El caso es que os he pedido que vinierais para explicaros unas cuantas cosas relativas al Bhelliom..., por qué es tan poderoso y tan terriblemente peligroso. —Hizo una pausa, frunciendo el entrecejo—. El Bhelliom no se compone de sustancia —continuó—. Es espíritu y precede a las estrellas. Existen muchos espíritus de esa clase y cada uno de ellos tiene muchos atributos. Uno de los más importantes de ellos es el color. Veréis, lo que sucede es... —Los recorrió con la mirada—. Quizá debamos reservar esto para otro día —resolvió—. Sea como fuere, esos espíritus que lanzamos al cielo para... —Volvió a callar—. Esto es muy difícil, Sephrenia —se quejó con vocecilla plañidera—. ¿Por qué tienen que ser tan obtusos estos elenios?
—Porque su Dios no les explica nada, Aphrael —le respondió Sephrenia.
—¡Es tan cascarrabias! —lo criticó Aphrael—. Dicta normas sin motivo alguno. Eso es lo único que hace: dictar leyes. Es tan pesado a veces...
—¿Por qué no proseguís con vuestra exposición, Aphrael?
—De acuerdo. —La niña diosa miró a los caballeros—. Los espíritus tienen colores y un cometido específico —declaro—. Creo que deberéis conformaros con esto por el momento. Una de sus funciones es crear mundos. El Bhelliom, que en realidad no se llama así, creó los azules. Visto desde lejos, este mundo es azul debido a sus océanos. Otros mundos son rojos, verdes, amarillos o de cualquier color imaginable. Dichos espíritus crean mundos atrayendo el polvo que circula constantemente en el vacío, el cual se aterrona en torno a ellos como mantequilla batida. Ahora bien, cuando el Bhelliom creó este mundo, cometió un error. Había demasiado polvo rojo. La esencia del Bhelliom es azul, y no puede soportar el rojo, pero, cuando se junta en materia palpable el polvo rojo, se obtiene...
—¡Hierro! —exclamó Tynian.
—Y decíais que no lo entenderían —señaló con tono de reproche Aphrael a Sparhawk. Corrió hacia Tynian y lo besó varias veces—. Muy bien —aprobó alegremente—. Tynian está en lo cierto. El Bhelliom no soporta el hierro porque es rojo. Para protegerse, endureció su esencia azul en el zafiro, que más tarde Ghwerig esculpió dándole la forma de una rosa. El hierro, la sustancia roja, cuajó a su alrededor y el Bhelliom quedó atrapado en el seno de la tierra.
Se quedaron mirándola fijamente, todavía sin acabar de comprender.
—Abreviad —aconsejó Sparhawk.
—Ya estoy haciéndolo.
—Como queráis, Aphrael. —Se encogió de hombros.
—El Bhelliom se condensó aún más porque los dioses troll están presos en su interior —prosiguió.
—¿Cómo? —se alteró Sparhawk.
—Todo el mundo lo sabe, Sparhawk. ¿Dónde creéis que los escondió Ghwerig cuando nosotros estábamos buscándolos?
Recordó con inquietud que el Bhelliom y sus obligados huéspedes se encontraban a escasos centímetros de su corazón.
—Lo fundamental de toda esta explicación guarda relación con el hecho de que Sparhawk haya amenazado con destruir el Bhelliom, y, como es un caballero elenio, utilizará probablemente una espada, un hacha o la lanza de Aldreas, o algo similar, algo de acero, lo cual equivale a hierro. Si golpea el Bhelliom con alguna arma de acero, lo destruirá, y el Bhelliom y los dioses troll están haciendo cuanto se halla en su poder para impedir que se acerque lo bastante a Azash como para sentir la tentación de descargar su espada contra él. Primero trataron de atacar su mente y, viendo que ello no surtía efecto, comenzaron a atacar la vuestra. No pasará mucho tiempo, queridos, antes de que uno de vosotros intente matarlo.
