La nave fantasma (28 page)

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Authors: Diane Carey

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La nave fantasma
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—Una sola advertencia: no haga ningún movimiento rápido durante una hora, aproximadamente —le dijo, mientras los dos internos lo ayudaban a recuperar la verticalidad.

—Me temo que lo único que podrían quedarnos —contestó él— son movimientos rápidos.

Mientras se adaptaba a sus recién recobradas piernas, su vista descansó sobre Troi que lo contemplaba expectante a pocos pasos de distancia, ahora con expresión tensa y esperanzada; quería saber qué había experimentado él, qué había decidido, aunque tenía miedo de preguntárselo. O tal vez era lo bastante sensible como para saber que no tenía que preguntarlo; él se lo diría cuando estuviera preparado. Sí, era algo que estaba allí. Él lo veía ahora al mirar los grandes y exóticos ojos de ella.

Él le tendió una mano y dijo con firmeza:

—Consejera, ¿quiere escoltarme hasta el puente? Esta situación ya ha ido bastante lejos.

—Riker a Data. Riker a Data. Sé que está ahí fuera. Hábleme. No me obligue a tentar la suerte. Estoy captándolo apenas con los sensores en corto alcance, pero si me obliga a ampliar el cono sensor, esa cosa nos localizará y los dos estaremos acabados. ¿Me recibe?

Era la cuarta vez que lanzaba esa amenaza y la cuarta vez que fracasaba. Estaba echándose un farol; no tenía en absoluto la lanzadera de Data en las lecturas. Pero si Data pensaba que la tenía… bueno, así es el juego. Estaba a medio camino del sistema solar, viajando a media velocidad sublumínica. En el monitor de popa, la
Enterprise
flotaba con abandono de gran dama a través del negro espacio, a merced de aquel diabólico riesgo que corría; su opalescente casco y barquillas en apariencia completamente abiertas a un ataque. Incluso desde donde estaba podía ver lo bajo de su nivel de energía. Las secciones de impulso y propulsión hiperespacial, que por lo general relumbraban con brillantez, ahora aparecían empañadas. La sarta de luces que rutilaban en sus ventanas regulares eran ahora mortecinas rendijas, y había menos de las que él querría ver.

Ésta era la perturbadora imagen de la nave estelar para Riker, una versión mortecina de una nave que en otras circunstancias no tenía miedo de manifestar su poder. Hoy no se atrevía, al menos no de momento. No hasta que pudieran luchar contra lo que se enfrentaban.

—Vamos, Data. Deje de hacerme sufrir —refunfuñó mientras ajustaba la batería de equipos sensores de su terminal del timón.

La cápsula de exploración estaba cargada de sensores, era prácticamente toda sensores, de proa a popa, incluyendo la mayor parte de su revestimiento exterior. Su parte inferior estaba concebida para ceñirse a atmósferas, sus dos tramas sensoras laterales diseñadas para recoger lecturas con asombroso detalle, hasta el punto de captar los cambios de los vientos, el curso de las tormentas e incluso los movimientos de microorganismos. Por lo corriente nunca se la utilizaba más que para explorar, pero hoy era la mejor apuesta para encontrar a Data. Más pequeña y algo más rápida que una lanzadera, sus finos sensores podían lanzar un rayo más estrecho y obtener información más exhaustiva y clara empleando menos energía que cualquier otra nave de las que tenían a su disposición, lo que incluía desenmascarar el improvisado dispositivo de camuflaje de Data. Primera regla de la táctica: llévate un caballo mejor que el enemigo.

Por supuesto, estaba haciendo caso omiso de lo obvio, era dable que avanzara en una dirección completamente errónea y que Data se encontrara a millones de kilómetros en el lado opuesto. Pero si Data tenía una parte de sí lo bastante humana como para moverse sólo por instinto, éste le diría que se dirigiera hacia un sistema solar, donde se originaba la vida, donde ésta germinaba. Donde podría estar la entidad.

Así que el turbulento gigante gaseoso fue una vez más el compañero de Riker en el espacio, junto con el quebrado cinturón de asteroides, ahora, gran parte de estos planetoides convertida en fragmentos, y polvo liberado después de la descarga de antimateria de la nave. Extraño… en la
Enterprise
esta distancia no parecía tan grande. Sin toda la masa de la nave estelar en torno, Riker tomaba clara conciencia de la totalidad de la perspectiva, y aunque le llevara una cantidad de tiempo directamente proporcional, la búsqueda exageraba la distancia que estaba cubriendo. Su cápsula parecía pequeña en la inmensidad del negro paisaje. Parecía… demonios, es que era pequeña.

—Data, adelante, por favor. —Volvió a intentarlo, al tiempo que estrechaba el rayo de comunicaciones y conseguía alargarlo unos cuantos kilómetros más. Eso implicaría un barrido más amplio, un riesgo. Moviendo los controles con tanta delicadeza que apenas pudo percibir los cambios en las pantallas, se humedeció los labios y murmuró—: Vamos, Data, no me obligue a vivir con esto.

