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Authors: Lian Hearn

Tags: #Avéntura, Fantastico

La Red del Cielo es Amplia (61 page)

BOOK: La Red del Cielo es Amplia
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* * *

La antigua vivienda había cambiado de decoración. Se habían instalado esteras nuevas, así como flamantes mamparas de papel. La belleza intrínseca de la casa se había incrementado, si bien la anterior calidez que tanto encanto le aportaba había desaparecido para siempre.

Cuando le condujeron a la sala donde las damas ya se encontraban acomodadas, no se atrevió a mirar a Naomi. Era consciente de la presencia de ésta y podía oler su fragancia. Una vez más, fue como un golpe físico. Concentró su atención en la señora Eriko, pensando lo profundamente triste que para ella debía de ser aquella situación; de hecho, el rostro de la viuda se veía pálido y tenso, aunque su actitud era serena. Se saludaron afectuosamente y luego Eriko dijo:

—Creo que conoces a la señora Maruyama, y a mi hermana.

Naomi, levantando los ojos hacia Shigeru, dijo:

—El señor Otori y yo nos encontramos por casualidad en Terayama, hace varios años.

—Sí, lo recuerdo —respondió Shigeru, sin apenas dar crédito a que su voz resultara tan calmada como la de Naomi—. Confío en que la señora Maruyama se encuentre bien.

—Gracias, me he recuperado. Ya me encuentro bien de salud.

—¿Habéis estado enferma? —preguntó él, acaso con excesiva rapidez, incapaz de enmascarar su preocupación.

Ella le sonrió con la mirada, como si tratara de tranquilizarle.

—La señora Maruyama ha estado muy enferma, durante mucho tiempo —explicó Sachie con voz queda—. Este verano ha habido una epidemia en el Oeste.

—Mi madre también ha estado indispuesta —dijo Shigeru, luchando por adoptar un tono distendido—, pero el frescor del otoño le ha devuelto la salud.

—Sí, últimamente ha hecho un tiempo magnífico. —Repuso Naomi, y añadió:— He oído hablar con frecuencia de este lugar, pero nunca lo había visitado antes.

—Mi marido enseñará los alrededores a la señora Maruyama... —empezó a decir la jovencísima esposa de Masaji.

—El señor Shigeru es el experto en agricultura —la interrumpió su esposo—. Siempre le interesaron los asuntos agrícolas mucho más que al resto de nosotros. Ahora, le llaman El Granjero.

—En ese caso, quizá el señor Otori sea tan amable de enseñarme las tierras —dijo Naomi—, después de la ceremonia conmemorativa.

—Como guste la señora Maruyama —respondió Shigeru.

* * *

La ceremonia se celebró en el pequeño santuario situado en el jardín, y ante el altar se colocaron tablillas con los nombres del difunto y los hijos de éste. Sus restos mortales descansaban bajo la tierra de Yaegahara, junto con los de otros diez mil hombres. El humo del incienso se elevaba en línea recta en el aire inmóvil, mezclándose con los intensos aromas del otoño. Un ciervo bramó en el bosque, y los gansos salvajes graznaban en la distancia a medida que atravesaban el firmamento.

Shigeru había pasado la tarde y la noche anteriores debatiéndose entre la felicidad por encontrarse en presencia de Naomi y la desesperación por no poder acariciarla, tomarla entre sus brazos, ni siquiera hablar con ella abiertamente, sin calcular cada palabra. Apenas se habían dirigido el uno al otro y, cuando lo hicieron, fue para conversar sobre asuntos triviales con un lenguaje protocolario. Cuando tuvieron la oportunidad de recorrer a solas los campos de cultivo, aún a la vista de otros pero lejos del alcance del oído, se mostraron cohibidos y reservados.

—Ha pasado mucho tiempo —dijo Shigeru—. Ignoraba que estuvieras enferma.

—He estado muy mal; no pude comer ni dormir durante semanas enteras. Debería haberte escrito; pero la enfermedad me minó la confianza y no sabía qué decirte, ni cómo enviar la carta.

