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Authors: Andrea Cremer

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

La pesadilla del lobo (33 page)

BOOK: La pesadilla del lobo
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A diferencia del vacío salón comedor en el que había entrado la noche anterior, la sala de reuniones de los Buscadores estaba completamente llena. Hombres y mujeres daban vueltas de un lado a otro hombro y el zumbido de la conversación se convertía en un rugido apagado.

—Allí está Tess. —Connor se abrió paso entre la multitud.

—¿Quién es Tess? —Bryn se inclinó hacia mí.

—Forma parte de su equipo —dije—. El equipo Haldis.

—¿El equipo Haldis? —Bryn frunció el entrecejo.

—Yo no… —Las palabras se atascaron. Haldis, Eydis. Los datos aislados que había recogido durante mi breve estadía con los Buscadores no me habían preparado para responder a sus preguntas. Había tantas cosas que aún ignoraba acerca de los Buscadores… y ahora había trasladado a mi manada, o a lo que quedaba de ella, a su mundo, pero sin ninguna certeza sobre el futuro. ¿Y si había tomado la decisión equivocada? El runrún de voces aumentó de volumen y creí que me estallaría la cabeza.

Como no seguí hablando, Bryn se encogió de hombros y siguió a Mason hasta la mesa ante la que Tess y Silas estaban sentados.

—¿Cala? —Shay me observaba.

—Adelante —dije, y le pegué un empujón—. Te sigo.

Mientras él se abría paso entre los Buscadores yo retrocedí hacia el pasillo y eché a correr cuando alcancé las escaleras.

No sabía hacia dónde corría, pero sabía que tenía que correr. Hacía una semana había estado en Vail a punto de unir mi vida a la de Ren, de dar los primeros pasos a lo largo del camino que habían determinado para mí durante toda mi vida. Mi destino. ¿Acaso aún tenía un destino? ¿Es que éste ahora le pertenecía a los Buscadores?

Al pensarlo, solté un gruñido. Me negaba a que alguien me enjaulara. Había servido a los Guardas ciegamente y éste era el resultado. Si los Buscadores me ofrecían un modo de luchar contra mis anteriores amos, lucharía. Habían matado a mi madre y torturado a mis seres queridos. Quería que pagaran por ello, pero tenía que luchar según mis propias condiciones. Ahora mis decisiones afectaban a toda mi manada. Debía estar segura, y no estaba segura de nada.

Me encontraba al otro lado del globo y mi vida anterior estaba destrozada. Los vínculos aparentemente sólidos entre los miembros de mi nueva manada se habían desintegrado a causa de mis decisiones. Fey, Dax y Cosette… todos habían buscado la protección de los Guardas, se habían aferrado a aquella vida a pesar de todo el dolor que nos había causado. Estaba segura de que si Connor no hubiera intervenido, mi lucha con Dax habría sido a muerte. Y mi hermano se había convertido en una sombra de sí mismo, hasta tal punto que había estado dispuesto a traicionarme para recuperar lo que le habían quitado.

Pero Ansel no era el único cuya vida se había vuelto irreconocible. Ren había sido desprovisto de su futuro la noche en la que huí de nuestra unión. Su manada ya no existía, su legado volvía a estar en manos de Emile, que más que un hombre era un monstruo y ni siquiera era su padre. Comprender esa repentina verdad me hizo tropezar. Hacía años que le habían robado el futuro a Ren, cuando Emile y los Guardas mataron a su madre. La vida de mi futuro compañero estaba basada en mentiras, sangre y huesos.

Plegué las manos y me cubrí los ojos. Mentiras, sangre y huesos. ¿Acaso nuestras vidas habían constituido algo más? Mientras presionaba los dedos contra mi rostro, el roce del frío metal de mi anillo fue como una descarga eléctrica. El anillo que me había dado Ren. Una promesa de futuro.