—Jamás! —protestó, casi gritando, Kalten.
—Si continúan presionándoos, sucederá, Kalten.
—Antes sucumbiremos por propia mano —aseveró Bevier.
—¿Para qué demonios deberíais hacerlo? —le preguntó la diosa—. Sólo tenéis que encerrar la joya en algún receptáculo de acero. Esa bolsa de lona está marcada con los símbolos estirios del hierro, pero el Bhelliom y los dioses troll están cada vez más desesperados y ahora los símbolos no bastan. Habréis de valeros del material real.
Sparhawk puso cara de circunstancias al advertir de improviso su necedad.
—Y yo que he estado pensando todo este tiempo que la sombra, y ahora la nube, provenía de Azash —confesó.
—¿Qué? —exclamó Aphrael, mirándolo con incredulidad.
—Parecía lógico —arguyó débilmente—. Azash viene intentando darme muerte desde que comenzó todo esto.
—¿Para qué iba a perseguiros por ahí Azash con nubes y sombras cuando cuenta con seres más sustanciales que obedecen sus órdenes? ¿Es esto lo más acertado que ha sido capaz de urdir vuestra lógica?
—¡Lo sabía! —exclamó Bevier—. ¡Sabía que había algo que no tomamos en consideración cuando nos hablasteis por primera vez de esa sombra, Sparhawk! Después de todo, no tenía que tratarse necesariamente de Azash.
—¿A qué se debe que yo tenga tanto poder sobre el Bhelliom? —preguntó Sparhawk, embargado por la sensación de ser un redomado estúpido.
—A los anillos.
—Ghwerig los tenía antes.
—Pero entonces eran piedras claras. Ahora son rojos porque se derramó sobre ellos la sangre de vuestra familia y la de Ehlana.
—¿Es simplemente el color lo que hace que me obedezca? Aphrael lo miró fijamente a él y luego a Sephrenia.
—¿Representa esto que no saben por qué es roja su sangre? —preguntó asombrada—. ¿Qué habéis estado haciendo, hermana?
—Es un concepto difícil para ellos, Aphrael.
La pequeña diosa se alejó con paso resuelto, realizando grandes aspavientos con los brazos y murmurando palabras estirias cuya existencia no debiera haber conocido.
—Sparhawk —explicó con calma Sephrenia—, vuestra sangre es roja porque contiene hierro.
—¿De veras? —estaba estupefacto—. ¿Cómo es posible?
—Creed lo que os digo, Sparhawk. Son esos anillos manchados de sangre lo que os confiere tanto poder sobre la joya.
—Qué asombroso —se extrañó. Aphrael regresó entonces.
—Una vez que el Bhelliom esté rodeado de acero, los dioses troll dejarán de interferirse en vuestro camino —les aseguró—. El resto de vosotros parará de planear el asesinato de Sparhawk y todos volveréis a estar unidos.
—¿No podríais habernos dicho lo que debíamos hacer sin darnos todas esas explicaciones? —le preguntó Kurik—. Son caballeros de la Iglesia, Flauta, y están acostumbrados a cumplir órdenes que no entienden.
—Supongo que sí —admitió, apoyándole con ademán acariciador una manita en la barba—, pero os echaba de menos, a todos vosotros, y quería que vierais el sitio donde vivo.
—¿Presumiendo de casa? —le tomó el pelo.
—Bueno... —La diosa niña se ruborizó ligeramente—. ¿Acaso es tan indecoroso?
—Es una isla preciosa, Flauta, y estamos orgullosos de que nos hayáis concedido el honor de enseñárnosla.
La niña le echó los brazos al cuello y lo cubrió de besos. Sparhawk advirtió que, no obstante, por su cara rodaban gruesas lágrimas mientras besaba al brusco escudero.
—Ahora debéis regresar —les dijo—, pues la noche está pronta a tocar a su fin. Antes, sin embargo...