—Aquí el comandante Data. Señor, por favor, regrese.

Riker dio un respingo y se quedó mirando como un tonto la consola durante un momento, tras lo cual saltó hacia ella.

—¿Data? ¿Me recibe?

—Lo recibo, señor. Su persecución es una imprudencia.

Riker abrió la boca para espetarle un insulto o una orden, pero contuvo la respiración y cambió de tercio al instante. Trabajando a toda la velocidad que podían desarrollar sus dedos, intentó forzar al mínimo los sensores para que localizaran a Data sin emitir la energía suficiente como para atraer a la entidad. Hizo una pausa, respiró, contó hasta diez, y dijo lentamente:

—Data, sé qué está intentando hacer. Geordi me lo ha contado. Sé que es debido a mis comentarios, y quería explicarle… que estaba equivocado. No tenía ningún derecho a decir esas cosas.

—Se lo agradezco, señor. Eso no cambia lo correcto de sus afirmaciones. Usted me ayudó a tomar conciencia de mi realidad, y por eso le estoy agradecido. Estoy recibiendo lecturas erráticas del fenómeno, señor. Parece estar desapareciendo y entrando en contacto. Si vuelve a sondearme, puede que me encuentre lo bastante cerca como para trasmitir.

—Eso podría matarlo. No lo intente. Tenemos otras formas de luchar contra esa cosa.

—Luchar no es inteligente en este momento, señor. Utilizaría nuestra propia energía contra nosotros.

—Worf podría haber encontrado la forma de obviar eso —dijo Riker, minimizando el riesgo de su apuesta—, pero lo necesitamos a usted para establecer la teoría. Dé media vuelta y regresemos mientras podamos.

Se produjo una pausa lo bastante larga como para poner nervioso a Riker. Finalmente utilizó el teclado y dijo:

—¿Data? Cambio a visual.

Al decirlo, la pantalla de su derecha parpadeó y se enfocó, proporcionándole una tranquilizadora imagen del rostro de Data con algunos parásitos.

—Data, escúcheme. Quiero que regrese conmigo. Es usted demasiado valioso como para perderlo en este descabellado plan de comunicarse con esa cosa. Sea razonable.

La expresión de Data era de pesar, pero había resolución cuando dijo con tono pensativo:

—Incluso aunque no pudiera encontrar una forma de comunicarme con eso, señor, tendría que continuar con mi indagación acerca de mi naturaleza.

A pesar de que sabía lo que se avecinaba y se odiaba por haberlo provocado, Riker formuló la pregunta a la que había sido conducido:

—¿Por qué?

—Tengo que averiguar si hay algo en mí que el fenómeno reconozca como esencia vital. Tengo que saber si hay en mí la suficiente humanidad —explicó Data morosamente—, como para ser destruido.

Riker miró con los ojos entrecerrados la iluminada pantalla.

—Data, reconsidérelo. No es muy lógico, ¿verdad?

—No, señor. Pero ésta podría ser mi única oportunidad de descubrir si soy un ser vivo, o incluso humano. Y si la entidad no me absorbe —concluyó, con una impasibilidad más que perturbadora—, tendré mi respuesta. Sabré cuál es mi lugar.

—Su lugar está entre nosotros —le contestó Riker—. Eso lo sé ahora. Usted está haciendo algo que ninguna máquina haría. Para mí es suficiente.

Entonces sucedió algo notable. Data le sonrió. Fue una simple sonrisa espontánea, aniñada y enternecedora, y dio la impresión de que ni siquiera era consciente de ella. Los sulfúreos ojos del androide chispearon con una calidad animada que Riker nunca había detectado cuando estaba en la misma habitación que él; pero también era el tipo de sonrisa teñida de pesar. Riker se daba cuenta —había visto las suficientes sonrisas— de lo que significaba.

—Picard a Riker. ¿Me recibe?

Dio un respingo, sobresaltado por aquella voz completamente diferente que de pronto irrumpió en su sistema de comunicaciones, y activó los puntos reflejos adecuados.

—Data, permanezca a la espera.

La pantalla se apagó y él pulsó otra tecla.


Enterprise
, aquí Riker.

—¿Qué demonios cree que está haciendo ahí fuera, número uno?

—Estoy a punto de precisar la posición de Data, señor. Ya casi tengo la triangulación del transportador sobre él.

—¿Lo tiene localizado? Se halla fuera del alcance de nuestras comunicaciones de baja potencia.

—Sí, señor, ahora mismo estoy hablando con él. Al menos estoy intentando hacerlo.

—¿Está teniendo algún éxito con su hipótesis? Es, con toda probabilidad, el único ser con el que la entidad se ha topado que se sitúa a caballo entre un ser vivo y una máquina. Podría ser nuestra única posibilidad de comunicarnos.

—Es cierto, señor, pero yo sinceramente creo que hay más riesgo que beneficio, en especial para Data.

—Entonces no se entretenga ahí fuera. Obtenga la triangulación sobre él y los transportaremos a ambos a bordo. No puedo permitirme perderlos a los dos. Tendremos que hablar más tarde sobre esas dos naves de las que se han apropiado. Téngalo por seguro.

