—¿Volverán? —preguntó Delada con expresión sombría.
—Desde luego —respondió concisamente Sparhawk—. Los ingenios de asedio aporrearán las murallas durante un tiempo y después vendrán más torres por esa área despejada.
—¿Cuánto podemos resistir?
—Cuatro... quizá cinco ataques como éste. Después los maganeles comenzarán a abrir brechas en las murallas y entonces se iniciarán los combates en el interior de la ciudad.
—No tenemos posibilidades de ganar, ¿verdad, Sparhawk?
—Probablemente no.
—¿Chyrellos está perdida pues?
—Chyrellos estaba condenada desde el momento en que aparecieron esos ejércitos, Delada. La estrategia que se trasluce detrás del ata°n la ciudad está muy bien calculada..., casi podría calificarse de brillante.
—Una actitud un tanto singular la vuestra en estas circunstancias, Sparhawk
—A eso se lo llama ser profesional. Uno debe admirar el genio de su adversario. Es una afectación, claro está, pero ayuda a mantener un cierto grado de abstracción. Las últimas fases son muy desalentadoras y uno necesita algo para mantener el ánimo.
Entonces Berit subió por la trampilla del tejado donde se hallaban Sparhawk y Delada. El novicio tenía los ojos desorbitados, la mirada algo perdida y la cabeza agitada por intermitentes sacudidas.
—¡Sir Sparhawk! —lo llamó con voz innecesariamente alta.
—¿Sí, Berit?
—¿Cómo habéis dicho?
Sparhawk lo miró con más detenimiento.
-¿Qué ocurre, Berit? —preguntó.
—Lo siento, sir Sparhawk. No os oigo. Han hecho sonar las campanas de la basílica cuando se ha iniciado el ataque. Todas están encima de la linterna de arriba de la cúpula. En mi vida he escuchado un ruido tan tremendo. —Berit se puso las manos en la cabeza.
Sparhawk lo agarró por los hombros y lo miró a la cara.
—¿Qué está ocurriendo? —bramó, articulando exageradamente las palabras.
—Oh, disculpad, sir Sparhawk. Las campanas me han dejado aturdido. Se aproximan miles de antorchas por los campos del otro lado del río Arruk. Pensaba que deberíais saberlo.
—¿Refuerzos? —apuntó, esperanzado, Delada.
—Estoy convencido de que sí —replicó Sparhawk—, ¿pero de qué ejército?
Se oyó un pesado y estruendoso impacto tras ellos y una casa de considerables dimensiones se hundió sobre sí misma alrededor de una colosal roca que había penetrado por su tejado.
—¡Dios mío! —exclamó Delada—. ¡Es enorme! Esas murallas no aguantarán embates de este calibre.
—No —convino Sparhawk—. Es hora de que nos dirijamos al sótano, coronel.
—Han comenzado a arrojar esas grandes piedras antes de lo que calculabais, Sparhawk —observó el coronel—. Es una buena señal, ¿no os parece?
—Me temo que no acabo de comprenderos.
—¿No será esto un indicio de que el ejército que se acerca por el oeste es una columna de relevo de nuestro bando?
—Las tropas reunidas allá afuera se componen de mercenarios, coronel. Podrían tener prisa por trasponer nuestros muros para no tener que compartir el botín con sus amigos que se encuentran al otro lado del río.
Los sótanos inferiores de la basílica estaban formados por gigantescas piedras laboriosamente cinceladas y dispuestas con cuidado en largas y bajas bóvedas de cañón soportadas de trecho en trecho por recios contrafuertes arqueados sobre los que reposaba todo el peso de la estructura. Allá, más abajo incluso de la cripta donde se convertían en polvo en oscuro silencio los huesos de eclesiásticos fallecidos muchos siglos antes, reinaban la penumbra y la humedad.
—¡Kurik! —musitó Sparhawk a su escudero cuando en compañía de Delada pasaba por delante de una zona aislada del resto por una reja donde aguardaban el escudero de Sparhawk y los guardias de Delada.
Kurik se acercó a la verja con paso sigiloso.
—Los maganeles se han puesto en acción —le comunicó Sparhawk—, y por el oeste se aproxima un gran ejército.
