—No —respondí.
—Se ve que se me olvidó.
—¿Qué tal en la India? —pregunté como un bobo.
—Divino, cariño. ¡Absolutamente divino! Estoy deseando contarte lo de mi labor en ese hermoso país. Nehru llegó a decir que yo había hecho más por apartar a la India del comunismo que cualquier…
—Apuesto a que incluso Pakistán les pareció un buen sitio durante tu estancia —dije.
—¿Cómo dices, cariño?
—Nada.
—Bueno, cariño, quiero verte. A ti, a Pegeen y a vuestro precioso bebé. Tienes un niño precioso y resulta que estos años he estado tan ocupada en arreglar Europa y Asia que aún no lo he visto. ¿No podrías meterlo en una canastilla y traerlo aquí?
—Tía Mame —repuse—, tiene siete años. Es tan grande que podría meterme a mí en una cesta y…
—¡Cielos! Cómo pasa el tiempo cuando una está ocupada. ¡Pero venid de todos modos! Voy a ofrecer una pequeña fiesta de bienvenida.
—¿Cuándo?
—Pues lo antes posible. He invitado a gente muy interesante…, ¡será de lo más internacional! Daos prisa, cariño. Me muero de ganas de veros a los tres.
—De acuerdo, lo intentaremos. Estaremos ahí dentro de una hora.
—
¡À bientôt, cariño!
—se despidió.
—¿Qué sucede ahora? —preguntó Pegeen.
—Era mi tía Mame.
—Eso me pareció.
—Se aloja en el St. Regis. Acaba de llegar. Quiere que vayamos ahora mismo.
—Sabía que era demasiado bueno para durar —se lamentó Pegeen—. Los últimos siete u ocho años han sido tan tranquilos.
—Bueno, vamos. Ponte el sombrero. Démonos prisa. También quiere ver al niño.
—¿Piensas ir al St. Regis con un albornoz viejo? —preguntó Pegeen.
—¡Dios, me había olvidado! Bueno, prepara al niño mientras yo me visto.
—Pero ten presente una cosa —dijo Pegeen con un aire especialmente serio—. Es posible que sea todo un personaje, muy divertida, seductora y todo lo que tú quieras, pero no permitiré que mangonee a mi hijo. Puede verle y decir cuchicuchi, cuánto ha crecido y lo mucho que se parece a ti y todas esas cosas que se supone que dicen las tías, pero no va a…
—¡Oh, Pegeen!, ni siquiera querrá hacerlo. Está demasiado ocupada como para encima enredarse con niños.
Cuando llegamos a la puerta de la
suite
de la tía Mame, Pegeen me recordó:
—No lo olvides.
Llamé al timbre y la puerta se abrió. Ito, con la cabeza envuelta en un turbante, nos hizo una zalema.
—Ito —dije estrechándole la mano. El cabello que asomaba por debajo del turbante empezaba a tener algunas canas, pero Ito soltó una risita y comprendí que sólo había cambiado su disfraz.
—Entrar. Señora ocupada. Señora muerta de ganas de ver niño pequeño.
A nuestro hijo los ojos casi se le salían de las órbitas. Tiró de mi mano.
—¿Es como Punjab en el cómic
Little Orphan Annie
?
—No, Mike —respondí—, es un empleado de tu tía.
Para tratarse de una breve estancia en la ciudad, la tía Mame había alquilado un enorme número de habitaciones que estaban abarrotadas con una especie de delegación de la ONU. Había un montón de indios con traje y turbante e indias con vaporosos saris. Mike no había visto nada parecido en toda su vida.
La primera persona con quien me topé fue Vera, que llevaba el cabello teñido de un agresivo color dorado. Después de cumplir los sesenta había tenido que admitir que no podía seguir interpretando a jóvenes ingenuas y ya sólo aceptaba papeles de matrona de treinta y cinco años, aunque seguía llenando el teatro en las sesiones matinales. La muerte se había cobrado su tributo en la familia Fitz-Hugh y el honorable Basil era ahora todo un conde, y Vera era toda una señora. A fin de parecer aún más auténticamente británica, su pronunciación del idioma inglés se había elevado a las alturas de una nueva forma artística.
