La nave fantasma (26 page)

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Authors: Diane Carey

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La nave fantasma
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Teniente Worf, ¿hay algo nuevo del laboratorio o de ingeniería sobre esa cosa?

La enorme estructura de Worf se enderezó ante la segunda terminal.

—Ahora estamos intentando localizar los componentes individuales de su exoestructura, señor, utilizando la hipótesis de la interdimensionalidad. No se preocupe, señor. Lo deduciremos aunque tenga que cortarle un trozo y hacerle una biopsia.

Riker asintió con la cabeza, pero no consiguió esbozar la sonrisa que habría manifestado la gratitud que experimentó. Ya casi habían pasado catorce horas suspendidos allí, en silencio y penumbra. Él nunca había sabido esperar, y esta tensión lo destrozaba. ¿Con cuánta frecuencia le habían dicho en la academia que la batalla constaba de nueve partes de espera? Espera, planificación, análisis, espera. Era mortal. Algo más mortal que la propia batalla. E incitaba a la temeridad.

Deseaba que el capitán estuviera allí. Ese asunto del aislamiento, la privación sensorial, parecía arriesgado. Tenía su lógica consumir tiempo cuando tiempo era la única cosa que podrían no tener. «Pero, por otra parte, yo soy el que está paseándose sin nada que hacer. Probablemente el capitán está consiguiendo algo mientras yo abro un surco en la moqueta.»

Se encontró con que había subido hasta el puesto de Worf. Riker se inclinó sobre la muda pantalla, manteniendo la voz baja.

—¿No hay ninguna pista respecto a cómo ahuyentar esa cosa, Worf?

—Señor —retumbó con claridad la voz profunda de Worf—, ahora lo hemos planteado en la cuestión del nivel de tolerancia que tiene.

—¿Tolerancia?

—Sí, señor. Cuánta energía puede absorber en un momento dado. Creemos que por eso se alejó de nosotros antes. —Los grandes dedos marrones de Worf pulsaron algunos mandos, y la débil imagen de jade de la
Enterprise
se vio realzada. Entonces, algunas áreas específicas de la imagen destellaron en silencio—. Éstas son las áreas más afectadas por la absorción de energía. Estamos intentando determinar con la mayor precisión su consumo de energía en el momento en que se retiró. Si podemos calcular la cantidad de energía absorbida de la nave hasta el momento en que la entidad se apartó, puede que consigamos calcular su límite energético.

Riker se enderezó.

—Muchacho, eso parece arriesgado. Está usted proponiendo que la sobrecarguemos.

—Ésa es la conclusión hasta el momento, señor. Tenemos la mente abierta a otras opciones, pero le gustan la energía y los rayos fásicos…

—Ya lo sé. De acuerdo, continúe. Me gustaría tener un par de posibilidades que presentarle al capitán cuando salga de su experimento, y el agotar la energía de la nave para alimentar a esa entidad hasta que explote, no es mi preferida. Eso nos dejaría sin alternativa.

—Comprendido, señor.

Worf no hizo ninguna ceremonia al volver su feroz rostro hacia la consola una vez más; la aplicación con que emprendía sus tareas se había apoderado por completo del klingon. Riker lo observó durante un momento, amparado en el hecho de que Worf hacía caso omiso de él. Deseó que toda su tripulación pudiera sentirse tan poco afectada por la presencia de un primer oficial a su lado. Ni siquiera Data era tan imperturbable. «Conmigo no, en cualquier caso. Pero supongo que yo lo pongo nervioso.»

—¿Dónde está Data? ¿Todavía en la reserva de antimateria? —preguntó Riker de repente.

Worf pareció perplejo al responder:

—Ahora que lo menciona, señor, no he tenido noticias ni de él ni de LaForge desde que nos dieron luz verde para recargar el depósito principal. Estaban buscando una fuga.

—No lleva tanto rato. Hágalos subir de vuelta aquí.

—De inmediato, señor.

—Worf, ¿cómo se siente respecto a todo esto? ¿Qué le dicen sus instintos?

—¿Mis instintos, señor? —El corpulento hombre se irguió en toda su estatura y frunció el entrecejo, pensativo—. El capitán nunca me consulta sobre las acciones a emprender.

—Bueno, pues yo estoy preguntándole.

—Los klingon somos guerreros, señor. Nuestra meta es morir en la batalla. Algunos klingon incluso han hecho que se desencadenaran guerras, que surgieran enemigos para que sus clanes pudieran salir y morir como es debido. Pero esta cosa —dijo con desprecio al tiempo que echaba una mirada de rabia hacia la amplia pantalla y su resplandor—, esta cosa es cobarde, aparte de ejercer una tiranía. No hay honor en luchar contra ella.

—¿Usted no se sentiría obligado a luchar con ella si hallase una forma de escapar?

—No más de lo que me sentiría obligado a luchar con una tormenta, señor.

—Entiendo —murmuró Riker—. Gracias

—Es un placer, señor.

