La sombra de Ender (31 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La sombra de Ender
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Al final acabaron todos sudorosos, agotados y enrojecidos, entusiasmados por haber aprendido cosas de las que nunca habían oído hablar a los otros soldados. Wiggin los reunió en la puerta inferior y anunció que tendrían otra práctica durante el tiempo libre.

—Y no me digáis que el tiempo libre se supone que es libre. Lo sé, y sois perfectamente libres de hacer lo que queráis. Simplemente os invito a una sesión de práctica extra y
voluntaria
.

Ellos se rieron. Este grupo estaba formado por niños que habían decidido no hacer las prácticas extra en la sala de batalla con Wiggin, y él pretendía hacerles entender que era preciso que cambiaran sus prioridades. Pero no importaba. Después de esta mañana, sabían que cuando Wiggin dirigía una práctica, cada segundo era vital. No podían permitirse faltar a una sesión, o quedarían muy retrasados. Wiggin se quedaría con su tiempo libre. Ni siquiera Crazy Tom protestó al respecto.

Pero Bean sabía que tenía que cambiar su relación con Wiggin en ese preciso instante, o no habría ninguna posibilidad de que pudiera ser líder. Lo que Wiggin le había hecho en la práctica de hoy, aprovecharse del resentimiento que los otros niños sentían hacia el pequeño empollón, había reducido en gran medida las posibilidades que tenia Bean de convertirse en uno de los líderes de la escuadra: si los otros niños lo despreciaban, ¿quién lo seguiría?

Así que esperó a que los otros niños se hubieran marchado para poder hablar a solas con Wiggin.

—Hola, Bean —dijo Wiggin.

—Hola, Ender —dijo Bean.

¿Advertía Wiggin el sarcasmo con el que Bean había pronunciado nombre? ¿Por eso hizo una pausa antes de contestar?

—Señor —dijo Wiggin en voz baja.

Oh corta el rollo, he visto esos vids, todos nos reímos de esos vids.

—Sé lo que está haciendo, Ender, señor, y le advierto…

—¿Me adviertes?

—Que puedo ser el mejor hombre que tenga, pero no juegue conmigo.

—¿O qué?

—O seré el peor hombre que tenga. Una cosa u otra.

No es que Bean esperara que Wiggin entendiera lo que quería decir con eso: que Bean sólo podía ser un gran soldado si tenía la confianza y el respeto de Wiggin, o de lo contrario sería sólo el niño pequeño, inútil por completo. Wiggin probablemente entendería que Bean pretendía causar problemas si no lo utilizaba. Y tal vez, hasta cierto punto, era verdad.

—¿Y qué es lo que quieres? — preguntó Wiggin—. ¿Amor y besos?

Díselo claro, para que no pueda fingir que no te entiende.

—Quiero un batallón.

Wiggin se acercó a Bean, lo miró. Sin embargo, para Bean fue buena señal que no se hubiera echado a reír.

—¿Por qué deberías tener un batallón?

—Porque sabría qué hacer con él.

—Saber qué hacer con un batallón es fácil. Conseguir que obedezcan las órdenes es lo difícil. ¿Por qué querría ningún soldado seguir a un capullo pequeñito como tú?

Wiggin había llegado al meollo de la cuestión. Pero a Bean no le gustó la forma maliciosa en que lo dijo.

—Tengo entendido que también le llamaban así. Parece que Bonzo Madrid todavía lo hace.

Wiggin no picó el anzuelo.

—Te he hecho una pregunta, soldado.

—Me ganaré su respeto, señor, si no me detiene.

Para su sorpresa, Wiggin sonrió.

—Te estoy ayudando. — Y un cuerno.

—Nadie se fijaría en ti, excepto para sentir pena por el niño pequeñito. Pero hoy me he asegurado de que todos te miren.

Tendrías que haber investigado, Wiggin. Eres el único que no sabe quién soy.

