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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La rosa de zafiro (48 page)

BOOK: La rosa de zafiro
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El beso se prolongó cierto tiempo, y al cabo de unos momentos él notó una pequeña mano que se deslizaba acariciante por su cuello para quitarle la corona. Echó la cabeza hacia atrás y se miro en sus brillantes ojos grises. Luego le quitó despacio la corona y dejó que el velo se deslizara hasta el suelo. Gravemente, se desanudaron las ataduras de las capas de armiño y las dejaron caer.

La ventana estaba abierta y la brisa de la noche agitaba las diáfanas cortinas, transportando los sonidos nocturnos de Chyrellos, que quedaba abajo, lejos de ellos. Sparhawk y Ehlana no sintieron la brisa y solamente oyeron el latido de sus corazones.

Las velas ya no ardían, pero la oscuridad no reinaba en la habitación. La luna había salido, una luna llena que bañaba la noche con una pálida luminiscencia plateada que parecía quedar prendida en la delicada trama de las cortinas, de las cuales emanaba un sutil resplandor más perfecto que la luz de cualquier vela.

Era muy tarde... o, para ser precisos, muy temprano. Sparhawk se había quedado adormilado unos momentos, pero su pálida esposa, envuelta en luz de luna, lo despertó.

—Nada de dormir —le prohibió—. Sólo tenemos esta noche y no vais a desperdiciarla durmiendo.

—Lo siento —se disculpó—. He tenido un día agitado.

—Y también la noche —agregó ella con una sonrisita—. ¿Sabíais que roncáis como un condenado?

—Será la nariz rota.

—Esto puede convertirse en un problema con el tiempo, cariño. Yo tengo el sueño muy ligero.

—Ehlana se acurrucó en sus brazos y suspiró de satisfacción—. Oh, esto es muy hermoso —dijo—. Debimos casarnos hace años.

—Creo que vuestro padre se habría opuesto... y, si él no hubiera planteado ninguna objeción, seguro que Rolo sí lo habría hecho. ¿Qué fue de Rolo, por cierto?

—Se le salió todo el relleno después de que mi padre os enviara al exilio. Lo lavé y luego lo doblé y lo puse en el estante de arriba de mi armario. Haré que lo rellenen de nuevo cuando nazca nuestro primer hijo. Pobre Rolo. Padeció muy malas condiciones tras vuestra partida. Lloré a mares sobre él y durante varios meses fue un animalito constantemente empapado.

—¿De veras me echasteis tanto de menos?

—¿Echaros de menos? Creí morirme. Quería morirme. La estrechó con más fuerza en sus brazos.

—Y ahora —propuso ella—, ¿por qué no hablamos de ello?

—¿Tenéis que decir absolutamente todo lo que se os pasa por la cabeza? —le preguntó él, riendo.

—Cuando estamos solos, sí. No tengo secretos para vos, esposo mío.—Recordó algo—. Me habéis prometido que ibais a explicarme lo de esa música que hemos oído durante la ceremonia.

—Era Aphrael. Tendré que consultarle a Sephrenia, pero sospecho que nos hemos casado por más de una religión.

—Estupendo. Así tendré doble ascendiente sobre vos.

—Sabéis que no lo necesitáis. Me tenéis esclavizado desde que teníais seis años.

—Qué encantador —exclamó con arrobo, pegándose aún más a él—. Dios sabe que lo intentaba. —Abrió una pausa—. Debo decir, no obstante, que estoy un poco molesta con vuestra impertinente diosa estigia. Siempre parece estar en todas partes. Hasta no me extrañaría que ahora mismo estuviera escondida en un rincón. —Calló de repente y se incorporó en la cama—. ¿Creéis que podría estar aquí?—preguntó un tanto consternada.

—No me extrañaría. —Estaba tomándole el pelo de forma evidente y deliberada.

—¡Sparhawk! —La pálida luz de la luna le impedía confirmarlo, pero Sparhawk tenía la firme sospecha de que su esposa se había ruborizado violentamente.

