—Como mínimo una semana —respondió sombríamente Wargun—, tal vez dos. Tengo unidades esparcidas a mitad de camino a Arcium, en su mayoría soldados extraviados y carromatos de víveres. Va a hacer falta un tiempo para organizarlos y luego hay que tener en cuenta los grandes atascos que siempre se producen cuando las tropas tienen que cruzar un puente.
—Podemos concedernos diez días a lo sumo —advirtió Dolmant—. Realizad el estacionamiento y organización sobre la marcha.
—Ésa no es la manera como se hace, Su Ilustrísima —objeto Wargun.
—Así se hará en esta ocasión, Su Majestad. En las marchas, los soldados pasan más tiempo sentados esperando que caminando. Saquemos provecho de esas horas muertas.
—También convendrá que mantengáis a vuestros soldados fuera de Chyrellos —añadió el patriarca Ortzel —dado que, habiendo huido sus habitantes, se encuentra vacía. Si vuestros hombres se distraen registrando casas deshabitadas, será algo difícil concentrarlos después cuando llegue el momento de partir.
—Dolmant —dijo Emban—, vos ostentáis la presencia de la jerarquía. Creo que deberíamos convocar una sesión para mañana a primera hora. Hoy será recomendable que nuestros hermanos no visiten la ciudad exterior... por una cuestión de seguridad, claro está, dado que aún podría haber algunos mercenarios de Martel ocultos entre las ruinas. Nuestro objetivo principal, no obstante, es no darles ocasión de examinar demasiado de cerca los desperfectos producidos en su casa antes de reunirse en sesión formal. Hemos perdido un preocupante número de adeptos e, incluso después de desacreditar definitivamente a Annias, más nos vale no dar margen a que se produzca una coalición de última hora. Me parece que deberíamos celebrar alguna clase de servicio en la nave antes de iniciar la sesión, algo solemne que guarde relación con una acción de gracias. Ortzel, ¿querréis actuar como oficiante? Como vais a ser nuestro candidato, no estará mal dar oportunidad a que todo el mundo se vaya acostumbrando a vuestra presencia. Y, Ortzel, tratad de sonreír de tanto en tanto. Francamente, no se os va a desmontar la cara.
—¿Tan rígido soy, Emban? —replicó Ortzel con una tenue sonrisa.
—Perfecto —aprobó Emban—. Practicad esa misma sonrisa delante de un espejo. Recordad que vais a ser un bondadoso y cariñoso padre... Al menos, ésa es la imagen que nos conviene dar. Lo que hagáis después de acceder al trono será algo que sólo os concernirá a vos y a Dios. De acuerdo, pues. Los servicios recordarán a nuestros hermanos que ante todo son eclesiásticos y que lo de ser propietarios es algo secundario. Después nos dirigiremos directamente a la sala de audiencia desde la nave. Hablaré con el maestro de capilla y le recomendaré encarecidamente el desarrollo de cantos corales que resuenen por la basílica... Algo exaltante que provoque en nuestros hermanos el estado de ánimo idóneo. Cuando Dolmant nos llame a orden, comenzaremos con una exposición de los últimos sucesos para que todo el mundo conozca los detalles de actualidad, ello con el fin de poner al corriente de la situación a los patriarcas que han estado escondidos en sótanos desde el inicio del asedio. En tales circunstancias, es perfectamente adecuado recurrir a testigos. Yo mismo los seleccionaré para asegurarme de su elocuencia. Nos interesa una espeluznante descripción de violaciones, incendios premeditados y pillaje para provocar cierta desaprobación sobre el comportamiento de los recientes visitantes de nuestra ciudad. El desfile de testigos culminará con el informe del coronel Delada acerca de la conversación que mantuvieron Annias y Martel. Dejémoslos que rumien eso durante un rato. Hablaré con algunos de