La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos (38 page)

Read La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos Online

Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga

BOOK: La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos
7.01Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Eso está mejor, Trav. No puedes convencerme para que cierre la boca, así que me obligas rompiéndome la nariz.

—Simon, lo siento. No quería… —Dio un paso adelante para ayudar a levantarse al chico, pero Simon lo apartó, rechazando su mano.

—No, no. Claro que querías, Travis, y has demostrado lo que quería decir. Poder. Fuerza. En eso sí se puede confiar. En eso es en lo que puedes depender a la hora de protegerte… y no en la gente. Y los cosechadores tienen más poder del que puedes imaginar. Quiero un poco de él, Travis. Merezco un poco después de la mierda de vida que he tenido, ¿no te parece?

Travis cerró los ojos. No quería pensar. Si lo hacía, corría el riesgo de reconocer que sus esfuerzos habían sido inútiles. Simon estaba más allá de toda redención. Lo habían perdido.

—Por eso estás perdiendo el tiempo, Travis. Ahora estoy con los cosechadores.

De acuerdo. Es el turno del capitán Taber
. Travis suspiró.

—Entonces no te importará ayudarlos, ¿verdad que no?

El comandante Shurion se sorprendió de oírlo… precisamente a través del disco de comunicación.

Simon le explicó que el traidor se lo había entregado a Travis para poder mantenerse en contacto. No le quitaban el ojo de encima, lo que explicaba el retraso de Simon en ponerse en contacto con el comandante, así como la necesaria brevedad de su mensaje. No tenía mucho tiempo. Era una pena que el oficial de comunicaciones de los cosechadores que recibió su transmisión no le hubiese pasado con el comandante Shurion antes.

Shurion no estaba interesado en los detalles. Solo en los nombres. En uno en particular.

No le alegró mucho saber que el traidor se llamaba Tyrion. A bordo de la Furion no había ningún Tyrion. El traidor le había dado a su aliado terrícola un nombre falso para protegerse.

De hecho, decir que el comandante Shurion no se alegró mucho era un modo muy suave de decirlo.

Pero Simon confiaba en poder redimirse. Después de todo, estaba escondido en el mismo lugar que Travis Naughton y junto a un montón de esclavos en potencia… casi un centenar de adolescentes, todos en buen estado. Si capturaban a Travis Naughton, podían persuadirlo para identificar al traidor personalmente, lo que solucionaría los problemas del comandante. Simon podía ayudar a los cosechadores a capturar a Travis dirigiendo un recolector directamente a la guarida de los adolescentes. Sería cuestión de…

Curiosamente, el comandante Shurion no parecía muy dispuesto. Simon tuvo la impresión de que los recolectores tenían una disponibilidad muy limitada en aquel momento. Pero al final, la tentación de desenmascarar al traidor fue demasiado grande.

¿Dónde? En el pueblo de Otterham.

¿Cuándo? Tenían que darse prisa, ya que Travis estaba hablando de cambiar de ubicación. Al día siguiente. A primera hora.

Tendrían que enviar el recolector a primera hora.

Alguien se aproximaba, por lo que Simon avisó que tendría que cortar la transmisión. Confió en haber sido digno de la confianza del comandante Shurion.

—Buen trabajo, Simon —dijo el cosechador, dando su aprobación.

Un veredicto que el capitán Taber confirmó cuando el muchacho de las gafas dejó el disco de comunicación en la mesa que tenía ante él.

—Vuestra pequeña jugarreta no os va a salvar —advirtió Simon—. Incluso sin recolectores ni vainas de batalla, incluso si Darion desactiva todos los ordenadores de la nave, los cosechadores serán demasiado fuertes para vosotros. Os aplastarán.

—Ya nos preocuparemos de ello —se limitó a decir Taber—. Señor Naughton —que se encontraba al lado del oficial—, informe a lord Darion de que nuestro ataque comenzará al alba. Aconséjele que esté listo.

—Pero antes de que lo hagáis —interfirió Simon, mirando a su izquierda y su derecha, a los soldados que lo rodeaban, a los cañones que apuntaban hacia él—, ¿crees que podrías quitarme estas malditas armas de la cara?

Cuando Darion hizo su obligatoria aparición en el puente aquella tarde, no encontró al comandante Shurion sentado en su sillón de mando, sino ante la ventana que se extendía desde el techo hasta el suelo, altanero, contemplando el exterior con una sonrisa de satisfacción dibujada en el rostro.

Lo cual le parecía bien a Darion. Que sonriese mientras pudiera. Al día siguiente, el comandante luciría una expresión bien distinta. Antes, ese mismo día, el alienólogo había estado conspirando con Travis.

—Ah, lord Darion —lo recibió Shurion, con una cordialidad muy poco habitual en él.

—Comandante —respondió Darion—. Esta noche parece de buen humor.

—Desde luego. Me gusta la noche en este planetucho tan desagradable. —Shurion disfrutó de la perspectiva del valle que se extendía ante él hasta sumirse en un pozo de oscuridad, cubierto por árboles que parecían los rígidos dedos de hombres ahogándose—. Me gusta ver cómo la oscuridad extingue la luz y cubre toda la Tierra. Me recuerda lo inevitable que es nuestra victoria sobre las razas inferiores, nacidas para ser esclavas.

