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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

La rebelión de los pupilos (91 page)

BOOK: La rebelión de los pupilos
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¿Y había pasado por todo eso sólo para llegar hasta aquí? Sí, sumando todo, había sido un maldito día…

Hay ciertos trucos que un luchador puede poner en práctica frente a un oponente más fuerte y de una categoría de peso superior. Fiben recordó algunos de ellos mientras trataba de soltarse. Si no hubiera estado tan próximo al agotamiento, uno o dos de ellos podrían haber funcionado.

Pero tal como estaban las cosas, se las ingenió para conseguir un punto de casi-equilibrio. Alcanzó una pequeña ventaja de apalancamiento, que contrarrestaba la espantosa fuerza de Puño de Hierro. Sus cuerpos se tensaron y se arrastraron mientras sus manos se agarraban buscando la más mínima oportunidad. Tenían las caras casi contra el suelo y tan cerca la una de la otra que podían olerse el ardiente aliento.

La multitud permanecía ahora en silencio. Ni de un lado ni del otro surgían gritos de ánimo. Mientras su enemigo y él se balanceaban hacia adelante y hacia atrás en una lucha mortal de decepcionante lentitud, Fiben tuvo de pronto una clara visión de la ladera del Monte Ceremonial. Un pequeño rincón de su conciencia advirtió que los espectadores se habían marchado. En el lugar donde antes había un gran grupo de galácticos de distintas formas y tamaños, sólo había ahora un espacio vacío de hierba pisoteada.

Los vio correr montaña abajo y hacia el este, gritando y gesticulando en varios idiomas distintos. Fiben vislumbró a la aracnoide
serentini
en medio de sus ayudantes y se dio cuenta de que ya no prestaba atención a su lucha. Hasta el árbitro
pila
se había vuelto de espaldas para mirar al creciente tumulto de abajo.

Y ahora esto, después de tanto hablar como si el destino de todo el universo dependiera de la lucha a muerte entre los dos chimps. Una parte de Fiben se sentía insultada.

Pero la curiosidad lo dominaba, incluso en aquel momento.
¿Qué demonios pretenden?
, se preguntó.

Alzó los ojos un par de centímetros para intentar ver lo que ocurría y eso bastó. Por una milésima de segundo no fue alcanzado por la maniobra de Puño de Hierro cuando éste se desplazó ligeramente hacia un lado.

Como Fiben reaccionó demasiado tarde, el marginal lo agarró aplicando una fuerte presión.

—¡Fiben! —era la voz de Gailet, ahogada por la emoción. Le consoló saber que, al menos, había alguien que aún les prestaba atención, aunque sólo fuera para ver su humillación final y su muerte.

Fiben combatía con fiereza. Utilizó trucos sacados del pozo de la memoria, pero la mayor parte de ellos requerían un poder que él ya no tenía. Poco a poco se veía obligado a retroceder.

Puño de Hierro sonrió cuando consiguió apoyar el antebrazo sobre la tráquea de Fiben. Éste empezó a respirar con fuertes y agudos silbidos. El aire no llegaba a sus pulmones y se debatió con desesperación.

Puño de Hierro seguía presionando con el mismo ahínco. Mientras jadeaba con la boca abierta ante Fiben, mostró sus colmillos, en los que se reflejaban unos difusos puntos de luz.

De pronto, los destellos se desvanecieron. Algo ocultó las luces y proyectó una oscura sombra sobre ambos.

Puño de Hierro parpadeó y súbitamente pareció notar que algo muy grande había aparecido junto a la cabeza de Fiben. Un pie negro y peludo. La pierna unida a él era corta pero maciza como el tronco de un árbol y seguía hacia arriba, hacia una montaña de pelo…

El mundo, que había empezado a dar vueltas y a oscurecerse para Fiben, recuperó su nitidez a medida que la presión en la tráquea disminuía poco a poco. Aspiró una bocanada de aire por el pequeño pasadizo libre e intentó averiguar por qué aún estaba vivo.

Lo primero que vio fue un par de apacibles ojos castaños que lo miraban con amigable franqueza desde una cara negra como el azabache que descansaba sobre una colina de músculos.

Con un brazo tan largo como la altura de un pequeño chimp, la criatura tocó a Fiben con curiosidad. Puño de Hierro se estremeció y retrocedió de asombro o tal vez de miedo. Cuando la mano de la criatura se cerró en torno al brazo de Puño de Hierro sólo apretó lo suficiente para probar la fuerza del chimp.

Evidentemente no había comparación. El gran gorila macho parloteó satisfecho. En realidad, parecía reírse.

Entonces, utilizando un nudillo para ayudarse a andar, se volvió para unirse al oscuro grupo que pasaba entre la fila de estupefactos chimps. Gailet contemplaba la escena con incredulidad y Uthacalthing parpadeó ante tal visión.

Robert Oneagle parecía hablar consigo mismo y los
gubru
cotorreaban y chillaban.

Durante un buen rato, Kault se convirtió en el centro de atención de los gorilas. Cuatro hembras y tres machos se arracimaron junto al enorme
thenanio
mientras alargaban las manos para tocarlo. Él les habló despacio y jubilosamente.

