Nadie me invitó a bailar. Romila se acercó y me habló:
—Eres demasiado hermosa. Demasiado sabia. Ellos te tienen miedo. Cuando yo era joven también me tenían miedo. Todos menos Lubbo. Lubbo nunca me tuvo miedo, me buscaba.
Todavía me veo en aquel momento; estoy de pie junto al fuego, viendo a los hombres danzar en derredor de la luz. Bruscamente, cuando la fiesta está en su apogeo, de la ciudad salen unos hombres a caballo que se dirigen hacia el río; son Aster con sus capitanes. Detrás, Lesso y Fusco.
Entonces entro en trance. Hacía tiempo que aquello no me ocurría. Me veo cabalgando por una llanura dorada, detrás de mí queda Albión y Aster está lejos. En mi visión Albión es atacada de nuevo; hay velas, muchas velas negras en el mar. Grito y tras un tiempo de angustia, despierto. Uma se encuentra a mi lado y también mucha más gente. Me rodean atemorizados y la música ha cesado ya. Todos mis huesos me dolían pero sobre todo me sentía humillada.
A mi lado estaban Lesso y Tassio.
—Ven, hija de druida, no te asustes. El espíritu ha entrado en ti. Cálmate.
Me incorporé y me senté en el suelo.
—¿He dicho algo en el trance?
—Has hablado de que Albión sería invadida… por mar. También de enfermedades y de muertes. Hoy es el día de Brigit, la diosa de la profecía, lo que dices es un mal presagio. Todos están asustados.
Las lágrimas manaron de mis ojos, entonces Aster se acercó adonde había surgido el tumulto.
—¿Qué ha ocurrido?
—Una sierva de la casa de las mujeres ha entrado en trance —le dijeron.
—¿Y…?
—Malos presagios… ruina y muerte.
Aster separó a la gente que me rodeaba y me vio aún en el suelo en brazos de Romila; entonces se inclinó sobre mí sin importarle que le escucharan dijo:
—¿Estás bien?
Yo negué con la cabeza, y las lágrimas me resbalaron por las mejillas.
—¡Llévala a la casa de las curaciones! —ordenó Aster—. Tú, Tassio y tú, Lesso.
Me alejaron de allí, pero aún pude apreciar que Aster me seguía con la mirada, y sentí vergüenza por mi estado. Al fin entre Romila y Uma me condujeron a la casa de las mujeres. Me acostaron. Dormí intranquila recordando la visión y sobre todo la gran llanura amarilla. Me desperté varias veces durante la noche, comencé a pensar que mi lugar no era Albión, que perjudicaba a Aster y que debía irme. Me desvelé por completo y decidí asomarme afuera. La luna brillaba aún, en la bóveda celeste titilaban mil estrellas. Cubierta por la piel que Tassio me había dado en el regreso desde Vindión, salí a la calle. Caminé sin rumbo guiada por la luna que descendía hacia su ocaso, la luna blanca de la madrugada. Lejos, en las montañas, parecía adivinarse la alborada. Mis pasos me llevaron de modo inconsciente al antiguo templo de Lubbo. Traspasé la puerta y las murallas derruidas del antiguo cuadrilátero que rodeaba el templo, las hierbas crecían por doquier en aquel lugar de horror.
Me senté en la escalera aún manchada por sangre seca de los antiguos sacrificios y lloré. La oscuridad de la noche cedía algo perseguida por la luz del alba.
Pasó el tiempo.
Entonces sentí su presencia, al principio me asusté pensando en un genio maligno. Después reconocí a Aster.
—Un dios bondadoso nos ha atraído aquí, a este lugar y esta hora.
Yo no le contesté pero entre mis lágrimas le miré asombrada de que estuviese allí, en aquel lugar y en aquella hora.
—¿Lloras? ¿Por qué lloras? —dijo como en aquel tiempo cuando él me consoló en Arán.
Se sentó a mi lado y me puso el brazo sobre los hombros.
—Lloro porque te echo de menos —le contesté—. Porque estoy sola. Porque he entrado en trance en la fiesta y he asustado a todos.