—No tenéis más que noticias placenteras, ¿eh, Sparhawk? —Kurik guardó silencio un instante—. No es que uno se encuentre muy a gusto aquí, Sparhawk. Hay cadenas y manillas colgadas en las paredes y al fondo hay un rincón que habría hecho las delicias de Bellina.
Sparhawk lanzó una ojeada a Delada.
—Ya no está en uso —explicó éste después de toser—. Hubo un tiempo en que la Iglesia no reparaba en medios para erradicar la herejía. Aquí abajo se efectuaban los interrogatorios y se arrancaban las confesiones. Éste es uno de los capítulos más tenebrosos de nuestra Santa Madre.
—Ciertos detalles de esos hechos han trascendido al conocimiento público. —Sparhawk asintió—. Espera aquí con los guardias, Kurik. El coronel y yo debemos instalarnos en nuestro sitio antes de que lleguen nuestros visitantes. Cuando silbe indicando que ataquéis, no os demoréis porque, llegado ese punto, te necesitaré de veras.
—¿Os he fallado alguna vez, Sparhawk?
—No, no lo has hecho. Perdona que lo mencionara. —Condujo al coronel a las profundidades del laberíntico sótano—. Vamos a ir a una estancia bastante grande, coronel —explicó—, en cuyas paredes hay toda clase de escondrijos y huecos. El joven que la encontró me trajo aquí para enseñármela. Según sus previsiones, los dos hombres en los que estamos interesados se reunirán aquí. A uno de ellos lo identificaréis fácilmente y confío que del contenido de la conversación sea deducible la identidad del otro. Os ruego que prestéis mucha atención a lo que dicen y, en cuanto hayan acabado de hablar, quiero que volváis directamente a vuestros cuarteles y os cerréis con llave. No abráis a nadie que no sea yo, lord Vanion o el patriarca Emban. Si sirve para levantaros el ánimo, os diré que, durante un breve período de tiempo, seréis el hombre más importante de Chyrellos, y apostaremos ejércitos enteros para protegeros.
—Todo esto es muy misterioso, Sparhawk.
—Así debe ser por el momento, amigo mío. Espero que, cuando oigáis la conversación, entenderéis por qué. Ahí está la puerta. —Sparhawk empujó con cautela la podrida hoja y los dos entraron en una grande y oscura cámara festoneada de telarañas. Cerca de la puerta había dos sillas y una mesa, en el centro de la cual se erguía una gruesa vela sobre un plato resquebrajado. Sparhawk siguió caminando hacia el fondo y penetró en un profundo nicho—. Quitaos el yelmo —susurró —y envolveos el peto con la capa. Conviene no propiciar ningún reflejo que pudiera alertar a alguien de nuestra presencia.
Delada asintió con la cabeza.
—Ahora voy a apagar nuestra vela —anunció Sparhawk —y guardaremos un riguroso silencio. Si es preciso hablar, lo haremos en quedos susurros al oído del otro. —Sopló la llama, se inclinó y dejó el cirio en el suelo.
Aguardaron, oyendo a lo lejos un goteo de agua. Por mas meticuloso que sea el drenaje de un lugar, siempre se producen filtraciones, y el agua, lo mismo que el humo, encuentra indefectiblemente un resquicio por donde colarse.
Habrían transcurrido unos quince minutos, una hora tal vez o un siglo incluso, cuando sonó un amortiguado ruido metálico en el otro extremo del vasto subterráneo.
—Soldados —musitó Sparhawk a Delada—. Esperemos que el hombre que los capitanea no los traiga aquí adentro a todos.
—Ciertamente —susurró Delada.
Entonces un hombre encapuchado y vestido con túnica oscura se deslizó por el umbral, escudando la llama de una vela con una mano. Después encendió el cirio de la mesa, apagó el suyo y se descubrió la cabeza.
—Debí imaginármelo—susurró Delada a Sparhawk—. Es el primado de Cimmura.
—En efecto, amigo mío, lo es.
Los soldados se acercaron, haciendo patentes esfuerzos por sofocar el tintineo de armas y armaduras, pero, en grupo, los soldados nunca han sido famosos por su sigilo.
