Read La República Romana Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La República Romana (4 page)

BOOK: La República Romana
6.3Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Reunió a su alrededor una guardia de corps y, al parecer, intentó gobernar como un déspota, con su propia voluntad como única ley. Sin embargo, prosiguió la ampliación de Roma, completando los grandes proyectos edilicios que había iniciado su padre.

Hay una famosa historia sobre Tarquino el Soberbio que se relaciona con una
sibila
o hechicera. Las sibilas eran sacerdotisas de Apolo que habitualmente vivían en cavernas y de las que se suponía que estaban dotadas de facultades proféticas. Los autores antiguos hablan de muchas de ellas, pero la más famosa era una que habitaba en las cercanías de Cumas (una ciudad griega que estaba cerca de la moderna Nápoles), por lo cual era llamada la sibila cumana. Se creía que Eneas la había consultado en busca de consejo en el curso de sus peregrinaciones.

Se decía que la sibila cumana tenía a su cargo los
Libros Sibilinos
, nueve volúmenes de profecías supuestamente hechas en diferentes épocas por diversas sibilas. La sibila se presentó ante Tarquino el Soberbio y le ofreció venderle los nueve volúmenes por trescientas piezas de oro. Tarquino rechazó precio tan exorbitante, tras lo cual la sibila quemó tres de los libros y pidió trescientas piezas de oro por los seis restantes. Nuevamente Tarquino rechazó la oferta y nuevamente la sibila quemó tres de los libros y pidió trescientas piezas de oro por los tres últimos.

Esta vez Tarquino pagó lo que se le pedía, pues no se atrevió a permitir la destrucción de las profecías finales. Los
Libros Sibilinos
fueron en adelante amorosamente cuidados por los romanos. Se los conservó en el Capitolio, y en tiempos de grandes crisis eran consultados por los sacerdotes para aprender los ritos apropiados con los cuales calmar a los dioses encolerizados.

La arrogancia de Tarquino el Soberbio y la soberbia aún mayor de su hijo Tarquino Sexto terminaron por convertir en enemigos suyos a todos los hombres poderosos de Roma, quienes esperaron hoscamente la oportunidad para rebelarse.

Esa oportunidad se presentó en mitad de una guerra. Tarquino el Soberbio había abandonado la pacífica política de Servio Tulio de alianza con las otras ciudades latinas. Por el contrario, obligó a someterse a las más cercanas e hizo la guerra a los volscos, tribu que habitaba la región sudoriental del Lacio.

Mientras seguía la guerra, el hijo de Tarquino (según la leyenda) ultrajó brutalmente a la esposa de un primo, Tarquino Colatino. Esto fue el colmo. Cuando se difundieron por la ciudad las noticias de lo ocurrido, inmediatamente estalló una rebelión bajo el liderato de Colatino y un patricio llamado Lucio Junio Bruto.

Bruto tenía buenas razones para ser enemigo de los Tarquinos, pues éstos habían dado muerte a su padre y a su hermano mayor. En verdad, según la leyenda, el mismo Bruto habría sido ejecutado de no haber fingido ser un débil mental y por ende inocuo. («Brutus» significa «estúpido», y se le dio este nombre por su exitosa actuación.)

En el momento en que Tarquino pudo volver a Roma, era demasiado tarde. Le cerraron las puertas de la ciudad y tuvo que marcharse al exilio. Fue el séptimo y último rey de Roma. Nunca en su larga historia Roma volvería a tener un rey; al menos nunca volvería a tener un gobernante que osase llevar este título particular.

Tarquino fue exiliado en el 509 a. C. (244 A. U. C.); así, Roma había estado dos siglos y medio bajo sus siete reyes. Llegamos a un largo período de cinco siglos, durante los cuales la República Romana lograría sobrevivir, primero, y llegaría a ser una gran potencia, luego.