«Quiero que sepas que yo…»

¿Qué? ¿Qué fue lo que Ren quiso decirme? ¿Qué lo había detenido? ¿Cuántas cosas hubiese compartido conmigo?

De pronto el pasillo parecía demasiado estrecho, como si las paredes se cernieran sobre mí. Tenía que salir. Necesitaba respirar aire puro. Aceleré el paso en busca de una salida. Cuando alcancé las siguientes puertas cristaleras me lancé al exterior.

El aire salado del mar me envolvió. Me agaché, apoyé las manos en las rodillas y lo bebí como si fuera agua. Los tonos vívidos de la puerta de sol habían dado paso a los tonos lavandas y grises del ocaso. El anillo de oro blanco trenzado seguía brillando incluso entre las sombras, atrapaba la luz y la reflejaba, burlón y aborrecible.

«Me recuerda a tus cabellos.»

La trenza de cabello rubio claro seguía colgando por encima de mi hombro y cuando me puse de pie osciló de un lado a otro. El patio era enorme y lo que sólo ayer había sido un jardín casi yermo ahora estaba cubierto de frondas verdes y rebosante del aroma frío y mineral de las hierbas frescas.

Corrí hacia el invernadero más próximo en busca de cualquier cosa que me sirviera, a condición de que fuera afilada. Respiraba entrecortadamente. Abrí la puerta y pasé tropezando junto a plantas de semillero y otras en tiestos. El aroma del compost flotando en el aire húmedo era dulzón pero un poco nauseabundo. Encontré lo que buscaba en el otro extremo del invernadero, apoyado en un estante.

Cogí las tijeras de podar con una mano y mi gruesa trenza con la otra, justo debajo de la nuca. No dejé de cortar hasta sostener la trenza en la mano. La miré fijamente y después la arrojé a un lado como si fuera una serpiente viva. Dejé de jadear y mi cabeza parecía más liviana, libre. Dejé las tijeras de podar en el estante y abandoné el invernadero.

Cuando regresé al patio estaba lloviendo, una lluvia muy suave. La humedad me rozaba la piel como un recuerdo de las gotas de lluvia, nada parecido a un chaparrón, aún más ligeras que la bruma. El aire tibio me acariciaba la piel y me dirigí al centro del jardín. El sendero me condujo hasta una pared de setos cuidadosamente recortados, detrás de loa cuales descubrí una plaza central con peldaños que descendían hasta una serie de parterres bordeados de árboles frutales en flor. Reinaba un silencio absoluto que la aislaba del resto del mundo. En el centro de la plaza había una fuente de piedra y cuatro figuras talladas que formaban un grupo extraño: una mujer con armadura, como un caballero, un hombre vestido de monje, un niño que sostenía pergaminos en las manos y una mujer que llevaba un vestido sencillo y sostenía una rama de árbol. A sus pies el agua se arremolinaba en un estanque que reflejaba los tonos plateados de las nubes.

Caminé alrededor del estanque y rocé la superficie con los dedos. El jardín a nivel más bajo debería haberme proporcionado tranquilidad, pero la tormenta mental que me afectaba lo impedía. Me pasé los dedos por el pelo cortado y, cuando mis manos se detuvieron justo debajo de la nuca, me sobresalté.

—Un buen escondite.

Me giré y vi a Shay avanzando a lo largo del sendero y acercándose a la fuente central. Apreté las mandíbulas y permanecí tan inmóvil como las cuatro estatuas.

—Silencioso, aislado. —Echó un vistazo a los parterres cubiertos de sombras proyectadas por los altos setos—. Lo bastante inquietante como para que casi nadie se acerque de noche, pero no demasiado aterrador.

Esbozó una sonrisa.

—Casi le pondría un sobresaliente, pero sólo porque esta noche no hay luna —dijo, y dio un paso adelante.

—Muchas gracias —dije en tono duro y de advertencia—. ¿Cómo me has encontrado?

Se pasó una mano por el pelo y sonrió tímidamente.