—Asumo, entonces, que las operaciones están marchando según lo previsto.

—Oh, desde luego. —A Shurion parecía ofenderle que Darion sospechase lo contrario—. Nuestro primer contingente de esclavos está siendo despachado hacia la crionave mientras hablamos. En cuanto los recolectores hayan regresado, podremos empezar a cosechar una nueva remesa.

—Excelente. —Darion pensó que resultaría convincente que mostrase su aprobación.

Shurion rió en voz baja.

—Más sujetos para sus estudios, ¿eh, lord Darion? —El alienólogo abrió la boca, por instinto, para defenderse, pero un gesto del comandante hizo que sus protestas resultasen innecesarias—. No quiero faltarle al respeto, mi señor. Es un placer tenerlo de vuelta con nosotros, como espero demostrar en breve. Pues esta noche me encuentro de tan buen humor que hasta se me podría convencer de que permitiese a la hermosa Dyona del linaje de Ayrion permanecer a bordo de la Furion. Sería todo un privilegio para este humilde servidor acoger no ya a uno, sino a dos miembros de nuestras benditas Mil Familias. —Su sarcasmo era más que evidente.

—Creo que su humor se debe a algo más que al momento del día y a la transferencia exitosa de los criotubos, comandante —dijo Darion—. ¿Es posible que ya haya desenmascarado al traidor que se encuentra en su tripulación? —No pudo evitar la pulla.

Pero la satisfacción de Shurion parecía inalterable.

—Pronto, lord Darion. Muy pronto.

—Me alegra oírlo. —¿Y cuál era el término pintoresco y expresivo que los terrícolas empleaban para referirse a alguien que no les gustaba? El término estaba relacionado con la ilegitimidad, los linajes, una cuestión íntimamente relacionada con los cosechadores. Ah, sí—. Pero estaré aún más impresionado al verlo —dijo Darion. «Bastardo».

Los dos cosechadores se enfrentaron sobre el puente que se erguía ante el oscuro valle y se sonrieron el uno al otro, odiándose, y deseando en secreto que el día siguiente fuese el último de su oponente.

Los técnicos de la doctora Mowatt se arremolinaban en torno a los Josués. Había que comprobar los sistemas de los doce vehículos de asalto, revisarlos de nuevo y luego volverlos a examinar. No podían permitirse que nada saliese mal al llegar el alba, cuando las máquinas se aproximasen a la nave de los cosechadores. Un cable suelto aquí o un circuito defectuoso allá podía dar lugar a la muerte del operario de uno de los Josués y el fracaso de la misión.

—Los errores conducen a la tumba. —Se trataba del lema del capitán Taber.

Los técnicos contaban con la ayuda de los operarios de los Josués. Travis, que junto al resto del grupo observaba la actividad junto a Mowatt y Taber pese a la hora, los contó. Veinte. Cuando la capacidad máxima de los VAJ era de tres hombres por vehículo, por lo que precisarían de un total de treinta y seis. El problema no iba a radicar en la maquinaria, sino en el personal.

Quizá pudiese hacer algo al respecto.

—Capitán Taber. ¿Señor? Quiero ir con ellos —anunció de pronto—. Quiero ser parte del equipo que ataque la Furion.

—Travis, no. —Tilo le tiró del brazo, como si esperase que fuese a saltar al interior de una cabina de control a través de la escotilla abierta en aquel preciso instante.

—Sí, Tilo. Es algo que quiero hacer. —Estrechó su mano, intentando transmitir confianza—. Es algo que tengo que hacer. —Su confrontación con Simon le había hecho daño, más del que había confesado a Tilo o a los demás. Había plantado las semillas de la duda en su mente. ¿Estaría Simon en lo correcto, aunque fuese un poco? ¿Sería posible que el liderazgo que ejercía Travis sobre el grupo fuese interpretado como un ejercicio de vanidad? ¿Estaba más interesada una parte de él, por pequeña que fuese, en dar una buena impresión antes que en hacer lo correcto?—. Capitán Taber, por favor, déjeme montar en los Josués. —Porque combatir a los cosechadores era, sin atisbo de duda, lo correcto. No había segundas intenciones. No había luces y sombras. Ni dudas.

—Señor Naughton, aplaudo su valor —dijo el capitán Taber—, pero usted no es ni un operario formado para pilotar un VAJ ni un soldado.

—Ahora todos somos soldados —contestó Travis—. Todos nosotros. ¿Y acaso no he demostrado que puedo defenderme? Y no sé, puedo ser de ayuda. Es posible que se dé el caso de que alguien tenga que salir del Josué o algo así, no sé, pero… además, no necesito un traje protector ni nada de eso, así que podría hacerlo. Deme la oportunidad, capitán Taber —le rogó el adolescente—. Por favor.

