La reina sin nombre (7 page)

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Authors: María Gudín

Tags: #Fantástico, Histórico, Romántico

BOOK: La reina sin nombre
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Enol no quería que me viese nadie ajeno al poblado, me guardaba como una joya preciosa. Cuando alguna vez cruzaban mercaderes por el poblado, me ocultaba de su mirada, temeroso de algo. Quizá de que alguien me reconociese, o quizás evitaba que yo conociese mis orígenes. En aquel tiempo yo me fiaba de Enol, nunca dudaba de él. Fue el herido quien me hizo desconfiar del druida.

Aquel verano hizo calor, una calima impensable en aquellas tierras; el sol, ya muy alto en el horizonte, me quemaba. Más adelante el camino estaría resguardado por las sombras, pero de pronto intuí algo: alguien me había seguido.

El camino hacía una curva, y yo me oculté tras un castaño de tronco nudoso y enredado que extendía sus ramas sobre el camino. Despacio, mi perseguidor se paró. Era Lesso. Me encaré con él.

—¿Adónde vas? ¿Por qué me has seguido?

—Tenía miedo que estuvieses en apuros, y sí que lo estás.

—¿Qué dices?

—¿Sabes quién es ese hombre al que proteges?

Negué con la cabeza. Él prosiguió.

—Es Aster, hijo de Nicer, el príncipe de Albión hasta Lubbo.

V.
La elección de Aster

La marcha de los cuados prosigue mientras cae lentamente la noche. La oscuridad se hace cerrada pero, de pronto, hacia el este amanece una luna llena de invierno. Todo cambia bajo su luz mortecina, brillan las armas de los soldados y mi pelo refleja luz de luna. Un soldado me observa de reojo, quizá tema un nuevo trance o un hechizo. El grupo de guerreros se apresura, no se detiene por las sombras y sigue su marcha aprovechando la luz del plenilunio.

Y bajo esa luz vuelven mis recuerdos, a aquella primera noche en la que yo, casi una niña, conocí a Aster, hijo de Nicer, príncipe de Albión.

Nuestra aldea no era como las otras. Escondida en lo más profundo de los bosques de Vindión, era un lugar mágico. Cerca de ella, y equidistante de otros castros de la zona, había un claro en un bosque de robles, muy recóndito, donde se adoraba desde tiempos inmemoriales la luna. Aquel lugar era prohibido para todos los de la aldea y a los niños se nos contaban mil historias para evitar nuestra presencia allí. De los árboles del claro colgaban amuletos, restos de sacrificios, ofrendas. En el bosque de Arán se adoraba a los antiguos dioses, y era uno de los lugares donde el Senado de los pueblos montañeses podía reunirse para elegir al nuevo jefe de las tribus del norte. Tras la muerte de Nicer, por miedo a Lubbo, no se reunió ningún nuevo Senado durante años, pero ahora corrían aires distintos. El afán de dominio de Lubbo había dañado a las diversas familias de los pueblos cántabros, galaicos y astures. Las tribus de las montañas querían unirse para liberarse del tirano.

Así, en aquella época, más de dos años atrás, tras el solsticio de verano, en la aldea comenzaron a correr los rumores. Nosotros éramos albiones, dependíamos del gran castro junto al Eo, pero en situaciones de guerra o de desgracia nos agrupábamos con los de las otras gentilidades para protegernos. Por eso en aquel tiempo se podían encontrar astures y cántabros de lugares lejanos en los caminos. Por los senderos del bosque se veía a surros, pésicos de la zona del mar, vindinenses de las montañas, los cilenos —hombres de los ríos Ulla y Lérez—, tamaricos de más allá del Tambre. No entraban en el poblado porque temían a Dingor; pero se los podía ver escondidos en los bosques, cazando o pescando. Todos aquellos hombres no se diferenciaban demasiado de nosotros, únicamente en la vestimenta. Cada uno tenía su propia tribu de la que estaban orgullosos, su clan familiar del que sus antepasados procedían durante generaciones. En aquella época, todavía Tassio, el hermano de Lesso, vivía en el castro. Lesso se enteraba de muchas cosas a través de él, y después las comunicaba a los chicos de la cuadrilla. Había inquietud entre nosotros. Nos gustaba espiar a los hombres que acudían al Senado en el bosque, y subidos a los árboles les veíamos pasar. Distinguíamos a unos de otros por su atuendo: las largas capas de piel de topo de los hombres de las montañas, los cascos con plumas de aves marinas de los hombres del mar, las hachas de los hombres de los bosques, las largas cuerdas anudadas a la cintura de los hombres del río. Muchos hombres, muy diversos unos de otros, de lugares alejados y que evitaban atravesar el poblado.

