La rosa de zafiro (55 page)

Read La rosa de zafiro Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La rosa de zafiro
2.18Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Un plan muy sensato, amigo Kring —aprobó Tynian.

—Yo había pensado más o menos lo mismo. —Kring sonrió—. Venid, amigos míos. Os llevaré a las tiendas de mi clan. Estamos asando un par de bueyes para la cena. Tomaremos la sal juntos y hablaremos de negocios. —Pareció recordar algo—. Amigo Stragen —dijo—, vos conocéis a esa Mirtai mejor que el resto de nuestros amigos. ¿Es habilidosa en el arte de la cocina?

—Nunca he comido nada que hubiera preparado ella, domi—admitió Stragen—. Pero, en una ocasión, nos relató un viaje que había hecho a pie cuando era una muchacha. Según tengo entendido, se alimentó básicamente de carne de lobo.

—¿De lobo? ¿Y cómo se cocina un lobo?

—No creo que lo hiciera. Supongo que tendría prisa y que lo comería tal como venía.

—¿Se lo comió crudo? —inquirió, asombrado, Kring, después de tragar saliva—. ¿Cómo se las arregló para atraparlo?

—Lo más probable es que lo persiguiera y lo abatiera —repuso el thalesiano, con un encogimiento de hombros—. Después le arrancó los bocados más apetecibles y se los comió sin parar de correr.

—¡Pobre lobo! —exclamó Kring. Entonces miró con suspicacia al ladrón thalesiano—. ¿Es una invención vuestra, Stragen? —preguntó.

—¿Una invención? —Los azules ojos de Stragen traslucían la misma inocencia que los de un niño.

Al día siguiente se pusieron en camino al alba y Kring situó su caballo junto al de Sparhawk.

—Stragen sólo trataba de tomarme el pelo anoche, ¿verdad, Sparhawk? —inquirió con semblante preocupado.

—Sin duda —repuso Sparhawk—. Los thalesianos son un poco raros y tienen un sentido del humor bastante peculiar.

—Sin embargo, ella sería capaz de hacerlo —declaró Kring con tono de admiración—. Abatir un lobo y comérselo crudo, quiero decir.

—Supongo que podría hacerlo si se lo propusiera —reconoció Sparhawk—. Veo que todavía pensáis en ella.

—Casi no pienso en otra cosa, Sparhawk. He intentado olvidarla, pero todo es en vano. —Suspiró—. Mi gente no la aceptaría nunca, me temo. Sería más fácil si mi posición no fuera tan prominente, pero, si me caso con ella, será la doma de los keloi, la pareja del domi, y la jefa de las mujeres. Las otras mujeres se concomerían de celos y hablarían mal de ella a sus maridos. Luego los hombres la criticarían en nuestros consejos, y yo tendría que matar a muchos de los amigos que conservo desde la infancia. Su presencia entre nosotros destruiría la unidad de mi pueblo. —Volvió a suspirar—. Tal vez pueda componérmelas para que alguien me mate en la guerra que se avecina. De esa forma evitaría tener que elegir entre la obligación y el amor. —Enderezó la espalda—. Basta de pláticas femeninas —se atajó—. Después de haber aniquilado la fuerza principal de los zemoquianos, asolaremos las tierras lindantes de un lado y otro de la frontera y así los zemoquianos andarán escasos de tiempo para ocuparse de vos y vuestros amigos. Es muy fácil despistar a los zemoquianos. Les destruiremos los templos e ídolos, que es algo que, por alguna misteriosa razón, los pone fuera de sí.

—Habéis estudiado detenidamente la estrategia a seguir, ¿no es cierto, Kring?

—Siempre es aconsejable saber adonde se encamina uno, Sparhawk. Cuando nos dirijamos al este, tomaremos el camino que lleva a la ciudad zemoquiana de Vileta. Escuchadme con atención, amigo mío. Éstas son las instrucciones que necesitaréis para encontrar ese paso que os mencioné. —Entonces dio una explicación del camino que habían de seguir, especificando señales y distancias—. Eso es todo, más o menos, amigo Sparhawk —concluyó—. Ojalá pudiera hacer más por vos. ¿Estáis seguro de que no querríais que fuera con vosotros junto con unos cuantos miles de jinetes?