2. Supervivencia de la República
La lucha contra los etruscos

Por supuesto, los romanos, aun bajo una república, debían tener a alguien que los gobernase. Para evitar que este gobernante tuviese demasiado poder (no más Tarquinos, habían decidido los romanos), fue elegido por un año solamente y no podía ser reelegido de inmediato. Además, para asegurarse doblemente, fueron elegidos dos gobernantes, y no sería válida ninguna decisión que no fuese tomada por ambos de común acuerdo. De este modo, aunque uno de los gobernantes anuales hiciese algún intento para aumentar su poder, el otro, por celos naturales, le haría frente. Y ambos, en ciertos aspectos importantes, tenían que inclinarse ante el Senado.

Este sistema funcionó bien durante varios siglos.

Al principio, estos gobernantes electos fueron llamados
pretores
, voz proveniente de palabras que significaban «ir a la cabeza». Más tarde, el hecho de que fueran dos pareció lo más importante del cargo y fueron llamados
cónsules
, que significa «asociados». En otras palabras, debían «consultarse» uno al otro y llegar a un acuerdo antes de emprender una acción.

Es por este nombre de «cónsules» por el que mejor conocemos a estos gobernantes. Luego fueron llamados pretores otros magistrados secundarios que servían bajo las órdenes de los cónsules.

Los cónsules estaban al frente de las fuerzas armadas de Roma y su misión particular era dirigir esos ejércitos en la guerra. Dentro de la ciudad, una clase inferior de magistrados, los
cuestores
, también elegidos de a dos y por el término de un año, actuaban como jueces y supervisaban los juicios penales. (La palabra «cuestor» significa «indagar por qué».) En años posteriores, su función cambió y actuaron como funcionarios financieros a cargo del tesoro público.

Los primeros años de la República Romana fueron realmente duros. Para empezar, la ciudad tuvo que hacer frente a la hostilidad de las poderosas ciudades etruscas, a las que el exiliado Tarquino pidió ayuda en sus esfuerzos para recuperar el trono. Sin duda, los etruscos fueron inducidos a pensar que Roma se volvería peligrosa para ellos si no era regida por reyes de origen y simpatías etruscas. La tarea de combatir con los etruscos fue la principal que debieron asumir los dos primeros cónsules, que, naturalmente, fueron Colatino y Bruto.

Dentro mismo de Roma había quienes por una u otra razón eran favorables al retorno de los Tarquinos. Entre ellos se contaban dos hijos del mismo Bruto. Cuando fue descubierta la conspiración de sus hijos, correspondió a Bruto, en su condición de cónsul, el deber de juzgarlos. Este colocó las necesidades de la República por encima de sus sentimientos como padre y se unió a Colatino en la dirección de su ejecución. Pero desde entonces, según los relatos tradicionales, la vida no tuvo ningún valor para Bruto y buscó la muerte en batalla. Finalmente, en una escaramuza con las fuerzas de Tarquino, Bruto vio realizados sus deseos y murió en singular combate con uno de los hijos de Tarquino.

La amenaza que se cernía sobre Roma se agudizó cuando Tarquino el Soberbio logró obtener la ayuda de Lars Porsena de Clusium, ciudad de Etruria central situada a unos 120 kilómetros al norte de Roma.

Véase el
Mapa 1
- Italia Septentrional
.

Las leyendas romanas dicen que Porsena y su ejército etrusco avanzaron hacia el Sur, hasta el Tíber, expulsando a los romanos de sus posiciones en el Monte Janículo, al oeste del río. Porsena habría entrado en Roma y aplastado la República si los romanos no hubiesen destruido a tiempo el puente de madera que atravesaba el río.

Uno de los relatos más famosos de la historia primitiva de Roma habla de Publio Horacio Cocles
5
, quien mantuvo a raya al ejército etrusco mientras el puente era destruido. Primero con dos compañeros, y luego solo, hizo frente al ejército, y cuando fue rota la última viga se arrojó al Tíber y nadó hasta ponerse a salvo con toda su armadura. Desde entonces se ha usado la frase «Horacio en el puente» para aludir a un hombre que libra una desesperada batalla contra fuerzas abrumadoramente superiores.