—No estás sola, yo estoy contigo ahora. —Aster sonrió y apretó su brazo contra mí—. En la fiesta siempre entra alguien en trance y no es culpable de ello.
Su voz era suave y consoladora, me trataba como en Arán, como se trata a un niño asustado al que hay que cuidar y proteger. Noté su fuerza, percibí junto a mi piel la dureza de las armas que portaba. En aquel momento, el vigor de Aster me sostenía. En su rostro, en cambio, no había dureza, sino amor.
—¿Por qué vienes aquí?
—Aquí murió mi padre, vengo a menudo desde que conquistamos Albión. Este lugar me sirve para recordar mis deberes para con él. Para tomar fuerzas y poder olvidarte, pero no soy capaz.
Entonces Aster suspiró y sin poder contenerse me abrazó y dijo:
—Te necesito tanto. Tú me calmas y me das fuerzas.
—Yo… ¿te calmo? —hablé entre lágrimas—, no soy más que una pobre mujer. Una sierva en Albión. ¿Cómo voy a calmar a mi señor?
—Para mí tú eres la Jana de los bosques, que hechiza los corazones y los libera de la fatiga de la vida cotidiana.
Le miré sorprendida y él siguió hablando. Su voz sonó en mi cabeza como un cántico, como las baladas que los hombres de Albión entonaban en las noches de luna llena junto a la hoguera.
—Un destino extraño nos une. Necesito verte… aunque sea de vez en cuando. Aquí nadie se atreverá a espiarnos. Este lugar está maldito, lleno de los horrores de Lubbo, pero también estas gradas han sido manchadas por la sangre de mi padre que nos protege. Ven aquí las noches de luna llena y me encontrarás. Hablaremos de Arán y de los lugares donde hay paz, recordaremos los días en las montañas de Vindión. Me contarás de tus curaciones y yo te hablaré de mis luchas. Nadie lo sabrá.
Amanecía en Albión. Amanecía aquel día en el que Aster me habló. El alba teñía de un color rosáceo las montañas y la luna había ya desaparecido del cielo.
Nos vimos muchas veces a la luz de la luna, en las ruinas muertas del templo del dios Lug, cerca del ara de los sacrificios antiguos, pasando las grandes puertas ya derruidas. En el patio exterior del santuario, detrás del contrafuerte que separaba el templo de la ciudad, nos sentábamos el uno junto al otro, hablábamos de muchas cosas y el tiempo se desvanecía ante nosotros, y a lo lejos el sol solía amanecer sobre las montañas.
A menudo callábamos y el silencio nos unía. Aster conseguía eliminar en su mente el dolor de los años de cautiverio y las heridas causadas por el odio; yo me sentía curada de los tormentos de Lubbo. La luna nos iluminaba, nada parecía perturbar nuestra paz bajo las columnas del templo del dios sanguinario. Después, durante la jornada, entre los enfermos de la casa de las mujeres, o él entre sus hombres, en la gran fortaleza de Albión, el ansia de volver a estar juntos nos dominaba. Anhelábamos que llegase el plenilunio y poder estar cerca. Pronto comenzamos a vernos con más frecuencia, casi diariamente. Llegó una noche sin luna y movidos por el mismo deseo nos encontramos una vez más en el templo de Lug. Cuando llegué a las escaleras junto al altar exterior al templo, Aster hacía tiempo que estaba allí. Aquel día observé su rostro atormentado con una inquietud interior que indicaba sufrimiento. Me acogió como tantas noches y ya no deseé más, pero él callaba, su silencio era distinto de aquel que nos unía en las noches de luna. Algo se hacía paso en su mente pero no quise romper el sosiego de la noche estrellada. Mil aromas de flores provenían del campo, y entremezclada con ellos, nos llegaba la brisa del mar. Al rato, en silencio, escuché el ulular de un búho y sentí miedo, me pareció un mal presagio.
—Es el ave carroñera de Lubbo. Nos espía —dije asustada.
Él me estrechó junto a sí.
—Nada te hará daño mientras yo esté contigo.
