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Authors: Jerry Pournelle & Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

La paja en el ojo de Dios (75 page)

BOOK: La paja en el ojo de Dios
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—En fin... tuvieron guerras atómicas. También nosotros. Si el Condominio no hubiese inventado el Impulsor Alderson nos habríamos exterminado unos a otros en la Tierra. —No le gustaba la respuesta, sin embargo; era difícil de aceptar—. ¿No pudo haber otra especie dominante que se exterminó a sí misma y que los pajeños evolucionaran después?

—No —respondió Horvath—. Su propio trabajo, señorita Sally: usted ha mostrado lo bien adaptada que está la forma pajeña para el uso de herramientas. El mutante debió de ser un ser que ante todo manejaba herramientas... o que estaba controlado por usuarios de herramientas. O las dos cosas.

—Eso es una guerra —dijo el senador Fowler—. La que creó a los pajeños tal como son ahora. Usted habló de dos. Horvath asintió con tristeza.

—Sí, señor. Los actuales pajeños debieron de luchar con armas atómicas. Más tarde hubo otro período de radiación que extinguió las especies de todas aquellas castas... las formas civilizadas y las animales. Más intermedios como los Relojeros. —Horvath miró exculpatorio a Blaine, pero sin ningún signo de emoción.

Sigmund Horowitz carraspeó. Era evidente que disfrutaba con aquello.

—Creo que los Marrones fueron la forma original. Cuando pasaron a dominar, los Blancos criaron a las demás subespecies para sus propios fines. De nuevo evolución controlada, como ven. Pero algunas formas evolucionaron por sí mismas.

—Entonces ¿los animales asimétricos no son antepasados de los pajeños? —preguntó curioso el senador Fowler.

—No. —Horowitz se frotó las manos y acarició su computadora de bolsillo anhelante—. Son formas degeneradas... Puedo mostrarles los mecanismos genéticos.

—No será necesario —dijo enseguida el senador Fowler—. Así que tenemos dos guerras. Posiblemente los Mediadores nacieran de la segunda...

—Son más bien tres guerras —dijo Renner—. Aunque aceptemos que sobrevivieron a la radiactividad de la segunda.

—¿Por qué? —preguntó Sally.

—Usted vio el planeta. Luego tenga en cuenta la adaptación al espacio —dijo Renner. Miró expectante a Horvath y a Horowitz. La sonrisa triunfal de Horowitz se había ensanchado.

—Vuelve a ser trabajo suyo, señora mía. Los pajeños están tan bien adaptados al espacio que uno se pregunta si no evolucionarían allí. Lo hicieron. —El xenobiólogo asintió teatralmente—. Pero después de pasar por un largo período de evolución en el planeta mismo. ¿Quiere que exponga las pruebas? Mecanismos psicológicos que ajustan a baja presión y gravedad nula, astronavegación intuitiva...

—Le creo —dijo Sally.

—¡Marte! —gritó Rod Blaine; todos le miraron—. Marte. ¿Pensaba usted en eso, Kevin?

Renner asintió. Parecía verse en un conflicto, su mente corría demasiado y no le gustaba lo que descubría.

—Desde luego —dijo—. Combatieron por lo menos una guerra con asteroides. No hay más que ver la superficie de Paja Uno, toda llena de cráteres. Debieron de estar
a
punto de arrasar el planeta. Y los supervivientes se asustaron tanto que se llevaron los asteroides de allí para que nadie pudiera volver a utilizarlos de aquel modo...

—Pero la guerra casi liquidó la mayor parte de la vida superior del planeta —concluyó Horowitz—. Mucho tiempo después, el planeta fue repoblado por pajeños que se habían adaptado al espacio.

—Pero hace muchísimo tiempo —protestó el doctor Horvath—. Los cráteres asteroidales están fríos y las órbitas son estables. Todo esto fue hace mucho.

Horvath no parecía muy a gusto con sus conclusiones, y Rod escribió una nota. No es bastante buena, pensó Rod. Pero... ha de haber
una
explicación...