-No me importaría seguir en vuestra compañía —reconoció Sparhawk—, pero una fuerza de tales dimensiones atraería demasiado la atención y ello nos retrasaría. Tenemos amigos en las llanuras de Lamorkand que cuentan con que nosotros lleguemos al templo de Azash antes de que los zemoquianos los arrollen.

—Lo entiendo perfectamente, amigo Sparhawk.

Cabalgaron hacia oriente durante dos días, al cabo de los cuales Kring informó a Sparhawk que a la mañana debían desviarse hacia el sur.

—Os aconsejaría que partierais dos horas antes del amanecer, amigo Sparhawk —dijo—. Si algún explorador zemoquiano os viera a vos y a vuestros amigos abandonando el campamento con luz del día, podría sentir curiosidad y seguiros. Dado que el terreno es bastante llano en dirección sur, no incurriréis en gran peligro cabalgando a oscuras por él. Os aguarda un largo viaje. Rezaremos por vosotros... cuando no estemos ocupados matando zemoquianos.

La luna se elevaba entre las nubes dispersas cuando Sparhawk salió de su pabellón para respirar aire fresco. Stragen lo siguió.

—Hermosa noche —comentó el esbelto y rubio thalesiano con su resonante voz.

—Un poco fría, no obstante —replicó Sparhawk.

—¿Quién querría vivir en una tierra donde siempre fuera verano? No creo que os vea cuando partáis, Sparhawk, pues no soy muy madrugador que se diga. —Stragen introdujo la mano bajo el jubón y sacó un pliego de papel algo más grueso que los que le había entregado previamente—. Éste es el último —dijo, tendiéndoselo—. He concluido la tarea que me encomendó la reina.

—La habéis cumplido bien, Stragen... supongo.

—Reconocedme un poco más de mérito, Sparhawk. He hecho exactamente lo que Ehlana me ordenó.

—Os habríais ahorrado muchas leguas de ir a caballo si me hubierais dado todas las cartas de una vez.

—No me ha importado en absoluto hacer el viaje. Os tengo bastante aprecio a vos y a vuestros amigos... No tanto como para emular vuestra apabullante nobleza, por supuesto, pero me caéis bien.

—Yo también os aprecio, Stragen... No tanto como para fiarme de vos, claro está, pero una cosa no quita la otra.

—Gracias, caballero —dijo Stragen, con una burlona reverencia.

—No hay de qué, milord. —Sparhawk sonrió.

—Tened cuidado en Zemoch, amigo mío —le recomendó en serio Stragen—. Profeso una gran estima por vuestra voluntariosa reina y preferiría que no le partierais el corazón cometiendo alguna insensatez. Otro consejo: si Talen os dice algo, prestadle atención. Sé que sólo es un chiquillo... y un ladrón de mucho cuidado... pero posee una aguda intuición y una extraordinaria capacidad mental. No sería descabellado afirmar que es la persona más inteligente que ambos hemos conocido. No perdáis, Sparhawk. No me atrae mucho la idea de postrarme ante Azash. —Esbozó una mueca—. Pero ya basta de dejarme llevar por mi vena sensiblera. Volvamos adentro y descorchemos un par de botellas para brindar por los viejos tiempos... a menos que queráis leer el correo.

—Me parece que lo reservaré para más adelante. Puede que en Zemoch me asalte el abatimiento y necesite algo para levantarme el ánimo.

Las nubes habían vuelto a empañar la luna cuando se reunieron antes de que clarease el día. Sparhawk expuso el bosquejo de la ruta a seguir, insistiendo en las marcas en el terreno que Kring había especificado, y después montaron y se alejaron del campamento. La oscuridad era tan densa que resultaba prácticamente impenetrable a la mirada.

—Podríamos estar dando vueltas en círculos —se quejó Kalten con algo de mal humor en la voz.