Fiben se negó a cometer dos veces el mismo error. Lo que estaban haciendo allí los gorilas, en el Montículo Ceremonial que habían construido los invasores, era algo que estaba más allá de su capacidad de suposición y ni siquiera quería intentar imaginarlo. Su atención regresó a la lucha un segundo antes que la de su oponente. Cuando Puño de Hierro volvió a mirarlo, los ojos del margi traicionaron por un instante su consternación ante el amenazante puño de Fiben.

El pequeño llano era una discordancia, una escena demencial sin ningún vestigio de orden. En los alrededores del terreno de combate ya nadie parecía interesarse en como Fiben y su enemigo rodaban ahora bajo las piernas de los chimps, los gorilas, los
gubru
o cualquier otro ser que pudiese andar, saltar o deslizarse por el suelo. Casi nadie parecía prestarles atención, y a Fiben no le importaba. Lo único que contaba para él era que había hecho una promesa y que tenía que cumplirla.

Golpeó con los puños a su enemigo, sin permitirle recuperar el equilibrio, hasta que el chimp rugió de desesperación y lanzó a Fiben como si fuera un abrigo viejo. Mientras aterrizaba con una dolorosa sacudida, captó un atisbo de movimiento a sus espaldas y, al volver rápidamente la cabeza, vio al marginal llamado Comadreja con el pie preparado para darle una patada. Pero el golpe falló al ser abrazado el marginal por un cariñoso gorila.

El otro compinche de Puño de Hierro estaba sujeto por Robert Oneagle o, más exactamente, alzado. Ese chimp macho podía tener más fuerza que muchos humanos, pero suspendido en el aire no le servía de nada.

Robert levantó a Barra de Acero por encima de su cabeza, como Hércules sometiendo a Anteo. El joven hizo un gesto a Fiben.

—Ten cuidado, amigo.

Fiben rodó hacia un lado al tiempo que Puño de Hierro se arrojaba sobre el sitio que él había ocupado. Sin pensarlo dos veces, Fiben saltó sobre la espalda de su oponente y le hizo una llave nelson.

El mundo saltaba como si cabalgara sobre un potro desbocado. Sentía el sabor de la sangre en la boca y el polvo parecía llenarle los pulmones produciéndole un dolor ardiente y agobiante. Sus cansados brazos temblaban y estaban amenazados por los calambres. Pero al oír la difícil respiración de su enemigo supo que podría aguantar un poco más.

Puño de Hierro apenas lograba sostener su cabeza. Fiben consiguió rodearlo con las piernas, de una forma que le permitía darle patadas desde abajo.

El flexo solar del marginal cayó sobre el talón de Fiben. Con un destello de dolor comprendió que seguramente se había roto varios dedos de los pies, pero en el mismo instante sintió un inequívoco chirrido silbante: el diafragma de Puño de Hierro habría sufrido un momentáneo espasmo interrumpiendo toda circulación de aire. Sacó fuerzas de donde pudo. Con un sólo movimiento, dio la vuelta a su contrincante y le aplicó una llave de tijeras. Luego pasó su antebrazo alrededor del cuello de éste y utilizó el mismo método de estrangulación ilegal, que a nadie le importaba, que antes había utilizado contra él.

Oprimió el hueso contra el cartílago. Bajo sus pies la tierra parecía vibrar, y el cielo retumbaba y gruñía. Por todos lados se oían pasos alienígenas y los incesantes gritos y parloteos en una docena de lenguas distintas. Pero Fiben sólo estaba pendiente del aire que no atravesaba la garganta de su enemigo y del pulso que tan desesperadamente tenía que silenciar…

Fue entonces cuando algo pareció explotar en su cerebro.

Era como si se hubiese abierto algo en su interior, derramando lo que parecía ser una brillante luz que brotaba de su corteza cerebral. Aturdido, Fiben pensó que un marginal o un
gubru
debían de haberle golpeado la cabeza desde atrás. Pero la luminiscencia no era como las que seguían a una contusión. Sentía dolor, pero un dolor diferente.

Fiben se concentró en sus principales prioridades, como la de sujetar con fuerza a su cada vez más debilitado enemigo. Pero no pudo ignorar aquel extraño acontecimiento. Su mente buscaba algo con que compararlo pero no encontraba una metáfora adecuada. La silenciosa explosión le parecía a la vez algo alienígena y misteriosamente familiar.

De repente, Fiben recordó una luz azul que danzaba jubilosamente mientras lanzaba ardientes rayos a sus pies. Se acordó de la «bomba fétida» que había provocado la huida de una pequeña, pomposa y peluda diplomática, haciendo que se olvidase de los formalismos. Se acordó de historias que por la noche contaba la general. Las conexiones le hicieron sospechar.

En todo el llano, los galácticos habían interrumpido su políglota parloteo. Fiben tuvo que levantar un poco la cabeza para ver qué les cautivaba tanto. Antes de hacerlo, sin embargo, quiso asegurarse del estado de su enemigo. Cuando vio que Puño de Hierro conseguía soltar unos cuantos débiles y desesperados suspiros, Fiben volvió a aplicarle la presión necesaria para mantenerlo al borde de la conciencia. Sólo entonces alzó la vista.

