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Authors: Greg Bear
Tenía menos de dos semanas antes de que los científicos de Cross presentasen su primera propuesta de vacuna, de entre unas doce, según el último recuento, que se estaban desarrollando por todo el país, en Americol y otros lugares. Kaye había infravalorado la velocidad con la que podía trabajar Americol, y había sobrestimado hasta qué punto la mantendrían informada. «Sigo siendo tan sólo una figura decorativa», pensó.
En ese tiempo tenía que conseguir entender qué estaba sucediendo en realidad, qué era lo que el SHEVA significaba realmente. Qué les sucedería al final a la señora Hamilton y a las otras mujeres de la clínica del INS.
Salió del ascensor en el piso veinte, encontró su número, el 2011, encajó la llave electrónica en la cerradura y abrió la pesada puerta. Una ráfaga de aire limpio y fresco, con olor a muebles, alfombras nuevas y a algo más, como a rosas y dulces, la saludó. Sonaba una música suave: Debussy, no podía recordar el nombre de la pieza, pero le gustaba mucho.
Un ramo de varias docenas de rosas amarillas se derramaba sobre un vaso de cristal en lo alto de una repisa baja situada en la entrada.
El apartamento era luminoso y alegre, con elegantes detalles de madera, bellamente amueblado con dos sofás y un sillón tapizados en ante. Y además Debussy. Dejó la bolsa sobre un sofá y entró en la cocina. Un frigorífico de acero inoxidable, cocina, fregadero, encimera de granito gris bordeado de mármol color rosa, caras lámparas móviles que lanzaban destellos de diamante por el cuarto...
—Maldita sea, Marge —musitó Kaye para sí.
Llevó la bolsa al dormitorio, la abrió sobre la cama, sacó sus faldas, blusas y un vestido para colgarlos en el armario, lo abrió y contempló el vestuario que contenía. Si no hubiese conocido ya a un par de los jóvenes acompañantes masculinos de Cross, no hubiese dudado, llegado ese punto, que las intenciones de Marge Cross respecto a ella eran algo más que profesionales. Revisó rápidamente los vestidos, los trajes chaqueta y las blusas de seda y lino, miró los estantes para zapatos, que contenían al menos ocho pares para todo tipo de ocasiones... incluso botas de montaña... y no pudo seguir.
Se sentó en el borde de la cama y dejó escapar un profundo y tembloroso suspiro. Se sentía fuera de lugar tanto social como científicamente. Se volvió para contemplar las reproducciones de Whistler situadas sobre el vestidor de madera, y el pergamino oriental, bellamente enmarcado en ébano con topes de bronce, que colgaba sobre la pared situada detrás de la cama.
—La florecilla de invernadero en la gran ciudad. —Sintió como se le contraía el rostro por la ira.
El teléfono que estaba en su bolso empezó a sonar. Se levantó de un salto, fue hasta el salón, abrió el bolso y contestó.
—Kaye, soy Judith.
—Tenías razón —le dijo Kaye bruscamente.
—¿Perdona?
—Tenías razón.
—Siempre tengo razón, cariño. Ya lo sabes. —Judith hizo una pausa antes de seguir, y Kaye supo que tenía algo importante que decirle—. Preguntaste sobre la actividad de los transposones en mis cultivos de hepatocitos infectados con SHEVA.
Kaye sintió que su columna se ponía rígida. Aquélla era la suposición no tan a ciegas que había hecho dos días después de la conversación con Dicken. Había indagado en los textos y se había puesto al día con una docena de artículos de seis diferentes revistas. Había repasado sus apuntes, en los que había plasmado las locuras de los breves momentos de extrema especulación.
Ella y Saul formaban parte de los biólogos que sospechaban que los transposones, fragmentos móviles de ADN dentro del genoma, eran mucho más que simples genes egoístas.
Kaye había escrito doce convincentes páginas en un cuaderno sobre la posibilidad de que fuesen reguladores cruciales del fenotipo, no egoístas, sino desinteresados; bajo ciertas circunstancias, podían guiar la forma en que las proteínas se convertían en tejido vivo. Cambiar la forma en que las proteínas creaban una planta o un animal vivo. Los retrotransposones eran muy similares a los retrovirus... de ahí el vínculo genético con el SHEVA.
En conjunto, podían ser los peones de la evolución.
—¿Kaye?
—Un segundo —dijo Kaye—. Déjame recuperar el aliento.
—Sí que deberías, cariño, mi querida ex alumna Kaye Lang. La actividad de los transposones en nuestros cultivos de hepatocitos infectados por SHEVA está ligeramente aumentada. Dan vueltas por ahí sin ningún efecto aparente. Resulta interesante. Pero hemos ido más allá. Hemos estado realizando pruebas con células madres embrionarias para el Equipo Especial de Investigación.
Las células madres embrionarias podían convertirse en cualquier tipo de tejidos, de forma similar a las primeras células de los fetos.
