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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora (7 page)

BOOK: LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora
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—Tirand sólo tiene nueve años.

—Lo sé. Pero pronto cumplirá los diez, edad suficiente para convertirse en Iniciado. Respóndeme con sinceridad, Chiro; ¿sabe de las demandas y restricciones que le supondrá ser el hijo del Sumo Iniciado?

Chiro reflexionó largo rato antes de responder.

—Sí —dijo al fin—. Creo que lo sabe. Y, si es necesario, las aceptará.

—¿Cómo lo harás tú?

La miró con tristeza, sin querer admitir lo que ambos ya sabían.

—Sí —contestó—. Como lo haré yo.

Ria dejó escapar un apagado suspiro. Tenía la respuesta que necesitaba y, cuando de nuevo habló, su voz era amable.

—Necesitaremos un hombre de tu talla en los tiempos que nos esperan, Chiro —dijo—. No pienses que estás traicionando a Keridil al reconocer ese hecho cuando él todavía sigue con vida.

Supo, al ver la débil sonrisa de Chiro, que había adivinado sus pensamientos. Él le cogió la mano y la sostuvo unos instantes.

—Gracias, Ria. Te agradezco tu amabilidad. Y tu sinceridad.

—Tonterías. —Ria se sintió de repente avergonzada y desvió la mirada—. Bebe, y volvamos a llenar nuestras copas. Esta noche, como dijiste antes, es una ocasión festiva y quiero proponer un brindis.

El vino desprendía burbujas en la botella, centelleando bajo la miríada de antorchas que iluminaban la sala. La Matriarca chocó su copa con la de Chiro.

—Por el futuro —deseó Ria—. No importa lo que nos depare.

Chiro sonrió y, relajándose, convirtió la sonrisa en una mueca bonachona.

—Sí. Por el futuro.

Los consejeros superiores se levantaron de sus asientos todos a una en el alto estrado, y el sonido de un pesado bastón que golpeó tres veces sobre la gran mesa impuso el silencio en la gran estancia.

—La votación ha terminado. —Carnon Imbro, que además de médico era el portavoz del consejo, se volvió e hizo una reverencia ante Keridil, al tiempo que le ofrecía el bastón del Sumo Iniciado en un gesto ceremonioso—. Ahora el Consejo de Adeptos solicita respetuosamente que Keridil Toln, Sumo Iniciado del Círculo, ratifique la decisión tomada por el cónclave.

Toda la asamblea se puso en pie, y Ria soltó un suspiro de alivio. No había habido ni un solo voto en contra de Chiro Piadar Lin, y, aunque el Sumo Iniciado tenía el poder del veto si lo deseaba, estaba segura —casi segura, se corrigió, sin querer tentar a la suerte— de que nada saldría mal.

Keridil se puso en pie. Con una mano se cogió al borde de la mesa para mantener su inseguro equilibrio, y con la otra alzó el bastón para que todos pudieran verlo con claridad.

—Amigos míos… —Su voz se atascó, y tosió para aclararse la garganta—. El voto unánime de la conferencia es que el adepto de séptimo grado, Chiro Piadar Lin, sea nombrado mi heredero y sucesor para el cargo de Sumo Iniciado del Círculo. Sólo me queda… —Frunció el entrecejo, dubitativo; Ria sintió que el pulso se le aceleraba e intentó no mirar a Lias Barnack, pero entonces la expresión de Keridil cambió, como si la confusión hubiera cesado—. Sólo me queda expresar mi más completo acuerdo con el voto y poner mi sello en la ratificación de la decisión del consejo.

El silencio se mantuvo mientras el Sumo Iniciado se inclinaba hacia adelante. Un sello brilló a la luz de las antorchas, Carnon vertió lacre en el documento que reposaba sobre la mesa, y, con solemnidad, Keridil apretó con fuerza el sello sobre el lacre todavía líquido.

