La rosa de zafiro (51 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La rosa de zafiro
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—Entonces Azash debe de haberse enterado cuando Sparhawk salió de la caverna con el Bhelliom y los anillos —infirió Tynian—, y debe de haberlo seguido.

—Con intenciones hostiles —agrego Talen.

—Ya lo ha hecho antes. —Kurik se encogió de hombros—. Mandó al damork para que siguiera los pasos de Sparhawk por todo Rendor y luego al Buscador para intentar agotarnos en Lamorkand. Al menos tiene hábitos previsibles.

—Me parece que estamos pasando por alto algo —señalo Bevier, frunciendo el entrecejo.

—¿Como por ejemplo? —inquirió Kalten.

—No acabo de dilucidar qué es —admitió Bevier—, pero tengo el presentimiento de que se trata de algo bastante importante.

Salieron de Kadach al amanecer y cabalgaron en dirección este hacia la ciudad de Moterra bajo un cielo todavía gris y encapotado. El lóbrego día, sumado a la conversación de la noche anterior, los había sumido en el abatimiento y la depresión, y entre ellos reinaba un casi absoluto silencio. Hacia mediodía, Sephrenia propuso que pararan.

—Caballeros —señaló con firmeza—, esto no es una procesión funeraria.

—Podríais equivocaros en eso, pequeña madre —disintió Kalten—. No encontré nada digno de levantarme el ánimo en la discusión que sostuvimos anoche.

—Creo que será mejor que todos comencemos a centrar el pensamiento en cosas agradables —aconsejó—. Vamos al encuentro de un peligro considerable. No lo magnifiquemos agregándole la melancolía y el abatimiento. La gente que piensa que va a perder suele acabar derrotada.

—Hay mucho de cierto en ello —convino Ulath—. Uno de mis hermanos caballeros de Heid está totalmente convencido de que todos los dados del mundo están en contra de él. Nunca lo he visto ganar una partida... ni siquiera una vez.

—Si jugaba con vuestros dados, comprendo el porqué —acusó Kalten.

—Me ofendéis —replicó Ulath con tono quejumbroso.

—¿Lo suficiente como para deshaceros de vuestros dados?

—Bueno, no, no tanto. Sin embargo, deberíamos hallar un tema de conversación alentador,

—Podríamos buscar una taberna al borde del camino y emborracharnos —apunto Kalten, esperanzado.

—No. —Ulath sacudió la cabeza—. Sé por experiencia que la cerveza agrava el abatimiento. Después de cuatro o cinco horas de estar bebiendo, acabaríamos llorando a lágrima viva.

—Podríamos cantar himnos —propuso animadamente Bevier

Kalten y Tynian intercambiaron una mirada y suspiraron al unísono.

—¿Os he contado lo de aquella vez cuando estaba en Cammoria y esa dama de alta alcurnia se enamoró de mí? —preguntó Tynian

—No que yo recuerde —se apresuró a responder Kalten.

—Bien, según recuerdo...

Ése fue el comienzo de la larga, divertida y algo subida de tono exposición de lo que casi con seguridad era una aventura amorosa completamente ficticia. Ulath relató luego la anécdota del infortunado caballero genidio que despertó una pasión en el corazón de una ogresa. Su descripción del canto de la hembra abrasada de amor provocó en ellos irreprimibles carcajadas. Las historias, profundamente aderezadas con detalles humorísticos, les levantaron el ánimo y a la puesta del sol, cuando se detuvieron para pasar la noche, todos se sentían mejor.

Aun reponiendo con frecuencia la monturas, tardaron doce días en llegar a Moterra, una ciudad de escaso atractivo asentada en un llano pantanoso que se extendía a partir de la bifurcación occidental del río Geras. Entraron en la población alrededor de mediodía y, una vez más, Sparhawk y Kurik salieron a realizar indagaciones mientras el resto del grupo dejaba descansando los caballos en previsión del camino que habían de recorrer hasta Paler. Puesto que aún restaban varias horas de luz, no había motivo para pasar la noche en Moterra.