—Estarán observando cada movimiento que hagas —dijo Wiggin—. Lo único que tienes que hacer ahora para ganarte su respeto es ser perfecto.

—Entonces no tendré ninguna oportunidad para aprender antes de ser juzgado.

Así era como se demostraba el talento.

—Pobrecillo. Nadie lo trata con justicia.

La deliberada testarudez de Wiggin lo enfureció. ¡Eres más listo que eso, Wiggin!

Al percibir la ira de Bean, Wiggin extendió una mano y lo apretó firmemente contra la pared.

—Te diré cómo se consigue un batallón. Demuéstrame que sabes lo que haces como soldado. Demuéstrame que sabes cómo usar a otros soldados. Y luego demuéstrame que alguien más está dispuesto a seguirte a la batalla. Sólo entonces conseguirás tu batallón.

Bean no hizo caso de la mano que lo apretujaba. Haría falta mucho más para intimidarlo físicamente.

—De acuerdo —dijo—. Si éste es el trato, dentro de un mes me habré convertido en el jefe de un batallón.

Ahora le tocó a Wiggin el turno de enfurecerse. Agarró a Bean por la parte delantera de su traje refulgente, y lo alzó por la pared hasta que se miraron a la cara.

—Cuando digo que trabajo de una manera, Bean, entonces es que trabajo de esa manera.

Bean se limitó a sonreírle. Con la gravedad tan baja, a estas alturas de la estación, levantar en vilo a los niños pequeños no suponía ninguna demostración de fuerza. Y Wiggin no era un matón. El no suponía ninguna amenaza sería.

Wiggin lo soltó. Bean se deslizó por la pared y aterrizó suavemente sobre sus pies, rebotó un poquito y volvió a posarse. Wiggin se dirigió a la barra y se deslizó hasta otra cubierta. Bean había ganado este encuentro al conseguir molestar a Wiggin. Además, Wiggin era consciente de que no había sabido manejar bien la situación. No lo olvidaría. De hecho, era Wiggin quien había perdido algo de autoridad, y lo sabía, y trataría de recuperarla.

Yo no soy como tú, Wiggin. Yo sí doy a los demás una oportunidad de aprender lo que hacen antes de insistir en la perfección. Has metido la pata conmigo hoy, pero te daré una oportunidad de hacerlo mejor mañana y al día siguiente.

Pero cuando Bean llegó a la barra y extendió la mano para agarrarse, advirtió que sus manos temblaban y le fallaban las fuerzas. Tuvo que detenerse un momento, apoyándose en la barra, hasta que se calmó.

No había ganado aquel encuentro cara a cara con Wiggin. Incluso podría haber sido una estupidez. Wiggin lo había herido con aquellos comentarios despectivos, al ponerlo en ridículo. Bean había estado estudiando a Wiggin como sujeto de su teología personal, y hoy había descubierto que durante todo ese tiempo Wiggin ni siquiera sabía que él existía. Todo el mundo comparaba a Bean con Wiggin… pero al parecer Wiggin no se había enterado o no le importaba siquiera. Había tratado a Bean como si no fuera nada. Y después de haber trabajado tan duro todo el año para ganarse un respeto, a Bean no le resultaba fácil volver a ser nada. Eso le provocaba sentimientos que creía haber dejado atrás en Rotterdam. El miedo enfermizo a la muerte inminente. Aunque sabía que allí nadie alzaría una mano contra él, todavía recordaba que había estado al borde de la muerte cuando se acercó a Poke y puso su vida en sus manos.

¿Es eso lo que he hecho, una vez más? Al incluirme en esta lista, he puesto mi futuro en manos de este niño. Contaba que él viera en mí lo mismo que yo. Pero naturalmente, no pudo. Tengo que darle tiempo.

Si había tiempo. Porque los profesores se movían rápidamente y Bean tal vez no dispondría de un año entero en esta escuadra para demostrar a Wiggin lo que valía.

