La sombra de Ender (19 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La sombra de Ender
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—No divague, sor Carlotta.

—No divago. Le he dicho exactamente lo que quiero que sepa. Igual que Bean les dijo lo que quería que oyeran. Puedo prometerle que esas anotaciones en el diario sólo tendrán sentido para ustedes si reconocen que está escribiendo para ustedes, con la intención de engañarlos,

—¿Por qué? ¿Porque no llevaba un diario allá abajo?

—Porque su memoria es perfecta —aseveró sor Carlotta—. Nunca, nunca comprometería sus verdaderos pensamientos en forma legible. Sigue su propio consejo. Siempre. Nunca encontrarán un documento escrito por él que no sea para ser leído.

—¿Significaría algo el hecho de que lo haya escrito bajo otra identidad que piensa que desconocemos?

—Pero ustedes lo saben, y él sabrá que ustedes lo sabrán, así que la otra identidad existe sólo para confundirlos, y está funcionando.

—Me olvidaba de que usted piensa que es más listo que Dios.

—No me preocupa que no acepte mi evaluación. Cuanto mejor lo conozcan, más se darán cuenta de que tengo razón. Incluso acabarán por creer en las puntuaciones de esos tests.

—¿Qué debo hacer para que me ayude con esto? —preguntó Graff.

—Intente contarme la verdad sobre lo que significará para Bean esta información.

—Tiene preocupado a su tutor. Desapareció durante veintiún minutos cuando regresaba del almuerzo. Tenemos una testigo que habló con él en una cubierta donde no tenía nada que hacer, pero eso sigue sin explicar los últimos diecisiete minutos de su ausencia. No juega con su consola…

—¿Piensa que crear identidades falsas y escribir diarios falsos no es jugar?

—Disponemos de un juego diagnóstico terapéutico al que todos los niños juegan… Él ni siquiera lo ha abierto.

—Sabrá que el juego es psicológico, y no jugará hasta que sepa qué le costará.

—¿Le enseñó usted esa actitud de hostilidad por omisión?

—No, la aprendí de él.

—Sea sincera. Según esta anotación del diario, parece que planea crear su propio grupo aquí, como si esto fuera la calle. Tenemos que investigar a ese Aquiles para saber que tiene en mente.

—No planea nada de eso —replicó sor Carlotta.

—Lo díce con seguridad, pero no me da ni un solo motivo para confiar en su conclusión.

—Me ha llamado usted, ¿recuerda?

—Eso no es suficiente, sor Carlotta. Sus opiniones sobre este niño son sospechosas.

—Nunca imitaría a Aquiles. Nunca escribiría sus verdaderos planes donde puedan ustedes encontrarlos. No crea bandas, se une a ellas y las utiliza. Avanza sin mirar siquiera hacia atrás.

—Entonces, ¿investigar a ese Aquiles no nos proporcionará ninguna pista sobre el comportamiento de Bean de ahora en adelante?

—Bean se enorgullece de no guardar rencor. Piensa que es contraproducente. Pero en cierto modo, creo que escribió sobre Aquiles específicamente porque ustedes lo leerían y querrían saber más sobre Aquiles, y si investigan el tema descubrirán algo muy malo que hizo.

—¿A Bean?

—A una amiga suya.

—¿Entonces es capaz de tener amigos?

—La niña que le salvó la vida aquí en la calle.

—¿Y cómo se llama?

—Poke. Pero no se moleste en buscarla. Está muerta.

Graff pensó un instante.

—¿Eso es lo malo que hizo Aquiles?

—Bean tiene motivos para creerlo, aunque no pienso que haya pruebas suficientes para llevarlo a juicio. Y, como decía, puede que se trate de un acto inconsciente. No creo que Bean quiera conscientemente vengarse de Aquiles, o de nadie más, por cierto, pero tal vez espere que ustedes lo hagan por él.

—Sigue sin contármelo todo, pero no tengo más remedio que confiar en su juicio, ¿no?

—Le prometo que Aquiles es un callejón sin salida.

—¿Y si piensa que hay un motivo para que no carezca de salida, después de todo?

—Quiero que su programa dé resultado, coronel Graff, e incluso me importa más que el hecho de que Bean tenga éxito. El hecho de que me preocupe por el niño no significa que no tenga mis prioridades. Le he dicho todo lo que sé. Pero espero que usted me ayude también.

—No se intercambia información en la Flota Internacional, sor Carlotta. Fluye de aquellos que la tienen a aquellos que la necesitan.

—Déjeme decirle lo que quiero, y decida si la necesito.

—¿Bien?

—Quiero que me informe acerca de cualquier proyecto ilegal o secreto relacionado con la alteración del genoma humano que se haya llevado a cabo en los diez últimos años.

La mirada de Graff se perdió en la distancia.

—Es demasiado pronto para que se embarque en otro proyecto, ¿no? Así que es el mismo proyecto de siempre. Es sobre Bean.

—Vino de alguna parte.