Y la mente de Taber viajó por sus cuarenta años de servicio militar y recordó a otros hombres jóvenes desesperados por probarse en el campo de batalla, decididos a enfrentarse a sí mismos y aprender quiénes eran realmente, porque en la guerra siempre había dos enemigos en potencia: el hombre con el uniforme de otro país y el hombre que se encuentra en el interior de uno, en su corazón, en su alma. Y Taber envidió la pasión y la juventud de Travis Naughton, perdidas ambas hace ya mucho. Había vivido demasiado. No podía entrometerse en el camino del muchacho. No podía negarle su oportunidad de conocerse a sí mismo.

—Muy bien, señor Naughton —accedió—. Puede acompañar a Parry en el Josué 7.

—¿Está seguro de que es una buena idea, capitán Taber? —se opuso la doctora Mowatt.

—Usted es la directora científica del Enclave —dijo Taber—. El despliegue de los Josués es una cuestión militar.

—Como desee. —La mujer se encogió de hombros—. Espero que sepa lo que está haciendo.

—Pues yo sí que lo sé, y no vas a volver a dejarme atrás, Travis. —Le resultaría difícil mientras Tilo estuviese enganchada al cuerpo del chico de cabello castaño—. Voy a ir en ese maldito tanque contigo. Y ni se te ocurra decir que no.

—No creo que sea capaz de decir nada, Tilo. Me estás cortando la circulación. —Pero en su interior, Travis gritaba para sí mismo:
¡Sí, sí, sí!

—¿Capitán Taber? —dijo Tilo—. Si Travis puede unirse al equipo de asalto, yo también puedo, ¿verdad? Se supone que estamos en la era de la igualdad de sexos, ¿no?

El capitán Taber parecía convencido de que no solo los hombres tenían que demostrar su valía. Asintió con la cabeza.

—No creo que sea apropiado por mi parte quedarme atrás mientras Travis y Tilo arriesgan sus vidas. —Antony dio un paso al frente.

—Con Brandon, señor Clive —dijo Taber—. Al Josué 9.

—Y si Tilo puede ir con Travis, yo puedo…

Una voz interrumpió a Jessica.

—No me parece en absoluto sensato que todos los jóvenes formen parte del equipo de asalto —le comunicó la doctora Mowatt al oficial del enlace militar—. Teniendo en cuenta su libertad de movimientos en la superficie, creo que sería mejor que alguno de ellos se quedase aquí, en el Enclave.

Antony sujetó a Jessica por los hombros y la miró a los ojos con intensidad.

—La doctora Mowatt tiene razón, Jessie. Será mejor que te quedes aquí. Y, además, tienes que sentarte a arreglar las cosas con alguien. —Su mirada guió la de Jessica hacia Mel.

—Yo voy contigo, Antony —dijo Mel, levantando las manos para evitar cualquier posibilidad de ser la única en quedarse—. O con Trav. O en un Josué que no sea ni el siete ni el nueve.

—Esta vez no, Mel —dijo Antony y, por desgracia para ella, Travis no le contradijo. Porque podía enfadarse con Antony, pero jamás podría enfadarse con Trav… aunque, por algún motivo, no lo hizo. Mel sintió un tono cálido e incluso dulce en la voz del muchacho rubio. Cayó en la cuenta de que confiaba en él casi tanto como confiaba en Travis—. Creo que ya he entendido la broma del chiste que me contaste en el campo de prisioneros. No tienes por qué ser Grimaldi. Puedes elegir no serlo. —Antony estrechó la mano izquierda de Jessica y la derecha de Mel. Las acercó hasta que sus dedos se rozaron—. Jessica, Mel. Mel, Jessica. Ya está. Presentadas de nuevo. Ahora, independientemente de vuestros problemas, podéis solucionarlos. Antes de que volvamos. ¿Entendido?

Si así fue, ninguna de las dos chicas pareció dispuesta a ponerse manos a la obra.

—¿Quién es Grimaldi? —quiso saber Jessica.

—Bueno, pues si vas a estar aquí, no hace falta que yo me quede. —Richie habló con su habitual tono de pasota, pero su rostro se tornó rojo cuando los demás se volvieron hacia él, francamente sorprendidos. ¿Sorprendidos? Era mucho mejor que «asqueados»—. Supongo que podría acompañar a Tony en una de esas latas… si te parece bien, y eso —dijo a su posible compañero.

—Llámame Antony, Richie —le pidió el delegado del colegio Harrington—. Y sí, me parece bien.

—¿Qué te parece? —le dijo Travis a Tilo en voz baja—. Richie Coker ofreciéndose voluntario a ponerse en peligro. Quizá le quede algo de dignidad, después de todo.

—Yo —dijo Tilo— no estaría tan segura, Travis.

El capitán Taber reunió a los adolescentes y les dijo que les vendría bien dormir unas horas, sobre todo a aquellos que iban a formar parte del equipo de asalto. La partida de los Josués hacia la Furion estaba programada para las cinco en punto y no podía sufrir retrasos.

Al alba, comenzaría el contraataque de la raza humana contra los cosechadores.

14

Other books

Carnage by Maxime Chattam
Sunkissed by Hohenstein, Traci
The Second Sex by Simone de Beauvoir
WORTHY, Part 1 by Lexie Ray
Rivals by Jilly Cooper
Air Ticket by Susan Barrie