Intenté calmarme pero él notó mi nerviosismo.
—¿Qué ocurre?
Me levanté desligándome de sus brazos.
—Recuerdo cuando él, Lubbo, intentaba sonsacarme el lugar donde estaba escondida la copa. Lanzaba el ave de presa hacia mí. Ese sonido de un búho me recuerda a Lubbo. Me dan miedo los pájaros.
En aquel momento oímos el ulular del búho más cerca, quizá dentro del santuario, donde no osábamos entrar. Entonces, Aster desenvainó su espada y penetró en aquel lugar de horror, que desde la conquista de Albión nadie había pisado.
Tardó en salir y yo no me atrevía a seguirle; por fin apareció, pálido y conmocionado.
—No hay nada dentro —dijo.
Yo supe que no era verdad, que había visto algo.
—No es así.
—No —él nunca mentía—, pero es un lugar de horror. Hay restos humanos por todas partes e inmundicia.
Mire hacia atrás, el templo se elevaba con paredes de piedra oscura, la altura de dos hombres altos. Nos situamos en el pequeño patio exterior. Delante de nosotros, las torretas de entrada y alrededor del templo encubriendo nuestra presencia, el antiguo murallón.
La luz suave de las estrellas nos iluminó; muy lejano, oímos el sonido del lobo. Transcurrió un tiempo que a mí me pareció largo, después Aster continuó hablando.
—No podemos venir más aquí. Es un lugar de horror.
—No hay otro lugar.
—Sí, sí lo hay. El mundo puede ser nuestro —dijo él con los ojos brillantes.
Parecía haber entrado en un estado de embriaguez, como si algo que nunca hubiera querido admitir se abriese paso en su corazón. Se detuvo, se sitúo delante de mí, un escalón más abajo, su rostro a mi altura y entonces me dijo:
—¿Me querrías junto a ti, Jana?
Me ruboricé y suavemente exclamé:
—Sabes que siempre… siempre te he querido.
—No como el dueño de Albión, no como el herido del bosque al que cuidaste… ¿serías mi esposa?
La sangre acudió con más fuerza a mis mejillas y los ojos se me llenaron de lágrimas. Al verme así, él siguió hablando.
—Quiero estar contigo todos los días de mi vida.
Yo contesté:
—Quiero estar contigo para siempre, pero nunca me querrán en Albión como tu esposa.
Él me entendió.
—No importan los hombres de Albión, no importa mi destino, si tú quieres serás mi esposa delante de los hombres de la ciudad. No quiero seguir escondiéndome. En la luna del solsticio te tomaré por esposa delante de todo Albión. Ayer hablé con Abato. Estaba lleno de dudas y no veía nada claro.
—¿Dudas? —Me extrañé de que él dudase, siempre tan tuerte y tan decidido—. Nunca pude pensar que el príncipe de Albión dudase.
—Dudé sobre qué camino escoger. Siempre he pensado que reconquistar Albión era lo primero, y restaurar la figura de mi padre; pero me di cuenta de que tú sufrías. Antes era evidente para mí que no debía seguir el camino de mi padre. Yo debía recuperar el honor de mi familia entre los albiones. Siempre he estado atormentado por su muerte y por la de mi madre. Ayer, con Abato descubrí que el corazón seguía doliendo.
Él se detuvo, su espíritu se abría a mí.
—Ayer con Abato comprendí que lo que me duele no es tan sólo la muerte y el sufrimiento de mi padre sino el deshonor sufrido. Hoy al entrar en el templo y ver tantos restos de aflicción, comprendí que el mal no se vence con más dolor. Sufrir los dos y estar separados no conduce a nada. Abato me dijo que tenía que confiar en el dios de mi padre y seguir el camino que Él me indicase, me dijo que ese dios cura todos los pesares y que es un dios de amor. Te escojo a ti porque escojo el amor y porque confío en el dios de mi padre.
Mis ojos brillaron de alegría, y las lágrimas se secaron, entonces él habló:
—Debe de ser un dios bueno pues nos protege.