—Pero aún podían luchar con asteroides —continuó Horvath—. Si querían. Haría falta más energía, pero siempre que estuviesen dentro del sistema podían moverlos. No tenemos ninguna prueba de guerras recientes, y ¿qué tiene que ver todo esto con nosotros, de todos modos? Ellos lucharon, en el pasado, y crearon luego a los Mediadores mediante un proceso evolutivo para acabar con la guerra, y lo lograron. Ahora ya no tienen guerras.

—Quizás no —gruñó el senador Fowler—. O quizás sí.

—No lucharon contra
nosotros —
insistió Horvath.

—Hay un crucero de combate destruido —dijo Fowler—. Bien, ahórreme las explicaciones. Están también los guardiamarinas, y sí, he oído lo que se dice de ellos. El hecho es, doctor Horvath, que si los pajeños luchan entre sí sabe perfectamente que una facción buscará aliados entre los exteriores y los rebeldes. Demonios, podrían incluso
fomentar
las revueltas, y, por Dios, no nos hace ninguna falta eso... además hay otra cosa que me inquieta... ¿Han conseguido llegar a un gobierno planetario?

Hubo más silencio.

—¿Bien, Sally? —exigió el senador—. Es tu campo.

—Ellos... Bueno, tienen una especie de gobierno planetario, la jurisdicción. Un Amo o un grupo de ellos adquieren jurisdicción sobre algo y el resto lo acepta.

Ben Fowler miró ceñudo a su sobrina.

—Demonios, nosotros no dejamos siquiera a los
humanos
andar por el universo hasta que no han conseguido crear un gobierno planetario. ¿Se imaginan ustedes que una colonia pajeña decida ayudar a una facción de Paja Uno, el planeta natal? —Miró a su alrededor y frunció el ceño de nuevo—. Maldita sea, no me miren todos así. ¡Es como si pensaran que quiero fusilar a los Reyes Magos! Quiero comerciar con los pajeños, pero no olvidemos la Directriz Primordial del Imperio.

—Necesitamos más tiempo —protestó Horvath—. ¡No podemos decidir las cosas ahora mismo!

—No tenemos tiempo —dijo con calma Rod—. Doctor, debe usted tomar conciencia de la expresión. Usted ayudó a crearla. No hay grupo de intereses en este sector que no exija acción inmediata. —Rod había estado recibiendo llamadas diarias de la Liga de la Humanidad, y estaba seguro de que el ministro Horvath estaba proporcionándoles información.

—Lo que a usted le inquieta es la tasa de natalidad potencial —dijo Horvath—. Estoy seguro de que comprende que ellos
tienen
que ser capaces de controlar su población. No habrían sobrevivido tanto tiempo si no.

—Pero pueden no
querer
—objetó Fowler—. ¿Podríamos obligarles a hacerlo? Rod, ¿no ha trabajado más el teniente Cargill en ese cálculo de amenaza potencial?

—Sólo en detalles, senador. Sus cálculos originales eran bastante correctos.

—Por tanto, se necesitaría una gran operación de la Flota para obligar a los pajeños... y esto con sus recursos actuales. ¿Qué problemas tendrían nuestros nietos si les ayudáramos a conseguir colonias?

—No puede usted impedirles hacerlo —protestó Horvath—. Capit... señor Blaine, su análisis lo demostraba. Acabarán consiguiendo el Campo Langston, y saldrán de su encierro.
Debemos
tener relaciones amistosas con ellos antes. Yo sostengo que debemos empezar a comerciar con ellos ahora y resolver nuestros problemas sobre la marcha. No podemos resolverlo todo inmediatamente.

—¿Ésa es su recomendación? —preguntó Fowler.

—Lo es. La mía, la de la Liga de la Humanidad, la de la Asociación de Comerciantes...

—No todos ellos —interrumpió Rod—. Su consejo local está dividido. Hay una notable minoría que no quiere saber nada de los pajeños.

