de física y matemáticas aplicados, la detallada programación…; independientemente de cualquiera de esas cosas, la humanidad nunca había sido capaz de predecir, desviar o superar la pura y vieja mala suerte. ¿Quién sabía cuánto tiempo llevaba aquella cosa vagando por la galaxia, comportándose como lo que estaba haciendo ese día? No había forma de saber qué hábitos había desarrollado, qué preferencias, qué impulsos había aprendido a seguir. ¿Y quién podía intuir qué había detectado?

¿Un destello de luz del casco del platillo, una diminuta fuga de partículas subatómicas del reactor de fusión de impulso, una emisión de alta frecuencia de mantenimiento? Había tantas cosas que considerar en el funcionamiento de una nave estelar. Pero de alguna forma, algo le había dicho a la amenaza que ésa era la fuente más probable de comida. Su mente de insecto se concentró en la idea de aquel blanco en lugar del otro, así que se volvió hacia el platillo.

Picard giró velozmente hacia Worf.

—¿Algo?

—No hay cambios, señor —dijo el klingon con claridad y rabia—. Nosotros estamos emitiendo veinte veces más energía que la liberada por el platillo en este momento, pero no parece impresionarla.

—Háganle una pasada de cerca. Tenemos que alejarla.

Geordi LaForge luchó para que no le temblaran las manos sobre el teclado ante la idea de pasar cerca de aquella peligrosa masa. Evitaba mirar hacia aquella maraña de energía que trasmitía la pantalla. Se guiaría sólo por los instrumentos. Obedecería: aceleraría para atravesar la pesadilla y orbitar a su alrededor si fuese preciso.

Era una lástima que esa nave no tuviera un botón de eyección de cápsula.

La nave giró en el espacio, volviendo hacia el crepitante campo energético de su enemigo. Ahora la sección del platillo dominaba la pantalla, entre ésta y ellos, una muralla de chasqueantes y deslumbradoras lenguas eléctricas, un terrible prisma para mirar a través de él.

LaForge aumentó la velocidad sin que se lo ordenaran. Sabía qué tenía que hacer. Daría a probar a la chisporroteante entidad un poco de antimateria.

Durante un momento se permitió mirar hacia Data. El androide estaba engañosamente impasible, era una forma humana envuelta en infrarrojos, una figura de hombre con zonas calientes y frías, todas moviéndose dentro de un resplandor. De un modo que nada mecánico podía hacer, Data sintió la mirada y la devolvió. Respondió sólo con un significativo alzamiento de sus rectas cejas. Al menos lo harían juntos. Como deben acabar todos los soldados si tienen que morir.

Detrás de ellos, Riker se aferraba al asiento del timón con más fuerza de la que le hubiera deseado emplear. Ahora, la pantalla que tenían delante chisporroteaba con la proximidad. Si la suerte no los acompañaba, estarían en serios problemas condenadamente pronto. Una acuciante contrariedad le acometió al ver que el motor de impulso del platillo volvía a encenderse. Argyle sabía que los estaba siguiendo, y que eran demasiado lentos para escapar. Sin embargo, como una tortuga que intentara salir de una autopista en la que se circulara al máximo, el gran disco continuaba avanzando a plena potencia sublumínica. La frustración cubrió con su feo rostro el de Riker. Deseó que Picard hubiera insistido en que se quedara a bordo uno de ellos. De pronto, el platillo necesitaba un mando de verdad y no sólo ingenieros.

La entidad aumentó la velocidad para seguirlos, y el cuerpo de batalla hizo lo mismo, acelerando aún más. El módulo se inclinó al hacerlo girar LaForge ante el cuerpo eléctrico del enemigo. Al pasar junto a aquello vieron que, en realidad, era más plano que esférico, una gigantesca lámina de factura tecnológica, aunque de alguna manera animada, dando vueltas por el espacio sin que supieran cómo, inexplicablemente en libertad. Sus bandas electrocinéticas restallaron cuando el cuerpo de batalla pasó lanzado por su lado y se alejó en la dirección opuesta.

Picard avanzó hasta detenerse entre Data y LaForge.

—¡Qué demonios! ¿Nada?

—No hay respuesta —dijo LaForge, decepcionado.

—¡Worf!

—No hay explicación, señor —tronó Worf—. Va implacablemente tras el platillo.

Data levantó la mirada y dijo:

—Tal vez sea algo más que un insecto, capitán. —Y al decirlo miró al otro extremo del puente, a Deanna Troi que se hallaba de pie junto a Tasha, en alarmante silencio, y abierta a los asaltos mentales.

—Un tiburón —murmuró Riker.

—¿Número uno?

Riker miró al capitán.

—Un tiburón concentrado en un único pez. Hace caso omiso de peces más sabrosos por seguir al que ha enfilado.

—Señor —dijo de pronto Troi. Su voz fue como un golpe en el compacto puente—. Tenemos que alejarla. El platillo…

—No resistirá el ataque, lo sé, consejera, lo sé. Escudos a plena potencia. Motores, aquí el capitán, ¿tenemos velocidad hiperespacial?

—Aquí MacDougal, señor; apenas. Puedo darle hasta un factor tres.

—¡Hágalo! Y quiero una descarga de emergencia de antimateria cuando lo ordene…

Riker se volvió bruscamente.

—¿Señor?

Other books

Limit of Exploitation by Rod Bowden
R. Delderfield & R. F. Delderfield by To Serve Them All My Days
Brand New Me by Meg Benjamin
A Time in Heaven by Warcup, Kathy
Mesalliance by Riley, Stella
A Crazy Day with Cobras by Mary Pope Osborne
Un inquietante amanecer by Mari Jungstedt
The Lost Years by T. A. Barron
New Forever by Yessi Smith
Mortal Fear by Mortal Fear