Kalten, que se había quedado despierto hasta altas horas de la noche con los keloi, tenía los ojos enrojecidos y las manos paralizadas cuando Sparhawk lo había despertado.

—Limitaos a seguir cabalgando, Kalten —le indicó Sephrenia.

—Claro —contestó sarcásticamente—, ¿pero hacia qué lado?

—En sentido suroeste.

—Fantástico, pero ¿dónde queda el suroeste?

—En esa dirección. —Apuntó a lo lejos en las tinieblas.

—¿Cómo lo sabéis?

La mujer habló rápidamente en estirio durante un momento.

—Ya está —concluyó—. Con eso deberíais comprenderlo todo.

—Pequeña madre, no he entendido ni una palabra de lo que habéis dicho.

—No es culpa mía, querido.

El alba tardó en llegar esa mañana, entorpecida por las acumulaciones de nubes, particularmente densas por levante. Al cabo de un rato, comenzaron a distinguir los contornos de unos recortados picos que se alzaban a varias leguas de distancia por el este..., picos que sólo podrían hallarse en Zemoch.

A última hora de la mañana, Kurik refrenó el caballo.

—Ahí está esa cumbre roja que habéis mencionado, Sparhawk —anunció, señalándola.

—Parece como si estuviera sangrando, ¿no es cierto? —observó Kalten—. ¿O serán mis ojos que lo ven así?

—Un poco de cada cosa tal vez, Kalten —apuntó Sephrenia—. No debisteis beber tanta cerveza anoche.

—Debisteis darme ese consejo anoche, pequeña madre —replicó lúgubremente el caballero.

—Muy bien, caballeros —llamó la atención de todos la mujer—, es hora de que mudéis la vestimenta. Vuestra armadura sería demasiado ostentosa en Zemoch. Poneos las cotas de mallas si lo consideráis imprescindible, pero tengo reservado un sayo estirio para cada uno de vosotros. Cuando os hayáis cambiado, os modificaré la cara.

—Yo estoy ya más o menos acostumbrado a la mía —objetó Ulath.

—Puede que vos sí, Ulath, pero a los zemoquianos quizá los asuste un poco.

Los cinco caballeros y Berit se desprendieron de sus ceremoniosas armaduras —los caballeros con evidente alivio y Berit con manifiesto pesar —y las sustituyeron por las cotas de mallas, escasamente menos incómodas, y los sayos estirios.

—Conservad los cintos de las espadas sobre los sayos por el momento —indicó Sephrenia, tras observarlos con mirada enjuiciadora—. Dudo que los zemoquianos tengan realmente una costumbre establecida respecto a la forma de llevar puestas las armas. Si más tarde descubrimos que mi previsión es errónea, realizaremos un ajuste. Ahora, quedaos quietos todos. —Fue deteniéndose frente a cada uno de ellos, tocándoles la cara y repitiendo el mismo encantamiento estirio en cada caso.

—Me parece que no ha funcionado, lady Sephrenia —señaló Bevier, mirando a sus compañeros—. Yo los veo igual que antes.

—No estoy tratando de disfrazar su aspecto de cara a vos, Bevier. —Sonrió y luego se dirigió a su alforja y sacó un pequeño espejo—. Así es como os verán los zemoquianos —dijo, entregándoselo.

Bevier lanzó una ojeada y luego cruzó los dedos, como si ahuyentara a los demonios.

—¡Dios mío! —exclamó—. ¡Estoy horrible!

Se apresuró a tender el espejo a Sparhawk y éste examinó con cuidado su rostro extrañamente alterado. Su pelo seguía igual de negro, pero su atezada piel había adquirido la palidez característica de la raza estiria. Tenía, además, las cejas y los pómulos mucho más prominentes, no exentos de cierta tosquedad. Advirtió con cierto desencanto que Sephrenia le había dejado la nariz tal como estaba. Por más que se dijera a sí mismo que en realidad no le importaba la nariz rota, hubo de reconocer que había sentido curiosidad por ver cuál sería su aspecto teniéndola derecha.