nuestros hermanos y les encargaré que preparen discursos henchidos de ultrajada indignación y denuncias contra el primado de Cimmura. Después Dolmant designará un comité que investigue el asunto, cuestión de no ofender el protagonismo de la jerarquía. —El obeso patriarca reflexionó un instante—. Entonces habrá llegado el momento de convocarlos para después de la comida, dejándoles un intermedio de unas dos horas para que se formen una idea del alcance de la perfidia de Annias. Luego, cuando volvamos a reunirnos, Bergsten pronunciará una alocución en la que hará hincapié en la necesidad de obrar sin tardanza. No deis la impresión, Bergsten, de que haya que precipitarse, pero recordadles que nos hallamos en un período de crisis de fe. A continuación urgid para que procedamos sin dilación a la elección del archiprelado. Llevad la armadura y esa hacha para estimular la conciencia de hallarnos en tiempos de guerra. Después vendrán los tradicionales discursos de los monarcas de Eosia. Formuladlos con tono agitador, Majestades, con muchas referencias a la crueldad de la guerra, a Otha y a los temibles designios de Azash. Se trata de asustar a nuestros hermanos para que voten de acuerdo con su conciencia y dejen a un lado los afanes y confabulaciones políticos. No me perdáis de vista a mí, Dolmant. Os señalaré todos los patriarcas con una incontrolable tendencia a la trapacería política e identificaré quiénes son. Como presidente, podéis dar voz a quien os plazca. Y bajo ningún concepto aceptéis ningún aplazamiento para el día siguiente. No permitáis que nadie enturbie el clima conseguido. Llegado ese momento proceded a la presentación de candidaturas. Pasemos a la votación sin dar tiempo a que nuestros hermanos caigan en la tentación de sembrar la discordia. Queremos que Ortzel ocupe ese trono antes de la puesta de sol. Y, Ortzel, manteneos callado durante las deliberaciones, porque algunas de vuestras opiniones son controvertidas. No las aireéis en público... al menos hasta mañana.
—Me siento como un niño —comentó irónicamente el rey Dregos al rey Obler—. Pensaba que sabía un poco de política, pero nunca hasta ahora había visto practicar ese arte de manera tan implacable.
—Ahora estáis en una gran ciudad Majestad —le hizo ver, sonriendo, Emban —Y así se desarrollan las cosas aquí.
El rey Soros de Kelosia, un hombre extremadamente piadoso y devoto hasta lo indecible que había estado a punto de desmayarse varias veces escuchando el frío programa elaborado por el patriarca Emban para manipular a la jerarquía, optó al fin por marcharse, murmurando que quería recogerse en oración.
—No perdáis de vista a Soros mañana, Su Ilustrísima —aconsejó Wargun a Emban—. Es un fanático religioso. Cuando pronuncie el discurso, podría darle por denunciarnos. Soros se pasa todo el tiempo hablando con Dios y eso a veces puede trastornar un poco el entendimiento. ¿Existe la posibilidad de que podamos saltárnoslo en el curso de las alocuciones reales?
—No de forma legítima —respondió Emban.
—Hablaremos con él, Wargun —prometió el rey Obler—. Tal vez logremos convencerlo para que esté demasiado enfermo para asistir a la sesión de mañana.
—Yo lo pondré enfermo, descuidad —murmuró Wargun.
—Todos tenemos asuntos que atender, damas y caballeros —declaró Emban, poniéndose en pie
-, de manera que, como dicen, vayámonos a todo correr.
—La embajada elenia resultó dañada durante el asedio, mi reina —informó Sparhawk a Ehlana con tono impasible—. ¿Puedo ofreceros las comodidades un tanto espartanas del castillo pandion?
—Estáis enfadado conmigo, ¿no es cierto, Sparhawk? —le preguntó ella a su vez.
—Sería más apropiado que discutiéramos esto en privado, mi reina.