—Hemos conseguido estimularlas para que se comporten como óvulos humanos fertilizados —dijo Kushner—. No pueden crecer hasta convertirse en fetos, pero por favor que no se entere la FDA. En estas células madre, la actividad de los transposones es extraordinaria. Después del SHEVA, los transposones bullen como bichos sobre una parrilla caliente. Están activos en al menos veinte cromosomas. Si se tratase de una agitación aleatoria, la célula debería morir. La célula sobrevive, tan saludable como siempre.
—¿Se trata de una actividad regulada?
—Se activa por algo del SHEVA. Mi suposición es que se trata de algo en el gran complejo proteínico. La célula reacciona como si estuviese siendo sometida a un estrés extraordinario.
—¿Qué crees que significa, Judith?
—El SHEVA tiene planes para nosotros. Quiere cambiar nuestro genoma, puede que radicalmente.
—¿Por qué? —Kaye sonrió expectante. Estaba segura de que Judith vería la inevitable conexión.
—Este tipo de actividad no puede ser benigna, Kaye.
La sonrisa de Kaye se quebró.
—Pero la célula sobrevive.
—Sí —dijo Kushner—. Pero por lo que sabemos, los bebés no sobreviven. Es demasiado cambio de una sola vez. Durante años he estado esperando que la naturaleza reaccionase ante nuestro estúpido comportamiento medioambiental, que nos ordenase detener la superpoblación y dejar de agotar los recursos, que nos callásemos y dejásemos de enredarlo todo y que simplemente nos muriésemos. Una apoptosis a escala de la especie. Creo que ésta podría ser la advertencia final... un verdadero asesino de la especie.
—¿Vas a pasarle esa información a Augustine?
—No directamente, pero la verá.
Kaye contempló el teléfono durante un momento, aturdida; después le dio las gracias a Judith y le dijo que la llamaría más tarde. Le temblaban las manos.
Entonces no se trataba de evolución. Tal vez la madre naturaleza había considerado que los humanos eran un crecimiento maligno, un cáncer.
Durante un momento horrible, esa idea le pareció tener más sentido que lo que ella y Dicken habían estado discutiendo. Pero ¿y qué pasaba con los nuevos niños, los nacidos del óvulo liberado por las hijas intermedias? ¿Iban a resultar dañados genéticamente, a nacer aparentemente normales pero a morir poco después? ¿O simplemente serían rechazados durante el primer trimestre, como las hijas provisionales?
Kaye contempló la ciudad de Baltimore a través del grueso cristal de los ventanales. El sol de última hora de la mañana hacía relucir los tejados húmedos y las calles asfaltadas. Imaginó cada uno de los embarazos desembocando en otro igualmente inútil, úteros bloqueados por una cadena interminable de fetos horriblemente deformados.
Impidiendo la reproducción humana.
Si Judith Kushner tenía razón, había llegado la hora para toda la especie humana.
28 DE FEBRERO
Marge Cross se situó a la izquierda de la tarima del auditorio mientras Kaye formaba una fila con otros seis científicos, preparados para afrontar las preguntas sobre la presentación.
Cuatrocientos cincuenta periodistas ocupaban por completo el auditorio. La directora de relaciones públicas de Americol para la zona este de Estados Unidos, Laura Nilson, joven, negra y muy concentrada, se estiró los bordes del elegante traje chaqueta color verde oliva y dio paso a las preguntas.
El periodista de asuntos científicos y sanitarios de la CNN fue el primero en tomar la palabra:
—Me gustaría dirigir mi pregunta al doctor Jackson.
Robert Jackson, director del proyecto de vacunas para el SHEVA de Americol, alzó la mano.
—Doctor Jackson, si este virus ha tenido tantos millones de años para evolucionar, ¿cómo es posible que Americol pueda anunciar una vacuna experimental después de menos de tres meses de investigación? ¿Son ustedes más inteligentes que la madre naturaleza?
La sala se llenó de un zumbido momentáneo, con una mezcla de risas y susurros. El nerviosismo era evidente. La mayoría de las mujeres jóvenes que se encontraban en el cuarto llevaban máscaras de gasa, aunque se había comprobado que esa precaución era inútil. Otras mascaban unas pastillas especiales de menta y ajo que se decía que prevenían el contagio del SHEVA. Kaye podía, incluso desde la tarima, percibir el peculiar olor que desprendían.
Jackson se acercó al micrófono. A los cincuenta años tenía el aspecto de un músico de rock bien conservado, vagamente atractivo, vestido con un traje que le quedaba sólo ligeramente ceñido y el pelo castaño liso encaneciendo en las sienes.