Hizo una pausa y luego, bajando la voz, continuó:

—Me gustaría abrazarte en este momento, yacer contigo aquí mismo, sobre la hierba; pero esta vez es imposible. Aun así, me siento más esperanzada, no sé por qué. Quizá me engaño a mí misma, pero tengo la impresión de que ahora que el hijo de Iida va creciendo sano y fuerte, ahora que las cosas se van asentando, no veo razón por la que no podamos casarnos.

Naomi giró la cabeza para mirar en dirección a la casa.

—Tengo que hablar deprisa; no sé cuánto tiempo podremos estar solos. Debo partir mañana y tal vez no tengamos otra oportunidad. Estoy decidida a discutir la cuestión de nuestra boda con mis lacayos principales y los notables del clan. Acudirán a tus tíos con ofertas y promesas que no podrán rechazar: intercambios comerciales, obsequios, barcos; acaso parte del territorio fronterizo. Los Arai estarán a favor, al igual que el resto de los Seishuu.

—Es lo que más deseo en el mundo —respondió Shigeru—, pero sólo tendremos una oportunidad. Si formulamos la petición, nos arriesgamos a exponer lo que significamos el uno para el otro; si se nos deniega, perderemos lo poco que tenemos.

Naomi clavaba la mirada al frente, aparentemente en calma; pero cuando volvió a tomar la palabra, Shigeru se dio cuenta de que su aplomo estaba a punto de quebrarse.

—Regresa a Maruyama conmigo, mañana —suplicó—. Nos casaremos allí.

—No puedo dejar a mi hermano en Hagi —respondió Shigeru, pasados unos segundos—. Sería condenarle a una muerte segura. Además, semejante paso desataría la guerra, y no sólo en un único campo de batalla, como Yaegahara, sino por todo el territorio de los Tres Países, en este valle tranquilo, en la misma Maruyama. —Con evidente dolor, añadió:— Ya he perdido una guerra terrible; no quiero empezar otra, a menos que esté convencido de ganarla.

—Tienes que empezar a hablarme de las cosechas —dijo ella con precipitación, pues la señora Kitano se aproximaba—; pero antes, quiero que sepas lo feliz que me hace esta oportunidad de verte, a pesar de lo doloroso que nos pueda resultar. El simple hecho de estar en tu presencia me llena de felicidad.

—Lo mismo me ocurre a mí. Siempre será así.

—El año que viene escribiré a tus tíos —susurró ella, antes de subir el tono de voz y empezar a disertar sobre las plagas de langosta y los cultivos.

* * *

Al día siguiente, una vez que se hubieron producido las despedidas y la señora Maruyama y su séquito partieron en dirección a Kibi, Kitano Masaji acompañó a Shigeru hacia el norte, alegando que tenía un caballo que necesitaba ejercicio. Shigeru se había permitido recrearse en la ensoñación de que el plan de Naomi funcionaría, que se casarían; que él abandonaría Hagi, con todas sus penosas asociaciones con la derrota y la muerte, y se instalaría en Maruyama con su amada. Respondía a los comentarios y las preguntas de Masaji sin apenas prestar atención.

Casi habían llegado al puerto situado en la cabecera del valle cuando, de pronto, un jinete surgió del bosque situado a la derecha. De inmediato, Shigeru se llevó la mano al sable y Masaji hizo lo mismo en tanto que ambos tiraban de las riendas de sus monturas y se giraban para enfrentarse al desconocido.

El hombre se bajó del caballo de un salto, se quitó el yelmo y clavó una rodilla en el suelo al tiempo que hacía una profunda reverencia.

—Señor Otori —dijo, sin esperar a que los otros tomaran la palabra y sin pronunciar un saludo formal—. Habéis regresado. Habéis venido para llamarnos a las armas de nuevo. Os estábamos esperando.

Shigeru se quedó mirándole. Había algo en el rostro de aquel hombre que le resultaba familiar, pero no conseguía identificarle. Era joven, menor de veinte años, de cara afilada y ojos hundidos y brillantes.