—Seguí tu rastro.

—Claro. —Le di la espalda, me alejé de la fuente y me sumergí en las sombras del jardín—. Vete.

—No. —Se puso delante de mí y me obstruyó el paso.

—Hablo en serio, Shay.

—Yo también —dijo—. Me parece que ahora no deberías estar sola.

—No es asunto tuyo.

Shay estiró el brazo y apartó los rizos de color rubio pálido que me rozaban la barbilla.

—¿Te cortaste la trenza? —Sonrió y jugueteó con los rizos cortos—. Me gusta. Te queda bien.

No contesté y su sonrisa se borró.

—No tienes que hacer esto tú sola —dijo en voz baja.

—Estoy sola. —Sentí un vacío en el pecho.

—Sabes que eso no es verdad.

Inspiré y apreté los puños.

—Entonces dime qué es verdad.

—Lo amabas. —Me miró a los ojos.

—Sí. —La palabra flotaba entre ambos, como la verdad desnuda. Traté de tomar aire para evitar el temblor que me agitaba, pero no pude.

Shay se acercó un paso más y habló en voz baja pero firme.

—Pero no como me amas a mí.

Trastabillé hacia atrás como si me hubiera golpeado.

—Cala —murmuró y me cogió del brazo—. No debes culparte. Lo que has hecho, lo que sientes… nada de ello hace que la decisión de Ren sea culpa tuya.

Eludí su mano tendida.

—Cállate —dije—. No quiero hablar de esto. No puedo.

—Tienes razón —contestó en tono suave—. No es momento de hablar.

Su movimiento fue tan rápido que durante un instante su cuerpo se volvió borroso, y después estaba entre sus brazos. Lo aferré de los hombros y le clavé las uñas en la piel, pero no me soltó. Sólo me abrazó con más fuerza.

Gruñí y luché, pero Shay no me soltó. Sentí los latidos de su corazón junto al mío. La bruma nocturna se mezcló con las lágrimas que se derramaban por mis mejillas.

Shay me besó con suavidad y me acarició el rostro con los labios. Me aferré a él. Mientras me besaba, murmuraba palabras de consuelo.

Cuando la pena dejó de sacudirme, alcé la barbilla y uní mis labios a los suyos. Cuando me mordió el labio inferior, le devolví el beso con tanta violencia que Shay perdió el equilibrio y ambos rodamos por el sendero del jardín. Después su cuerpo estaba encima del mío y, en cuanto recuperé el aliento, volví a besarlo y traté de desabrocharle la camisa. Un gruñido le agitó el pecho y se quitó la camisa. Entrelacé los dedos en sus cabellos, aún húmedos tras la lluvia reciente.

Shay me rozó el cuello con los labios; mi respiración era un jadeo agitado. El aire nocturno del jardín, el aroma de las rosas y el olor salado del mar se deslizaron entre mis labios entreabiertos.

Los labios de Shay me acariciaron la piel desnuda del vientre y durante un instante me pregunté dónde estarían mi camisa y mis pantalones de cuero.

Sus labios descendieron a lo largo de mi cuerpo y ya no me importó dónde estaba mi ropa.

Las capas plateadas de las nubes se abrieron como una cortina de gasa agitada por la brisa y delgados rayos de luna bañaron nuestros cuerpos. Cuando el cielo nocturno se despejó, Shay se inclinó sobre mí y la luz tenue que resplandecía en el jardín iluminó su silueta. Me rozó la mejilla con los labios y apoyó las caderas contra las mías. Sentía cada uno de los latidos de su corazón al tiempo que nos abrazábamos estrechamente, la piel contra la piel. Me estremecí y sentí algo muy profundo surgiendo de mis entrañas, abriéndose y ansiando algo que sólo él podía darme. Cuando volvió a besarme, creí que el deseo me partiría en dos. Shay retrocedió y me contempló en silencio. En su mirada había una pregunta.