Porsena inició entonces un paciente asedio de Roma, ya que había fracasado en el intento de tomar la ciudad por sorpresa. Se cuenta otra historia sobre los sucesos que lo indujeron a levantar el sitio. Un joven patricio romano, Cayo Mucio, se ofreció como voluntario para abrirse camino hasta el campamento etrusco y asesinar a Porsena. Fue capturado y se le amenazó con quemarle vivo si no informaba en detalle de lo que sucedía en Roma. El joven romano, para mostrar cuan poco temor sentía de ser quemado, colocó su mano derecha en un fuego cercano y la mantuvo pacientemente en él hasta que el fuego la hubo consumido. En adelante recibió el nombre adicional de Escévola, que significa «zurdo».

Porsena, sigue la leyenda, quedó tan impresionado por este increíble heroísmo que desesperó de tomar una ciudad poblada por tales hombres. Por ello negoció la paz y se marchó sin colocar a Tarquino el Soberbio nuevamente en el trono.

(Por desgracia, los historiadores modernos están totalmente seguros de que esas historias sobre Horacio y Mucio no son más que leyendas y que fueron inventadas por los romanos de épocas posteriores para ocultar el embarazoso hecho de que los etruscos, en realidad, derrotaron a los romanos y los obligaron a aceptar la dominación etrusca. A causa de esto, la influencia romana sobre el resto del Lacio quedó anulada por un considerable período. Sin embargo, la derrota romana no fue total. Porsena tuvo que admitir que no se restablecería la monarquía, y a la larga era esto lo importante.)

La última aparición de los Tarquinos en la leyenda romana tiene lugar en el 496 a. C, cuando las ciudades latinas, aprovechándose de las pérdidas romanas frente a Porsena, trataron de acabar la tarea.

El ejército latino, con Tarquino el Soberbio y sus hijos cabalgando al frente, hicieron frente a los romanos en el lago Regilo, cerca de la misma ciudad de Roma (no se ha identificado el lugar exacto). Los romanos obtuvieron una completa victoria y, con excepción del viejo rey, la familia de Tarquino fue aniquilada. Tarquino el Soberbio se retiró a Cumas y allí murió.

En esta batalla, dicen las leyendas de los romanos, su ejército fue ayudado por dos jinetes de dimensiones y fuerzas más que humanas. Se creía que eran Castor y Pólux (hermanos de Helena de Troya en la leyenda griega). En adelante, los romanos construyeron templos especiales a los divinos hermanos y les rindieron honores especiales.

Patricios y plebeyos

El fin de la monarquía dejó a Roma gobernada por una
oligarquía
, es decir, por unos «pocos», que en este caso eran los patricios. Sólo los patricios podían ser senadores; sólo ellos podían ser cónsules, pretores o cuestores.

En verdad, parecía que los únicos romanos verdaderos eran los patricios y que los plebeyos, aunque servían para trabajar en las fincas y combatir en las filas del ejército, no servían para tomar parte alguna en el gobierno.

Después de las guerras con los etruscos y los latinos, los tiempos fueron realmente duros, y la suerte de los plebeyos se hizo intolerable. Las fincas habían sido saqueadas, los alimentos eran escasos, los pobres estaban endeudados y a los patricios esto no parecía importarles.

¿Por qué habrían de preocuparse los patricios? Ellos estaban suficientemente bien como para sobrevivir a los tiempos duros. Y si un agricultor plebeyo se endeudaba, las leyes sobre las deudas eran tan inexorables que el plebeyo tenía que venderse a sí mismo y vender a su familia como esclavos para pagar la deuda. Y era con los terratenientes patricios con quienes se endeudaban los plebeyos y de quienes entonces se convertían en esclavos.