"Es un demente; alguna gran pérdida le ha desequilibrado", pensó Shigeru.

Trató de hablar gentilmente, pero con firmeza.

—No he venido a llamarte a ti ni a ningún otro a las armas. La guerra ha terminado; ahora vivimos en paz.

Masaji blandió su sable.

—¡Este hombre merece morir!

—No es más que un loco —dijo Shigeru—. Averigua de dónde viene y devuélvelo a su familia.

Masaji vaciló unos instantes, el tiempo suficiente para que el desconocido, con la decidida rapidez de los dementes, volviera a montarse en su caballo y lo echara hacia atrás, en dirección al bosque. Con voz ronca, gritó:

—¡Es verdad lo que dicen! Otori nos falló en Yaegahara y ahora nos vuelve a fallar.

Giró el caballo y se alejó galopando; sorteando los árboles, desapareció a toda velocidad.

—Le perseguiré y le daré captura —aseguró Masaji a gritos—. ¿Le conocías, señor Shigeru?

—Creo que no.

—Hay muchos hombres sin amo entre estas tierras e Inuyama —comentó Masaji—. Recurren al bandidaje. Mi padre está tratando de erradicarlos. Adiós, Shigeru. Me alegra que hayamos tenido esta oportunidad de encontrarnos de nuevo. Desde hace tiempo deseaba decirte que no te censuro por no haberte quitado la vida, como te censuran otros. Estoy seguro de que tenías tus razones y que no ha sido por falta de valor.

No hubo tiempo para responder al comentario. Masaji y sus hombres ya habían puesto sus caballos a galope en persecución del lunático. Shigeru apremió a
Kyu
para que se apresurara a subir el sendero que conducía al puerto de montaña, deseando dejar atrás a ambos, al demente y al hombre que una vez fuera un amigo, y olvidar las palabras de los dos, que le hacían revivir con intensidad su propio sentido de fracaso y deshonor. Hasta esa noche, justo antes de dormirse, no recordó dónde había visto a aquel hombre con anterioridad. Había sido en la casa de los padres de Moe, en Kushimoto. Pertenecía a los Yanagi, quienes habían sido exterminados en la batalla por el traidor Noguchi y cuyo apellido mismo había sido erradicado. Resultaba angustioso y perturbador el hecho de que resurgieran sus sentimientos de culpa y sufrimiento acerca de Moe, que volvieran a emerger sus dudas sobre el camino que había elegido y su sensación de que quitarse la vida habría sido la opción más valiente.

Soga Juro Sukenari había esperado dieciocho años para vengar a su padre. Sólo habían pasado tres desde la muerte de Shigemori en Yaegahara. ¿Estaba Shigeru dejándose engañar por la ilusión de que tendría la paciencia de esperar otros quince años, sufriendo continuas humillaciones como las que había tenido que soportar ese mismo día?

El cambio de luna trajo consigo una variación en el estado del tiempo. Hacía mucho más frío y Shigeru oyó cómo la lluvia, vacilante, hacía su aparición repiqueteando sobre el tejado. Reflexionó sobre la potencia del agua: se dejaba canalizar por la roca y por la tierra; sin embargo, desgastaba la primera y arrastraba la segunda. Se quedó dormido con el sonido de la llovizna. Su último pensamiento fue que sería tan paciente como el agua.

42

Un par de semanas más tarde, justo antes del comienzo del invierno, regresaba Shigeru a casa un día de intenso frío cuando se percató de que alguien le seguía. Se giró de inmediato y vio una figura oculta por un sombrero y una capa. Resultaba imposible saber si se trataba de un hombre o una mujer, aunque era una persona de escasa estatura. Shigeru aceleró el paso, con la mano dispuesta a empuñar el sable. La calle estaba cubierta de una capa de hielo y resultaba resbaladiza. De manera casi inconsciente buscó una zona más firme en la que pudiera anclar los pies al suelo si fuera necesario, pero cuando volvió a darse la vuelta su perseguidor había desaparecido, si bien Shigeru tenía la impresión de que seguía allí, sin dejarse ver. Le pareció escuchar unas débiles pisadas, una levísima respiración.

