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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La rosa de zafiro (64 page)

BOOK: La rosa de zafiro
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Entonces, para horror de Sparhawk, Sephrenia tomó con la mano la falda de su blanco vestido y comenzó a caminar tranquilamente entre las hileras de pestilentes muertos. Se detuvo y se giró hacia ellos.

—Oh, vamos. Entremos antes de que empiece a llover. Lo único que tenéis que hacer es no pisar esas losas.

Era extraño andar junto a aquellas figuras salvajemente inquietantes, con su terrible pestilencia y sus caras de calavera bajo la fantasmagórica luz de los relámpagos, pero, de hecho, no más peligroso que evitar las ortigas en el sendero de un bosque.

Cuando pasaban junto al último de los cadavéricos centinelas, Talen se paró y observó con ojos entornados una de las hileras que componían.

—Respetado maestro —dijo en voz baja a Berit.

—¿Dime, Talen?

—¿Por qué no empujáis a éste? —Talen señaló la espalda de una de las figuras vestidas con armadura—. Hacia ese lado...

—¿Para qué?

—Dadle un empujón, Berit, y ya veréis. —Talen sonreía maliciosamente.

Si bien algo desconcertado, Berit tomó el hacha y propinó un buen empellón al rígido cadáver, el cual cayó y chocó contra otro. El segundo centinela decapitó prestamente al primero, reculando con precario equilibrio al hacerlo, y fue víctima al punto del rechazo de un tercero.

El caos se extendió rápidamente, y un buen número de los intimidatorios muertos fueron despedazados por sus compañeros en una estrambótica sucesión de irracionales reacciones de inútil violencia.

—Es muy listo ese chico vuestro, Kurik —alabó Ulath.

—Tenemos puestas ciertas esperanzas en él —replicó modestamente Kurik.

Se volvieron hacia el portal y se pararon en seco. Suspendido en el aire, en el centro exacto del oscuro zaguán, había un etéreo rostro dibujado en el vacío con unas llamas verdes de repulsivo aspecto. La cara era grotescamente deforme y expresaba una desmedida e implacable maldad... y era familiar. Sparhawk la había visto antes.

—¡Azash! —musitó Sephrenia—. ¡Quedaos atrás! Observaron con asombro la espectral aparición.

—¿De veras es él? —preguntó, admirado, Tynian.

—Es una imagen de él —respondió Sephrenia—. Otra de las artimañas de Otha.

—¿Es peligrosa? —inquirió Kalten.

—Poner el pie en el umbral acarrearía la muerte, y algo peor que la muerte.

—¿Existen otros medios de entrar? —le preguntó Kalten, con la mirada temerosamente fija en la verdusca faz.

—Estoy convencida de que sí, pero dudo mucho que los localicemos.

Sparhawk suspiró. Hacía tiempo que había decidido lo que haría cuando llegara ese momento. Su aprensión se debía más a la discusión que ello iba a ocasionar que el acto en sí. Desató del cinturón la bolsa de malla del Bhelliom.

—Bien —dijo a sus amigos—, será mejor que os pongáis en camino. No puedo garantizaros cuánto tiempo podré proporcionaros, pero resistiré cuanto pueda.

—¿De qué estás hablando? —se alarmó Kalten.

—Me temo que no podemos aproximarnos más a Azash. Todos sabemos lo que inexcusablemente debe hacerse, y con uno solo de nosotros bastará. Si alguno consigue regresar a Cimmura, decidle a Ehlana que me habría gustado que las cosas hubieran sido distintas. Sephrenia, ¿estoy lo bastante cerca? ¿Será destruido Azash?

La mujer asintió con los ojos anegados de lágrimas.

—No nos pongamos sentimentales —indicó Sparhawk con brusquedad—. No tenemos tiempo. Ha sido un honor conoceros... a todos. Ahora marchaos de aquí. Es una orden. —Debía obligarlos a moverse antes de que comenzaran a tomar insensatas decisiones de nobleza—. ¡Idos! —les gritó—. ¡Y vigilad dónde ponéis los pies al pasar junto a los guardias!