Llena de curiosidad, busqué a Lesso y a sus compañeros, los encontré detrás de la cabaña de un leñador perdiendo el tiempo y hablando muy animadamente. Lesso me avisó de lo que ocurría.

—Hoy es plenilunio, el plenilunio del solsticio. En el bosque habrá una gran reunión, mucho más grande que nunca.

Le miré con curiosidad.

—Se elegirá el nuevo jefe, alguien que se oponga a Lubbo. Puedes venir con nosotros, hija de druida, pero no hagas ruido.

—Saltaré por la ventana, esperadme en el camino tras la fuente. Enol no querrá que vaya.

Volví a la casa del sanador, en un estado de gran excitación que no podía disimular bien. Descendió el sol. Enol salió de la cabaña, y la cerró. Fuera dejó a
Lone
. Pasado el tiempo escuché el ruido de una piedra chocando contra mi ventana, era Lesso, abrí con cuidado la tranca de la ventana y salté afuera. Escalé la tapia y en el camino, tras la fuente, estaban Lesso y Fusco con los demás: Letondo, Docio y Aro. Nos ocultamos. Los hombres de las montañas transitaban callados, ocultándose bajo los árboles del camino. Nos dirigimos hacia un lugar alejado de todo, al claro en el bosque. Allí subimos a las ramas de los árboles, Fusco me ayudó a trepar a un nogal, y desde allí contemplé la reunión. En el centro del claro, ardía una fogata y cerca de ella vi a Enol. Alrededor se congregaban los hombres de las diversas tribus; estaban los capitanes, los jefes de tribu, los príncipes de cada clan. Vi a unos hombres de largas capas de piel de oso, en las que colgaban colmillos, parecían dirigir la reunión. Pregunté a Fusco:

—¿Quiénes son los hombres de capa de piel?

—Hombres de Ongar. Los más opuestos a Lubbo.

Comenzó una música extraña, con sonido a gaita y a timbal, y de fondo una flauta. La música sonó cada vez más rápida, más profunda, más intensa. Elevaron sus voces, y levantaron sus brazos, un grito salió de todas las gargantas.

Pregunté a Lesso:

—¿Qué hacen?

Él contestó conmocionado:

—Van a elegir un nuevo jefe, que dirija a los hombres de Ongar y que se oponga a Lubbo. Están haciendo una especie de juramento de lealtad. Nadie debe revelar lo que ocurrirá esta noche.

Un hombre alto, barbado, con largo pelo de color gris que le cubría la espalda, dio un paso al frente y comenzó a hablar con una voz profunda en la que podía escucharse la sabiduría de los siglos.

—¿Quién es?

—Es Ábato, procede de Albión, no sé cómo habrá podido llegar. Fue leal a Nicer en los tiempos antiguos. Les aconseja —contestó Lesso.

De lejos era difícil entender su discurso. Después supe que sus palabras decían algo semejante a: «Escoged al fuerte, al valeroso, al leal, al que se mantendrá fiel a las tradiciones y sabrá aprender de los jóvenes y aconsejarse de los mayores. Designad al que no busque su propio beneficio, sino el bien de los clanes. Elegid al de noble sangre.» Escuché el final del discurso, que en un tono de arenga decía:

—Habéis sido convocados, solamente los rebeldes a Lubbo, los fieles a la casa de Nicer. Debemos conocer vuestra lealtad y si seguís al clan primigenio o no.