—Comenzamos nuestro trabajo varios años antes de que surgiese la gripe de Herodes —dijo Jackson—. Siempre hemos estado interesados en las secuencias de los HERV, debido a que, como usted ha indicado, hay mucha información oculta en ellas. —Hizo una pausa para intensificar el efecto de sus palabras, dirigiendo una breve sonrisa a la audiencia, mostrando su fuerza al permitirse expresar admiración por el enemigo—. Pero la verdad es que durante los últimos veinte años hemos aprendido cómo funcionan la mayor parte de las enfermedades, cómo están formados los agentes, qué les hace vulnerables. Mediante la creación de partículas vacías de SHEVA, incrementando el porcentaje de fallo del retrovirus hasta el cien por cien, conseguimos un antígeno inocuo. Pero las partículas no están estrictamente vacías. Las llenamos con una ribozima, un ácido ribonucleico con actividad enzimática. Esa ribozima también bloquea y divide varios fragmentos del ARN del SHEVA que todavía no se han ensamblado en la célula infectada. El SHEVA se convierte en un medio de transporte para una molécula que bloquea el propio mecanismo causante de la enfermedad.
—Señor... —intentó interrumpir el periodista de la CNN.
—No he terminado de responder a su pregunta —dijo Jackson—. ¡Ha sido una gran pregunta! —La audiencia rió—. Nuestro problema hasta ahora ha sido que los humanos no reaccionan con intensidad al antígeno del SHEVA. Así que nuestros progresos comenzaron cuando aprendimos a intensificar la respuesta inmune, añadiendo glicoproteínas asociadas a otros patógenos ante los cuales el organismo reacciona automáticamente con una defensa fuerte.
El periodista de la CNN intentó hacer otra pregunta, pero Nilson ya había pasado al siguiente de la lista: el joven corresponsal on-line para SciTrax.
—De nuevo para el doctor Jackson. ¿Saben ustedes por qué somos tan vulnerables al SHEVA?
—No todos somos vulnerables. Los hombres demuestran una fuerte respuesta inmune ante el SHEVA, que ellos no desarrollan. Esto explica el proceso de la gripe de Herodes en los hombres, un episodio rápido, de unas cuarenta y ocho horas, en el peor de los casos. Las mujeres, sin embargo, están casi universalmente expuestas a la infección.
—Sí, pero ¿por qué son las mujeres tan vulnerables?
—Creemos que la estrategia del SHEVA es a muy largo plazo, del orden de miles de años. Puede tratarse del primer virus que hayamos visto que se apoya en el crecimiento de las poblaciones en vez de en el de los individuos para su propagación. Provocar una fuerte respuesta inmune sería contraproducente, así que el SHEVA aparece sólo cuando las poblaciones se encuentran bajo estrés, o debido a algún otro acontecimiento activador que todavía no comprendemos.
El periodista científico del
New York Times
era el siguiente.
—Doctores Pong y Subramanian, ustedes se han especializado en el estudio de la gripe de Herodes en el sudeste asiático, donde se han contabilizado hasta el momento más de cien mil casos. Incluso ha habido disturbios en Indonesia. La semana pasada se extendió el rumor de que se trataba de un provirus diferente...
—Es totalmente erróneo —dijo Subramanian, sonriendo de forma educada—. El SHEVA es extraordinariamente uniforme. Si me permite una pequeña corrección, «provirus» se refiere al ADN vírico insertado en el material genético humano. Una vez que se ha manifestado, se trata de un simple virus o de un retrovirus, aunque en este caso sea uno muy interesante.
Kaye se preguntó cómo podía Subramanian centrarse exclusivamente en la ciencia mientras sus oídos captaban la singular y temible palabra «disturbios».
—Sí, pero mi próxima pregunta es ¿por qué los machos humanos reaccionan con una fuerte respuesta inmune ante los virus de otros machos pero no ante los suyos propios, si las glicoproteínas de la cubierta, los antígenos, de acuerdo con su nota de prensa, son tan simples e invariables?
—Muy buena pregunta. ¿Tenemos tiempo para un seminario de un día completo?
Hubo risas débiles. Pong continuó.
—Creemos que la respuesta masculina comienza después de la invasión celular, y que al menos un gen del SHEVA contiene sutiles variaciones o mutaciones, que causan la producción de antígenos en la superficie de ciertas células antes de que se produzca una respuesta inmune completa, por lo que el organismo se va adaptando a...
Kaye escuchaba sólo a medias. Seguía pensando en la señora Hamilton y las otras mujeres de la clínica del INS. La reproducción humana bloqueada. Habría reacciones extremas ante cualquier fallo; la carga sobre los científicos iba a ser enorme.
—Oliver Merton, de
The Economist
. Pregunta para la doctora Lang.
Kaye alzó la mirada y vio a un joven pelirrojo con un abrigo de tweed que sostenía el micrófono.
—Ahora que los genes que codifican el SHEVA, en los diferentes cromosomas, han sido patentados en su totalidad por el señor Richard Bragg... —Merton consultó sus notas— de Berkeley, California... Patente número 8.564.094 autorizada por la oficina de patentes de Estados Unidos y por la oficina de marcas registradas el 27 de febrero, ayer mismo, ¿cómo podrá cualquier compañía iniciar el desarrollo de una vacuna sin conseguir la licencia y pagar por los derechos?