—Quiere decir que su mente vino de alguna parte.

—Me refiero a todo el conjunto. Creo que van a acabar confiando en este niño, que vamos a apostar nuestras vidas a él, y creo que necesitan saber qué sucede en sus genes. Quizás no sea nada comparado con saber que pasa por su mente, pero me temo que eso estará siempre fuera de su alcance.

—Usted le envió aquí, y ahora me dice esto. ¿No se da cuenta de que acaba de garantizar que nunca lo dejaré subir a lo alto de nuestro escalafón selectivo?

—Dice eso ahora, cuando sólo lleva un día en la Escuela de Batalla —dijo sor Carlotta—. Ya crecerá.

—Será mejor que no encoja o lo chupará el sistema de aire.

—Tsk-tsk, coronel Graff.

—Lo siento, hermana —respondió él.

—Déme permiso y una orden de máxima prioridad, y yo misma me encargaré de la investigación.

—No —respondió él—. Pero haré que le envíen los sumarios.

Ella sabía que le darían solamente la información que pensaran que debía tener. Pero cuando el coronel tratara de lastrar su trabajo con datos inútiles, ella se encargaría también de ese problema. Igual que trataría de localizar a Aquiles antes de que lo hiciera la Flota Internacional. Porque si la flota lo encontraba, probablemente le harían las pruebas… o encontrarían la puntuación que ella le había dado. Si lo sometían a esas pruebas, le arreglarían la pierna y lo llevarían a la Escuela de Batalla. Y ella le había prometido a Bean que nunca más tendría que volver a enfrentarse con Aquiles.

8. Buen estudiante

—¿No juega para nada al juego de fantasía?

—No ha llegado a elegir un personaje, y mucho menos a atravesar el portal.

—No es posible que no lo haya descubierto.

—Volvió a formatear las preferencias de su consola para que la invitación no siga apareciendo.

—De lo cual se deduce…

—Sabe que no es un juego. No quiere que analicemos cómo funciona su mente.

—Y sin embargo quiere que lo promocionemos.

—Eso no lo sé. Se entierra en sus estudios. En estos tres meses ha sacado unas notas brillantes en todas las pruebas. Pero sólo lee el material de las lecciones una vez. Las materias que estudia son de su propia elección.

—¿Como cuáles?

—Vauban.

—¿Fortificaciones del siglo diecisiete? ¿En qué está pensando?

—¿Ve el problema?

—¿Cómo se lleva con los otros niños?

—Creo que la descripción clásica es «solitario». Es amable. No ofrece nada voluntariamente. Sólo pide lo que le interesa. Los novatos con los que va piensan que es raro. Saben que saca mejores puntuaciones que ellos en todo, pero no lo odian. Lo tratan como a una fuerza de la naturaleza. No son amigos, pero tampoco enemigos.

—Eso es importante, que no lo odien. Deberían hacerlo, si se mantiene tan apartado.

—Creo que es una habilidad que aprendió en la calle: mitigar la furia. Él mismo no se enfada nunca. Tal vez por eso dejaron de burlarse de su altura.

—Nada de lo que me está usted diciendo sugiere que tenga capacidad de mando.

—Si piensa que él intenta demostrarnos su capacidad de mando y fracasa, entonces usted tiene razón.

—Entonces… ¿qué cree que está haciendo?

—Analizándonos.

—Recopila información sin ofrecer ninguna. ¿De verdad cree que es tan rebuscado?

—Sobrevivió en las calles.

—Creo que es hora de que sondee un poco.

—¿Y hacerle saber que su reticencia nos molesta?

—Si es tan listo como usted piensa, ya lo sabe.

A Bean no le importaba estar sucio. Después de todo, había pasado años sin bañarse. Unos cuantos días no le molestaban. Y si a los demás les importaba, se guardaban sus opiniones para sí. Ya tenían otro chismorreo sobre él. ¡Es más pequeño y más joven que Ender! ¡Saca las mejores puntuaciones en todas las pruebas! ¡Apesta como un cerdo!

El tiempo que se dedicaba a la ducha era precioso. Era cuando él podía conectar su consola como uno de los otros niños, mientras los demás se duchaban. Estaban desnudos, sólo llevaban sus toallas a la ducha, por lo que sus uniformes no los identificaban. Durante ese lapso Bean podía conectar y explorar el sistema con total libertad; los profesores no podían saber que estaba aprendiendo los trucos. Dudó un poco, sólo un poco, cuando modificó las preferencias, a fin de que no tuviera que enfrentarse a aquella estúpida invitación a jugar su juego mental cada vez que cambiaba de tarea en su consola. Pero no era algo muy difícil, y decidió que no se alarmarían demasiado por haberlo descubierto.

Hasta ahora, Bean había descubierto sólo unos pocos datos realmente útiles, pero le parecía que estaba a punto de derribar murallas más importantes. Sabía que había un sistema virtual que los estudiantes tenían que romper. Había leído leyendas sobre cómo Ender (naturalmente) había descifrado el sistema el primer día y firmado como Dios; sin embargo, era consciente de que, aunque Ender hubiera sido inusitadamente rápido al respecto, él no iba a hacer nada que no se esperara de un estudiante brillante y ambicioso.