Se adelantó un hombre de los pésicos:

—¿Qué más noble sangre que la de Nicer? Él fue muerto por Lubbo.

Contestó un ártabro:

—Nicer inició un nuevo camino, a muchos les disgustó y fue traicionado. Nicer no seguía a los dioses.

Habló Ábato:

—¿Queréis eso? ¿Queréis seguir a los antiguos dioses? Lubbo lo hace, Lubbo ha realizado de nuevo sacrificios humanos, aquellos ritos que creíamos ya olvidados. Nuestras hijas, nuestros hijos han muerto como sacrificio a sus dioses sanguinarios. ¿Esa es la tradición que queréis? Los pueblos del norte adoramos al Único Posible en la Naturaleza. El dios de Jafet, el dios de Aster, de Tarsis, de Aitor. Presente en los claros del bosque.

Rondal, jefe de los hombres de Ongar, habló con voz de aguas, suave a la vez que potente:

—El camino es volver a la casa de Nicer. La casa de Nicer es fiel a las tradiciones. Nosotros los hombres de Ongar llevamos años luchando y hemos hecho daño a Lubbo, atacando a sus tropas. Por el sur hemos luchado contra los godos. Hemos parado durante años su avance, pero si seguimos desunidos sin una cabeza, todos nuestros clanes desaparecerán.

Después habló el alto Mehiar, otro de los jefes de Ongar:

—Lubbo cree que el espíritu de los montañeses ha muerto y no es así. Pervive en nosotros, en nuestras gentes. Lubbo utiliza a lo bajo de cada clan para imponerse. Mirad, éste es nuestro lugar sagrado, el claro en el bosque de Arán. Durante generaciones los pueblos de las montañas nos reunimos aquí y ahora Dingor, jefe del castro de Arán, presta vasallaje a Lubbo. Eso es inicuo. Dingor obedece a los hombres suevos que esclavizan a las gentes para extraer el oro de Montefurado.

Tras las palabras de Mehiar, el jefe Rondal se volvió, y levantó el brazo de un hombre a su lado.

—Mirad hacia Aster, hijo de Nicer, es a él a quien debemos sumisión.

Las voces de los hombres de Ongar se elevaron entre las demás, pronto fueron coreadas por los pésicos, por los cilenos; otros pueblos aún callaban.

—Aster, hijo de Nicer, príncipe de las montañas.

Un hombre dio un paso al frente. Yo no pude verlo con claridad desde mi lugar de observación, pero debía de ser joven; desde mi escondite divisaba únicamente un guerrero alto de largos cabellos oscuros. La luna había asomado en el claro del bosque y se situó en el centro, bañó con su luz la figura de Aster y divisé a lo lejos su cara de rasgos rectos y finos. La misma faz que tiempo después vería en el herido del bosque y no supe identificar.

Al fin se hizo un silencio y Aster habló:

—Lubbo nos ha sometido a los suevos. Se beneficia del oro de Montefurado. Ha esclavizado a los extranjeros. Sabéis que ha sacrificado a vuestros hijos, rompiendo las tradiciones de siglos. Mató a mi padre y a muchos de vuestros clanes, pero yo no busco sólo la venganza, que vendrá dada, sino la justicia y la paz en el orden. Los hombres de las montañas nos uniremos una vez más, y después cada clan: cabarcos, límicos, ártabros, cilenos seguirán su destino. Necesitamos la unión y la ayuda mutua. Si no nos unimos, seguiremos siendo esclavos de Lubbo y de los cuados. Nos atacarán los godos y no tendremos defensa. Yo seré como mi padre en todo menos en su derrota. Os llevaré a la victoria. ¡Lo juro por el Único Posible!

