La rosa de zafiro (74 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La rosa de zafiro
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Entraron en la basílica todavía enlodados y sucios del viaje y se encaminaron directamente a las oficinas administrativas del segundo piso.

—Traemos noticias urgentes al archiprelado —anunció Vanion a uno de los eclesiásticos de negra sotana, que permanecía sentado frente a ornados escritorios manoseando papeles y tratando de afectar importancia.

—Me temo que ello es del todo imposible —contestó el clérigo, con una desdeñosa mirada a las encenagadas vestiduras de Vanion—. Sarathi se encuentra en estos momentos reunido con una representación de primados cammorianos. Es una conferencia crucial que no debe ser interrumpida por ningún insignificante despacho militar. ¿Por qué no volvéis mañana?

Con las ventanas de la nariz dilatadas, Vanion se echó atrás la capa para que no le estorbara los movimientos del brazo con que se proponía empuñar la espada. Antes de que la situación se agravara, no obstante, Émban se acercó por el pasillo.

—¿Vanion? —exclamó—, ¿y Sparhawk? ¿Cuándo habéis regresado?

—Acabamos de llegar, Su Ilustrísima —repuso Vanion—. Parece que existen ciertas objeciones respecto a nuestras credenciales.

—No en lo que a mí concierne. Será mejor que entréis.

—Pero, Su Ilustrísima —arguyó el eclesiástico—, Sarathi está reunido con los patriarcas cammorianos, y hay otras delegaciones que esperan y que son mucho más... —Calló al ver que Emban se volvía lentamente hacia él.

—¿Quién es este hombre? —Emban pareció dirigir la pregunta al techo. Después miró al hombre sentado detrás de la mesa—. Id a hacer el equipaje —le indicó—. Vais a iros de Chyrellos mañana a primera hora. Llevaos ropa de abrigo. El monasterio de Husdal está en el norte de Thalesia y hace mucho frío allí en esta época del año.

Los primados cammorianos fueron despedidos en breve, y Emban introdujo a Sparhawk y a los demás en la estancia donde aguardaban Dolmant y Ortzel.

—¿Por qué no nos avisasteis? —preguntó Dolmant.

—Pensamos que Wargun se encargaría de ello, Sarathi —adujo Vanion.

—¿Confiasteis en Wargun para hacer llegar un mensaje de tal importancia? Bien, ¿qué ocurrió? Con alguna que otra intervención de sus amigos, Sparhawk expuso los azares del viaje a Zemoch y lo que había sucedido allí.

—¿Kurik? —dijo Dolmant con voz llena de aflicción en cierto momento de la narración. Sparhawk asintió mudamente.

—Imagino que alguno de vosotros haría algo para vengarlo —dijo, cabizbajo y apenado, con tono casi salvaje.

—Su hijo se ocupó de ello —respondió Sparhawk.

Dolmant, que estaba al corriente del irregular parentesco de Talen, miró al muchacho con cierta sorpresa.

—¿Cómo conseguiste matar a un guerrero acorazado con armadura, Talen? —le preguntó.

—Lo apuñalé por la espalda, Sarathi —repuso Talen con voz inexpresiva—, justo en los riñones. Sparhawk tuvo que ayudarme para clavarle la espada, sin embargo, porque yo no podía traspasarle la armadura solo.

—¿Y qué será de ti, hijo mío? —inquirió con tristeza Dolmant.

—Vamos a concederle unos años más, Sarathi —explicó Vanion—, y luego lo incorporaremos a la orden pandion como novicio... junto con los otros hijos de Kurik. Sparhawk se lo prometió a su padre.

—¿Es que nadie va a consultarme a mí —preguntó Talen con tono ofendido.

—No —le respondió Vanion—, no pensamos hacerlo.

—¿Un caballero? —protestó Talen—. ¿Yo? ¿Acaso habéis perdido todos el juicio?

—No es tan malo, Talen. —Berit sonrió—. Una vez que te has acostumbrado.