Estaba hecho. Ria cerró los ojos y sintió que el alivio la inundaba, mientras que un murmullo de aprobación recorría la sala. Chiro fue obligado a levantarse de su asiento y, ruborizado, tuvo que dirigirse a la mesa, donde el Sumo Iniciado lo abrazó como si fueran parientes. Los delgados dedos de Keridil apretaron los brazos de Chiro y, sin que pudiera oírlo nadie más que Chiro, el Sumo Iniciado le dijo:

—Que los dioses te acompañen, hijo. Rezo porque tus días sean más pacíficos de lo que fueron los míos. —Alzó la mirada, y Chiro vio en ella la verdadera intensidad de su agotamiento—. Gracias, Chiro. Gracias por liberarme.

Aunque no pudo escuchar aquellas palabras, Ria se emocionó de manera inexplicable cuando vio que los dos hombres se separaban. En el otro extremo de la estancia, se abrieron las puertas de doble hoja y, al entrar el aire fresco del pasillo exterior, también se relajó de forma palpable la tensión. Se veía a la gente aflojar los tensos hombros, abandonar sus asientos, mezclarse, charlar; oyó que alguno dejaba escapar una risa de alivio, y la cuidadosa formalidad de la reunión dejó paso a la relajación general.

Había sido un duro día, pensó Ria. Aquella mañana, Carnon, con diplomáticas excusas, le había informado que el esfuerzo de asistir al banquete había minado la energía del Sumo Iniciado. Suponía que Keridil estaría bien para la conferencia, pero podría ser necesario un aplazamiento. Ria se había pasado la mañana rezando, pidiendo a los dioses que concedieran al Sumo Iniciado un respiro, y afortunadamente los dioses habían sido generosos. Mientras los asistentes a la asamblea pasaban junto a ella, algunos ya en dirección a las puertas, miró a Keridil, sentado ante la mesa, con Carnon y Chiro a su lado. Conversaban; vio sonreír a Keridil, lo oyó reírse, de manera tan silenciosa como el roce de las hojas de los árboles, y dio las gracias en silencio. Lo peor había pasado. Su grupo descansaría aquí un día más, quizás, y entonces…

—¡Matriarca!

Ria se volvió. La hermana Fiora se abría paso entre el gentío, y en cuanto vio la cara de la sanadora supo que algo no iba bien.

—Fiora… —Echó a andar hacia ella, tropezó con alguien debido a sus prisas, e hizo una pequeña reverencia a modo de excusa—. ¿Qué ocurre?

Fiora estaba ruborizada y sin aliento, la mirada llena de alarma.

—Matriarca, se trata de Avali. ¿Está aquí el médico Imbro?

Ria lanzó una rápida mirada al estrado.

—Está con el Sumo Iniciado, Fiora, ¿qué…?

—Debo hablar con él, Matriarca. Creo que ha llegado la hora del parto para Avali.

—¿El parto? —Ria se quedó parada—. Pero ¡si está en el séptimo mes!

—Lo sé. Pero hace una hora comenzó a quejarse de un dolor en la espalda, y luego… —Fiora meneó la cabeza—. Creo que el bebé está a punto de nacer y que puede haber serias complicaciones. Habría acudido antes a vos, pero no me dejaron entrar en la sala mientras se celebraba la conferencia —explicó, con un gesto de impotencia.

Ria maldijo para sí. Fiora era una sanadora experta, que conocía el alcance preciso de su capacidad. Si necesitaba la ayuda de Carnon, algo debía ir realmente mal.

—¿Avali está en su habitación? —preguntó.

—Sí, Matriarca.

—Vuelve con ella, rápido, y haz todo lo que puedas. —Keridil comprendería, se dijo a sí misma—. Yo llevaré a Carnon. ¡Vamos, vete!

Pálida, Fiora se marchó y Ria se apresuró a acercarse al estrado. Para alivio suyo, no hubo ni preguntas ni confusión; Carnon Imbro escuchó su petición, se disculpó inmediatamente, y, mientras seguía a Ria por el pasillo central de la sala, pidió a alguien que fuera a buscar su equipo médico y lo llevara a la habitación de Avali.

