—¿Qué?
Me miró sorprendido, su mano presa intentó acariciarme. A su cara se asomó el gran amor que siempre nos había unido.
—¿Recuerdas aquella última noche, en la que el sol y la luna brillaban alumbrándose mutuamente en el cielo?
—Nunca la olvidaré, creí morir al no encontrarte por la mañana.
—Aster, tienes otro hijo.
Él no entendió.
—El que te capturó, el joven godo al que todos llaman Hermenegildo y yo llamo Juan, es hijo tuyo.
Entonces, Aster se apoyó en la pared, pensativo.
—Estuve a punto de matarle y no fui capaz. Después, él me ha protegido durante el viaje desde el norte. Existe el destino, o una mano providente.
—¿Providente?
Suspiró y después sonrió.
—Hace pocos meses, atacamos Amaia y vencimos a los godos, después llegó Lesso. Me reveló el destino de la copa y que tú aún vivías. Decidí venir. Entonces los godos nos encontraron y luché contra el que tú llamas Juan. Pude haberle derrotado con facilidad, pero algo en él me era familiar. Después Lesso me dijo que era hijo tuyo; y no lo maté por eso; y ahora sé que mi propio hijo me ha conducido hasta ti. ¿Qué más puedo desear sino estar junto a ti, Jana de los bosques?
Al oír el viejo apelativo, las lágrimas asomaron a mis ojos y las dejé escapar sin retenerlas.
—¡Oh! Aster, vas a morir.
—¿Morir? Yo ya he muerto. Mi muerte ocurrió cuando en una noche de plenilunio te fuiste de mi vida. Después nada fue igual. Nunca he amado a otra mujer. Tú has sido la única en mi vida, mi existencia sin ti se volvió un infierno de tristeza. No me importa ya morir.
—No —grité—, no quiero que mueras. No debes morir. Moriré contigo.
Al oír mi grito, sonó el ruido de la puerta al abrirse, y la voz del carcelero que decía:
—Señora… señora… ¿estáis bien?
—Sí —musité.
—Debéis iros.
—Por favor dejadme un instante más.
Entonces él, con sus manos encadenadas, me cogió de los hombros y me zarandeó suavemente.
—No existe la muerte. Mira más allá. Tú y yo hemos luchado contra el mal y le hemos vencido. Ahora es el tiempo de nuestros hijos. Nos encontraremos pronto.
—Yo no tengo tu fe. La fe para mí no es suficiente. Te necesito a mi lado.
—Estaré siempre a tu lado.
Sonaron las voces de Hermenegildo y Lesso hablando con los guardias fuera. Debíamos despedirnos, esta vez quizá para siempre; entonces Aster habló.
—Una única cosa. Algo más, que es muy importante. Por Lesso supe que vivías, por él también que la copa estaba cerca de ti. Vine al sur buscándote, pero también buscando la copa. Lesso habló con Mailoc y le contó lo que el obispo de Emérita había soñado.
Aster me dirigió una súplica.
—Mailoc y yo llegamos a la conclusión de que esa copa es necesaria para nuestras gentes. Esa copa fue labrada por nuestros antepasados, pero es la Única Copa, la copa con la que se celebró el sacrificio, el verdadero sacrificio del Cordero hace muchos años. Debes hacer que vuelva a Ongar con Mailoc. Entonces mi pueblo se congregará cerca del único sacrificio y nada podrá destruirlo. Querida Jana, haz que la copa vuelva a Ongar.
—Lo haré. Te juro que lo haré. Enol, antes de morir, también me dijo eso, la copa volverá al norte. Pero cada cosa tiene su momento.
Recordé a Aster en la peste, cuando nada le arredraba por sacar adelante a su gente. Ahora quería un bien mayor para su pueblo. Ése había sido siempre el verdadero obstáculo entre él y yo. No nuestra raza, ni nuestra nación ni la cuna de donde ambos proveníamos, sino su lealtad hacia un pueblo que en tantas ocasiones no le había merecido. Yo no era como él. A mí me importaba únicamente su amor, pero al final su amor me llevaba a buscar el bien y la verdad como él lo hacía.