El líder del partido patricio de la época era Apio Claudio. Este era un sabino de nacimiento, pero fue siempre partidario de los romanos, y de joven había llevado un gran contingente a Roma y combatido lealmente por su ciudad adoptiva. Fue aceptado como patricio y elegido cónsul en 495 a. C. Gobernó con mano dura, y a los plebeyos debe de haberles sabido muy mal que el más implacable ejecutor de las implacables leyes concernientes a las deudas ni siquiera fuese un romano nativo.

Para los plebeyos, Roma no era su ciudad, y en 494 antes de Cristo decidieron abandonar Roma y fundar una nueva ciudad propia en una colina situada a cinco kilómetros al este. Se marcharon un número considerable de ellos, y los patricios, que no podían permitirse perder una parte tan grande de la población, tuvieron que negociar.

Según la leyenda, los plebeyos fueron llevados de vuelta por las palabras de un patricio romano llamado Menenio Agripa, quien les contó el cuento de la rebelión de las partes del cuerpo contra el vientre. Según esta fábula, los brazos se quejaban de tener que hacer solos toda la tarea de levantar cosas, las piernas de ser las únicas que caminaban, las mandíbulas de tener que masticar ellas solas, el corazón de tener que latir sólo él, etcétera, mientras el vientre, que no hacía nada, recibía todo el alimento. El vientre respondió que, si bien recibía el alimento, lo repartía a través de la sangre a todas las partes del cuerpo, que de otro modo no podría sobrevivir.

La analogía consistía en que, si bien los patricios ocupaban todos los cargos, usaban su poder para gobernar juiciosamente la ciudad, de lo cual se beneficiaban todos.

La fábula de Menenio no suena muy convincente, y es difícil creer que lograra persuadir a gentes oprimidas a que volviesen para continuar siendo oprimidas. En verdad, los patricios se vieron obligados a ofrecer a los rebeldes mucho más que cuentos entretenidos.

Se llegó a un acuerdo por el cual los plebeyos tendrían funcionarios propios, funcionarios elegidos por el voto de los plebeyos y que no representarían a todo el pueblo romano, sino solamente a los plebeyos.

Esos funcionarios fueron llamados
tribunos
(nombre dado originalmente a los jefes de una tribu).

Su misión era proteger los intereses de los plebeyos e impedir que los patricios aprobasen leyes que fuesen injustas para la gente común. En verdad, más tarde, los tribunos obtuvieron el poder de suspender las leyes que desaprobaban sencillamente gritando « ¡Veto! » («¡Prohibo! »). Ni todo el poder de los cónsules y el Senado podía hacer que se aprobase una ley contra el veto del tribuno.

Naturalmente, al principio los tribunos serían muy impopulares entre los patricios y cabía esperar que hubiese violencia. Por ello se convino en que un tribuno no podía ser dañado bajo ninguna forma. Y por toda falta de respeto al cargo podía imponer una multa.

Se nombraron ayudantes de los tribunos, que podían recaudar esas multas. Fueron llamados
ediles
. Su papel de recaudadores de multas los llevó a cumplir algunas de las funciones de la policía moderna. Mediante la disposición del dinero que recaudaban llegaron a tener a su cargo muchos asuntos públicos, como el cuidado de los templos (la palabra «edil» proviene de una voz latina que significa «templo»), las cloacas, el suministro de agua, la distribución de alimentos y los juegos públicos. También regulaban el comercio.

BOOK: La República Romana
6.3Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Where the Sun Sets by Ann Marie
Grayfox by Michael Phillips
Get Wallace! by Alexander Wilson
Faith Unseen by Norwell, Leona
The River Rose by Gilbert Morris
Never Dare a Tycoon by Elizabeth Lennox
Gilded Nightmare by Hugh Pentecost
Message from Nam by Danielle Steel