—¿Y bien? —preguntó Kalten a Sparhawk cuando el fornido pandion y su escudero se reunieron con ellos.

—Martel partió hacia el norte —respondió Sparhawk.

—Seguimos pues la buena senda —dedujo Tynian—. ¿Hemos reducido el tiempo en que nos aventaja?

—No —repuso Kurik—. Todavía lleva dos jornadas por delante.

—¿A qué distancia queda Paler? —preguntó Stragen.

—A ciento cincuenta leguas —le informó Kalten—, que suponen quince días por lo menos.

—Está llegando el invierno —señaló Kurik—. Seguramente encontraremos nieve en las montañas de Zemoch.

—Una observación halagüeña ésa —dijo Kalten.

—Siempre es conveniente saber lo que le espera a uno.

El cielo continuó encapotado, aunque el aire era fresco y seco. Aproximadamente a mitad de camino hacia el norte, comenzaron a encontrar las excavaciones que habían convertido el antiguo campo a batalla del lago Randera en un erial. Vieron a algunos buscadores de tesoros, pero pasaron junto a ellos sin incidentes.

Tal vez hubiera sufrido alguna transformación, o quizá se debiera que entonces se hallaba en la intemperie y no en una habitación alumbrada con velas, pero aquella vez, cuando Sparhawk percibió aquel tenue temblor de tinieblas y amenazante sombra justo en el margen de su visión, había algo real allí. Era a última hora de la tarde de un deprimente día en el que habían cabalgado a través de un paisaje desprovisto de toda vegetación, salpicado de grandes montículos de descarnada tierra excavada. Cuando Sparhawk advirtió aquel conocido parpadeo y la gelidez que lo acompañaba, se giró a medias sobre la silla y miró de frente a la sombra que llevaba tanto tiempo tras él.

—Sephrenia—llamó sin alterarse, refrenando a
Faran
.

—¿Si?

—Queríais verla. Creo que, si os volvéis despacio, podréis mirarla cuanto os plazca. Está justo detrás de esa gran charca de aguas cenagosa.

La mujer se giro.

—¿La veis?—le pregunto.

—Con harta claridad, querido.

—Caballeros —anunció Sparhawk a los demás—, nuestro sombrío amigo parece haber salido de su escondite. Se encuentra a unos ciento cincuenta metros a nuestras espaldas.

Se volvieron para mirar.

—Es casi como una especie de nube —observó Kalten.

—Nunca he visto una nube como ésa. —Talen se estremeció—. Es oscura, ¿eh?

—¿Por qué creéis que ha decidido dejar de ocultarse? —murmuro Ulath. Todos se encararon a Sephrenia como si esperaran algún tipo de explicación.

—A mí no me preguntéis, caballeros —dijo con desaliento—. Lo único que puedo constatar es que algo ha cambiado.

—Bueno, al menos sabemos que Sparhawk no ha estado viendo visiones durante todo este tiempo

—se consoló Kalten—. ¿Qué hacemos ahora con ella?

—¿Qué podemos hacer contra ella? —le preguntó Ulath—. No se consiguen grandes resultados peleando contra nubes y sombras con hachas y espadas.

—¿Qué sugerís, pues?

—Hacer como si no existiera. —Ulath se encogió de hombros—. Éste es el camino real y no está incumpliendo ninguna ley si quiere seguirnos por él, diría yo.

A la mañana siguiente, no obstante, la nube ya no se hallaba visible.

Ya se encontraban a finales de otoño cuando entraron una vez más en la ciudad de Paler. Siguiendo un hábito ya establecido, el domiy sus hombres acamparon fuera de las murallas y Sparhawk y el resto se dirigieron a la misma posada donde se habían alojado durante su estancia anterior.

—Es un placer volver a veros, caballero—saludó el posadero a Sparhawk cuando éste bajaba por las escaleras.