—No os preocupéis, amor mío. —Soltó una carcajada—. Aphrael es exquisitamente educada y no se le ocurriría hacer el papel de intrusa.

—Pero no podemos estar seguros. No sé si acaba de gustarme. Tengo la sensación de que siente una especial atracción por vos y no me hace gracia la idea de tener competidoras inmortales.

—No seáis ridícula. Es una niña.

—Yo sólo tenía cinco años cuando os vi por primera vez, Sparhawk y decidí casarme con vos en el minuto exacto en que entrasteis en la habitación.

Bajó de la cama, se encaminó a la resplandeciente ventana y apartó las cortinas. La pálida luz de la luna le confirió el aspecto de una estatua de alabastro.

—¿No deberíais poneros algo encima? —sugirió—. Estáis exponiéndoos al escrutinio público.

—Hace horas que todo el mundo duerme en Chyrellos. Además, estamos seis pisos más arriba de la calle. Quiero mirar la luna. Me siento muy unida a ella y quiero que sepa lo feliz que soy.

—Pagana. —Sonrió.

—Ya que lo decís, supongo que sí lo soy —reconoció—, pero todas las mujeres sienten un cariño especial por la luna. Nos afecta de un modo que los hombres sois incapaces de comprender. Sparhawk saltó de la cama y se reunió con ella en la ventana. La luna estaba muy pálida y brillante, pero el hecho de que su blanquecina luz apagara todos los colores disimulaba hasta cierto punto la ruina en que el asedio de Martel había convertido la Ciudad Sagrada. Las estrellas resplandecían en el cielo y, aunque no había en ello nada especial, a ellos les parecían especialmente rutilantes en esa noche señalada.

Ehlana cruzó los brazos y suspiró.

—Me pregunto si Mirtai estará durmiendo junto a la puerta —dijo—. Siempre lo hace, ¿sabéis? ¿No estaba encantadora esta noche?

-Oh, sí. No había tenido ocasión de decíroslo, pero Kring está loco por ella. No había visto a un hombre tan arrebatado de amor.

—Al menos él es franco y honrado admitiéndolo. Yo tengo que sacaros con pinzas las palabras afectuosas.

—Sabéis que os amo, Ehlana. Siempre os he amado.

—Eso no es del todo cierto. Cuando todavía llevaba a Rolo arrastrando, no experimentabais más que un tibio afecto por mí.

—Era algo más que eso.

—¿Oh, de veras? Recuerdo las apesadumbradas miradas que me dedicabais cuando me comportaba de manera pueril o alocada, mi noble príncipe consorte. —Frunció el entrecejo—. Este título es muy altisonante. Cuando vuelva a Cimmura, creo que mantendré una conversación con Lenda. Me parece que hay un ducado libre en algún sitio... o, si no lo hay, haré que dejen vacante alguno. De cualquier forma voy a desposeer de sus honores a unos cuantos partidarios de Annias. ¿Os gustaría ser un duque, Su Excelencia?

—Gracias de todos modos, Su Majestad, pero creo que puedo prescindir de la altisonancia de títulos adicionales.

—Pero yo quiero otorgaros títulos.

—Personalmente me parece bien el de «marido».

—Cualquier hombre puede ser un marido.

—Pero yo soy el único que tenéis vos.

—Oh, qué bien suena. Practicad un poco, Sparhawk, y puede que incluso os convirtáis en un perfecto gentilhombre.

—La mayoría de los perfectos gentilhombres que conozco son cortesanos y no suelen inspirar un gran aprecio al común de la gente. La reina se estremeció.

—Tenéis frío —la acusó—. Os he dicho que os pusierais algo.

—¿Para qué necesito ropa cuando tengo a este apuesto y cálido marido a mano? Se inclinó, la tomó en brazos y la trasladó de vuelta al lecho.