El carcelero volvió a llamara la puerca.
—Debes irte —me dijo Aster.
—No soy capaz de abandonarte.
—No es un adiós, es un hasta pronto.
En la mazmorra entró Lesso, aquel que me había querido desde niña. Me separó de Aster, entonces noté que el mismo Aster me empujaba lejos de sí.
Al día siguiente tuvo lugar la ejecución. Encerrada en los aposentos del palacio, escuché de lejos el redoble del tambor en la plaza de la ciudad. Luego todo cesó, y en mi mente resonó un cuerno de caza lejano, doloroso.
Aquella noche entré en un trance prolongado que duró días y días. Veía todo mi pasado, a Enol y a Lubbo. A menudo veía a Aster. También veía a la reina Goswintha, no sé si era real o un fantasma de mi imaginación entenebrecida.
Un día desperté. Me pareció que Aster estaba a mi lado, pero era mi hijo Hermenegildo.
—Voy a morir —le dije.
—Madre, debéis sanar. Me lo debes a mí. —Su voz sonó imperativa—. Nunca debí permitir que vierais al guerrero cántabro. Desde entonces habéis perdido la salud y quizá la razón.
—Él ha muerto. No le veré más en esta vida, yo quiero morir.
Entonces vi junto a Hermenegildo a mi hijo menor, Recaredo, vestido con una coraza y un casco.
—¿Recaredo?
—Sí, madre, soy yo. Me han permitido ir a la campaña del norte.
—¡Al norte! ¡Volvéis al norte!
Ambos se extrañaron de la entonación de mis palabras.
—Juradme que haréis lo que os pide en su lecho de muerte vuestra madre.
—Haré lo que me pidáis —dijo Hermenegildo, y Recaredo asintió con la cabeza.
—Escuchadme atentamente. Debéis ir a la ciudad de Mérida, donde vivimos cuando erais niños. Os dirigiréis al santo obispo católico, su nombre es Mássona, le pediréis una copa que él conoce y que perteneció a un hombre llamado Juan de Besson. Él os la dará. Después en el norte debéis entregarla al abad del monasterio de Ongar, se llama Mailoc.
Hermenegildo se sorprendió al escuchar mi extraña petición.
—Juradme que lo haréis.
—Lo juro —dijo Recaredo.
Oí las mismas palabras de boca de Hermenegildo, después todo se desvaneció y entré en la inconsciencia.
Un día me pareció que junto a mi lecho estaban Goswintha y Leovigildo. Creí oír la voz de ella que decía:
—No seréis rey hasta que no os deshagáis de vuestra esposa.
—No pasará mucho tiempo.
Dejé de oír la voz de Leovigildo. Nada importaba ya, sabía que mi fin se aproximaba.
Hija de reyes, madre de reyes, esposa de reyes y un nombre olvidado en la historia. Ahora, desde mi lecho en el gran palacio de la corte goda, la ciudad de Toledo se desdibuja en mi mente y contemplo un gran cielo azul. Después, la luz se va desvaneciendo en mi espíritu, y me introduzco en una gran oscuridad. Por mi mente pasan todos los días de mi vida, desde que fui secuestrada por unos guerreros suevos junto a un arroyo hasta ahora cuando me pierdo en la última inconsciencia.
Entonces, cuando mi alma se hunde en el infinito, oigo mi nombre pronunciado por una voz amada. No es el nombre godo al que nunca me llegué a acostumbrar, que yo olvidé y que la gente no quiso recordar ya más, sino el apodo por el que me designa el que amo.