Las palabras de Aster eran tajantes y directas, fuertes y austeras, llenaban de esperanza los corazones. Ante aquellas palabras un grito unánime salió de todas las gargantas:

—¡Aster! ¡Aster!

Los hombres se reunieron en torno al hijo de Nicer gritando y, subiéndole a un gran escudo de bronce, le elevaron. Vi la cara de Enol. La luz de la hoguera la iluminaba, en su expresión se dibujaba un gesto que no supe interpretar, amargo y duro. Se inició un canto de guerra de lucha y de poder. Los hombres chocaron las espadas contra los escudos y un ruido atronador llenó el claro. El escudo en el que estaba Aster fue pasando de unas tribus a otras elevado por sus guerreros. Después lanzaron algo sobre el fuego, y unas luces de colores lo cambiaron, la luz azul del azufre y el grito de mil hombres formó un trueno en el bosque. Después, otros hombres comenzaron a escanciar sidra. Corría el hidromiel y la cerveza.

Desde nuestro escondite en los árboles, nos miramos contentos, sentíamos que habíamos participado en algo muy importante. Sin embargo, yo estaba nerviosa y vigilaba constantemente la figura alta de Enol, sabía que mi presencia en el bosque no le iba a gustar. Al poco tiempo me di cuenta de que su figura desaparecía de entre los hombres, y bajé del árbol. Lesso y Fusco me acompañaron, Docio y Aro siguieron allí subidos al árbol. Yo debía llegar a casa antes que Enol, corrí por el bosque, arañándome en los matojos. Lesso y Fusco me ayudaron a saltar la tapia. Sigilosamente abrí la ventana, pero Enol estaba allí. Esperándome.

—No has obedecido.

—Vi la elección en el bosque.

—Es peligroso —habló preocupado—. Mira, niña, tengo un deber para ti. Tú no eres de este pueblo. Tu destino no está entre estas tribus de montañas. Tu lugar está en el sur. No eres uno de ellos. Las tradiciones del bosque no son para los niños.

—Tengo doce años y ya soy mayor. Tú tampoco eres de aquí y estuviste presente.

—En eso te equivocas, éste fue mi pueblo y durante siglos ha sido el linaje de mis padres. —Después Enol habló con más fuerza como si recordase un hecho doloroso—. Debo respeto a Nicer, fue un hombre valiente y justo, aunque no supo apreciar lo que le ofrecí un día y me despreció.

Nunca había oído hablar a Enol de su pasado, noté que se conmovía; después siguió intentando explicarme algo de aquel pasado pero sin llegar a hacerlo con claridad.

—No eres más que una niña, pero tengo una grave deuda contigo. Debes volver con los tuyos, pero he de prepararlo. En este momento, en el sur hay graves acontecimientos que permitirán que vuelvas a tu lugar.

No entendí a qué se refería, pero antes de que pudiera preguntarle nada, como para castigarme, Enol dijo:

—Mañana no saldrás de la cabaña. Trabajarás con Marforia la lana.

Enol debió de notar mi cara de desagrado, pero sin protestar asentí.

—Ahora duerme.

Subí las escaleras al pajar. Desde arriba podía ver a Enol, pensativo junto al fuego, mirando crepitar las llamas. Frotaba una y otra vez las manos como para calentárselas, con gesto nervioso, aunque no hacía frío.

Todo aquello había ocurrido tiempo atrás, mucho tiempo atrás. Subida a los árboles, yo había vislumbrado difusamente los rasgos de Aster y durante años, para mi mente de niña, Aster fue únicamente una figura legendaria, nacida en un claro de bosque, que había idealizado en alguien distinto. Por eso le llevé comida y le atendí herido, sin reconocerle. Fue Lesso, el hijo del herrero, quien identificó a mi herido con el hijo de Nicer, el elegido como jefe de los pueblos de las montañas, que ahora era ya una leyenda entre nosotros. Por eso aquel día Lesso se sintió preocupado al conocer el secreto del bosque.

—Si Lubbo o Dingor se enterasen de que ocultamos a Aster moriríamos todos.

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