Los pasadizos del Castillo parecían no tener fin. Ria intentaba decirse que ella y Carnon eran demasiado viejos para correr, pero, cuando apareció ante su vista la puerta de la habitación de Avali, ambos iban a una velocidad nada acorde con su dignidad.

Y ya desde el principio del pasillo oyeron gritar a la chica.

Fiora salió a recibirlos a la puerta, y su expresión era de miedo incontrolado.

—Matriarca…, médico Imbro, sufre tanto… No sé qué…

Carnon no esperó a recibir más información sino que entró en la habitación dejando atrás a Fiora. Avali yacía en su cama, con las extremidades extendidas, el rostro convertido en una máscara de pánico ciego. Tenía la boca abierta y los sonidos que emitía su garganta eran los lamentos de una espantosa agonía. Dos de las hermanas más jóvenes intentaban sujetarla, pero su espalda se arqueaba espasmódicamente y movía los brazos y piernas como látigos, intentando escapar del dolor.

Desolada, Ria se volvió a Fiora, mientras el médico corría junto a la chica enferma.

—¿Cuánto tiempo lleva así?

—¡No lo sé, Matriarca! Cuando la dejé para ir a buscaros, tenía dolores pero estaba tranquila. Luego, cuando regresé…

Sus palabras se perdieron porque la voz de Avali subió de tono hasta convertirse en un alarido que cortó el aire como una cuchilla. Al mismo tiempo, Ria creyó oír a Carnon murmurando palabras de consuelo; lo vio inclinarse sobre la cama, y de repente los gritos de Avali cesaron. La chica se derrumbó y pasó a respirar con profundidad al acabar el espasmo y ceder ante el agotamiento.

Ria se acercó al lecho.

—Carnon, ¿qué ocurre? ¿Qué le pasa?

El médico la miró intranquilo.

—Todavía no lo sé, Matriarca. Pero su hijo nacerá esta noche y me temo que no será un parto normal.

Ria dejó escapar el aire entre los dientes apretados.

—¿Qué podemos hacer?

Antes de que Carnon pudiera responder, se oyeron pasos presurosos en el pasillo, y entró en la habitación una adolescente alta y desgarbada con el maletín médico de Carnon. Era Karuth Piadar, la hija de Chiro. Ria recordó que él había mencionado que Carnon la había aceptado recientemente como aprendiz, y con una exclamación de alivio corrió para coger el maletín que traía Karuth y entregárselo al médico.

—¿Puedo ayudar en algo, señor? —preguntó Karuth. Miró a Avali y a sus ansiosas acompañantes con una mezcla de compasión e interés profesional en sus grises ojos.

Carnon hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Ahora no. Espera afuera. Ya te llamaré cuando te necesite. —Alzó la vista, se fijó en los preocupados rostros de las hermanas como si hasta el momento hubiera olvidado que estaban allí y por último se concentró en Ria—. De hecho, Matriarca, preferiría que vos y las hermanas salierais, menos la hermana Fiora, claro está. No podéis hacer nada y estaréis más cómoda en vuestros aposentos.

—Si estás seguro de que no podemos… —dijo Ria preocupada.

—Estoy seguro. Por favor, Matriarca…

Ria no discutió; sabía que era lo mejor. Seguida por Karuth, hizo salir a las hermanas y cerró la puerta tras ellas. Mientras las otras mujeres entraban en la habitación de al lado, Karuth le tocó el brazo respetuosamente.

—El médico Imbro hará lo que sea conveniente, Matriarca. Es el mejor médico del mundo, probablemente.

—Bendita seas, hija; lo sé. —Ria se esforzó en sonreír, emocionada por la lealtad de Karuth. Hizo ademán de seguir a las hermanas, pero despacio y a pesar suyo, no fuera a ser que Avali la llamara. Tal vez fuera un sentimiento estúpido, pero no lo podía evitar. Karuth anduvo a su lado, volviéndose cada poco a mirar la puerta cerrada. Ria, en un intento de distraerlas a ambas de lo que ocurría en la habitación de Avali, dijo:

—Tu padre me ha dicho que quieres ser médico, Karuth.