—Os he hecho adoptar la apariencia de estirios de pura cepa —señaló la mujer—. Estos son bastante comunes en Zemoch y yo me siento más a gusto con ellos. Por algún motivo, me repugna la imagen de un mestizo de elenio y estirio.

Entonces alargó el brazo derecho, habló unos minutos en estirio y luego gesticuló. Una oscura tira en espiral muy semejante a un tatuaje le envolvió el antebrazo y la muñeca para culminar en la palma de la mano en una representación asombrosamente natural de la cabeza de una serpiente.

—Supongo que esto tendrá algún sentido —comentó Tynian, observando aquella marca lleno de curiosidad.

—Desde luego. ¿Nos vamos?

La frontera entre Kelosia y Zemoch estaba mal definida y el único punto de referencia que ofrecía era una serpenteante línea en la que finalizaba la crecida hierba, dando paso por el este a un suelo rocoso y árido de vegetación raquítica. El oscuro lindero de un bosque de coníferas se recortaba a poco más de un kilómetro, en lo alto de la escarpada ladera ante la que se hallaban. Cuando habían recorrido tal vez la mitad de esa distancia, una docena de jinetes vestidos con sucios sayos blancos surgió de entre los árboles y se aproximó a ellos.

—Yo me ocuparé de esto —anunció Sephrenia—. No digáis nada y tratad de ofrecer un aspecto amenazador.

Los zemoquianos tiraron de las riendas. Algunos tenían aquellas facciones estirias que recordaban a una estatua no del todo acabada; otros podían pasar fácilmente por elenios, y el resto parecía ser un malsano cruce de ambas razas.

—Gloria al temible dios de los zemoquianos —entonó su cabecilla en una corrompida lengua híbrida de estirio y elenio en la que se conjugaban los peores rasgos de ambos idiomas.

—No habéis pronunciado su nombre, kedjek —le hizo notar fríamente Sephrenia.

—¿Cómo sabía el nombre de ese tipo? —susurró Kalten a Sparhawk, demostrando que comprendía mejor el estirio de lo que lo hablaba.

—«kedjek» no es un nombre —repuso Sparhawk—, sino un insulto.

—¡Las mujeres y los esclavos no hablan en ese tono a los miembros de la guardia imperial! —espetó el zemoquiano con tez aún más pálida de lo habitual y ojos entornados en expresión de odio.

—Guardia imperial —se mofó con desprecio Sephrenia—. Ni vos ni ninguno de vuestros hombres serviríais ni para componer una verruga en el cuerpo de un guardia imperial. Pronunciad el nombre de nuestro dios para que yo sepa que profesáis la auténtica fe. Decidlo, kedjek, o moriréis.

—Azash —murmuró el hombre con actitud insegura.

—Su nombre es mancillado por la lengua que lo pronuncia —dijo ella—, pero a Azash le divierte a veces la profanación.

—Tengo órdenes de reclutar al pueblo —declaró, enderezando la espalda, el zemoquiano—. Está próximo el día en que el bendito Otha descargará su puño para aplastar y esclavizar a los infieles de Occidente.

—Obedeced pues. Proseguid con vuestro trabajo. Sed diligente, pues Azash castiga la falta de celo con atroces sufrimientos.

—No necesito que me dé lecciones una mujer —replicó secamente—. Preparaos para llevar a vuestros criados al lugar donde va a librarse la guerra.

—Vuestra autoridad no es aplicable a mí. —La estiria alzó la mano derecha, con la palma encarada hacia él, y las marcas de su antebrazo y muñeca parecieron retorcerse y encresparse al tiempo que la imagen de la cabeza de serpiente emitía un silbido, moviendo velozmente la viperina lengua—. Tenéis permiso para saludarme —señaló.

Other books

Live and Learn by Niobia Bryant
The Sleeping Fury by Martin Armstrong
Dreamland Social Club by Tara Altebrando
A Gathering of Spies by John Altman
SIX DAYS by Davis, Jennifer
Ready Player One by Cline, Ernest
The Silver Sphere by Michael Dadich