—Sí, debe de serlo.
Lo dije sin convencimiento, en aquel tiempo las preocupaciones sobre los dioses habían cesado en mi mente. Mi único dios era Aster.
—Hubo un tiempo en el que odiaba a ese dios, también hubo un tiempo en el que pensaba que unirme a ti era traicionar a mi pasado, tomar un camino errado como tomó mi padre al casarse con mi madre.
—¿Qué te hizo cambiar?
—Ayer, en la muralla norte mirando el acantilado y la costa lejana. El sol se ponía sobre el mar, todo era hermoso, pero yo estaba intranquilo, sentía que tenía un deber para contigo que no estaba cumpliendo. Abato se acercó, me habló y me dijo que confiase. No le entendí, pero me dijo que confiase en el bien y en la verdad. Ahora al entrar en el templo lleno de inmundicia y ver tanto mal, me di cuenta de que no fue el dios de mi padre el causante de su ruina, sino el mal que está en los hombres, el mal que reside en el corazón de Lubbo. Ninguna acción heroica aislada cambia enteramente el destino de los hombres, el futuro es fruto de muchos azares no siempre previsibles. Mi padre creyó que sacrificándose él y rindiendo Albión, lo salvaría… y lo condenó a la esclavitud de Lubbo. Haré lo que es mi obligación.
Al oírle hablar así, de nuevo las lágrimas acudieron a mi rostro mansamente, él las secó con sus manos.
—¿Qué quieres de mí? —le pregunté.
—Te tomaré como esposa en el plenilunio del solsticio, no tienes padres ni parientes, no hay dote, será el ritual del rapto, ¿lo conoces?
Asentí.
El antiguo rito tuvo lugar en Beltene, la fiesta del solsticio. No habría dote ni padre que me condujese al tálamo nupcial. No habría presentes ni celebraciones. Supe mucho después de las luchas, de los odios, de las acusaciones justas e injustas que se cruzaron entre las gentes libres de Albión y en la casa de las mujeres; pero ya nada importó. Aster y yo conocíamos la oposición de los nobles y de muchos en la ciudad. El príncipe de Albión ligado a una forastera de origen desconocido, sierva en la casa de las mujeres, con fama de bruja y curandera.
Plenilunio. Las gentes de Albión se reunieron y bailaron junto a las hogueras, en la explanada cercana a la playa. Se oyó el sonido de la gaita, la flauta y el tambor. Hombres y mujeres danzaron sobre la arena alrededor de las hogueras y una brisa cálida con olor a mar levantó alto los fuegos. Se escucharon gritos de alabanza a la diosa Glan, la pura. Los hombres batieron las armas contra los escudos y se inició una danza guerrera, las mozas jóvenes los rodearon batiendo palmas.
Mas allá, observando la danza, las dueñas de más edad hacían corros mirando las evoluciones de los jóvenes, hablaban unas con otras. Aster tomará esposa esta noche, decían. Observé todo como si nada fuese conmigo, pero sentí frío y me cubrí con mi viejo manto de lana oscura. De pronto, a lo lejos, escuché acercándose los sonidos de un cuerno de caza.
Mi corazón comenzó a batir rítmicamente en el pecho, un tambor más junto a las hogueras. Temí entrar en trance. Parece que el tiempo no ha transcurrido desde aquella noche mágica, lo veo como si sucediese ahora. Al sonido del cuerno de caza se abren las puertas de Albión; a través de ellas irrumpen varios hombres a caballo, es Aster rodeado de sus tropas: los hombres nobles de Albión. Los jinetes inician una galopada hacia las hogueras. Las mujeres sabemos qué va a ocurrir: aquellos jinetes buscan esposas, el rito de los desposorios. Cesa la danza guerrera, los danzantes abren el círculo del baile al paso de los jinetes que galopan en círculos al ritmo de la música, y se aproximan al lugar donde las mujeres nos agrupamos. Entonces los padres entregan a sus hijas a los hombres con los que previamente se ha acordado el desposorio, veo cómo Tibón entrega a Uma a Valdur. Se oyen gritos.