14. Hermanos

—¿Tiene resultados que ofrecerme?

—Sí, y muy interesantes. Volescu mintió. De algún modo.

—Espero que sea más preciso.

—La alteración genética de Bean no se basó en un clon de Volescu. Pero están emparentados. Así pues, no hay duda de que Volescu no es el padre de Bean. Ahora bien, casi seguro que es un medio tío o un primo segundo de él, porque alguien así es el único padre posible del óvulo fertilizado que Volescu alteró.

—Tendrá una lista de los parientes de Volescu, supongo.

—No nos hizo falta ninguna familia en el juicio. Y la madre de Volescu no estaba casada. El emplea su apellido.

—Entonces el padre de Volescu tuvo otro hijo en alguna parte, pero usted no sabe ni siquiera su nombre. Creía que lo sabían todo.

—Sabemos que todo lo que sabíamos merecía la pena. Es una distinción crucial. Simplemente, no hemos buscado al padre de Volescu. No es culpable de nada importante. No podemos investigar a todo el mundo,

—Otra cuestión. Ya que saben todo lo que saben que merece la pena saber, quizás pueda decirme por qué cierto niño lisiado ha sido retirado de la escuela donde yo lo coloqué.

—Oh. Él. Cuando de repente dejó usted de atenderlo, nos volvimos recelosos. Así que lo comprobamos. Le hicimos unas pruebas. No es ningún Bean, pero definitivamente pertenece a este sitio.

—¿Y nunca se les ha ocurrido que yo tuviera buenos motivos para mantenerlo al margen de la Escuela de Batalla?

—Asumimos que usted pensó que elegiríamos a Aquiles en lugar de Bean, quien, después de todo, era demasiado joven. Así que nos ofreció solamente a su favorito.

—Asumieron. Yo a ustedes les he tratado como si fueran inteligentes, y en cambio ustedes me han tratado a mí como si fuera idiota. Ahora veo que tendría que haber sido a contrario.

—No sabía que los cristianos se enfadaran tanto.

—¿Está Aquiles ya en la Escuela de Batalla?

—Todavía se está recuperando de su cuarta operación. Tuvimos que arreglarle la pierna en la Tierra.

—Déjenme darles un consejo. No lo lleven a la Escuela de Batalla mientras Bean siga allí.

—Bean sólo tiene seis años. Todavía es demasiado joven para ingresar en la Escuela de Batalla, y no digamos para graduarse.

—Si meten a Aquiles, saquen a Bean. Punto.

—¿Por qué?

—Si son demasiado estúpidos para creerme después de tener razón en todo, ¿por qué debo darles a munición para que me dejen en ridículo? Digamos que ponerlos juntos en a escuela es, con toda probabilidad, una sentencia de muerte para uno de los dos.

—¿Cuál?

—Eso depende de quién vea primero al otro.

—Aquiles dice que se lo debe todo a Bean. Ama a Bean.

—Entonces créanlo a él y no a mí. Pero no me envíen el cadáver del perdedor. Entierren ustedes sus propios errores.

—Eso parece bastante poco piadoso.

—No voy a llorar junto a la tumba de ninguno de los dos niños. Traté de salvarles la vida a ambos. Al parecer están ustedes decididos a dejar que averigüen cuál es más fuerte en la mejor tradición darwiniana.

—Cálmese, sor Carlotta. Consideraremos todo lo que nos ha dicho. No seremos estúpidos.

—Ya han sido estúpidos. No espero gran cosa de ustedes.

A medida que los días se convirtieron en semanas, la forma de la escuadra de Wiggin empezó a desplegarse, y Bean se llenó a la vez de esperanza y desesperación. Esperanza, porque Wiggin estaba creando una escuadra que podía adaptarse a todo tipo de situaciones. Desesperación, porque lo hacía sin necesitar a Bean.