—Había soñado con esto —confesó mientras él la depositaba blandamente en la cama, se tumbaba a su lado y estiraba la sábana sobre ellos—. ¿Sabéis una cosa, Sparhawk? —Volvió a apretarse contra él—. Me preocupaba lo que ocurriría esta noche. Pensaba que estaría paralizada por los nervios y la timidez, pero no lo estoy... ¿y sabéis por qué?

—No, me parece que no.

—Creo que es porque en el fondo ya estábamos casados desde el primer momento en que os puse los ojos encima. Lo único que hacíamos era esperar a que yo creciera para poder formalizar la situación. —Lo besó largamente—. ¿Qué hora debe de ser?

—Faltan un par de horas para el amanecer.

—Perfecto. Aún nos queda mucho tiempo. Vais a tener cuidado en Zemoch, ¿verdad?

—Haré todo lo posible.

—Por favor, no hagáis proezas sólo para impresionarme, Sparhawk. Ya estoy impresionada.

—Tendré cuidado —prometió.

—Hablando de lo cual... ¿Queréis mi anillo ahora?

—¿Por qué no me lo dais en público? Así Sarathi verá cómo cumplimos la parte convenida en el trato.

—¿Me comporté tan terriblemente con él?

—Lo desconcertasteis un poco. Sarathi no está acostumbrado a tratar con mujeres como vos. Me parece que lo turbáis un poco, amor mío.

—¿También os desconcierto a vos, Sparhawk?

—No realmente. En fin de cuentas, yo os eduqué, y estoy acostumbrado a vuestros pequeños caprichos.

—Sois un tipo en verdad afortunado. Son muy pocos los hombres que tienen la oportunidad de criar a sus propias esposas. Esto podría daros que pensar de camino a Zemoch.—Le tembló la voz y dejó escapar un súbito sollozo—. Juré que no lo haría —gimió—. No quiero que me recordéis toda llorosa.

—Es normal, Ehlana. Yo también siento más o menos lo mismo.

—¿Por qué tiene que discurrir tan deprisa la noche? ¿Podría esa Aphrael evitar que el sol saliera si se lo pidiéramos? ¿O podríamos quizá lograrlo con el Bhelliom?

—No creo que nada en el mundo tenga poder para ello, Ehlana.

—¿Para qué sirven entonces?

Se puso a llorar y él la tomó en sus brazos y la mantuvo rodeada con ellos hasta que hubo cesado la crisis de llanto. Después la besó tiernamente. A ese beso siguieron otros, y el resto de la noche transcurrió sin más lágrimas.

Capítulo 20

Pero por qué tiene que ser en público?—preguntó Sparhawk, paseando de un lado a otro para asentar las piezas de la armadura.

—Eso es lo que espera todo el mundo, querido —respondió con calma Ehlana—. Ahora sois un miembro de la familia real y estáis obligado a aparecer en público en ciertas ocasiones. Con el tiempo uno va acostumbrándose. —Ehlana estaba sentada frente al tocador, vestida con una túnica de terciopelo azul ribeteada con piel.

—No es peor que un torneo, mi señor —observó Kurik—. Éstos también son públicos. ¿Y ahora vais a parar de caminar arriba y abajo para que os pueda poner bien el cinto?

Kurik, Sephrenia y Mirtai habían llegado a la estancia nupcial con la salida del sol, Kurik trayendo la armadura de Sparhawk, Sephrenia, flores para la reina, y Mirtai, el desayuno. Emban también había ido con ellos y lo que él había traído era la noticia de que la ceremonia de despedida tendría lugar en las escalinatas de la basílica.

—No hemos dado explicaciones detalladas a las tropas de Wargun, Sparhawk —advirtió el obeso eclesiástico—, de modo que convendría que no concretarais mucho si os ponéis a pronunciar discursos. Os ofreceremos una calurosa despedida e insinuaremos el hecho de que vos solo vais a salvar el mundo. Como estamos acostumbrados a mentir, sonará incluso convincente. Es una tontería, claro está, pero apreciaríamos vuestra colaboración. La moral de los ciudadanos y en especial la de los ejércitos de Wargun es muy importante en estos momentos. —En su redonda cara se proyectó la sombra de una decepción—. He propuesto que os hiciéramos realizar algo espectacular que involucrara la magia, pero Sarathi se ha negado en redondo.