A medida que Sparhawk proseguía con el relato, las implicaciones teológicas de lo ocurrido iban sumiendo a Ortzel en un estado de pura estupefacción.

—Y eso es más o menos lo que ocurrió —concluyó Sparhawk—. Voy a tardar bastante tiempo en digerir mentalmente todo esto..., tal vez el resto de mi vida..., e incluso entonces habrá un buen número de cosas que seguiré sin comprender.

Dolmant se arrellanó con aire pensativo en la silla.

—Creo que el Bhelliom, y los anillos, deberían ser custodiados por la Iglesia —dijo.

—Lo siento, Sarathi —se disculpó Sparhawk—, pero ello es imposible.

—¿Cómo decís?

—Ya no tenemos el Bhelliom.

—¿Qué hicisteis con él?

—Lo arrojamos al mar, Sarathi —respondió Bevier. Dolmant lo miró, consternado.

—¿Sin el permiso de la Iglesia? —casi gritó, poniéndose en pie y con expresión ofendida, Ortzel—. ¿Ni siquiera buscasteis consejo en Dios?

—Actuamos siguiendo instrucciones de otro dios, Su Ilustrísima —repuso Sparhawk—. De una diosa, a decir verdad —precisó.

—¡Herejía! —tronó Ortzel.

—No lo creo así —disintió Sparhawk—. Aphrael fue quien me entregó el Bhelliom. Lo subió del abismo de la cueva de Ghwerig. Después de hacer lo que era preciso realizar con él, era justo devolvérselo. No lo quería para ella. Me indicó que lo lanzara al mar y así lo hice. En fin de cuentas, tenemos la obligación de ser corteses.

—¡La cortesía no es de uso en situaciones como ésta! —estalló Ortzel—. ¡El Bhelliom es demasiado importante para ser tratado como una vulgar chuchería! ¡Regresad y recuperadlo de inmediato y entregadlo a la Iglesia!

—Me parece que tiene razón, Sparhawk —lo apoyó gravemente Dolmant—. Vais a tener que recobrarlo.

—Como queráis, Sarathi —replicó Sparhawk, encogiéndose de hombros—. Comenzaremos en cuanto nos digáis en qué océano hemos de buscar.

—No iréis a decirme... —Dolmant los miró con desfallecimiento.

—No tenemos la más remota idea, Sarathi —le aseguró Ulath—. Aphrael nos llevó a un acantilado situado en una costa para nosotros desconocida, y arrojamos el Bhelliom al mar. Podría tratarse de cualquier costa de cualquier océano. ¿Existen océanos en la luna? Me temo que el Bhelliom ha desaparecido definitivamente.

Los prelados se quedaron mirándolo con patente consternación.

—De todas formas, no creo que vuestro Dios elenio quiera el Bhelliom para nada —dijo Sephrenia al archiprelado—. Me parece que vuestro Dios, al igual que los demás, se siente muy aliviado al saber que ha desaparecido. Yo diría que los asusta a todos. Sé, en todo caso, que asustaba a Aphrael. —Hizo una pausa—. ¿Habéis reparado en lo largo y triste que ha sido este invierno? —les preguntó—. ¿Y en lo desanimados que estamos todos?

—Han sido tiempos agitados, Sephrenia —le recordó Dolmant.

—En efecto, pero no he visto que os pusierais a saltar de alborozo al enteraros de que Azash y Otha han perecido. Ni siquiera eso es capaz de elevaros la moral. Los estirios creían que el invierno es un estado mental de los dioses. En Zemoch ocurrió algo que no había ocurrido antes.

Averiguamos de una vez por todas que los dioses también son perecederos. Dudo mucho que alguno de nosotros note el advenimiento de la primavera en el alma hasta que nuestros dioses hayan podido hacerse cargo de esa realidad. Ahora están distraídos y amedrentados, y escasamente interesados por nuestros problemas. Me temo que nos han dejado al cuidado de nosotros mismos durante un tiempo. Por algún motivo desconocido nuestra magia no parece surtir efecto. Ahora estamos completamente solos, Dolmant, y habremos de soportar este interminable invierno hasta que los dioses regresen.