—Ah —suspiró la joven—. Pues pongámonos en caminó hacia castillo para que podáis reñirme durante un rato. Luego podemos pasar directamente a los besos y la reconciliación. Esa es la parte que realmente me interesa. Al menos no podréis zurrarme, teniendo como tengo por guardiana a Mirtai. Por cierto, ¿conocéis a Mirtai?
—No, mi reina.
Sparhawk miró a la silenciosa tamul que se mantenía de pie detrás de la silla de Ehlana. Su piel tenía una peculiar y exótica tonalidad bronceada y sus cabellos trenzados eran de un color negro brillante. En una mujer de estatura normal, sus facciones habrían sido consideradas hermosas y sus ojos, un tanto achinados, arrebatadores. Mirtai, no obstante, no tenía una estatura normal: era un palmo más alta que Sparhawk. Llevaba una blusa de satén blanco de manga larga, una prenda similar a una falda escocesa ceñida a la cintura, que le llegaba a las rodillas, botas de cuero negras y una espada al costado. Era ancha de hombros y tenia flexibles y finas caderas. A pesar de su tamaño, parecía perfectamente proporcionada, pero su mirada carente de expresión tenía algo ominoso. No miraba a Sparhawk de la forma como normalmente miraría una mujer a un hombre. Era una persona un tanto inquietante.
Con rígida cortesía, Sparhawk ofreció su brazo envuelto en acero a su reina y la acompañó a la salida pasando por la nave y descendiendo las escalinatas de la basílica. Cuando llegaban al gran patio frente al templo oyó un sonoro golpecito en la parte trasera de la armadura y, al volverse, vio que Mirtai había percutido en ella con un nudillo. La mujer tomó entonces una capa plegada que llevaba colgada de brazo, la extendió y la tendió a Ehlana.
—Oh, no hace tanto frío, Mirtai —objetó Ehlana.
Mirtai adoptó un semblante pétreo y volvió a sacudir la capa con ademán autoritario. Ehlana suspiró y permitió que la giganta le colocara la prenda sobre los hombros. Sparhawk
estaba mirando directamente la broncínea cara de la tamul, de modo que no podía haber dudas sobre lo que ocurrió después. Mirtai le guiñó un ojo. Sin saber muy bien por qué, aquello lo hizo sentir mucho mejor. Él y Mirtai iban a ser buenos amigos, decidió.
Dado que Vanion estaba ocupado, Sparhawk escoltó a Ehlana, Sephrenia, Stragen, Platimo y
Mirtai hasta el estudio de sir Nashan, deseoso de sostener una conversación con ellos. Se había pasado la mañana preparando y afilando un buen número de cáusticas observaciones que casi habrían podido tacharse de traicioneras.
Pero Ehlana había estudiado ciencias políticas desde la niñez y sabía que uno debe actuar con rapidez, con brusquedad incluso, cuando la propia posición es inestable.
—Estáis enojado con nosotros —comenzó a hablar antes de que Sparhawk hubiera cerrado la puerta—. Consideráis que yo no tengo nada que hacer aquí y que mis amigos han incurrido en falta dejando que me expusiera a una situación de peligro. ¿Se trata más o menos de eso, Sparhawk?
—Aproximadamente, sí —respondió con tono glacial.
—Simplifiquemos pues las cosas —se apresuró a proseguir la joven—. Platimo, Stragen y Mirtai protestaron, de hecho, violentamente, pero yo soy la reina y no les hice caso. ¿Estamos de acuerdo en que yo tengo autoridad para hacer eso? —Su tono contenía una nota de desafío.
—Es verdad, Sparhawk —intervino con ademán conciliador Platimo—. Stragen y yo estuvimos gritándole durante una hora para quitarle la idea y entonces ella nos amenazó con arrojarnos a las mazmorras. Hasta me dio a entender que podría revocarme el perdón.
—Su Majestad sabe intimidar muy bien, Sparhawk —lo apoyó Stragen—. No os fiéis de ella ni cuando os sonría. Es entonces cuando es más peligrosa y, llegado el momento, utiliza su autoridad con la contundencia de una maza. Nosotros llegamos incluso al extremo de encerrarla con llave en sus aposentos, pero ella hizo que Mirtai derribara la puerta a patadas.