Estaban moviéndose. Los militares siempre obedecen las órdenes... si éstas se expresan a voz en grito. Se movían, y eso era lo importante. De todas formas, aquel gesto resultaría probablemente infructuoso. Si lo que había dicho Sephrenia era cierto, necesitarían como mínimo un día para salir de la zona que quedaría totalmente destruida cuando hiciera añicos el Bhelliom, y eran escasas las esperanzas de que no lo descubrieran a él durante ese tiempo. Aun así, debía al menos tratar de ofrecerles aquella azarosa posibilidad. Tal vez no saliera nadie del palacio ni acertara a verlo ninguna de las patrullas que recorrían las calles. En todo caso, era agradable pensar que podía suceder así.

No quiso ver cómo se alejaban. Era preferible no hacerlo. Tenía, además, cosas que hacer, cosas mucho más importantes que quedarse plantado tristemente como un niño que se ha portado mal y al que dejan en casa mientras el resto de la familia se va de fiesta. Miró primero a la derecha y luego a la izquierda. Si Sephrenia había estado en lo cierto y aquél era el único modo de entrar en el palacio de Otha, sería mejor que se situara a cierta distancia del portal y de su brillante aparición ya que, de ese modo, sólo tendría que ocuparse de evitar a las patrullas y nadie... ni nada... que saliera de la mansión lo vería de inmediato. ¿A izquierda o derecha? Se encogió de hombros. ¿Qué más daba? Quizá sería mejor rodear el perímetro del palacio y esperar junto a la pared del propio templo. Así estaría más próximo a Azash y éste se hallaría más cerca de la absoluta destrucción que le prometía el Bhelliom. Giró un poco la cabeza y entonces los vio. Estaban al otro lado de las hileras de repugnantes cadáveres, con la resolución pintada en los semblantes.

—¿Qué hacéis? —les gritó—. Os he dicho que os fuerais de aquí.

—Hemos decidido esperarte —contestó Kalten. Sparhawk dio un paso amenazador hacia ellos.

—No seáis necio, Sparhawk —le advirtió Kurik—. No podéis permitiros correr el riesgo de errar el paso entre esos muertos. Si ponéis un pie donde no debierais, uno de ellos os descabezará por la espalda... y entonces Azash se quedará con el Bhelliom. ¿Hemos hecho tan largo viaje solamente para eso?

Capítulo 27

Sparhawk profirió un juramento. ¿Por qué no podían hacer simplemente lo que les había dicho? Después suspiró. Debió haber previsto que no le obedecerían. Ahora no había nada que hacer y no tendría sentido regañarlos.

Se quitó el guantelete para desprender la cantimplora del cinto, y sus anillos despidieron rojos destellos bajo la luz de las antorchas. Destapó el recipiente y tomó un trago. El anillo centelleó de nuevo ante sus ojos. Bajó la cantimplora, mirando pensativamente la sortija.

—Sephrenia —llamó casi con aire ausente—, os necesito. La mujer se encontraba a su lado al cabo de unos momentos.

—El Buscador era Azash, ¿no es cierto?

—Eso es una simplificación excesiva.

—Ya sabéis a qué me refiero. Cuando estábamos ante la tumba del rey Sarak en Kelosia, Azash os habló a través del Buscador, pero huyó cuando yo me dirigí hacia él con la lanza de Aldreas.

—Sí.

—Y también utilicé la lanza para ahuyentar a esa criatura que surgió del túmulo en Lamorkand, y maté a Ghwerig con ella.

—Sí.

—Pero no era realmente la lanza, ¿no es cierto? En fin de cuentas, no es un arma tan terrorífica. Eran los anillos, ¿verdad?

—No veo dónde queréis ir a parar con esto, Sparhawk.

