La sombra de Ender (21 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La sombra de Ender
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Por lo que sabemos, pensó Bean, la guerra ha terminado ya, la F.I. sabe que hemos ganado, y simplemente no se lo han dicho a nadie.

El motivo era obvio. Lo único que había acabado con la guerra en la Tierra y había unido a toda la humanidad era una causa común: derrotar a los insectores. En cuanto se supiera que ya no existía ninguna amenaza insectora se daría rienda suelta a todas las hostilidades acumuladas. Ya fuera el mundo musulmán contra occidente, o el contenido imperialismo ruso y la paranoia contra la alianza atlántica, o el aventurerismo indio, o… o todos a la vez. El caos. Los recursos de la Flota Internacional serían divididos por comandantes amotinados de una facción u otra. Posiblemente ello significara la destrucción de la Tierra… a la que no contribuirían los fórmicos de modo alguno.

Eso era lo que la F.I. intentaba impedir. La terrible guerra caníbal que seguiría. Igual que Roma se deshizo en una guerra civil después de derrotar definitivamente a Cartago, sólo que mucho peor, porque las armas eran más temibles y los odios mucho más profundos, nacionales y religiosos en vez de las meras rivalidades personales entre los ciudadanos de Roma.

La F.I. estaba decidida a impedirlo.

En ese contexto, la Escuela de Batalla cobraba un sentido pleno. Durante muchos años, casi todos los niños de la Tierra habían sido examinados, y los que tenían capacidad para el mando militar eran enviados al espacio. Los mejores graduados de la Escuela de Batalla, o al menos aquellos más leales a la F.I., bien podrían ser utilizados para comandar ejércitos cuando se anunciara el esperado final de la guerra y se diera un golpe preventivo para eliminar a los ejércitos nacionales y unificar el mundo, de forma definitiva y permanente, bajo un solo gobierno. No obstante, el propósito principal de la Escuela de Batalla era sacar a esos niños de la Tierra para que no pudieran convertirse en comandantes de los ejércitos de ninguna nación o facción.

Después de todo, la invasión de Francia por las principales potencias europeas después de la Revolución Francesa hizo que el desesperado gobierno francés descubriera y ascendiera a Napoleón, aunque al final se hiciera con las riendas del poder en vez de defender solamente a la nación. La F.I. estaba decidida a que no hubiera Napoleones en la Tierra para liderar la resistencia. Todos los posibles Napoleones se hallaban en la Escuela de Batalla, vestidos con uniformes tontos y luchando unos con otros por la supremacía en un juego estúpido. Todo era una lista negra. Al quedarse con nosotros, han domado el mundo.

—Si no te vistes, llegarás tarde a clase —dijo Nikolai, el niño que dormía en el camastro de abajo, frente a Bean.

—Gracias —respondió Bean. Se quitó la toalla seca y se puso rápidamente el uniforme.

—Lamento haber tenido que decirle que estabas usando mi contraseña —dijo Nikolai.

Bean se quedó de una pieza.

—Quiero decir, no sabía que eras tú, pero empezaron a preguntarme qué estaba buscando en el sistema de mapas de emergencia, y como no sabía de qué estaban hablando, no fue difícil suponer que alguien estaba firmando por mí, y aquí estás tú, en el lugar perfecto para ver mi consola cada vez que la pongo en marcha y… quiero decir, que eres muy listo. Pero eso no significa que te haya denunciado.

—No importa —dijo Bean.

—Pero ¿qué has descubierto en los mapas?

Hasta este momento, Bean habría pasado por alto la pregunta… y al niño. No gran cosa, sólo sentía curiosidad, eso es lo que habría dicho. Pero ahora todo su mundo había cambiado. Ahora era preciso comunicarse con los otros niños, no sólo para poder mostrar sus habilidades como líder ante los maestros, sino porque cuando la guerra estallara en la Tierra, y cuando el plan de la F.I. fracasara, como iba a fracasar, él sabría quiénes eran sus aliados y enemigos entre los comandantes de los diversos ejércitos nacionales y facciones.

Porque el plan de la F.I. fracasaría. Era un milagro que no hubiera fracasado ya.

Su éxito radicaba casi de un modo exclusivo en que millones de soldados y comandantes fueran más leales a la F.I. que a sus patrias, lo cual suponía un peligro. No, ello no iba a suceder. Era inevitable que la propia Flota Internacional se dividiera en facciones.

Sin embargo, no había duda de que los conspiradores eran conscientes de ese peligro. El número de conspiradores se habría reducido al máximo, quizás sólo hubiese quedado el triunvirato de Hegemón, Strategos y Polemarca y tal vez unas cuantas personas aquí en la Escuela de Batalla. Porque esta estación era el corazón del plan. Aquí era donde todos los comandantes dotados desde hacía dos generaciones habían sido íntimamente estudiados. Existían archivos de todos ellos: quién tenía más talento, quién era más valioso. Cuáles eran sus debilidades, tanto de carácter como de mando. Quiénes eran sus amigos. Cuáles eran sus lealtades. Cuáles de ellos, por tanto, deberían de tomar el mando de las fuerzas de la Flota Internacional en las guerras intrahumanas del futuro, y cuáles habrían de ser retirados del mando e incomunicados hasta que acabaran las hostilidades.