La chica se sonrojó. Siempre había sido una niña tímida, recordó Ria, y la adolescencia no le había dado todavía la confianza para sobreponerse a su timidez.

—Eso…, eso espero, señora. Si el médico Imbro considera que tengo la capacidad necesaria.

—Estoy segura de que así será. Pero espero que tus estudios no te obliguen a descuidar tus otros talentos. —La sonrisa de Ria se hizo más cálida—. Disfruté muchísimo con tu interpretación en el banquete, querida. Dicen que el manzón es un instrumento difícil de aprender, pero tu habilidad es francamente notable.

Karuth se sonrojó aún más y su expresión mostró una extraordinaria mezcla de placer e intensa vergüenza.

—Gra… gracias, Matriarca —consiguió balbucear—. No merezco vuestros elogios.

—Tonterías; no tienes por qué ser tan modesta. Eres una chica muy capacitada en muchos aspectos, Karuth. Deberías dar gracias a los dioses. Tus talentos resultarán muy útiles para el Círculo, ahora que tu padre… —Se detuvo al ver la mirada asombrada de Karuth. Claro, la chica no había estado presente en la conferencia, de manera que no podía saber el resultado.

—Oh, cielos —dijo la Matriarca sonriendo—. Lo siento, Karuth. No creo que éste sea el momento ni el lugar para que te enteres de esto, pero…, sí, tu padre será el próximo Sumo Iniciado.

Karuth volvió la cabeza y su oscura cabellera le ocultó el rostro, al tiempo que sus huesudos hombros se relajaban visiblemente. Al cabo de un instante, miró de nuevo a Ria y le devolvió la sonrisa.

—Me alegra que me lo hayáis dicho, Matriarca. He estado pensando en ello, dándole vueltas, pero con esta emergencia no he querido importunar a nadie.

—¿Estás contenta?

Hubo una pausa.

—Sí… sí, estoy muy contenta. Y me siento muy orgullosa por mi padre.

—Fue la elección de Keridil Toln. La votación fue unánime.

—¿De verdad? —El rostro de Karuth mostró una intensa satisfacción—. Eso resulta muy gratificante.

Estaba verdaderamente contenta, pero a la vez Ria vio que su mente seria ya comenzaba a contemplar un futuro que de repente se había cargado de nuevas e importantes obligaciones. Karuth tenía un profundo sentido de la responsabilidad, resultado quizá de la prematura muerte de su madre, que la había colocado en el papel de tener que velar por el bienestar de su padre y su hermano. Aquella responsabilidad se vería ahora redoblada. Sería el apoyo de Chiro, y cuando llegara la hora de que los dioses se llevaran a Chiro, transferiría esa lealtad de padre a hermano para convertirse también en el pilar de Tirand. Habría sido un gran elemento para la Hermandad, pensó la Matriarca. Pero no pudo evitar sentir cierta pena por la mujer que Karuth podría haber sido, de no haber estado tan marcado su futuro por las exigencias del deber. Había incómodos paralelismos con el esquema de la vida de Ria, aunque la chica era demasiado joven e inexperta para verlos. Ria sólo deseaba que, en años venideros, Karuth no encontrara motivo para lamentar el ascenso de su padre.

Apartó aquellos pensamientos de su mente e iba a hacer otra observación inocua para seguir la conversación, cuando desde la habitación de Avali les llegó un grito inhumano. Ria saltó como un pájaro alcanzado por una flecha y, sin querer, agarró a Karuth del brazo.

—Dioses, ¿qué…?

Se oyeron ruidos, la puerta se abrió y apareció el tenso rostro de Carnon Imbro.

—¡Karuth! —El médico vaciló al ver que Ria lo miraba con expresión conmocionada, pero en un instante recobró la compostura y llamó rápidamente a la chica—. Entra. ¡Rápido!

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