—¿Eres tú, Kenji? —preguntó, pues a veces El Zorro le gastaba bromas semejantes; pero no hubo respuesta.

El viento soplaba más frío y la noche empezaba a caer. Mientras Shigeru cambiaba de dirección para apresurarse hacia su casa, notó que alguien pasaba a su lado y apreció el ligero aroma de una mujer.

—¡Muto Shizuka! —exclamó—. Sé que eres tú. Déjame que te vea.

Nadie contestó. Irritado, Shigeru repitió:

—¡Déjame que te vea!

Dos hombres doblaron la esquina, empujando una carretilla cargada de castañas. Se quedaron mirando a Shigeru, atónitos.

—¡Señor Otori! ¿Qué ocurre?

—Nada. No pasa nada. Voy camino a casa.

"Pensarán que he perdido la cabeza. Ahora no sólo seré un granjero, sino un granjero loco", masculló para sí mientras llegaba a la cancela de la casa del río, convencido de que aquellos hombres irían directos a la taberna más cercana y empezarían a murmurar a su costa.

Los perros se levantaron, agitando la cola al verle.

—¿Ha venido alguien? —preguntó a los guardias.

—No, señor —respondió uno de ellos.

Chiyo respondió de igual manera cuando salió a recibirle. Shigeru registró cada una de las estancias de la vivienda, pero no encontró a nadie. Con todo, aún percibía el ligero aroma desconocido. Se dio un baño y cenó distraídamente, inquieto al percatarse de su vulnerabilidad ante la Tribu. Tal vez hubieran envenenado su comida; un puñal podría atravesar el aire de manera inesperada; desde una boca podría lanzarse una lluvia de agujas con fuerza y velocidad extraordinarias, dirigidas al ojo de Shigeru, quien moriría apenas sin darse cuenta.

Se había despojado del sable al entrar en la casa. Ahora, llamó a Chiyo para que se lo llevara. Lo colocó en el suelo, junto a sí; más tarde, cuando después de cenar se dirigió a la habitación donde pasaba las veladas leyendo y escribiendo, se lo metió bajo el fajín. Ichiro se había retirado temprano, pues sufría de un fuerte resfriado. Chiyo había colocado dos braseros en la estancia, pero el ambiente era todavía lo bastante frío como para que Shigeru pudiera ver su propio aliento.

Y también el de otra persona. Una nube diminuta, apenas perceptible, flotaba en el aire a la altura de las rodillas.

—Muto —dijo él, y sacó el sable.

Ella apareció como caída del cielo. Momentos antes la habitación estaba vacía, sólo se apreciaba un tenue resplandor en el ambiente; al momento siguiente la joven se arrodilló en el suelo, delante de Shigeru. Aunque éste había comprobado cómo Kenji aparecía y desaparecía a voluntad, la visión seguía dejándole perplejo, como si la realidad misma se hubiera dislocado. Respiró hondo.

—Señor Otori —contestó Shizuka, bajando la frente hasta tocar el suelo. Permaneció en esa posición; el cabello le caía por el rostro, dejando al descubierto su esbelto cuello.

Si se la hubiera encontrado en la calle, o en el bosque, si Shizuka hubiera estado de pie o caminando —o en cualquier otra posición, excepto aquélla—, Shigeru se habría enfrentado a ella y la habría matado para castigarla por su hipocresía y su traición. Pero él nunca había dado muerte a una mujer, ni tampoco a un hombre desarmado, y aunque Shizuka no era una mujer corriente parecía no llevar armas. Además, la idea de derramar sangre en su propia casa le repelía. Por otra parte, Shizuka le había encendido la curiosidad. Ahora Shigeru contemplaba con sus propios ojos lo que su padre había visto: una mujer de la Tribu que podía aparecer y desaparecer a su antojo. ¿Por qué habría acudido a él de aquella manera, sometiéndose, por lo que parecía, al poder de Shigeru? ¿Y en qué podría beneficiarse él?

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