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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

La princesa de hielo (39 page)

BOOK: La princesa de hielo
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Se tumbó de lado. Sobre su escritorio había una foto de ella y de Alex y se dijo que debía recordar tirarla. En cuanto tuviese fuerzas para levantarse, la rompería en mil pedazos y se desharía de ella. La adoración que reflejaba su mirada en la foto provocó en ella un gesto displicente. La mirada de Alex era fría y hermosa, como siempre, mientras que el patito feo, a su lado, la miraba idolatrándola, con el rostro redondo vuelto hacia ella. Alex no podía hacer nada mal a sus ojos y, en el fondo, siempre abrigó la secreta esperanza de que ella misma, un día, saldría del cascarón tan hermosa y segura de sí misma como Alex. Se rió de su propia ingenuidad. Qué absurda broma. Una broma que, además, ella había pagado desde siempre. Se preguntaba si la gente hablaba de ella a sus espaldas. Si hablaban de la tonta y fea y pobre Julia.

Unos golpecitos discretos en la puerta la hicieron encogerse hasta adoptar la posición fetal. Sabía quién era.

—Julia, nos tienes preocupados. ¿Por qué no bajas a hablar con nosotros un rato?

Pero Julia no respondió a la pregunta de Birgit. Al contrario, se aplicó a escrutar un mechón de su cabello con absoluta concentración.

—Por favor, Julia, por favor.

Birgit se sentó en la silla que había ante el escritorio, mirando hacia donde estaba Julia.

—Comprendo que estés enfadada e incluso que nos odies, pero créeme, no queríamos hacerte daño.

Julia disfrutaba al ver a Birgit tan estropeada, tan ajada. Se diría que llevaba varias noches sin dormir, y así sería, probablemente. Además, se le habían formado nuevas arrugas alrededor de los ojos y Julia pensó con maldad que debería adelantar la fecha del
lifting
que había pensado regalarse el año próximo, cuando cumpliese los sesenta y cinco. Birgit acercó un poco la silla y posó la mano sobre el hombro de Julia, que lo agitó para deshacerse de ella. Birgit se retiró, algo dolida.

—Querida, si ya sabes que todos te queremos.

Y una mierda. ¿A qué venía tanto cuento? Los tres eran conscientes de en qué medida podían contar con el otro y Birgit no tenía ni idea de lo que era amar. La única persona a la que había querido en su vida era Alex. Siempre Alex.

—Tenemos que hablar de ello, Julia. Ahora tenemos que apoyarnos.

A Birgit le temblaba la voz. Julia se preguntaba cuántas veces habría deseado que hubiese sido ella, y no Alex, la muerta. Vio que Birgit se rendía y, con mano temblorosa, volvía a colocar la silla en su sitio. Antes de cerrar la puerta, Birgit lanzó una última mirada suplicante a Julia que, con desprecio manifiesto, se dio la vuelta y se colocó mirando a la pared. Birgit salió y cerró sin hacer ruido.

L
as mañanas no eran el momento favorito de Patrik; y aquella mañana era especialmente detestable. En primer lugar, tuvo que salir del calor de la cama y dejar allí a Erica para ir al trabajo. En segundo lugar, se vio obligado a quitar nieve durante media hora para poder sacar el coche. Finalmente, cuando ya tenía el camino despejado y limpio de nieve, el maldito coche no arrancó. Tras varios intentos fallidos, tuvo que darse por vencido y preguntarle a Erica si podía prestarle el suyo. No había ningún problema y, por suerte, el vehículo arrancó a la primera.

Llegó a la oficina con media hora de retraso. La operación quitanieves lo había hecho sudar y entró agitando la camisa en un intento de darse aire. La cafetera eléctrica era una parada obligada antes de ponerse a trabajar, y no sintió que se le regulaba el pulso hasta que no se vio ante el escritorio con la taza de café en la mano. Se permitió el lujo de soñar por un instante y de recrearse en el sentimiento de enamoramiento insensato y desmedido. La noche pasada había sido tan maravillosa como la primera, pero en esta ocasión habían logrado imponerse un ápice de sentido común y dormir un par de horas. No se podía decir que estaba descansado, eso sería exagerar, pero al menos no estaba en coma, como el día anterior.

Abordó en primer lugar las notas de su encuentro con Jan. No había conseguido ningún dato nuevo que despertase su interés, pero no daba el tiempo por perdido. El hacerse una idea de la persona o personas implicadas era muy importante para la investigación. «Las investigaciones de asesinato tratan de seres humanos», solía decir uno de sus profesores de la Escuela Superior de Policía. Y él lo tenía siempre presente. Además, se tenía por buen conocedor del género humano y, durante las entrevistas con los testigos y los sospechosos, tenía por costumbre intentar dejar al margen los hechos objetivos por un momento para concentrarse exclusivamente en la impresión que le causaba la persona que tenía ante sí. Jan no le había inspirado ninguna sensación positiva. Poco fiable, escurridizo y hedonista eran los calificativos que le sugerían las impresiones que en él había causado su personalidad. Estaba claro que ocultaba más de lo que concedía revelar. Patrik volvió a enfrascarse en el montón de documentos sobre la familia Lorentz. Aún no había descubierto ninguna conexión concreta entre ellos y los dos casos de asesinato. Aparte de las llamadas de Anders a Jan, en relación con las cuales tampoco podía demostrar que no fuese cierta la versión de Jan de que el objetivo de las llamadas fuese molestarlo a él y a su familia. Patrik comenzó por la carpeta que contenía el archivo sobre la muerte de los padres de Jan. Hubo algo en el tono de éste al hablar del suceso que lo inquietaba. Algo que sonaba falso. De pronto, se le ocurrió una idea. Tomó el auricular y marcó un número que conocía de memoria.