Los besos se prolongaron un rato. Cuando la pequeña diosa de negros cabellos llegó a Talen, le rozó los labios con los suyos y luego se dirigió a Tynian. Entonces se detuvo, con una expresión especuladora en el rostro, y volvió a acercarse al joven ladrón para rematar el trabajo. Al alejarse de él, sonreía misteriosamente.
—¿Y ha resuelto nuestra graciosa ama vuestra confusión, caballero? —preguntó la blanca cierva mientras la grácil nave los devolvía a la playa de alabastro donde los aguardaba el pabellón de alegre colorido.
—Lo sabré con más certeza cuando mis ojos se abran de nuevo en el mundo terrenal del cual me ha convocado, gentil criatura —contestó, notando que, por más que intentara evitarlo, las frases floridas acudían por propio impulso a sus labios.
La nota de la flauta sonó levemente discordante, como si quisiera reprenderlo.
—Y así os plazca a vos, amada Aphrael —se rindió.
—Eso está mucho mejor, Sparhawk. —La voz no fue más que un susurro en sus oídos.
La pequeña cierva blanca lo acompañó al pabellón y allí volvió a acostarse, ganado por una extraña somnolencia.
—Recordadme —le pidió quedamente la gama, restregándole el hocico en la mejilla.
—Lo haré de buen grado —prometió—, pues vuestra dulce presencia es un bálsamo para mi turbada alma y me induce al reposo.
Y entonces volvió a dormirse.
Se despertó en un inhóspito mundo de arena negra y gelidez en que el viento arrastraba el hedor de seres perecidos mucho tiempo atrás. El polvo se había instalado en la nariz de sus cabellos y filtrado bajo su ropa. Pero no era el malestar por él producido lo que lo había despertado sino un tenue sonido metálico, el mismo que produciría alguien al golpear el acero con un pequeño martillo.
A pesar de los avatares del día anterior, se sentía enormemente descansado y en paz con el mundo.
El martilleo cesó y Kurik atravesó el polvoriento campamento con algo en las manos que luego tendió a Sparhawk.
—¿Qué os parece? —preguntó—. ¿Lo encerrará bien? —Lo que sostenía con sus encallecidas manos era una bolsa de malla metálica—. Es lo mejor que puedo hacer por el momento, mi señor, porque dispongo de poco acero.
Sparhawk tomó la bolsa y miró a su escudero.
—¿También tú? —inquirió—. ¿También has tenido un sueño?
—He hablado con Sephrenia de ello —dijo, tras asentir con la cabeza—. Todos hemos tenido el mismo sueño... aunque no ha sido exactamente un sueño. Ha intentado explicármelo, pero me he perdido. —Calló un momento—. Perdonad, Sparhawk, por haber dudado de vos. Todo parecía tan fútil e inútil.
—Los responsables eran los dioses troll, Kurik. Pongamos el Bhelliom en el receptáculo de acero para que no vuelva a ocurrirte.
—Sacó la bolsa de lona y comenzó a desatar los cordeles.
—¿No sería más sencillo dejarlo dentro de la bolsa de lona? —insinuó Kurik.
—Sería más fácil introducirla dentro de la de acero, pero llegará el momento en que tal vez tenga que sacarla apresuradamente y no sería conveniente tener que deshacer demasiados nudos cuando Azash esté tan cerca que pueda sentir su aliento.
—Sensato razonamiento, mi señor.
Sparhawk alzó con ambas manos la Rosa de Zafiro hasta la altura de su rostro.
—Rosa Azul —dijo en troll—, soy Sparhawk de Elenia. ¿Me conocéis? La rosa emitió sombríos destellos.
—¿Reconocéis mi autoridad?
La rosa se oscureció y de ella emanó un odio claramente perceptible.
Alargó el pulgar derecho y volvió el anillo, el cual puso en contacto con la gema..., no del lado del aro esa vez sino del de la piedra roja, y apretó con firmeza la mano.