—Es un placer volver a estar aquí —replicó Sparhawk, más por cortesía que haciendo honor a la verdad—. ¿A qué distancia queda la puerta este de aquí?—preguntó, dispuesto a salir a realizar indagaciones sobre Martel.

—Unas tres calles más allá, mi señor —respondió el posadero

—Está más cerca de lo que pensaba. —Entonces Sparhawk tuvo idea—. Iba a salir a preguntar por un amigo mío que pasó por Paler hace un par de días —dijo—. Quizá vos podríais ahorrarme tiempo compadre.

—Haré lo que pueda, caballero.

—El tiene el pelo blanco y va acompañado de una dama bastante atractiva y de varios hombres. ¿Es posible que se haya hospedado en vuestra posada?

—Vaya que sí, mi señor. Estaban haciendo preguntas sobre el camino que va a Vileta..., aunque por más que lo piense no puedo entender cómo alguien en su sano juicio iba a querer ir a Zemoch en estos tiempos que corren.

—Tiene un asunto pendiente allí del que quiere ocuparse, y siempre ha sido un hombre arrojado y temerario. ¿Estoy en lo cierto? ¿Fue hace dos días cuando pasó por aquí?

—Exactamente dos días, mi señor. Está cabalgando a gran velocidad, a juzgar por el estado de sus caballos.

—¿Recordáis por azar en qué habitación durmió?

—En la que ocupa la dama que va en vuestro grupo, mi señor.

—Gracias, compadre —le agradeció Sparhawk—. Por nada del mundo querríamos perderle el rastro a nuestro amigo.

—Vuestro amigo era bastante agradable, pero no me hacía ninguna gracia ese grandote que iba con él. ¿Mejora algo cuando uno llega a conocerlo?

—No demasiado, no. Gracias de nuevo, amigo. —Sparhawk volvió a subir las escaleras y llamó a la puerta de Sephrenia.

—Entrad, Sparhawk —contestó ésta.

—Me gustaría que no hicierais eso —indicó al entrar.

—¿Hacer qué?

—Llamarme por el nombre antes incluso de haberme visto. ¿No podríais al menos fingir que no sabéis quién hay al otro lado de la puerta?

La mujer se echó a reír.

—Martel estuvo aquí hace dos días, Sephrenia. Se hospedó en esta misma posada. ¿Podría servirnos de algo la coincidencia?

—Es posible, Sparhawk —repuso la mujer tras reflexionar un momento—. ¿Qué os proponéis?

—Desearía averiguar cuáles son sus planes. Él sabe que estamos pisándole los talones y es probable que intente entorpecer nuestra marcha. Querría conocer los detalles de cualquier celada que pueda es tendiéndonos. ¿Podéis disponer algo que me permita verlo? ¿O al nos escucharlo?

—Esta demasiado lejos —respondió la mujer, sacudiendo la cabeza.

—Bueno, era sólo una idea.

—Tal vez pueda hacerse algo. —Cavilo un momento—. Creo que quizás es hora de que vayáis conociendo mejor el Bhelliom, Sparhawk.

—¿Querríais explicaros mejor?

—Existe algún tipo de conexión entre el Bhelliom y los dioses troll y los anillos. Investiguémoslo.

—¿Para qué involucrar a los dioses troll en esto, Sephrenia? Si hay manera de servirse del Bhelliom, ¿por qué no hacerlo simplemente, sin tener que recurrir a los dioses troll?

—Tengo dudas respecto a si el Bhelliom nos comprendería, Sparhawk; y, en caso de que así fuera, no estoy segura de que nosotros entendiéramos lo que hiciera para obedecernos.

—Derrumbó la cueva, ¿no es cierto?

—Eso era muy simple. Esto es algo más complicado. Me parece que sería mucho más sencillo hablar con los dioses troll, y quiero saber, a ser posible, qué grado de vinculación tienen con el Bhelliom... y hasta qué punto podéis controlarlos utilizando el Bhelliom.