—Patrick, cariño —dijo tendiéndome la mano—, imagínate vernos después de tantos años. Cómo has envejecido, cariño.
—Hola, Vera —respondí—. ¿Has visto a la tía Mame?
—Claro, cariño. Y está preciosa. Hay que ver qué bien se conserva.
—Pero dónde…
Vi llegar hacia mí una visión y supe que sólo podía ser la tía Mame. Vestía un elaborado sari, extravagantemente plegado para resaltar su todavía esbelta figura. Su cabello, que había encanecido por completo, estaba teñido de un delicado azul vincapervinca. Llevaba mucho rímel en torno a los ojos y una casta marca en la frente.
—Hola, Fatima —dije.
—¡Patrick, cariño, mi niño querido! —Se echó en mis brazos y me cubrió de besos—. ¡Y Pegeen! —Ella y Pegeen, cuya relación había sido breve y poco más que educadamente cordial, intercambiaron un casto beso—. ¿Y dónde está el bebé?
—Está aquí —dije poniendo la mano en la pelirroja cabeza de Mike.
—¡Cariño! —exclamó teatralmente—. ¡Soy tu tía Mame!
Lo abrazó y besó.
—Tu tía abuela Mame —corrigió Pegeen.
—¡Y se llama Michael por el arcángel! —canturreó la tía Mame.
—No —respondió lacónica Pegeen—, por mi padre, Mickey el Irlandés.
—¡Oh!, pero Patrick, es divino. Es exactamente igual que tú de pequeño, salvo que tiene el preciosísimo cabello de Pegeen. O incluso más bonito, diría yo. —Apretó su nariz contra la de Mike y lo miró a los ojos—. Nunca he visto un pelo de este color, cariño. ¡Es tan rojo!
—Yo tampoco he visto un pelo como el tuyo —respondió Mike—. ¡Es… tan azul!
La tía Mame soltó una risa argentina.
—Eres un jovencito muy observador, ¿eh?
—¿Cómo? —preguntó Mike con los ojos abiertos como platos.
—Digo que eres muy observador.
—No sé lo que significa eso.
—Cielos, niño. ¿Es que tu padre no te ha enseñado nada de vocabulario?
—¿Nada de qué?
—De vocabulario. Son palabras que la gente usa cuando habla. Y, cariño, un vocabulario amplio y flexible es el sello de cualquier persona verdaderamente culta.
—No entiendo casi ninguna de esas palabras tan largas.
—Pues claro que no, cariño. ¿Cómo vas a entenderlas, si nunca tienes ocasión de utilizarlas? Voy a conseguirte un cuaderno de vocabulario, igual que hice con tu padre, y, cada vez que oigas una palabra que no entiendas, la escribes y yo te explicaré lo que significa y cómo emplearla. Será divertidísimo, ya verás.
—Sí… —respondió Mike.
—Escucha, tía Mame —dije, nervioso—, si vas a marcharte corriendo de la ciudad, no creo que te quede mucho tiempo para ampliar el vocabulario de Mike o…
—¿Quién sabe? Me necesitan en la India, pero la sangre tira mucho y… ¡Ay, Michael! ¿Conoces la India? ¿Sabes dónde está?
—Más o menos —dijo Mike.
—¡Ay, cariño, ojalá pudiera enseñártela…, su color, su esplendor, su misterio!
—A mí me gustan los misterios.
—Y a mí también, cielo. Y verla a través de tus jóvenes ojos azules. ¿Sabías que hay junglas con leopardos y leones y que se pueden ver elefantes en mitad de la calle?
—¿Como en el circo, tía Mame? —preguntó emocionado Mike.
—Sí, cariño, como en el circo. Sólo que mucho mejor, porque puedes tocarlos y montar en ellos.
—¿Montar? ¿En un elefante? —exclamó Mike.