—Lo mismo harán las industrias a las que la tecnología pajeña arruine —dijo Horvath despectivamente—. Podemos resolver ese problema. Senador, los pajeños crearán inevitablemente
algo
que les permita salir de su sistema. Tendríamos que vincularles hasta tal punto al Imperio que sus intereses fuesen los nuestros antes de que pasara eso.

—O integrarles en el Imperio y apechugar con ellos —murmuró Fowler—. Estuve pensando eso anoche. Si ellos no pueden controlar su población, podemos hacerlo nosotros por ellos...

—Pero sabemos que pueden —protestó Horvath—. Se ha demostrado que llevan mucho tiempo de civilización en su sistema. Han aprendido...

—se paró un momento, y luego continuó con excitación—: ¿No han pensado que quizás tengan repartos de población? Los pajeños de aquella nave expedicionaria quizás tuviesen que tener hijos en un tiempo determinado, o no tenerlos. Por eso los tuvieron a bordo de la nave.

—Humm —dijo Fowler; su ceño desapareció—. Quizás haya dado usted con una clave. Les preguntaremos...
les preguntaré
a los pajeños cuando vengan. Doctor Hardy, está usted ahí sentado como un hombre al que estuvieran a punto de ahorcar en baja gravedad. ¿Qué es lo que le inquieta?

—Las ratas —dijo lentamente el capellán.

Horvath miró a su alrededor rápidamente, luego asintió sumiso.

—¿Le inquietan también a usted, David?

—Por supuesto. ¿Puede usted encontrar el expediente, o quiere que lo haga yo?

—Yo lo tengo —dijo Horvath suspirando. Marcó números en la placa de su computadora de bolsillo, ronroneó ésta y las pantallas de la pared se iluminaron...

... una ciudad pajeña, arrasada por el desastre. Vehículos volcados y oxidados por calles destrozadas. Había vehículos aéreos empotrados entre las ruinas de edificios calcinados. Crecían matorrales entre las fisuras del pavimento. El centro de la imagen era un inmenso montón de escombros, y un centenar de pequeñas formas negras que salían y entraban y corrían sobre él.

—No es lo que parece. Es una planta del zoo pajeño —explicó Horvath.

Accionó sus controles y la imagen se aproximó y se centró en una sola forma negra que creció hasta que las líneas exteriores se difuminaron: una cara afilada y ratonesca, con malignos dientes. Pero no era una rata.

Tenía una oreja membranosa y cinco miembros. El primero de ellos, del lado derecho, era una quinta garra. Era un brazo largo y ágil, que terminaba en unas uñas como dagas curvadas.

—¡Oh! —exclamó Horowitz; miró acusador a Horvath—. Usted no me enseñó esto... más guerras, ¿eh? Una de las guerras debió de destruir tanta vida que los nichos ecológicos debieron de quedar vacíos. Pero esto... ¿consiguieron un espécimen?

—Por desgracia no.

—¿De qué degeneró? —preguntó asombrado Horowitz—. Hay mucha distancia entre el pajeño inteligente y... y
eso.
¿Hay alguna casta pajeña que no me hayan enseñado? ¿Algo similar a eso?

—No, por supuesto que no —contestó Sally.

—Nadie criaría selectivamente una cosa así —musitó Horowitz—. Debió de ser selección natural... —sonrió satisfecho—. Más pruebas, si es que hacían falta. Una de sus guerras casi despobló su planeta. Y además durante muchísimo tiempo.

—Sí —dijo rápidamente Renner—. Y mientras esos seres se apoderaban de Paja Uno, los pajeños civilizados estaban fuera, en los asteroides. Debieron de procrear allí durante generaciones, Blancos y Marrones y Relojeros y quizás otros que no vimos porque no llegamos a la civilización asteroidal.