—Hola Vicky ¿cómo va todo?

La persona a la que había llamado contestó que todo iba bien y, tras las consabidas preguntas de cortesía, Patrik fue al grano.

—Oye, me pregunto si puedes hacerme un favor. Estoy mirando a un tipo que debió de entrar en los archivos de Asuntos Sociales hacia el setenta y cinco. Tenía diez años y entonces se llamaba Jan Norin. ¿Crees que conserváis ahí algo sobre él? Vale, espero.

Se puso a tamborilear con los dedos sobre la mesa mientras Vicky Lind, de la oficina de Asuntos Sociales, comprobaba su base de datos. Tras un instante, volvió a oír su voz a través del auricular.

—¿Y tienes ahí los datos? Perfecto. ¿Podrías decirme quién se encargó del caso? ¿Siv Persson? Estupendo, conozco a Siv. No tendrás su número de teléfono, ¿verdad?

Patrik anotó el número en un Post-it y colgó tras haberle prometido a Vicky una invitación a comer. Marcó el número que le habían dado y oyó enseguida una voz muy despierta al otro lado del hilo telefónico. Resultaba que Siv se acordaba perfectamente del caso de Jan Norin y le dijo a Patrik que no tenía ningún inconveniente en que fuese a verla de inmediato.

El agente echó mano de la cazadora, pero lo hizo con tal ímpetu que, sin querer, derribó el perchero donde estaba colgada. Con una precisión de lo más desafortunada, el perchero arrastró en su descenso hacia el suelo tanto el cuadro de la pared como una maceta que había en un estante, lo que originó un estrépito considerable. Patrik decidió dejarlo todo como estaba por el momento, pero cuando salió al pasillo se encontró con que había más de una cabeza asomada a la puerta. Él se limitó a saludar con la mano antes de dirigirse corriendo hacia la salida, seguido de varios pares de ojos que lo miraban curiosos.

La oficina de Asuntos Sociales quedaba a tan sólo doscientos metros de la comisaría, así que Patrik emprendió el camino a través de la nieve por la calle donde se encontraban los comercios. Al final de ésta giró a la izquierda, a la altura de la posada de Tanumshede Gestgifveri, y siguió aún unos metros. La oficina estaba en el mismo edificio que la administración municipal y, una vez dentro, Patrik subió la escalera. Tras un animado saludo a la recepcionista, una joven que había sido su compañera de clase en el instituto, entró en el despacho de la asistente social. Siv Persson no se molestó en levantarse al verlo. Sus caminos se habían cruzado muchas veces durante los años que Patrik llevaba en la Policía y los dos respetaban la profesionalidad del otro, aunque no siempre compartían las mismas opiniones sobre el modo idóneo de llevar un caso. Principalmente, porque Siv era una de las personas más buenas del mundo y, para un asistente social, tal vez no fuese lo ideal ver sólo el lado bueno de las personas. Al mismo tiempo, Patrik la admiraba, pues, pese a haberse topado con un considerable número de granujas a lo largo de los años, Siv seguía conservando inalterable su visión positiva de la naturaleza humana. En el caso de Patrik, era más bien al contrario.

—¡Hola, Patrik! Así que has conseguido cruzar el caos nevado de ahí fuera para llegar aquí, ¿eh?

Patrik reaccionó instintivamente ante la falta de naturalidad de su tono jovial.

—Sí, por poco si necesito una moto de nieve para llegar entero.

La mujer tomó las gafas, que tenía colgadas de un cordón alrededor del cuello, y se las colocó en la punta de la nariz. A Siv le encantaban los colores vivos y hoy llevaba unas gafas rojas a juego con su vestimenta. No había cambiado de peinado desde que la conocía: un corte a lo paje a la altura de la mandíbula y un flequillo corto justo por encima de las cejas. También su cabello era de color rojo cobrizo, y el conjunto de colores fuertes hizo que Patrik se animase sólo con mirarla.

—Querías mirar uno de mis antiguos casos, ¿no? El de Jan Norin.

Su tono de voz seguía siendo muy forzado. La mujer había preparado el material antes de que él llegase y lo tenía sobre la mesa en una gruesa carpeta.