No era extraño que se mostraran preocupados por la falta de participación de Bean en su jueguecito mental. Eso lo convertía en un elemento desconocido. Lo hacía peligroso.

Pero ahora jugar era más peligroso que nunca. No jugar podría significar que estuvieran recelosos y temerosos, pero en cualquier movimiento que planearan contra él, al menos no sabrían nada sobre su personalidad. Mientras que sí jugaba, entonces podrían albergar menos sospechas…, pero si actuaban contra él, lo harían sabiendo toda la información que el juego les proporcionara. Y Bean no confiaba en su habilidad para vencer en ese juego. Aunque intentara darles resultados equivocados, esa estrategia en sí misma podría decirles más sobre él de lo que quería que supieran.

Había también otra posibilidad. Podía estar completamente equivocado. Podía haber información clave de la que carecía. Tal vez no se había enviado ninguna flota. Tal vez no habían derrotado a los insectores en su mundo natal. Tal vez había realmente un esfuerzo desesperado por construir una flota defensiva. Tal vez.

Bean tenía que obtener más información para verificar que su análisis era correcto y que sus opciones serían válidas.

Y su aislamiento tenía que terminar.

—Nikolai —dijo Bean—, no creerías lo que he descubierto en esos mapas. ¿Sabes que hay nueve cubiertas, no sólo cuatro?

—¿Nueve?

—Y eso sólo en esta rueda. Hay otras dos ruedas de las que no nos han hablado nunca.

—Pero las imágenes de la estación muestran una sola rueda.

—Esas imágenes fueron tomadas cuando sólo había una. Pero en los planos hay tres. Paralelas unas a otras, girando juntas.

Níkolai parecía pensativo.

—Pero eso son sólo los planos. Tal vez nunca llegaron a construir las otras ruedas.

—Entonces, ¿por qué tienen planos de ellas en el sistema de emergencia?

Nikolai se echó a reír.

—Mi padre siempre dice que los burócratas nunca tiran nada.

Por supuesto. ¿Por qué no había pensado en eso? Sin duda, el sistema de mapas de emergencia había sido programado antes de que la primera rueda entrara en servicio. Así que todos esos mapas estarían ya en el sistema, aunque las otras ruedas no se construyeran nunca, aunque dos tercios del mapa no llegaran a colgarse nunca de una pared. Nadie se molestaría en entrar en el sistema y borrarlo.

—No se me había ocurrido —admitió Bean. Sabía, dada su reputación de inteligencia, que no podía hacer un cumplido mejor a Nikolai. Y, de hecho, pudo comprobarlo al ver la reacción de los otros niños en los camastros cercanos. Nadie había mantenido una conversación así con Bean antes. Nadie había pensado en nada que Bean no hubiera pensado antes. Nikolai se sonrojó de orgullo.

—Pero lo de las nueve cubiertas, tiene sentido —reconoció Nikolai.

—Ojalá supiera qué hay en ellas —dijo Bean.

—Sistemas de mantenimiento vital —aclaró la niña llamada Luna de Trigo—. Tienen que fabricar el oxígeno en alguna parte. Eso requiere un montón de plantas.

Entonces se unieron más niños a la conversación.

—Y personal. Sólo vemos a los profesores y a los nutricionistas.

—Y tal vez sí que construyeron las otras ruedas. No podemos afirmar lo contrarío.

Todo el grupo empezó a especular. Y en el centro de todos, Bean.

Bean y su nuevo amigo, Nikolai.

—Vamos —dijo Nikolai—, llegaremos tarde a la clase de mates.

Tercera Parte: ERUDITO
9. Jardín de Sofía

—Así que descubrió cuántas cubiertas hay. ¿Qué puede hacer con esa información?

—Sí, ésa es exactamente la cuestión. ¿Qué planeaba para que le pareciera necesario averiguarlo? Nadie más ha buscado eso, en toda la historia de la escuela.

—¿Cree que planea una revolución?

—Lo único que sabemos es que este niño sobrevivió en las calles de Rotterdam. Es un sitio infernal, por lo que he oído. Los niños son duros. Hacen que El señor de las moscas parezca Pollyana.

—¿Cuándo leyó usted Pollyana?

—¿Era un libro?

—¿Cómo puede planear una revolución? No tiene ningún amigo.

—Nunca he dicho nada de ninguna revolución, ésa es su teoría.

—No tengo ninguna teoría. No comprendo a este niño. Ni siquiera lo quería aquí arriba. Creo que deberíamos enviarlo a casa.

—No.

—Supongo que quería decir no, señor.

—A los tres meses de haber ingresado en la Escuela de Batalla, descubrió que la guerra defensiva no tiene ningún sentido y que debemos de haber lanzado una flota contra los mundos natales de los insectores justo después de la última guerra.