—Pero de eso también hace mucho tiempo —dijo Horvath—. Muchísimo... El trabajo del doctor Buckman sobre las órbitas asteroidales... Bueno. Quizás los Mediadores evolucionasen en el espacio antes de volver al planeta. Ya pueden ver que eran necesarios.

—Lo que significa que los Blancos son tan belicosos ahora como antes —indicó el senador Fowler.

—Ahora tienen Mediadores, tío Ben —le recordó Sally.

—Sí. Y quizás hayan resuelto su presión demográfica... ¡Doctor, quite ese maldito ser de la pantalla! Me pone los pelos de punta. ¿Por qué demonios se les ocurriría meter una ciudad destruida en un zoo?

La horrible imagen desapareció, para alivio de todos.

—Lo explicaron —Horvath parecía otra vez casi alegre—. Algunas de sus formas evolucionaron en ciudades. Un zoo completo tendría que incluirlas.

—¿Ciudades destruidas?

—Quizás para recordarles lo que pasa cuando no escuchan a los Mediadores —sugirió quedamente Sally—. Un horrible ejemplo para que teman la guerra.

—No hay duda de que es eficaz —dijo Renner; se estremeció levemente.

—Bien, resumamos. Los pajeños estarán aquí dentro de unos minutos —dijo el senador Fowler—. Uno: La tasa de reproducción potencial es enorme, y los pajeños parecen dispuestos a tener hijos en lugares donde nosotros no lo haríamos.

»Dos: Los pajeños mintieron para ocultar su elevada tasa de natalidad.

»Tres: Los pajeños han tenido guerras. Al menos tres grandes. Quizás más.

«Cuatro: Su civilización es muy antigua. Mucho, realmente. Eso parece indicar que han conseguido controlar su población. No sabemos
cómo
lo hacen, pero podría relacionarse con el hecho de que tengan hijos en misiones peligrosas. Debemos preguntárselo. ¿De acuerdo, por ahora?

Hubo un coro de asentimiento.

—Ahora las opciones. Primera: Podemos seguir el consejo del doctor Horvath y negociar acuerdos comerciales. Los pajeños han pedido estaciones permanentes, y el derecho a buscar y poblar mundos vírgenes dentro del Imperio y más allá de él. No insisten en el espacio interior, pero les gustaría obtener lo que nosotros no usamos, asteroides y rocas terraformables, por ejemplo. Ofrecen mucho a cambio.

Hizo una pausa por si había comentarios, pero no los hubo. Todos dejaban satisfechos que el senador resumiese lo dicho para la grabación.

—Ahora bien, esa actitud implica dejar sueltos a los pajeños. En cuanto tengan bases, no controlaremos el acceso a ellas, y es seguro que exteriores y rebeldes harán acuerdos con los pajeños. Hemos de tenerlo en cuenta, y es posible que nuestra generosidad de ahora nos proporcione más tarde su gratitud. El acuerdo inmediato tiene el apoyo del miembro de la Comisión Sandra Bright Fowler. ¿De acuerdo hasta ahora?

Hubo más síes y cabeceos afirmativos. Unos cuantos científicos miraron con curiosidad a Sally. El doctor Horvath le dirigió una sonrisa alentadora.

—Segunda opción: Acogemos a los pajeños en el Imperio. Instalamos un general gobernador, al menos en alguna colonia pajeña, posiblemente en el propio Paja Uno. Esto sería caro y no sabemos lo que pasaría si los pajeños se opusieran. Tienen un elevado potencial militar.

—Yo creo que eso sería una terrible imprudencia —dijo Anthony Horvath—. No creo que los pajeños se sometieran fácilmente, y...

—Sí. Intento exponer todas las opciones, doctor. Ahora que ha expuesto usted su objeción debo decir también que este plan tiene en principio el apoyo del Ministro de Guerra y de la mayoría de los miembros de la Oficina Colonial. Aún no tiene el de ningún miembro de la Comisión, pero pienso planteárselo a los pajeños como una posibilidad. Demonios, podrían
querer.

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