El placer sonaba como una amenaza. «¡Qué voz! Me alegro de que esté de nuestro lado», se dijo Riker mientras se alejaba e intentaba ver las cosas como un klingon. «Cobarde, aparte de ejercer una tiranía.» Sí, eso era cierto. Un gran fenómeno estúpido con más energía de la que podía manejar y una propensión a absorber más. Probablemente creía que el preservar las esencias vitales de sus víctimas era algo decente. Si es que pensaba, lo que con toda probabilidad no hacía. ¿O sí? Data había estado en contacto con algo, y era evidente que no se trataba de lo mismo que captaba Deanna. Tal vez había más inteligencia de la aparente en funcionamiento…

No tenía importancia. Lo que importaba era marcharse. No caer en la trampa. Riker recordaba con demasiada claridad la angustia de los ojos de Arkady Reykov cuando los dos se habían «encontrado» en el corredor. Encontrarse… si al menos pudieran… La envidia lo atravesó de pronto, y deseó poder meterse en la mente de Deanna y mantener una conversación con Reykov y Vasska. ¿Cómo sería contactar con gente de otra época? Una época tan fascinante de la historia, ese linde del gran salto a la era espacial… ¡qué tiempos tendrían que haber sido! Podían construir naves como ésa, hacerlas flotar sobre el agua y meterles dentro cinco mil personas. ¿No sería interesante hablar con Timofei Vasska y comparar experiencias de primer oficial? ¿Qué sabría Vasska? Cosas sobre el mar y la atmósfera que a buen seguro raras veces se les ocurrían a los capitanes y oficiales de la época actual. Y todos los tumultos políticos de una civilización como la de la Tierra… ¡qué experiencia sería la de entender los pensamientos y comportamientos de una gente como ésa! Debían de ser decididos y rápidos. Sus opiniones probablemente eran francas, sin tapujos, sin rebozos diplomáticos. Y allí estaban, al alcance. Pidiendo ayuda, según Deanna… La hermandad de las grandes naves.

De pronto, el sentimiento de culpabilidad y la duda se hicieron un lugar en sus pensamientos. ¿Cuán seguro podía estar de sus propias convicciones? ¿Qué había intentado transmitirle Reykov cuando se encontraron en el corredor? ¿Qué había significado esa mano extendida? Riker sabía que había herido a Deanna con sus argumentos. Recordaba cómo el semblante de ella había palidecido, la tristeza de sus ojos. Discutir con Crusher era bastante fácil. Los médicos estaban habituados a eso, y Beverly era tan contenida que su corazón latía una sola vez al día. Pero Deanna nunca había sabido realmente qué hacer con los enfrentamientos. No formaba parte de su naturaleza. Y se había aprovechado de su delicada situación.

Se acercó al asiento de mando y pulsó el intercomunicador. En voz baja, preguntó:

—Dígame dónde está la consejera Troi.

La respuesta de la computadora fue inmediata y clara.

—La consejera Troi está en el laboratorio de aislamiento de la enfermería, unidad cuatro.

—¿Todavía? ¿Durante cuánto tiempo van a dejarle continuar con eso? —murmuró, las manos sujetas a la espalda.

—Es necesaria más información para responder a su pregunta, señor.

—No hablaba con usted. Fin de consulta.

—Gracias.

—Tócame los cojones —le endilgó a la computadora de meliflua voz femenina, y se alejó de ella.

Algo tenía que funcionar. Hasta el momento, nada sucedido. El separar los módulos de la nave no había hecho más que meterlos en mayores problemas. El incrementar la potencia de los escudos sólo había atraído y alimentado a la criatura. La energía fásica probablemente haría lo mismo. Tenía que haber algún arma que pudieran inventar, algo, alguna nueva aplicación de la tecnología de la Flota Estelar que pudiera sacarlos de ésta. La idea estaba aquí, quiso creer Riker. Todo lo que debían hacer era encontrarla. Podría ser como buscar una aguja en un pajar. No tenían suficiente información sobre el enemigo.

Se volvió expectante a mirar los encorvados hombros de Worf que se hallaba resueltamente inclinado sobre su terminal científico.

Riker suspiró y se paseó.

Salir al espacio en una nave como ésta… era fácil convertirse en un vanidoso… imaginarse que la cubierta era sólida y la nave inexpugnable. Fácil mantener una actitud arrogante frente a la muerte. Y cuando el criterio de la Federación ponía niños a bordo… a salvo… ¿o no?

—¡Señor!

Se volvió en redondo, movido tanto por la alarma como por la acusación que latía en la voz que irrumpió en el puente. En la cubierta superior, LaForge, recién salido del turboascensor, enfilaba hacia él.

—¿Dónde ha estado? —exigió saber Riker. Luego advirtió el aspecto de LaForge: pequeñas quemaduras de origen eléctrico en las mangas, sus oscuras facciones perladas en sudor; incluido su visor, y su rostro mostraba una clara furia. Riker hizo una pausa y cambió la pregunta—. ¿Qué le ha sucedido?

—Data me encerró en la cámara de descontaminación de la reserva de antimateria y cortocircuito el panel de seguridad. Me ha llevado todo este tiempo retirar el panel y salir —jadeó LaForge—. Señor Riker, se ha marchado.

—¿Marchado? —le soltó Riker—. ¿Adónde?