—En otras palabras, queréis experimentar.

—Podría expresarse así, supongo, pero sería menos arriesgado para nosotros experimentar ahora, cuando no hay nada crucial en juego, que más tarde, cuando nuestras vidas dependan tal vez del resultado. Cerrad bien la puerta, Sparhawk. No conviene que los otros se enteren por ahora de esto.

Cruzó la estancia y corrió el cerrojo de hierro.

—Como no vais a tener tiempo para pensar cuando habléis con los dioses troll, querido, habéis de tener claros los objetivos antes de comenzar. Vais a emitir órdenes y nada más. No les formuléis preguntas y no exijáis explicaciones. Limitaos a decirles que hagan algo y no os preocupéis de los medios de que se valen para obedecer. Queremos ver y oír al hombre que estuvo en esta habitación hace dos noches. Limitaos a mandarles que reproduzcan su imagen... —Miró en derredor y luego señaló el hogar —...en ese fuego de allí. Decidle al Bhelliom que vais a hablar con uno de los dioses troll..., probablemente Khwaj, el dios del fuego, ya que es a quien corresponde por lógica el trato con el fuego y el humo.

Era evidente que Sephrenia sabía mucho más acerca de los dioses troll de lo que les había dado a entender.

—Khwaj —repitió Sparhawk. Entonces se le ocurrió una idea—. ¿Cómo se llama el dios troll de la comida? —le preguntó.

—Ghnomb —respondió la mujer—. ¿Por qué?

—Se trata de algo que aún estoy elaborando. Si consigo atar cabos, podría intentarlo y ver si surte efecto.

—No improviséis, Sparhawk. Ya sabéis cómo sientan las sorpresas. Quitaos los guanteletes y sacad el Bhelliom de la bolsa. No lo soltéis para nada y cercioraos de que los anillos estén constantemente en contacto con él. ¿Aún recordáis la lengua troll?

—Sí, he estado practicando con Ulath.

—Estupendo, Podéis hablar al Bhelliom en elenio, pero habréis de dirigiros a Khwaj en su propio idioma. Contadme que habéis hecho hoy en troll.

Las palabras surgieron vacilantes al principio, pero al cabo de unos momentos se hicieron más fluidas. El paso del elenio al troll precisaba de un profundo ajuste mental, ya que parte del carácter de los troll residía en su propia lengua. No era éste un carácter agradable e implicaba conceptos enteramente ajenos a la mentalidad elenia..., exceptuando los niveles más insondables de primitivismo.

—Bien —le indicó la mujer—, acercaos al fuego y comencemos. Sed duro como el hierro, Sparhawk. No vaciléis ni deis ninguna explicación. Sólo dad órdenes.

Asintió y se quitó los guanteletes. Los dos anillos rojos como la sangre relucían con la luz del fuego en sus manos. Introdujo una mano bajo la sobreveste y sacó la bolsa. Después él y su tutora se situaron de pie frente a la chimenea y miraron las crepitantes llamas.

—Abrid la bolsa —le mandó Sephrenia. Deshizo los nudos.

—Ahora extraed el Bhelliom. Ordenadle que haga venir a Khwaj hasta vos. Después decidle a Khwaj lo que queréis. No tenéis que ser muy explícito porque él os leerá el pensamiento. Rogad por que vos no lleguéis a captar jamás el suyo.

Aspiró a fondo y dejó la bolsa en el suelo.

—Ahí vamos —dijo. Abrió la bolsa y sacó el Bhelliom. La Rosa de Zafiro tenía un tacto tan frío como el hielo. La puso en alto, tratando de atajar la admiración que le producía al mirarla—. ¡Rosa Azul! —espetó, sosteniéndola—. ¡Traed la voz de Khwaj hasta mí!

Notó una extraña modificación en la joya. Vio que en las profundidades donde convergían sus pétalos de azur aparecía una mancha de vibrante color rojo y de pronto el Bhelliom se calentó en sus manos.

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