—Ya hemos llegado lo bastante lejos —ordenó una voz conocida—. Retiraos un poco. Os llamaré si os necesito.
Al cabo de poco entró Martel. Llevaba el yelmo en la mano y su blanco pelo relucía con la luz de la vela que se derretía en la mesa frente al primado.
—Bien, Annias —dijo con voz cansina—, lo hemos intentado, pero la partida está decidida.
—¿De qué estáis hablando, Martel? —espetó Annias—. Todo está saliendo a pedir de boca.
—Hace una hora nuestra buena suerte ha sufrido un revés.
—Dejad de hablar en clave, Martel. Decidme qué está ocurriendo,
—Un ejercito marcha hacia aquí por el oeste, Annias.
—¿Esa nueva remesa de cammorianos de que me hablasteis?
—Sospecho que esos mercenarios se han convertido en picadillo estas alturas, Annias. —Martel se desabrochó el cinto de la espada —Detesto anunciároslo así a bocajarro, viejo amigo, pero ése es el ejercito de Wargun. Se extiende más allá de donde alcanza la vista.
A Sparhawk le saltó el corazón en el pecho de alborozo.
—¿Wargun? —gritó Annias—. Dijisteis que lo habíais dejado todo bien atado para que no llegara a Chyrellos.
—Así lo creí, viejo amigo, pero de algún modo alguien ha conseguido avisarle.
—¿Su ejército es más numeroso que el nuestro? Martel se dejó caer en la silla con gesto fatigado.
—Dios, qué cansado estoy —confesó—. Llevo dos días sin dormir. ¿Decíais?
—¿Tiene Wargun más hombres que nosotros?
—Oh, sí. Podría acabar conmigo en pocas horas. Me parece que no debemos esperarlo. Mi único motivo de preocupación es cuánto va a tardar Sparhawk en matarme. A pesar de su mala catadura, Sparhawk es una persona bondadosa y estoy seguro de que me liquidaría de una forma rápida. Estoy realmente decepcionado con Perraine. Pensé que lograría hacer desaparecer para siempre de mi camino a mi antiguo hermano. Qué se le va a hacer. Ydra pagará por su fracaso, supongo. Como decía, Sparhawk seguramente me enviaría a la tumba en menos de un minuto. Él es mejor espadachín que yo. Vos, sin embargo, tenéis más candentes motivos de inquietud. Lycheas me ha contado que Ehlana quiere que le presenten vuestra cabeza en una bandeja. En cierta ocasión pude verle la cara en Cimmura justo después de la muerte de su padre y antes de que la envenenarais. Sparhawk es clemente, pero Ehlana tiene el corazón de piedra, y os odia. Hasta puede que decidiera arrancaros la cabeza con sus propias manos. Es una muchacha muy delgada y tal vez tardaría medio día en desgarraros el cuello.
—Pero estamos tan cerca... —se lamentó Annias con angustiada frustración—. El trono del archiprelado se encuentra casi al alcance de mi mano.
—Es mejor que lo soltéis entonces. Sería una carga muy pesada cuando corráis para salvar la vida. Arissa y Lycheas están en mi pabellón haciendo ya el equipaje, pero vos no tendréis tiempo para tales menesteres, me temo. Os iréis directamente desde aquí, conmigo. Quiero que os quede bien clara una cosa, Annias. No voy a esperaros, ni una sola vez. Si comenzáis a rezagaros, os dejaré atrás.
—Hay cosas que debo llevarme, Martel.
—No lo dudo. Yo mismo podría mencionar unas cuantas: vuestra cabeza, por ejemplo, pues Lycheas me cuenta que al gorila rubio que va con Sparhawk le han entrado unas ganas desmedidas de ahorcar a la gente. Conozco lo bastante bien a Kalten como para darme cuenta de su torpeza. Es casi seguro que cometería una pifia, y ser invitado de honor de un ahorcamiento chapucero no es la idea que yo tengo sobre como pasar una tarde agradable.
—¿Cuantos hombres habéis traído aquí al sótano?—preguntó Annias con voz temerosa.
—Unos cien
—¿Estáis loco? Estamos justo en medio de un campamento de caballeros de la Iglesia.