—Me turbáis, pequeña madre —observó Dolmant, volviendo a arrellanarse en la silla. Se frotó cansinamente los ojos—. Os seré franco, no obstante. Yo mismo he experimentado en carne propia la desesperación de este invierno. En una ocasión me desperté a medianoche sollozando de forma incontrolable, y desde entonces no he sonreído ni he sentido alegría. Pensaba que sólo era yo, pero quizá no sea así.—Calló un momento—. Y ello nos enfrenta a nuestras obligaciones como representantes de la Iglesia. Debemos hallar a todo coste la mañera de distraer a los fieles de esta desesperación universal; algo que les dé un propósito, ya que no alegría. ¿Qué podría ser?

—La conversión de los zemoquianos, Sarathi —respondió Bevier con sencillez—. Hace eras que adoran a un dios maligno y ahora se han quedado sin él. ¿Qué mejor tarea para la Iglesia?

—Bevier —ironizó Emban con expresión afligida—, ¿os esforzáis por casualidad en alcanzar el estado de santidad? —Miró a Dolmant—. Es, sin embargo, una excelente idea, Sarathi. Mantendría a los creyentes ocupados. De eso no cabe duda.

—En ese caso será mejor que contengáis a Wargun, Su Ilustrísima —aconsejó Ulath—. Está apostado en Kadum y, en cuanto el terreno esté lo bastante seco como para que los caballeros se mantengan en pie, va a avanzar hacia Zemoch a matar cuanto encuentre a su paso.

—Yo me ocuparé de eso —prometió Emban—, aunque tenga que cabalgar en persona hasta

Kadum y llamarlo al orden.

—Azash es..., era... un dios estirio —señaló Dolmant—, y los sacerdotes elenios nunca han obtenido buenos resultados al tratar de convertir a los estirios. Sephrenia, ¿podríais ayudarnos? Encontraría incluso la manera de investiros de autoridad y de un estado oficial.

—No, Dolmant —respondió con firmeza la mujer.

—¿Por qué todo el mundo me responde con negativas hoy? —se lamentó el archiprelado—.

¿Cuál es el problema, pequeña madre?

—No voy a colaborar con vosotros para convertir a los estirios a una religión pagana, Dolmant.

—¿Pagana? —casi se atragantó Dolmant.

—Es una palabra que se utiliza para designar a alguien que no profesa la verdadera fe, Su Ilustrísima.

—Pero la fe elenia es la fe verdadera.

—No para mí. Encuentro repugnante vuestra religión. Es cruel, rígida, implacable y farisaica. Carece de toda humanidad, y la rechazo. No pienso ayudaros en vuestro afán ecuménico, Dolmant. Si os ayudara a convertir a los zemoquianos, vuestra próxima meta sería Estiria Occidental, y allí sería donde vos y yo nos enfrentaríamos en declarado combate. —Entonces sonrió tiernamente, sorprendiéndolos—. En cuanto se encuentre un poco mejor, creo que sostendré una pequeña charla con Aphrael. Es posible que a ella también le interesen los zemoquianos. —La sonrisa que entonces dedicó a Dolmant era casi radiante—. Ello nos situaría en lados opuestos de la barrera, ¿no es cierto, Sarathi? —sugirió—. Mis mejores deseos están con vos, querido amigo, pero, como dicen, que gane el mejor.

El tiempo apenas sufrió alteración mientras cabalgaban hacia el oeste, pues, aunque la lluvia había cesado casi por completo, el cielo permanecía nublado y el viento aún tenía la gelidez del invierno. Su punto de destino era Demos. Llevaban a Kurik a casa. Sparhawk no ardía precisamente en deseos de anunciar a Aslade que finalmente había conseguido que su marido hallara la muerte. La melancolía que se había abatido sobre la tierra desde el fallecimiento de Azash se había agudizado por el carácter funerario de su viaje. Los armeros de la casa pandion de Chyrellos habían reparado las mellas de las armaduras de Sparhawk y sus amigos y habían incluso limpiado casi toda su herrumbre, y ahora cabalgaban, además, con un lujoso carruaje negro que transportaba el cadáver de Kurik.