Tras la voz, una luz se abre paso lentamente en las sombras, distingo una claridad cálida y amable. Todo cambia ante los ojos de mi espíritu, en la luminosidad del ambiente aparecen colores claros y brillantes que mi ser tarda en reconocer. Me transformo, ya no siento pena o cansancio, de nuevo soy una adolescente, casi una niña, que busca hierbas en la maleza de una arboleda umbría. Me encuentro en un bosque en verano, hace calor, trinan los pájaros, la alondra y el jilguero gorjean alegremente. Huele a mirto, a jazmín y a rosas. Los haces de un resplandor suave se introducen entre los árboles, brilla el agua de un arroyo. Entonces, percibo de dónde viene la voz y distingo delante de mí claramente la figura de Aster, joven y sin heridas. Camina hacia mí, desde lejos él me invoca de modo insistente con aquel único nombre al que mi corazón responde, nombre de bruja y de hada.
Acudo a él, que me llama. Yo respondo y sé que nada ya nunca más nos separará durante toda la eternidad.
Una luz suave nos envuelve a los dos, una luz cálida en la que el Único Posible muestra toda su belleza, tal cual es.
Esta novela transcurre durante un período poco conocido de la historia de la península ibérica, tejida con algunos personajes reales, pero de los que no tenemos datos históricos, por lo que cabe imaginárselos de muchas maneras, y otros claramente de ficción. El relato está documentado y basado en fuentes históricas solventes. Los nombres celtas se basan en inscripciones funerarias del norte de España de los primeros siglos de nuestra era.
En el primer libro se aúnan leyendas célticas antiguas con sucesos históricos conocidos. El origen y desarrollo de la cultura castreña del norte de España ha sido muy discutido. Parece ser que los castros y los habitantes del noroeste de España corresponden a un sustrato protocéltico muy antiguo, sobre el cual se han producido invasiones o, mejor aún, corrientes de influencia económica, cultural y social de civilizaciones célticas centroeuropeas más evolucionadas (Hallstat y La Téne).
Las leyendas sobre la fundación de Irlanda hablan de lo siguiente: los celtas irlandeses llegaron allí desde España procedentes del Mediterráneo. Son las sagas de los hijos de Miles. Aquí se incluye también la leyenda gallega de Breogán, uno de cuyos hijos vio Irlanda desde la costa gallega y emigró allí, donde fue muerto. Su padre y sus hermanos le vengaron.
Lo cierto es que desde tiempos muy remotos ha existido una influencia entre los países del círculo atlántica Irlanda, Escocia y Gran Bretaña, la Bretaña francesa, Galicia y Asturias. Todos estos pueblos tendrían un sustrato cultural antiquísimo común, y sobre ellos actuaría el mar como elemento agregador y no disgregador de culturas.
La última migración importante de bretones hacia las costas del noroeste de España se produjo a finales del siglo V. Los pueblos célticos de Gran Bretaña emigran hacia la Bretaña francesa, Irlanda y las tierras cántabras huyendo de los conquistadores anglos y sajones. En esa época España estaba ocupada por suevos, visigodos y, más tarde, los bizantinos en el sur. Sin embargo, en el norte, en la cordillera cantábrica, pervivieron pueblos de origen protocéltico que adoraban las divinidades de la tierra. Coincidiendo con la migración, se repoblaron las estructuras castreñas, que habían sido abandonadas en el siglo I o II d.C.
Hay que tener en cuenta que los astures, cántabros y galaicos del noroeste de España nunca fueron totalmente sometidos por los godos y por los suevos. Los godos lucharon en repetidas ocasiones contra los cántabros (reinando Levigado y Suintila entre otros) pero no pudieron dominarlos. Los suevos establecieron un reino en Galicia que duró más de doscientos años, ocuparon algunas ciudades como Braga, pero nunca ocuparon Lugo, ni tampoco el campo y las montañas galaicas. Los romanos pusieron en marcha el conjunto de minas de oro al aire libre de «las Médulas» en el Bierzo. Los yacimientos dejaron de explotarse al final del siglo II de nuestra era. No hay evidencia de que las minas de oro volviesen a funcionar a finales del siglo V, pero Montefurado y las Médulas constituyen un lugar tan unido a la naturaleza del pueblo astur que por eso ha sido reflejado en esta novela.