—Se os esta empezando a notar la cobardía, Annias —observó con palpable desdén Martel—. Este acueducto no es muy ancho. ¿Querrías tener que trepar por él en compañía de un millar de bien armados mercenarios cuando llegue el momento de correr?
—¿Correr? ¿Adonde podemos correr? ¿Adonde podemos dirigirnos?
—¿Adonde si no? Nos vamos a Zemoch. Otha nos protegerá. El coronel Delada aspiró, emitiendo un quedo siseo.
—No hagáis ruido —murmuró Sparhawk.
Martel se puso en pie y comenzó a caminar de un lado a otro de la cámara, reflejando en su cara la rojiza luz de la vela.
—Intentad seguir mi razonamiento, Annias —indicó—. Vos envenenasteis a Ehlana con darestim, y el darestim es siempre fatal. No existe ninguna cura y la magia ordinaria no habría podido neutralizar sus efectos. Lo sé porque fui introducido en las artes mágicas por la propia Sephrenia.
—¡Esa bruja estiria! —exclamó Annias, comprimiendo las mandíbulas. Martel lo agarró por la pechera y lo levantó un palmo de la silla.
—Tened cuidado con lo que decís, Annias —le advirtió Martel, apretando los dientes—. No insultéis a mi pequeña madre o desearéis que sea Sparhawk el que os dé alcance. Como os decía, él es básicamente una persona de buena disposición. Yo no. Puedo haceros cosas que a Sparhawk jamás se le ocurrirían.
—¿No seguiréis conservando afecto hacia ella?
—Eso es asunto mío, Annias. Prosigamos pues. Puesto que sólo la magia habría sido capaz de curar a la reina y la magia ordinaria se habría revelado impotente ante el darestim, ¿qué nos queda?
—¿El Bhelliom? —adivinó Annias, alisando con la mano las arrugas que el puño de Martel había dejado en la parte delantera de su hábito.
—Correcto. Sparhawk ha conseguido hacerse con él. Lo utilizó para sanar a Ehlana y es más que probable que todavía lo tenga en su poder porque el Bhelliom no es del tipo de cosas que se dejan por ahí a la ligera. Mandaré a los rendoreños a derribar los puentes del río Arruk, lo cual retrasará un poco a Wargun y nos dará cierto margen para escapar. Lo mejor será ir en dirección norte un buen trecho y apartarnos de la zona principal de batalla antes de girar hacia el este rumbo a Zemoch. —Sonrió sin alegría—. De cualquier forma, Wargun siempre ha querido exterminar a los rendoreños. Si los envío a destruir los puentes, tendrá su oportunidad, y Dios sabe que no seré yo quien los eche de menos. Ordenaré al resto de las tropas que hagan frente a Wargun en la orilla oriental del río. Se enzarzarán en un espléndido combate... que podría incluso durar un par de horas antes de que los extermine a todos. Ése será aproximadamente el tiempo de que dispondremos vos, yo y nuestros amigos para largarnos de este lugar. Podemos dar por seguro que Sparhawk nos seguirá y que, a no dudarlo, llevará consigo el Bhelliom.
—¿Cómo lo sabemos? Sólo son suposiciones, Martel.
—¿Queréis decir que habéis tenido contacto tantos años con Sparhawk y no habéis llegado a conocerlo? No es mi intención insultaros, viejo amigo, pero sois un perfecto idiota, ¿lo sabíais? Otha tiene agrupadas sus fuerzas en Lamorkand Oriental y emprenderá el avance hacia Eosia Occidental en cuestión de días. Sacrificará cuanto se presenté a su paso: hombres, mujeres, niños, ganado, perros, animales salvajes, peces incluso. La prevención es la obligación principal de los caballeros de la Iglesia, y Sparhawk es el prototipo de caballero que se pretendía conseguir con la fundación de las cuatro órdenes. Es todo deber, honor y resolución implacable. Daría mi alma por ser un hombre como Sparhawk. Él tiene en sus manos la única cosa capaz de dejar a Otha fuera de combate. ¿Creéis que existe algo en el mundo que fuera a impedirle llevar el Bhelliom con él? Usad la cabeza, Annias.