Después de sólo unas cuantas prácticas, Wiggin escogió a sus jefes de batallón: todos ellos veteranos de las listas de traslado. De hecho, los veteranos eran jefes de pelotón o segundos. No sólo eso, sino que la organización normal (cuatro batallones de diez soldados en cada uno) creó cinco batallones de ocho, y luego los hizo practicar en semibatallones de cuatro hombres, uno comandando por el jefe del pelotón, el otro por el segundo.

Nadie había fragmentado una escuadra así antes. Y no era sólo una ilusión sin fundamento. Wiggin se esforzaba para dejar claro que los jefes de batallón y los segundos tenían suficiente capacidad de maniobra. Les decía cuál era el objetivo y dejaba que decidieran el modo de conseguirlo. O agrupaba tres batallones juntos bajo el mando operativo de uno de los jefes, mientras que el propio Wiggin comandaba la fuerza restante, más pequeña. Sin duda, delegaba mucha responsabilidad.

Algunos de los soldados lo criticaron al principio. Mientras esperaban cerca de la entrada de los barracones, los veteranos hablaban de corno harían las prácticas ese día: en diez grupos de cuatro.

—Todo el mundo sabe que dividir tu escuadra es una estrategia propia de perdedores —dijo Fly Molo, que comandaba el batallón A.

A Bean le disgustó un poco que el soldado con más alta graduación después de Wiggin dijera algo tan despectivo hacia la estrategia de su comandante. Cierto, también Fly estaba aprendiendo. Pero aquello se asemejaba más a una insubordinación.

—No ha dividido la escuadra —replicó Bean—. Tan sólo la ha organizado. Y no hay ninguna regla estratégica que no puedas romper. La idea es tener tu ejército concentrado en el punto decisivo, no mantenerlo junto todo el tiempo.

Fly miró a Bean malhumorado.

—El hecho que los pequeñajos podáis oírnos no significa que comprendáis de qué hablamos.

—Si no quieres creerme, piensa lo que quieras. El que hable o no, no va a hacerte más estúpido de lo que ya eres.

Fly se abalanzó hacia él, lo agarró por el brazo y lo arrastró hasta el borde de su camastro.

De inmediato, Nikolai saltó desde el camastro de enfrente, aterrizó en la espalda de Fly y se golpeó la cabeza contra la cama de Bean. En unos instantes, los otros jefes de batallón separaron a Fly y Nikolai: era una lucha ridícula de todas formas, ya que Nikolai no era mucho más alto que Bean.

—Olvídalo, Fly —dijo Hot Soup— Han Tzu, jefe del batallón D—. Nikolai cree que Bean es su hermano mayor.

—¿Quién se cree que es este niño para reprender a un jefe de batallón?—exclamó Fly.

—Te estabas insubordinando contra tu comandante —dijo Bean—. Y, además, estás completamente equivocado. Según tu punto de vista, Lee y Jackson fueron unos idiotas en Chancellorsville.

—¡Sigue haciéndolo!

—¿Eres tan estúpido que no puedes reconocer la verdad porque la persona que te la suelta es pequeña?

Toda la frustración de Bean por no ser uno de los oficiales estaba desparramándose. Lo sabía, pero no le apetecía controlarla. Ellos tenían que escuchar la verdad. Y Wiggin necesitaba tener apoyo cuando lo estaban poniendo verde a sus espaldas.

Nikolai estaba de pie en el camastro inferior, tan cerca de Bean como era posible, reafirmando el lazo entre los dos.

—Vamos, Fly —dijo Nikolai—. Éste es Bean, ¿recuerdas?

Y, para sorpresa de Bean, eso hizo callar a Fly. Hasta este momento, Bean no había advertido el poder que tenía su reputación. Podía ser tan sólo soldado raso en la Escuadra Dragón, pero seguía siendo el mejor estudiante de historia militar y estrategia de la escuela, y al parecer todo el mundo (o al menos todo el mundo menos Wiggin) lo sabía.

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