El primer logro de Bean fue encontrar la forma en que el sistema de los profesores seguía la actividad informática de los estudiantes. Al evitar las acciones de las que se informaba inmediatamente a los profesores, pudo crear un área de archivos privados que no advertirían a menos que la buscaran deliberadamente. Entonces, cada vez que encontraba algo interesante en la red haciéndose pasar por otra persona, recordaba la ubicación, iba y descargaba la información en su área segura y trabajaba en ella a placer… mientras su consola informaba que estaba leyendo obras de la biblioteca. La verdad era que leía aquellas obras, por supuesto, pero con mucha más rapidez de lo que informaba su consola.

Con toda esa preparación, Bean esperaba realizar verdaderos progresos. No obstante, muy pronto se topó con los cortafuegos: información que el sistema tenía, pero que no estaba disponible. Encontró varios rodeos. Por ejemplo, no pudo hallar ningún mapa sobre el conjunto de la estación sólo de las zonas accesibles a los estudiantes, y éstos eran siempre diagramas y bocetos, confeccionados deliberadamente a una escala inadecuada. Pero también encontró una serie de mapas de emergencia en un programa que los mostraba de forma automática en las paredes de los pasillos, por si se producía una emergencia de pérdida de presión; en ellos estaban dibujadas las compuertas de seguridad más cercanas. Esos mapas sí estaban a escala, y al combinarlos con un solo mapa en su área segura, pudo crear un esquema de toda la estación. Sólo estaban marcadas las compuertas, naturalmente, pero descubrió un sistema paralelo de pasillos a ambos lados de la zona de estudiantes. La estación debía de ser no una, sino tres ruedas paralelas, que se entrecruzaban en muchos puntos. Ahí era donde vivían los profesores y el personal, donde se ubicaba el equipo de soporte vital, las comunicaciones con la flota. Lo malo era que disponían de unos sistemas de circulación de aire separados. Los canales de uno no conducían a ninguno de los otros. Lo que significaba que, aunque con toda probabilidad podría espiar todo lo que pasaba en la rueda de los estudiantes, las otras ruedas quedaban fuera de su alcance.

Sin embargo, incluso dentro de la rueda de los estudiantes, había muchos lugares secretos que explorar. Los estudiantes tenían acceso a cuatro cubiertas, más el gimnasio bajo la Cubierta—A y la sala de batalla sobre la Cubierta—D. No obstante, había nueve cubiertas, dos bajo la Cubierta—A y tres sobre la D. Esos espacios tenían que utilizarse para algo. Y si pensaban que merecía la pena ocultarlos a los estudiantes, Bean supuso que merecía la pena explorarlos.

Tendría que empezar a explorar pronto. Sus ejercicios lo estaban volviendo más fuerte, y se conservaba delgado al no comer demasiado: era increíble cuánta comida intentaban obligarle a comer, y seguían aumentando sus raciones, probablemente porque no había ganado tanto peso como pretendían que ganara. Pero lo que no podía controlar era su crecimiento en altura. No podría franquear los conductos dentro de poco… o quizás no podía en ese preciso instante. Sin embargo, usar el sistema de aire para acceder a las cubiertas ocultas no era algo que pudiera hacer durante las duchas. Eso significaría perder sueño. Así que seguía posponiéndolo; algún día le sería posible.

Hasta que una mañana muy temprano Dimak llegó a los barracones y anunció que todo el mundo tenía que cambiar su contraseña de inmediato. Lo debían hacer de espaldas al resto de los alumnos, y no tenían que decirle a nadie cuál era la nueva contraseña.

—Nunca la introduzcáis donde alguien pueda veros —dijo.

—¿Alguien ha estado utilizando las contraseñas de los demás? — preguntó un niño. Por el tono en que lo dijo, seguro que le parecía una idea repugnante. ¡Qué desfachatez! A Bean le entraron ganas de echarse a reír.

—Debe cambiarlas todo el personal de la F.I., así que bien podríais empezar a acostumbraros ahora —dijo Dimak—. Todo el que utilice la misma contraseña durante más de una semana aparecerá en la lista negra.

Pero Bean dedujo que habían descubierto lo que estaba haciendo. Eso significaba que probablemente habían examinado sus sondeos durante las últimas semanas y que sabían lo que había averiguado. Puso la consola en marcha y borró su directorio de archivos seguros, por si existía la posibilidad de que no lo hubieran descubierto todavía. Todo lo que realmente necesitaba de allí lo había memorizado ya. Nunca volvería a confiar en la consola para algo que su memoria pudiera almacenar.

Después de desnudarse y envolverse en la toalla, Bean se encaminó hacia las duchas con los demás. Pero Dimak lo detuvo en la puerta.

—Hablemos —dijo.

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