Es posible que la desaparición de la cultura de los castros tuviese que ver con los nuevos armamentos de guerra que los hacían indefendibles. De los castros se pasó a las fortalezas bajo el dominio de un señor feudal; aunque en Esparte el feudalismo fue un fenómeno escaso debido a la Reconquista.
En el segundo libro, donde se explican muchas incógnitas de la primera parte, nos adentramos en hechos reales ocurridos en el siglo V y VI. Las peripecias de Enol se sustentan sobre la base histórica de una escuela druídica en la isla de Man. Hay datos fehacientes que tanto en la isla de Man como en Irlanda se transmitieron saberes célticos de tipo druídico hasta por lo menos el siglo X. Por otro lado, el cristianismo celta a través de sus monjes se difundió por Europa en los siglos V. y VII; prueba de ello son las abadías de Luxeuil, Saint Gall y Bobbio. Los celtas evangelizaron de una manera propia y particular, centrando su actividad alrededor de cenobios y conventos, son ellos los difusores de la confesión auricular tan propia del catolicismo y de un tipo particular de liturgia. De la cultura céltica toma algunos elementos el arte románico, sobre todo en su vertiente figurativa. No sería extraño que Clodoveo contase en su corte con un monje celta formador de sus hijos, y aquí encaja Enol.
Mássona existió, Mailoc también, Mássona fue obispo durante treinta años en Mérida y se corresponde con la época más floreciente de esta ciudad. Mailoc fue el abad de un monasterio de origen bretón en las montañas de Asturias, participó en el IVConcilio de Toledo. Para entender a Mássona, Mailoc y el personaje ficticio de Juan de Besson es preciso entender el fenómeno del monaquismo y el celibato sacerdotal. El monaquismo nace en Occidente con san Martín de
Tours
(siglo IV) y con san Agustín (siglos IV-V) como un fenómeno de alejamiento del mundo para buscar a Dios. El monaquismo influyó de modo significativo en el celibato sacerdotal. Existiendo hombres en la Iglesia que optaban por el celibato, de entre ellos se comenzó a escoger a los sacerdotes. Es cierto que el sacerdocio cristiano en los primeros siglos no se asoció al celibato con exclusividad, pero a partir del siglo IV, en gran parte de Occidente los sacerdotes eran célibes. Aunque es probable que las iglesias locales hayan legislado sobre la disciplina eclesiástica en torno al sacerdocio con anterioridad, lo más antiguo que nos ha llegado con respecto a este tema son las decisiones del Concilio de Elvira (entre los años 295 y 302). El Concilio de Elvira reunió a obispos de las tierras que hoy son España, y reguló que los obispos, sacerdotes y diáconos admitidos en las órdenes fueran célibes, o bien dejasen a sus legítimas mujeres si quisiesen recibir las sagradas órdenes. De todas formas, Juan de Besson es célibe no porque fuera sacerdote sino porque es monje; aunque, como se ha explicado previamente, en la época en la que vivió la mayoría de los sacerdotes ya eran célibes.
Entramos en el campo de la ficción al pretender que Amalarico y Clotilde tuvieran una hija. De haber existido ésta, habría reunido en su sangre cuatro grandes estirpes germánicas que en el nacimiento de la Edad Media controlaban Europa. Por un lado, sería nieta de Clodoveo, el legendario rey de los francos; por parte de la esposa de éste, Clotilde, descendería de los burgundios; en tercer lugar, por parte de Amalarico, sus orígenes se remontarían en línea directa al legendario Alarico, saqueador de Roma. Por último, de haber existido, Jana procedería de Teodorico el Grande, el Ostrogodo, debido a que la madre de Amalarico —Thiudigotha— era hija del gran rey de los ostrogodos.