Acamparon en un bosquecillo cercano al camino, a unas cinco leguas de Demos, y Sparhawk y los otros caballeros prepararon su armadura. Habían decidido por común acuerdo llevar su atuendo de ceremonia al día siguiente. Cuando consideró que tenía correctamente dispuesta la indumentaria, Sparhawk cruzó el campamento en dirección al negro vehículo que se encontraba a cierta distancia del fuego. Talen se levantó y se reunió con él.

—Sparhawk —le dijo mientras caminaban.

—¿Sí?

—¿No os habréis tomado en serio esa idea?

—¿De qué idea hablas?

—De ponerme en el noviciado de los pandion.

—Sí. Le prometí algunas cosas a tu padre.

—Me escaparé.

—Entonces te atraparé... o enviaré a Berit para que te dé alcance él.

—Eso no es justo.

—No esperarías realmente que la vida lanzara los dados con honradez, ¿verdad?

—Sparhawk, no quiero ir a la escuela de caballeros.

—No siempre se logra lo que se quiere, Talen. Esto es algo que tu padre quería y no pienso faltar a mi palabra.

—¿Y qué hay de mí? ¿Qué importancia tiene lo que yo deseo?

—Eres joven. Te adaptarás. Al cabo de un tiempo, puede que incluso descubras que te gusta.

—¿Adonde vamos ahora? —preguntó Talen con cara larga.

—Voy a visitar a tu padre.

—Oh. Entonces volveré al fuego. Prefiero recordarlo como era.

El carruaje crujió cuando Sparhawk subió y se sentó junto al silencioso cuerpo de su escudero. Permaneció callado un buen rato. El dolor se había mitigado en su interior, sustituido por un profundo pesar.

—Hemos recorrido un largo camino juntos, ¿no es cierto, viejo amigo? —dijo al cabo—. Ahora te vas a casa a descansar y yo tengo que continuar solo. —Sonrió tenuemente en la oscuridad—. Fue una desconsideración por tu parte, Kurik. Esperaba envejecer contigo.

Continuó sentado sin decir nada durante unos momentos.

—He realizado gestiones para asegurar el futuro de tus hijos —añadió—. Estarás muy orgulloso de ellos..., incluso de Talen, aun cuando seguramente tardará un poco en asumir la necesidad de ser una persona respetable.

—Le daré la noticia a Aslade de la manera menos perturbadora posible —prometió. Después apoyó la mano en las de Kurik—. Adiós, amigo mío —dijo.

La parte que más temía, anunciar la desgracia a Aslade, resultó innecesaria, ya que ella ya estaba al corriente. Llevaba un vestido de campesina negro cuando salió a recibirlos en la verja de la granja donde ella y su marido habían trabajado tantos años. Sus cuatro hijos, altos como jóvenes árboles, permanecían de pie a su lado, también vestidos con sus mejores ropas. La sombría expresión de sus rostros indicó a Sparhawk la inutilidad de pronunciar el discurso que tan cuidadosamente había preparado.

—Ocupaos de vuestro padre —dijo Aslade a sus hijos. Estos asintieron y se encaminaron al negro carruaje.

—¿Cómo os habéis enterado? —le preguntó Sparhawk después de que ella lo hubo abrazado.

—Esa niña nos lo dijo —respondió simplemente—. La que trajisteis con vos cuando partíais hacia Chyrellos. Se presentó en la puerta una tarde y nos lo anunció. Después se marchó.

—¿Creísteis lo que os dijo?

—Sabía que debía creerla. No es como los demás niños.

—No, no lo es. Lo siento muchísimo, Aslade. Cuando Kurik comenzó a hacerse viejo, debí obligarlo a quedarse en casa.

—No, Sparhawk. Eso le habría partido el corazón. Sin embargo, tendréis que ayudarme en algunas cuestiones ahora.

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