—Bueno, pues, como ves, tenemos bastantes documentos sobre ese joven. Sus padres eran drogadictos y, si no hubiesen muerto en el incendio, tendríamos que haber intervenido tarde o temprano. El chico andaba a su antojo y, prácticamente, tuvo que criarse solo. Llevaba la ropa sucia y descosida y sus compañeros del colegio se burlaban de él y le hacían el vacío, porque olía mal. Al parecer, tenía que dormir en el viejo establo y por eso iba al colegio con la misma ropa con la que se había acostado.

Siv lo miró por encima de las gafas.

—Doy por supuesto que no piensas abusar de mi confianza, sino que traerás la autorización necesaria para obtener información sobre Jan, aunque sea después de haberla obtenido.

Patrik asintió sin decir nada. Sabía que era importante seguir las reglas, pero a veces las investigaciones exigían cierta eficacia y, en esos casos, los molinos de la burocracia debían moler a posteriori. Siv y él tenían una fluida relación profesional desde hacía tiempo, pero sabía que la asistente social tenía el deber de hacerle aquella pregunta. Así que empezó a indagar:

—¿Por qué no intervinisteis antes? ¿Cómo se permitió que la cosa llegase tan lejos? Me da la impresión de que Jan estaba abandonado desde que nació y, cuando murieron sus padres, tenía ya diez años.

Siv lanzó un profundo suspiro.

—Sí, entiendo a qué te refieres y créeme, yo también lo he pensado mil veces. Pero cuando empecé a trabajar aquí, un mes o dos antes del incendio, eran otros tiempos. Tenían que pasar muchas cosas para que el Estado interviniese limitando el derecho de los padres a educar a sus hijos como quisieran. Además, por aquel entonces, no eran pocos los que abogaban por la educación libre lo que, por desgracia, perjudicó a niños como Jan. Por otro lado, jamás hallamos indicios de maltrato físico. Aunque sea un tanto cruel, tal vez lo mejor hubiese sido que lo golpearan de modo que hubiese ido a parar al hospital. En esos casos, gracias a Dios, solíamos empezar a echarle un ojo a la situación familiar. Pero, o bien lo maltrataban procurando que nunca se notase, o «simplemente», lo descuidaban —Siv describió con los dedos el signo de las comillas al decir la palabra simplemente.

En contra de su voluntad, Patrik sintió compasión por el pequeño Jan. ¿Cómo demonios podía uno convertirse en una persona normal con una infancia así?

—Y aún no has oído lo peor. Jamás conseguimos probarlo, pero había numerosos indicios de que sus padres cobraban dinero o drogas por permitir que hombres adultos abusaran de su hijo.

Patrik se quedó atónito, boquiabierto. Aquello era mucho peor de lo que jamás habría podido imaginar.

—Ya te digo, nunca pudimos probarlo, pero ahora vemos que Jan presentaba las características que hoy se asocian a los niños que son víctimas de abusos sexuales. Entre otras cosas, tenía serios problemas de disciplina en el colegio. Los demás niños le hacían el vacío, sí, pero también le tenían miedo.

Siv abrió la carpeta y se puso a hojear los papeles hasta que dio con el documento que buscaba.

—Aquí lo tenemos. En segundo, se llevó un cuchillo a la escuela y amenazó con él a uno de los que más lo acosaban. Incluso le hizo un corte en la cara, pero la dirección del centro silenció el asunto y, por lo que veo, no sufrió castigo alguno. Se produjeron varios altercados similares en los que Jan mostró gran agresividad contra sus compañeros de clase, pero el incidente del cuchillo fue el más grave. También lo denunciaron varias veces a la dirección por comportarse de forma indebida con las niñas de la clase. Para ser tan joven, protagonizaba insinuaciones y acosos sexuales muy avanzados. Tampoco esas denuncias condujeron a ningún correctivo. Sencillamente, no se sabía cómo tratar a un niño que presentaba tales trastornos en sus relaciones con las personas de su entorno. Estoy segura de que hoy habríamos reaccionado a los signos externos y habríamos actuado de algún modo, pero debes recordar que todo esto sucedió a principios de los setenta. Aquellos eran otros tiempos.

Patrik se sentía lleno de compasión y de rabia ante la idea de que alguien pudiese tratar así a un niño.

—Después del incendio, ¿se produjeron más episodios de este tipo?

—No, y eso es lo extraño. Después del incendio, fue acogido muy pronto por la familia Lorentz y, a partir de ahí, no volvimos a oír jamás que Jan tuviese problemas. Yo misma fui a visitar a la familia un par de veces para hacer un seguimiento de la situación y te aseguro que aquel era un Jan totalmente distinto. Allí estaba, sentado, enfundado en un traje de chaqueta y repeinado, mirándome fijamente, sin pestañear siquiera, mientras contestaba educadamente a todas mis preguntas. Bastante incomprensible, la verdad. Nadie puede cambiar tanto así, de la noche al día.

Aquello alertó a Patrik. Era la primera vez que oía a Siv insinuar siquiera algo negativo sobre alguno de sus casos. Y comprendió que merecía la pena indagar más en ello. Siv quería decirle algo, pero él tendría que sonsacárselo.

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