—Yo tampoco. —Se sacó el otro guantelete y alargó las manos, observando las sortijas—. Poseen ciertas dosis de poder propio, ¿no es así? Creo que el hecho de que son las llaves para activar la fuerza del Bhelliom me ha hecho pasar por alto lo que puede conseguirse sólo por medio de ellos. La lanza de Aldreas no tenía nada que ver con el efecto conseguido..., de lo cual podemos congratularnos, dado que ahora se encuentra apoyada en un rincón de los aposentos de Ehlana allá en Cimmura. Cualquier arma habría servido a igual fin, ¿verdad?

—Con tal que los anillos estuvieran en contacto con ella, sí. Por favor, Sparhawk, id al grano. Vuestra lógica elenia resulta tediosa.

—Me ayuda a pensar. Podría borrar la imagen de Azash de la entrada, pero ello liberaría a los dioses troll, y éstos tratarían de apuñalarme por la espalda cada vez que me volviera. Los dioses troll no guardan, sin embargo, ninguna relación con los anillos. Es factible usar los anillos sin despertar a Ghnomb y a sus amigos. ¿Qué ocurriría si tomara la espada con ambas manos y tocara con ella la cara suspendida sobre el umbral?

La mujer se quedó mirándolo en silencio.

—No estamos hablando realmente de Azash en este caso, sino de Otha. Puede que yo no sea el mago más hábil del mundo, pero no tengo por qué serlo mientras tenga los anillos. Creo que es posible que hagan tambalear a Otha, ¿no os parece?

—No puedo responderos a eso, Sparhawk —contestó con tono pesaroso—. No lo sé.

—¿Por qué no lo probamos? —Se volvió y fijó la mirada más allá de los pestilentes muertos—. Volved aquí —llamó a sus amigos—. Tenemos algo que hacer.

Desfilaron cautelosamente junto a los cadáveres con armadura y se reunieron en torno a Sparhawk y su tutora.

—Voy a intentar algo que quizá no surta el efecto deseado —les dijo—, y, si ése fuera el caso, vais a tener que encargaros del Bhelliom.

—Desató la bolsa de malla del cinto—. Si fracaso en mi tentativa, depositad el Bhelliom sobre las losas y aplastadlo con una espada o un hacha. —Entregó la bolsa a Kurik y su escudo a Kalten, y desenvainó la espada. Luego apretó la empuñadura con ambas manos y se dirigió al vasto zaguán donde flotaba la reluciente aparición—. Deseadme suerte —dijo. Cualquier otra frase hubiera tenido resonancias demasiado ampulosas.

Alargó los brazos, situando la espada al nivel de la imagen de fuego verde y, fortaleciéndose, se acercó a ella y tocó con la punta del arma el ardiente encantamiento.

El resultado fue satisfactoriamente espectacular. Al contacto con la espada, la candente cara hizo explosión con una detonación tan fuerte que debió de hacer añicos todos los cristales que se hallaban en un radio de un kilómetro, y una cascada de chispas multicolores llovió sobre Sparhawk.

Éste y sus amigos cayeron violentamente al suelo, y los cadáveres que aún montaban guardia ante el palacio fueron abatidos como hierba recién segada. Sparhawk sacudió la cabeza para ahuyentar el estruendo que persistía en sus oídos y miró el portal mientras se ponía trabajosamente en pie. Una de las colosales puertas había quedado partida por la mitad y la otra pendía precariamente de un solo gozne. La aparición se había esfumado y sólo quedaban de ella algunos jirones de humo deshilachado. En las profundidades del palacio sonó un prolongado chillido de dolor, semejante al de un murciélago.

—¿Estáis todos bien? —gritó Sparhawk, mirando a sus amigos. Estaban levantándose con la mirada algo vagarosa.

—Estrepitoso —fue cuanto dijo Ulath.

—¿Quién hace ese ruido adentro? —preguntó Kalten.

—Otha, supongo —respondió Sparhawk—. Se pasa un mal rato cuando a uno le desbaratan un hechizo. —Recogió los guanteletes y la bolsa de malla.