—Uthacalthing —susurró al comprender el origen de su confusión mental.

El
tymbrimi
estaba situado un poco más arriba que los demás. Tenía los brazos abiertos y totalmente extendidos, y los pliegues de su túnica de ceremonia ondeaban bajo los vientos ciclónicos que rodeaban la derivación hiperespecial. Sus ojos estaban totalmente separados.

Los zarcillos de su corona se ondulaban y algo giraba sobre su cabeza.

Un chimp gimió y se apretó las manos contra las sienes. En alguna parte, alguien castañeó los dientes. Para muchos de los presentes el glifo apenas era detectable, pero por primera vez en su vida Fiben captó. Y lo que captó se llamaba
tutsunucann
.

El glifo era un monstruo, un titán, por la energía largamente acumulada. La esencia de la dilatada indeterminación bailaba y giraba. Después, sin previo aviso, desapareció. Fiben sintió que lo rodeaba y lo atravesaba, nada más y nada menos que una alegría limpia, incontaminada.

Uthacalthing dejó fluir su emoción como si se hubieran roto los diques.


N' ha s'urustuannu, k'hammin't Athaclena w'thatanna!
—gritó—. Hija, ¿me has mandado a éstos para devolverme lo que yo te presté? ¡Oh, qué interés tan incrementado y multiplicado! ¡Qué broma más delicada para gastarle a tu orgulloso padre!

Su intensidad afectó a los que estaban junto a él. Algunos chimps parpadearon y lo miraron con asombro.

Robert Oneagle se secó las lágrimas.

Uthacalthing se volvió y señaló el lugar de la elección. Allí, sobre el pináculo, todo el mundo pudo ver que la derivación por fin estaba conectada. Los motores enterrados en las profundidades habían realizado su trabajo y ahora en el cielo se abría un túnel cuyos extremos brillaban pero cuyo interior contenía un color más vacío que la negrura.

Parecía absorber luz y dificultaba incluso la simple visión de la entrada. Sin embargo, Fiben comprendió que aquello era un vínculo en tiempo real, desde allí hasta innumerables lugares en los que se habían reunido muchos espectadores para observar y celebrar los acontecimientos de esa noche.

Espero que las Cinco Galaxias disfruten con el espectáculo.
Cuando Puño de Hierro mostró señales de recobrar el sentido, Fiben le dio un golpe en la parte lateral de la cabeza y siguió mirando hacia arriba.

A mitad de camino del estrecho sendero que llevaba al pináculo se hallaban tres dispares figuras. La primera era un pequeño neochimpancé, con brazos demasiado largos y unas deformes piernas cortas y torcidas. Jo-Jo iba de la mano de Kault, el enorme
thenanio
. De la otra maciza garra de Kault iba cogida una diminuta niña humana, cuya rubia cabellera ondeaba como un brillante estandarte en el viento arremolinado.

El peculiar trío contemplaba el pináculo en el que había un extraño grupo.

Una docena de gorilas, machos y hembras, formaban un círculo justo bajo el semi-invisible agujero del espacio. Se balanceaban hacia adelante y hacia atrás contemplando el vacío que se abría sobre sus cabezas al tiempo que entonaban una grave y átona melodía.

—Creo… —dijo la admirada
serentini
del Instituto de Elevación—… creo que esto ha ocurrido antes una o dos veces… pero hace más de mil eones.

—No es justo —murmuró otra voz en un áspero ánglico cargado de emoción—. Se suponía que éste era nuestro momento.

Fiben vio correr lágrimas por las mejillas de varios chimps. Algunos se abrazaban entre sí y sollozaban.

Los ojos de Gailet también estaban húmedos, pero Fiben comprendió que ella veía lo que los otros no podían ver. Las suyas eran lágrimas de alivio y de alegría.

Por todas partes se oían expresiones de asombro.

—… pero ¿qué clase de criaturas, seres, entidades, pueden ser? —preguntaba uno de los Suzeranos
gubru
.

—… presensitivos —respondió otra voz en galáctico-Tres.

—Si han pasado por todos los puestos de examen es que están preparados para una ceremonia de etapa de algún tipo —murmuró Cordwainer Appelbe—. Pero ¿cómo demonios los goril…?

—No use el viejo nombre —Robert Oneagle interrumpió a su compañero humano—. Son
garthianos
, amigo mío.

El aire se llenó de ionización y olor a tormenta. Uthacalthing cantaba su placer ante la simetría de su magnífica sorpresa, de esa gran broma, y su voz
tymbrimi
tenía un timbre rico y sobrenatural. Cautivado por las circunstancias, Fiben no se dio cuenta de que se ponía de pie para poder ver mejor.

Él y todos los demás pudieron contemplar la colescencia que se situaba sobre los grandes simios, zumbando y oscilando en la cima de la colina. Sobre las cabezas de los gorilas giraba una sustancia de aspecto lechoso que empezaba a concretarse con la promesa de unas formas.

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