—Pues claro, cariño. Cuando estuve con el marajá de Ghitagodpur íbamos en elefante a todas partes. Dispuse de mi propio elefante todo el tiempo que duró mi visita.
—¿Tenías tu propio elefante?
—Pues claro, cariño. Seguro que te gustaría, ¿a que sí?
—¡Caray, tía! A lo mejor la próxima vez que vayas a la India podría coger el tren e ir a visitarte. Ya sé ir en tren yo sólito. Fui desde Verdant Greens a la estación de Grand Central para comer con papá e ir al teatro.
—Desde luego, podrías venir a visitarme, tesoro. Aunque a la India siempre voy volando.
—¿En un avión?
—En una escoba —murmuró Pegeen.
—¡Guau! Tal vez pueda ir muy pronto a verte. El colegio está a punto de terminar y…
—Mike —le interrumpí—, no seas pesado.
—Lo siento, tía Mame —dijo. Luego añadió—: Llevas un vestido muy bonito.
—¡Gracias, cariño! Veo que eres muy galante. Sí, el sari es la prenda más favorecedora para una mujer. Tengo docenas en mi baúl y, ¡oh!, también tengo otra cosa. Algo que podría gustarle a un niño pequeño como tú.
—¿Qué es, tía Mame? —preguntó Mike.
—Una cimitarra, cariño.
—¿Qué es eso?
—Bueno, una especie de espada curva. La encontré un día que estuve rebuscando en los bazares. En realidad, es más un arma musulmana que hindú, pero la tracería del mango me intrigó tanto que… —Mike apenas entendía una palabra de lo que le decía la tía Mame, pero, en cuanto oyó la palabra «espada», apenas pudo contenerse—. ¿Te gustaría tenerla?
—¡Caray, tía! ¡Claro que me gustaría!
—¿No te parece un poco peligrosa para un niño de…? —empezó Pegeen.
—¡Qué va, querida!, está tan embotada que no podrías cortar ni un poco de queso con ella. ¡Pero no veas qué
glamour
tiene! ¿Por qué no dais una vuelta por ahí, mientras yo llevo a este niño tan guapo a mi habitación y…?
La tía Mame y Mike desaparecieron antes de que yo pudiera articular palabra.
—Escucha —dijo Pegeen—, recuerda que te he dicho que una cosa es una reunión familiar y otra que esa loca empiece a mangonear a Mike. Es un niño totalmente normal sin nada de excepcional, aunque su cociente intelectual sea alto, y quiero que siga así. No va a echarlo a perder con un montón de…
—Bueno, no sé a qué te refieres con eso de «echar a perder» —dije un poco indignado—. Al fin y al cabo, es quien me educó a mí. ¿Acaso mi comportamiento te parece excéntrico? Creo que hemos llevado una vida totalmente feliz y normal…
—Exacto. Y así es como quiero que sigamos.
Dimos una vuelta entre los antiguos amigos de los días neoyorquinos de la tía Mame y los nuevos de sus noches de Bombay. Era una fiesta a lo grande, que recordaba las reuniones de la tía Mame a finales de los años veinte. Estaba abarrotada de gente famosa, y debo reconocer que, comparada con los cócteles y las cenas de Verdant Greens, era brillante. Incluso sentí una punzada de nostalgia por los viejos días en que servíamos ginebra de contrabando en Beekman Place y los elegantes salones de la casa de Washington Square…, demolida tiempo atrás. Incluso Pegeen se impresionó, a pesar de sus negras sospechas sobre la tía Mame.
—Bueno, Pegeen —observé—, dirás lo que quieras, pero tendrás que reconocer que sigue teniendo gancho.
—Podría encandilar a los pajarillos y hacer que cayeran de los árboles —admitió Pegeen—. Eso es lo malo. Me gusta, me cae muy simpática, pero… ¡Dios mío!
Seguí la mirada horrorizada de Pegeen para ver a Mike y a la tía Mame saliendo de su dormitorio. El niño llevaba la cabeza envuelta en un turbante blanco y arrastraba tras de sí una enorme cimitarra.