—Cogió una lanzadera y se marchó al exterior en busca de la criatura. Y es culpa suya, señor.

—Cogió… ¿está seguro?

—Acabo de estar en la cubierta de lanzamiento. El registro automático de la galería de control de cubierta dice que se marchó hace más de media hora.

—¡Worf! ¡Compruébelo!

—No servirá de nada —dijo LaForge—. Ha desviado todos los repetidores que podrían haberlo notificado al puente. Conoce todos los trucos, señor. Le consta.

—Worf, intente localizarlo —corrigió mientras subía la rampa en tres largas zancadas y se encaraba con LaForge—. ¿Tiene alguna idea de qué piensa hacer en este caso?

—Tiene la esperanza de poder comunicarse con esa cosa, si consigue acercarse a ella —dijo LaForge.

—¿Y?

—¿Por qué tendría que haber nada más, señor?

—Vamos, LaForge, lo estoy viendo en su cara. ¿Qué más?

—Sólo una pequeña cosa, señor. Debido a que usted ha sido tan amable con él, va a averiguar si está lo bastante vivo como para que la criatura absorba la vida que tiene.

Le dio la impresión de que el puente desaparecía. Los ojos de Riker se cerraron con fuerza hasta dolerle. Se llevó una mano a ellos y apoyó la otra sobre la barandilla del puente.

—Oh, no —gimió—. Oh, maldición, ¿quién iba a saber que era tan sensible?

—¡Ah! ¿Lo es? —le disparó LaForge.

—Maldición —volvió a murmurar, esta vez con un susurro—. Worf, ¿hay algo de la lanzadera?

—Los sensores en pasivo no están captando nada, señor. No lo entiendo. Incluso las lecturas pasivas deberían detectar algo del tamaño de una lanzadera.

Riker hizo un gesto hacia Worf pero miró a LaForge y preguntó:

—¿Tiene alguna explicación para eso?

LaForge se encogió de hombros.

—Data no es estúpido, señor. Probablemente ha construido alguna clase de escudo contra sensores con el fin de alejarse antes de que lo transportáramos de vuelta o lo atrapáramos con un rayo tractor. Podríamos detectarlo de inmediato con sensores activos, pero los pasivos no son lo bastante potentes y Data sabe que no nos atreveremos a utilizar los activos.

—¿Tiene un plan?

—No me lo ha contado, pero su idea es atraer la atención de la cosa. Es todo lo que sé.

—Worf, ¿puede hacer eso con una lanzadera?

El klingon se tomó tiempo y luego respondió:

—No tendrá ningún problema para lograrlo, señor. Lo único que deberá hacer es utilizar las armas de la lanzadera.

Alejándose de ellos, Riker cruzó los brazos con determinación, en un intento de rehacerse para enfrentarse con el problema que él mismo había causado.

—No tenía que hacer esto…

—Gracias a usted, él pensó que sí tenía que hacerlo —dijo LaForge.

Riker lo golpeó con una mirada enojada y le espetó:

—Ya ha dicho lo suficiente. Ya sé qué he hecho. ¿Tiene algo constructivo que decir?

LaForge se irguió —casi hasta ponerse firme pero no del todo—, y se puso serio de repente.

—Sí, señor. Solicito permiso para coger otra lanzadera y seguirle. Creo que eso sólo nos pondrá en peligro a nosotros dos y no atraerá la atención hacia la
Enterprise
.

—¿Y qué hará cuando lo encuentre? ¿Acoplarse y darle un cachete?

—Yo podría transmitir las coordenadas y ustedes estarían en situación de transportarnos a ambos simultáneamente.

Riker hizo una pausa, y el sarcasmo que lo había protegido de su error lo abandonó de forma repentina.

—Es una buena idea —se oyó decir, aunque no había tenido intención de decirlo en voz alta. Regresó a donde estaba LaForge y dijo—: Pero no será usted quien vaya. Soy yo el causante de esto. Yo soy la razón de que él esté arriesgando su vida, iré yo a buscarlo.

—¿Usted, señor? Usted dijo que él no era más que una máquina. Que no tiene vida alguna que arriesgar.

Reprimiendo el deseo de aplastar esas palabras y hacerlas desaparecer, observó a LaForge con tanta intensidad que casi pudo ver a través de las cortinillas de las placas paralelas del visor plateado, sus ojos muertos… hasta el núcleo mismo de la angustia de LaForge por Data. Se acercó un paso más al navegante.

—Geordi —respondió—, no hay necesidad de repetir un error.

Con rigidez, LaForge insistió:

—¿Cómo sabe que estaba equivocado?

Pero la respuesta a esa desafiante pregunta ya estaba en la cara de Riker; las palabras, a punto en sus labios.

—Las máquinas no van más allá de su programación. Ninguna máquina se ha sacrificado jamás para salvar a otros —contestó—. Data ha hecho ambas cosas.

La rígida postura de LaForge se relajó al oír la sincera declaración de Riker y ver los sutiles cambios fisiológicos que demostraban que el primer oficial no mentía. A despecho de su furia, no podía dudar de su propio visor.

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