—Es una puerta muy recia —observó, estupefacto, Sparhawk.
—Lo era. Mirtai le dio dos puntapiés y se partió justo por la mitad. Sparhawk miró, asombrado, a la bronceada mujer.
—No fue difícil —aseguró ésta con voz dulce y musical y un tenue deje de acento exótico—. Las puertas del interior de las casas se secan mucho y se quiebran sin gran esfuerzo si se les propina un puntapié en el lugar adecuado. Ehlana podrá utilizar los restos como leña para cuando llegue el invierno —añadió con calmada dignidad.
—Mirtai se muestra muy protectora conmigo, Sparhawk —dijo Ehlana—. Me siento completamente segura cuando ella está cerca, y esta enseñándome a hablar el idioma tamul.
—El elenio es una lengua áspera y desagradable—observó Mirtai.
—A mi también me lo parece —convino Sephrenia.
—Estoy enseñándole a Ehlana el tamul para no tener que pasar la vergüenza de que mi propietaria me hable cloqueando como una gallina.
—Yo ya no soy tu propietaria, Mirtai —insistió Ehlana—. Te di la libertad justo después de comprarte.
—¡Propietaria! —se escandalizó, con expresión de horror, Sephrenia
—Es una costumbre del pueblo de Mirtai, pequeña hermana replicó Stragen—. Ella es una atan. Son una raza guerrera acerca de la cual se sostiene la generalizada creencia de que necesitan alguien que los guíe. Los tamules consideran que no están preparados emocionalmente para obrar en libertad. Por lo visto, ello ocasiona demasiada bajas.
—Ehlana era demasiado ignorante como para advertirlo —declaró con calma Mirtai.
—¡Mirtai! —exclamó Ehlana.
—Se cuentan por docenas la gente de vuestra raza que me ha insultado desde que sois mi propietaria, Ehlana —señaló severamente la mujer tamul—. Ahora todos estarían muertos si yo fuera libre. Ese viejo, Lenda, incluso dejé que su sombra me tocara en una ocasión. Como sé que vos le tenéis cariño, habría lamentado haberlo matado. —Suspiró con filosofía—. La libertad es muy peligrosa para la gente de mi raza. Prefiero no tener que cargar con ella.
—Podemos hablar de eso en otro momento, Mirtai —propuso Ehlana—. Ahora debemos apaciguar a mi paladín. —Clavó los ojos en Sparhawk—. No tenéis motivos para estar enfadado con Platimo, Stragen ni Mirtai, querido —aseguró—. Ellos hicieron cuanto pudieron para mantenerme en Cimmura. Si con alguien tenéis que pelearos es conmigo y con nadie más. ¿Por qué no los excusamos para que se vayan y así podremos gritarnos en privado?
—Saldré con ellos —anunció Sephrenia—. Estoy segura de que os sentiréis más a gusto hablando los dos solos. —Se dispuso a abandonar la habitación en pos de los dos ladrones y la broncínea giganta y se detuvo en la puerta—. Una última recomendación, hijos —añadió—: gritad cuanto queráis, pero no os peguéis... y no quiero que salgáis de aquí hasta no haber resuelto vuestras diferencias. —Salió y cerró la puerta tras ella.
—¿Y bien? —dijo Ehlana.
—Sois obstinada —la acusó sin miramiento Sparhawk.
—A eso se le llama ser decidido, Sparhawk, lo cual se considera como una virtud en reyes y reinas.
—¿Qué demonios os impulsó a venir a una ciudad sometida a asedio?
—Olvidáis un detalle, Sparhawk —dijo—. Yo no soy realmente una mujer.
El paseó despacio la mirada por su cuerpo hasta que ella se sonrojo violentamente; algo que, en su opinión, se tenía bien merecido.