—¡Talen! —gritó Kurik—. ¡No!

El chiquillo, sin embargo, ya se había adentrado en el zaguán.

—No parece que haya nada aquí, padre —informó, ya de vuelta—. Puesto que no he desaparecido en una nube de humo, creo que podemos afirmar que es un lugar seguro.

Kurik comenzó a avanzar hacia el muchacho, tendiendo afanosamente las manos. Luego volvió a planteárselo y se detuvo, murmurando imprecaciones.

—Entremos —indicó Sephrenia—. Estoy convencida de que todas las patrullas han oído la explosión. Confiemos en que lo hayan atribuido a un trueno, pero es seguro que algunos de ellos vendrán a investigar.

Sparhawk volvió a guardar la bolsa debajo del cinturón.

—Nos conviene escabullimos en cuanto estemos dentro. ¿Qué dirección debemos tomar?

—Girad a la izquierda una vez que hayáis traspuesto el umbral. Los pasadizos de ese lado conducen a las cocinas y los almacenes.

—De acuerdo pues. Adelante.

Aquel peculiar olor que Sparhawk había advertido al entrar en la ciudad era más intenso en los oscuros pasillos del palacio. Los caballeros avanzaron con cautela, escuchando los ecos de los gritos de los guardias de élite. En el palacio reinaba una gran agitación, e incluso en un lugar tan vasto como aquél era inevitable encontrarse con alguien. En la mayoría de los casos, Sparhawk y sus amigos evitaron a la gente introduciéndose simplemente en las oscuras cámaras que flanqueaban los corredores. En otros, no obstante, ello no era posible, pero los caballeros de la Iglesia eran combatientes mucho más expertos que los zemoquianos, y el ruido que producían las refriegas quedaba sofocado por los gritos que resonaban en los pasadizos. Caminaban a paso rápido, con las armas prestas.

Casi una hora después entraron en una gran cocina de repostería cuyas hileras de hogares propagaban un aceptable grado de luz. Se detuvieron allí y atrancaron las puertas.

—Estoy desorientado —confesó Kalten, robando un pastelillo—. ¿Hacia dónde vamos?

—Por esa puerta, creo —repuso Sephrenia—. Todas las cocinas dan a un corredor que conduce a la sala del trono.

—¿Otha come en la sala del trono? —preguntó, sorprendido, Bevier.

—Otha apenas se mueve —respondió la estiria—. Ya no puede caminar.

—¿Qué lo dejó imposibilitado?

—Su apetito. Otha come casi constantemente, y nunca ha sido aficionado a hacer ejercicio. Tiene las piernas demasiado débiles para sostenerle el cuerpo.

—¿Cuántas puertas hay en la sala del trono? —inquirió Ulath.

—Cuatro, me parece —respondió, tras hacer memoria—. La de las cocinas, otra que proviene de las estancias de palacio y la que da a los aposentos privados de Otha.

—¿Y la última?

—La última entrada no tiene puerta. Es la abertura que conduce al laberinto.

—Lo primero que hemos de hacer pues es obstruirlas. Así podremos conversar con Otha en la intimidad.

—Y con quien quiera que le haga compañía —añadió Kalten—. Me pregunto si Martel habrá conseguido llegar aquí. —Tomó otro pastel.

—Hay un modo de averiguarlo —zanjó Tynian.

—Dentro de un momento —dijo Sparhawk—, ¿Qué es ese laberinto que habéis mencionado, Sephrenia?

—Es el camino que lleva al templo. Hubo un tiempo en que a la gente la fascinaban los laberintos. Es muy complicado y muy peligroso.

—¿Es la única vía para llegar al templo? La mujer asintió.

—¿El común de los fieles pasan por la sala del trono para ir al templo?

—Los fieles ordinarios no van al templo, Sparhawk... Sólo los sacerdotes y los que se inmolan en sacrificios.

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