—¡Mirad, queridos! ¡Mirad a mi pequeño indio! Hazles una zalema, Michael, como te ha enseñado tu tía Mame.
Mike hizo una zalema. Todos los caballeros indios le correspondieron y las señoras indias se rieron e hicieron revolotear sus saris.
—Por supuesto, somos parsis —me explicó una de ellas—, y hace cinco generaciones que abrazamos el cristianismo, pero el niñito americano con nuestra querida señorita Mame están…
—¡Bueno, ya está todo acordado! —exclamó como si tal cosa la tía Mame mientras acudía a nuestro encuentro.
—¿Qué es lo que está acordado? —pregunté.
—Nuestro viaje a la India. Lo único que necesita es ponerse un par de vacunas y podremos partir a finales de semana. Debo decir que es un niño adorable. Has hecho una espléndida labor con él, Pegeen. Totalmente esplénd…
—¿Qué viaje a la India? —rugí.
—Sí, papá. La tía Mame y yo vamos a ir en un avión muy grande a visitar a un rey que tiene elefantes, caza tigres y juega al polo; y voy a conocer a un señor muy religioso que enseña a la tía Mame cómo respirar y concentrarse…, es una palabra nueva, papá…, y me va a enseñar a… ¿Cómo se llama ese señor, tía Mame?
—Yogui, cariño, pero no hay por qué molestar a tu padre con…
—Eso es, un yogui, y vamos a…
—No vas a hacer nada de eso… —respondí sin inmutarme.
Si le hubiese abofeteado no le habría dolido más.
—Pero… pero, papá…
—Mike, cariño, es imposible —dijo Pegeen—. Me refiero a la distancia, el peligro. Me pondría muy triste si te marcharas.
—No te pusiste nada triste cuando me marché el verano pasado —respondió Mike—. Dijiste que estabas deseando que me apartase de tus faldas y me fuese a ese campamento de mala muerte. Dijiste que…
—Cuida tus modales, Mike —dije.
—Pero… pero, papá.
—Patrick, cariño, ¿cómo vas a privar al niño de esta aventura? —argumentó la tía Mame—. Es como cerrarle en las narices la puerta del conocimiento. Es una espléndida oportunidad de conocer uno de los países más interesantes del mundo, lleno de color, historia, misterio y agitación política, y de conocerlo desde dentro, no como los turistas, y tú…
—Tía Mame —empecé—, aún es muy pequeño y…
—Es todo un detalle por tu parte —dijo Pegeen—. Una de las ofertas más generosas que he oído, pero…
—Mamá —la interrumpió Mike. Le temblaba el labio inferior y sus ojos parecían más azules que el pelo de la tía Mame—. Por favor, ¿puedo ir? Nunca he ido a ningún sitio, excepto a las Bermudas, la isla de Maddox y ese campamento de verano. Por favor, ¿puedo ir?
En fin, Mike sabe cómo hacer que se le encoja a uno el corazón con una sola mirada.
—Mike, yo… yo… De acuerdo, deja que lo discuta con tu padre.
—Es una idea espléndida —dijo enérgica la tía Mame—. Las parejas deberían discutir siempre sus problemas. Sacarlos a relucir y enfrentarse a ellos con sinceridad. Si todo el mundo lo hiciera no habría tantas disputas y divorcios. Id a mi dormitorio y arreglad esto ahora mismo.
Nos empujó hasta su dormitorio y cerró la puerta.
—Bueno —dije.
—Bueno —respondió Pegeen—. No sé qué decir. Por un lado se me ocurren más de diez mil objeciones a este absurdo proyecto. Tu tía es frívola, atolondrada, posesiva y dominante, y Mike es un niño muy impresionable…
—Además la India es muy peligrosa —añadí—. Tengo entendido que hay insectos y reptiles venenosos. Aunque nunca he estado allí y debo reconocer que suena muy…
—Por supuesto es una magnífica oportunidad para Mike. No seré yo quien lo niegue. Sería una vivencia que lo acompañaría el resto de su vida. Pero aun así…