—¿Sabe eso? ¿Y me viene usted diciendo que sabe cuántas cubiertas hay?

—No lo sabe. Lo supuso. Le dije que estaba equivocado.

—Estoy seguro de que le creyó.

—Seguro que duda.

—Pues con más motivo debemos enviarle de vuelta a la Tierra. O a una base lejana en alguna parte. ¿Se da cuenta del problema que puede representar una filtración en seguridad?

—Todo depende de cómo utilice la información.

—Sólo que no sabemos nada de él, así que no tenemos forma de averiguar cómo la utilizará.

—Sor Carlotta…

—¿Es que me odia? Esa mujer es aún más inescrutable que su enanito.

—Una mente como la de Bean no se debe descartar sólo porque temamos que haya una grieta en seguridad.

—En este caso, la seguridad es una cuestión de extrema importancia.

—¿Acaso no somos lo bastante listos para crear nuevos engaños para él? Dejemos que descubra algo que piense que es verdad. Todo lo que tenemos que hacer es elaborar una mentira que pueda creerse.

Sor Carlotta estaba sentada en una mesa en la terraza del jardín, frente al viejo exiliado.

—Sólo soy un viejo científico ruso que vive sus últimos años de vida en las orillas del mar Negro. —Antón dio una larga calada a su cigarrillo y lo arrojó por encima de la barandilla, añadiéndolo a la contaminación que flotaba desde Sofía.

—Yo no represento a ninguna autoridad policial —dijo sor Carlotta.

—Para mí representa a algo mucho más peligroso. Pertenece usted a la flota.

—No corre ningún peligro.

—Eso es cierto, pero sólo
porque no voy a decirle nada
.

—Gracias por su sinceridad.

—Valora usted la sinceridad, pero no creo que deba decirle los pensamientos que su cuerpo despierta en la mente de este viejo ruso.

—Tratar de escandalizar a las monjas no es un gran deporte. No hay
ningún
trofeo en juego.

—Así que se toma su oficio en serio.

Sor Carlotta suspiró.

—Cree que he venido porque sé algo sobre usted y no quiere que averigüe más. Pero he venido por lo que no puedo averiguar sobre usted.

—¿Y es?

—Todo. Como estaba investigando un asunto concreto para la F.I., entregaron un sumario de artículos sobre las investigaciones para alterar el genoma humano.

—¿Y apareció mi nombre?

—Al contrario, su nombre no se mencionó en ningún momento.

—Qué mala memoria tienen.

—Pero cuando leí los pocos trabajos disponibles de la gente que sí le mencionaba (siempre trabajos primerizos, antes de que la máquina de seguridad de la F.I. se encargara de hacer una buena criba), advertí una tendencia. Su nombre siempre se citaba en las notas a pie de página. Se citaba constantemente. Y, sin embargo, no se podía encontrar ni una sola palabra suya. Ni siquiera resúmenes de trabajos. Al parecer, usted nunca ha publicado nada.

—Y sin embargo me citan. Casi milagroso, ¿no? Su gente colecciona milagros, ¿no? ¿Para nombrar santos?

—No hay beatificación que valga hasta que esté uno muerto, lo siento.

—Sólo me queda un pulmón —dijo Antón—. Así que no tendré que esperar mucho, mientras siga fumando.

—Podría dejarlo.

—Con sólo un pulmón, hacen falta el doble de cigarrillos para obtener la misma nicotina. Por tanto, he tenido que aumentar la cantidad de cigarrillos, no reduciría. Esto debería ser obvio, pero claro, usted no piensa como un científico, sino como una mujer de fe. Piensa como una persona obediente. Cuando descubre que algo es malo, no lo hace.

—Su investigación trataba de las limitaciones genéticas que tiene la inteligencia humana.

—¿Ah, sí?

—Porque es en esa materia donde siempre se le cita. Naturalmente, esos trabajos nunca trataban de esa materia de un modo preciso, porque de lo contrario también habrían sido censurados. Pero los títulos de los artículos mencionados en las notas al pie de página… los que usted nunca escribió, puesto que no ha publicado nada, están todos relacionados con ese tema.

—Es tan fácil en una carrera dar vueltas sobre lo mismo…

—Así que quiero formularle una pregunta hipotética.

—Mis favoritas. Junto con las retóricas. Me quedo dormido exactamente igual con unas que con otras.

—Supongamos que alguien quisiera quebrantar la ley e intentar alterar el genoma humano, concretamente para aumentar la inteligencia.

—Entonces alguien correría un grave peligro de que lo capturaran y castigaran.

—Supongamos que, mediante las mejores técnicas de investigación disponibles, encontraran ciertos genes que fuera posible alterar en un embrión para aumentar la inteligencia de la persona al nacer.

—¡Un embrión! ¿Acaso me está poniendo a prueba? Esos cambios sólo pueden llevarse a cabo en el cigoto. Una sola célula.

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