—Vuestra tendencia a la teatralidad es a veces exagerada, Emban —le dijo Sephrenia que, con las manos ocupadas con un peine y un cepillo, hacía experimentos con el peinado de Ehlana.

—Yo me crié en el seno del pueblo, Sephrenia —replicó Emban—. Mi padre era un tabernero, y sé cómo complacer a una multitud. A la plebe le agrada el espectáculo, y eso es lo que yo quería proporcionarles.

Sephrenia había levantado el pelo de Ehlana, recogiéndolo en masa encima de la cabeza de la reina.

—¿Qué os parece, Mirtai?—inquirió.

—Me gustaba más como estaba antes —respondió la giganta.

—Ahora está casada. Antes llevaba el cabello como lo llevaría una chica joven. Tenemos que modificarlo para indicar que es una mujer casada.

—Marcadla. —Mirtai se encogió de hombros—. Eso es lo que hace mi gente.

—¿Que hacen qué?—exclamó Sephrenia.

—En mi pueblo, cuando una mujer se casa se le imprime con hierro candente la marca de su esposo... normalmente en el hombro.

—¿Para indicar que es de su propiedad? —preguntó con desdén la reina—. ¿Y qué clase de marca lleva el marido?.

—La marca de su mujer. En nuestra cultura, el matrimonio no es algo que se tome a la ligera.

—Comprendo —dijo Kurik con cierta admiración.

—Comed el desayuno antes de que se enfríe, Ehlana —ordeno Mirtai.

—La verdad es que no me apetecen mucho todas esas frituras, Mirtai.

—No es para vos. Mi gente otorga mucha importancia a la noche de bodas porque muchas novias quedan embarazadas entonces... O eso dicen. Aunque eso podría ser consecuencia de prácticas llevadas a cabo antes de la ceremonia.

—¡Mirtai! —la reprendió Ehlana, ruborizándose.

—¿Queréis decir que vos no lo hicisteis? Me decepcionáis.

—No se me ocurrió —confesó Ehlana—. ¿Por qué no dijisteis algo, Sparhawk?

—¿Por qué no me largo? —se preguntó sin esperar respuesta Emban, violentamente sonrojado—. Tengo un millón de asuntos que atender. —Y sin más, salió de la habitación.

—¿Ha sido algo que he dicho yo? —preguntó Mirtai con inocencia.

—Emban es un clérigo, querida —le hizo ver Sephrenia, tratando de reprimir una carcajada—. Los clérigos prefieren no saber mucho de estas cuestiones.

—Qué necios. Comed, Ehlana.

La reunión al pie de las escalinatas de la basílica no fue tanto una ceremonia como una de esas solemnes representaciones algo triviales que se ofrecen para diversión del público. Dolmant estaba allí para aportar solemnidad al acto. Los reyes, tocados con corona y vestidos con empaque, estaban presentes para dar un tono oficial, y los preceptores de las órdenes militantes para agregar un aire marcial. Dolmant dio inicio al acto con una plegaria, a la cual siguieron breves alocuciones de los monarcas y luego las disertaciones algo más largas de los preceptores. Después Sparhawk y sus compañeros se arrodillaron para recibir la bendición del archiprelado, y la despedida entre Ehlana y su príncipe consorte puso el broche final al espectáculo. Volviendo a adoptar el tono oratorio, la reina de Elenia ordenó a su paladín que atacara y venciera. Concluyó quitándose el anillo y entregándoselo a él en señal de su especial favor. Él correspondió a su gesto sustituyéndolo en su dedo con una sortija coronada con un diamante en forma de corazón. Talen se había mostrado un poco evasivo sobre cómo había llegado a sus manos la joya cuando la había regalado a Sparhawk justo antes de la ceremonia.

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