—Sí, señor, lo entiend… ¡Data! ¡Deténgase!

—¡Riker, qué sucede! ¡Informe!

—Está apuntando las armas de la lanzadera, capitán; va a disparar a ciegas para atraer a esa cosa. Data, desactive esas armas. Es una orden.

—Lo siento, señor —contestó Data con calma—, pero tengo que atraer su atención antes de que entre en su radio de acción. No creo que la cápsula emita la energía suficiente como para atraerla mientras esté todavía a esta…

—¡Riker! —La voz de Picard salió disparada a través del sistema—. Estamos captando lecturas de una gran concentración de energía. ¡Tiene que estar justo encima de él! ¿La ve usted?

—Fin de conexión —repuso Riker. El sudor le caía por la frente; al apagarse la pantalla, estaba empapado.

En el espacio, delante de él, la recia lanzadera fue empequeñecida por la excesivamente conocida y monstruosamente espectral imagen que se había convertido en su pesadilla. Avanzó hacia Data a la velocidad de la luz y se tragó la cápsula entera mientras Riker observaba, impotente, como aquello ocupaba la mitad de su campo de visión. Mientras devoraba la nave de Data, tendió sus eléctricos tentáculos hacia Riker.

Con un escalofrío corriéndole por los brazos, golpeó con un puño el conector de comunicaciones.

—¡
Enterprise
! ¡Transpórtennos a bordo! ¡Ahora!

La típica sensación de náusea producida por el trasportador comenzó casi instantáneamente. El capitán tenía que estar preparado para esto, debía de haberlo previsto. Riker se entregó al efecto, como si eso pudiera servir de algo, y centró su vista en la pantalla mientras sentía que se desmaterializaba. Pero por un momento alzó los ojos y pudo ver cuando la lanzadera era hecha pedazos; sus diminutos motores de impulso estallaron en una formidable explosión.

Unos agónicos segundos más tarde, la realidad circundante a Riker en la cápsula de exploración desapareció y las paredes gris oscuro de especial textura de la sala del trasportador comenzaron a formarse alrededor de él. Por encima de él la suave iluminación; por debajo, la fulgente plataforma; detrás de él, otra figura que se materializaba.

Tendió la mano tan pronto como pudo, pero retrocedió instintivamente ante la crepitante envoltura eléctrica que rodeaba una vez más a Data. Esta vez parecía tener un propósito determinado…, ¿o lo estaba imaginando?

—¡Data! —gritó sin pensar.

La electricidad chasqueó unas cuantas veces más y luego desapareció. Riker avanzó hacia Data al instante. Justo a tiempo de cogerlo.

La plataforma resonó al aparecer de la nada el capitán Picard y Geordi LaForge. Se arrodillaron junto a Riker y el desplomado Data. Sus ojos de androide miraban hacia arriba, al infinito. Su corazón continuaba latiendo obediente. Su pulso seguía tamborileando de forma regular. La biomecánica continuaba haciendo funcionar el armazón que él llamaba su cuerpo. Pero la esencia vital que había poseído una valentía que ninguna máquina podía duplicar…

Había desaparecido.

12

Data, yaciente, era asaetado por una cuña de brillantes y estrechos rayos quirúrgicos en el laboratorio principal de la enfermería iluminado con luz mortecina. Crusher, neurólogos, especialistas en microingeniería y expertos en robótica, trabajaban en él, pero nadie podía operar el milagro. Estaba tendido sobre la mesa, con un rostro menos plácido que el que podría haber tenido un cadáver, la expresión atrapada en un momento de sorpresa, quizás incluso de revelación.

Para Picard, la penumbra que reinaba en la habitación le recordaba a una estrofa de Poe. Se paseó en torno al pequeño grupo y miró de nuevo los opalescentes ojos de Data, y volvió a sentir el anhelo de comprender qué había visto el androide en el último instante. La experiencia de la cámara aún lo acompañaba, haciendo que de alguna forma se sintiera separado de estas personas que no habían pasado por ella. Pensaba que ahora sabía cómo podía ser la resurrección, cómo era ser apresado por esa cosa… Y había despertado otra vez con nuevos conocimientos y con la capacidad de utilizarlos. Él había despertado con unas percepciones radicalmente distintas de las anteriores. Los colores le parecían más brillantes, los aromas más agradables, las formas más nítidas. Había una repentina maravilla en el hecho de estar completamente vivo.

En la mesa, el rostro de Data tenía ese tipo de expresión maravillada, pero él no había vuelto.

Cuando Beverly Crusher se retiró por fin de la mesa, su rostro estaba marcado por la frustración, incluso por la angustia, y su címbreo cuerpo había perdido la mayor parte de la gracia. Avanzó lentamente hasta el rincón en que Riker y Geordi aguardaban azuzados por la impaciencia, no demasiado cerca el uno del otro, y Picard se dio la vuelta para encontrarse con ella. Bajó la voz.

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