—Sí —murmuré.

Volví a besarlo y ya no hubo más preguntas esperando respuesta.

28

Clic. Clic.

Bryn frunció los labios y se concentró en la tarea.

—Realmente, Cal, si querías un corte de cabello sólo tenías que pedírmelo. Esto es un desastre.

Observé las mechas de pelo cayendo al suelo. No resultó fácil llegar hasta aquí. Logré zafarme de los brazos de Shay, escabullirme de su habitación sin hacer ruido y regresar a la mía.

No es que lamentara hacer pasado la noche con él, pero no sabía qué depararía el mañana y, tras todo lo ocurrido en las últimas veinticuatro horas, la cabeza aún me daba vueltas. Necesitaba unos momentos a solas antes de hablar con Shay sobre lo transcurrido en el jardín. Y en su habitación.

Al recordarlo me estremecí y un ardor me recorrió las entrañas.

—Juro que no te haré daño, Cala —dijo Bryn entre dientes—. Haz el favor de quedarte quieta.

—Lo siento.

La culpa me había corroído mientras buscaba a mis compañeros de manada y por fin los había encontrado justo donde los había dejado. Me sonaron las tripas cuando un aroma a pan recién horneado y a cítricos me envolvió. Había un gran ajetreo en el comedor, pero no estaba tan repleto como anoche, cuando huí de la reunión. Los Buscadores entraban y salían, algunos cogían cruasanes y uvas, otros se entretenían ante humeantes tazas de café en varias mesas.

Nev, Bryn, Adne, Connor, Silas, Tess y Sabine —que parecía completamente recuperada— estaban sentados en torno a la misma mesa ante la cual los Buscadores habían bebido café hacía un par de días. Ethan y Mason no estaban presentes. Me acerqué lentamente. También parecía faltar alguien más y sentí una opresión en el pecho cuando comprendí que quien faltaba era Monroe.

Me senté junto a ellos, dispuesta a inventar una excusa que explicara mi ausencia y responder a todas sus preguntas sobre cómo había llegado a forjar una alianza con los Buscadores.

Pero en cuanto aparecí, la conversación se interrumpió y dio paso a un silencio espeso. Adne frunció el ceño, se encogió de hombros y se centró en su cuenco de frutas y nata. Silas inclinaba la cabeza de un lado a otro como si tratara de descubrir qué había cambiado. Tess me lanzó una sonrisa de bienvenida, pero no dijo nada. Nev no dejaba de sonreír, como si tuviera ganas de soltar una carcajada, pero supiera que no era el momento.

En menos de cinco minutos, Bryn se puso de pie, le hizo un gesto a Sabine y las dos me acompañaron fuera del comedor y hasta mi habitación. Después Bryn se había dedicado a arreglar el estado desastroso de mis cabellos.

Sabine chasqueó la lengua y se colocó ante mí para examinar el resultado de la tarea de Bryn.

—No lo estás cortando bien. Quedará irregular.

—¿Acaso quieres hacerlo tú? —contestó Bryn bruscamente.

—Sí —replicó, y trató de coger las tijeras.

—Un momento. —Me enderecé y Bryn tuvo que apartar las tijeras para no clavármelas en el cuello—. ¿De veras quieres cortarme el cabello, Sabine?

La miré frunciendo el entrecejo, no estaba segura de que me hiciera un corte sentador.

—Me encantaría, Cala. Siempre le cortaba el pelo a Cosette. —Su rostro se entristeció, pero después volvió a sonreír.

—Cosette tenía un pelo precioso —dijo Bryn—. Deja que Sabine se haga cargo, Cal. No tengo ni idea de lo que estoy haciendo. Sé peinar como una profesional, pero cortar no es lo mío.

Tragué saliva, pero asentí. Puesto que Sabine seria nuestra aliada, yo debía de olvidar nuestra anterior animadversión.

Bryn le pasó las tijeras con una sonrisa de alivio.

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