El Bhelliom chilló y él notó cómo se retorcía en su mano como una serpiente viva. Rebajó ligeramente la presión.
—Me alegra que nos entendamos —dijo—. Abre la bolsa, Kurik.
Sin ofrecer resistencia, la joya entró, al parecer casi anhelante, en su prisión.
—Bien hecho —aprobó admirativamente Kurik en tanto Sparhawk ceñía con un alambre la boca de la bolsa de malla.
—He pensado que quizá valdría la pena intentarlo. —Sparhawk sonrió—. ¿Se han levantado los otros?
—Están en fila junto al fuego. Podríais plantearos conceder una amnistía general, Sparhawk, porque de lo contrario, se pasarán la mañana entera presentándoos excusas. Poned especial cuidado en Bevier. Ha estado rezando desde antes del amanecer y seguramente le llevará bastante tiempo expresaros hasta qué punto se siente culpable.
—Es un buen chico, Kurik.
—Por supuesto que lo es. Ese es el problema.
—Cínico.
Kurik le sonrió, y mientras cruzaban el campamento, alzó la mirada al cielo.
—El viento ha amainado —observó—, y parece que el polvo está asentándose. ¿Creéis que...? —dejó la frase por concluir.
—Es probable —acordó Sparhawk—. Encaja con todo lo demás, ¿no es cierto? Bueno, vamos allá. —Se aclaró la voz al aproximarse a sus avergonzados amigos—. Una noche interesante, ¿verdad? —comentó con desenvoltura—. Estaba tomándole cariño a esa cervatilla blanca. Aunque tenía un hocico mojado y frío.
Rieron de manera algo forzada.
—Bien —inició la cuestión—, ahora sabemos de dónde provenía el abatimiento, y no tiene gran sentido seguir hurgando en ello. No ha sido culpa de nadie, de modo que ¿por qué no lo olvidamos? Tenemos cosas más importantes en que pensar. —Levantó la bolsa de malla—. Aquí está nuestro amigo azul —anunció—. Espero que esté confortable en su nido de hierro, pero tanto si se siente cómodo como si no, ahí se va a quedar... como mínimo hasta que lo necesitemos. ¿A quién le toca preparar el desayuno?
—A vos —le respondió Ulath.
—Yo cociné la cena anoche.
—¿Y qué tiene que ver?
—No es justo, Ulath.
—Yo me limito a llevar el control de estas cosas, Sparhawk. Si os interesa la justicia, id a hablar con los dioses.
Los demás se echaron a reír y todo volvió a ser como antes.
Mientras Sparhawk cocinaba, Sephrenia se reunió con él junto al fuego.
—Os debo una excusa, querido —confesó.
—¿Sí?
—Ni siquiera sospeché que los dioses troll pudieran ser la causa de esa sombra.
—En nada habéis fallado, Sephrenia. Yo estaba tan convencido de que era Azash que de ninguna forma hubiera admitido cualquier otra posibilidad.
—Se supone que yo no debería basar mis juicios en la lógica.
—Creo que Perraine nos indujo a tomar una dirección errónea, pequeña madre —apuntó gravemente—. Él llevó a cabo esos ataques a instancias de Martel, el cual se limitaba a seguir una estrategia que había trazado anteriormente Azash. Puesto que se trataba de una continuación de lo que venía sucediendo antes, no teníamos motivos para sospechar que se hubiera sumado algo nuevo a los hostigamientos. Incluso tras haber averiguado que Perraine no tenía nada que ver con la sombra, persistimos en la tesis. No os culpéis a vos misma, Sephrenia, porque yo no os culpo absolutamente de nada. Lo que me sorprende es que Aphrael no viera que estábamos en un error y nos advirtiera de ello.
—Me temo que fue porque ella no podía creer que no lo comprendiéramos —indicó, sonriendo con cierto pesar—. No tiene una concepción real de nuestras limitaciones, Sparhawk.
—¿No deberíais hacérselas ver?
—Antes moriría que hacerlo.