La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos (40 page)

Read La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos Online

Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga

BOOK: La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos
5.27Mb size Format: txt, pdf, ePub

No tardaría mucho en averiguarlo.

El terreno empezó a inclinarse poco a poco, paulatinamente, y las puntas de diamante de los Josués trabajaron a fondo para mantener el ritmo mientras el mapa en relieve generado en la pantalla representaba de forma gráfica la pendiente de la colina Vernham.

—Un minuto hasta establecer contacto visual con el objetivo —informó Brandon a los científicos del Enclave y a los adolescentes que lo acompañaban a bordo del VAJ.

La pantalla mostró al Josué 8 a su izquierda y al Josué 10 a su derecha, avanzando al unísono, subiendo con una perfecta sincronía. Antony sintió que el corazón le latía con fuerza, una excitación desbocada, un entusiasmo incontenible. Quería gritar y sollozar y reír y abrazar a alguien, abrazar a Jessica, aunque su acelerado corazón le pedía algo más que sexo. Quería abrazar la vida misma, aferrarse con fuerza a ella, sujetarla como a un niño pequeño y protegerla. Porque la vida era lo más preciado e importante de todo.

Merecía la pena pelear por ella. Morir por ella.

Los nombres en el pergamino del honor. Antony los recordaba.
Adams, J. C.
, repitió en silencio.
Addison, C. L. L.; Amory, D. E.

Los Josués alcanzaron la cima de la colina Vernham y se posicionaron en ella, apuntando al fin al enemigo. La colosal Furion los esperaba debajo.

—Dios mío —dijo Brandon, boquiabierto—. Esperemos que vuestro colega alienígena haya hecho su trabajo.

—Joder, Antony —dijo Richie entre dientes—. Esto va en serio. Va muy en serio.

—Lo sé —dijo el muchacho rubio.
Brumby-Ellis, G. W.; Caversham, T.

¿Clive, A. R.?

—Avancen y ataquen. —El capitán Taber gritó las órdenes a kilómetros de distancia—. Equipo de asalto Josué, fuego a discreción.

La puerta protestó con un: «Acceso a los aposentos de lord Darion denegado», pero no sirvió de nada. Los intrusos habían traído consigo un dispositivo de pirateo. Shurion y sus Corazones Negros entraron antes de que la puerta se hubiese abierto del todo. Los guerreros ya tenían sus subyugadores a punto.

Darion se puso en pie de golpe sin soltar el ordenador.

—¿Qué está pa…? —Pero era obvio lo que pasaba—. Ordenador…

Shurion cogió al alienólogo por la garganta, interrumpiendo sus palabras.

—Me temo que no, lord Darion. —El sarcasmo hizo que el rango perdiese todo su significado—. ¿No te parece?

—Quitadme las… ¡Soltadme de una vez! —Dos guerreros estaban sujetándole los brazos, colocándoselos tras la espalda—. Pertenezco a las Mil Familias. Haré que os arranquen la carne de los huesos por esta afrenta.

—Debo insistir, mi señor —dijo Shurion con una maligna sonrisa—, pero me temo que no. —Sin embargo, dejó de sujetarlo e hizo un gesto a sus subordinados para que hiciesen lo mismo.

—En cuanto mi padre se entere de este ataque contra mi persona, Shurion… —Darion se esforzó por transmitir autoridad, por aparentar control, pero era difícil. Shurion lo sabía. Hasta entonces lo había sospechado, sí, pero entonces, de algún modo, estaba seguro. Tenía tanto miedo que le temblaban las piernas hasta el punto de tener que esforzarse por permanecer en pie.

—Claro que se enterará —le garantizó Shurion—. El comandante de la flota Gyrion conocerá hasta el último detalle de este deplorable incidente, sobre todo el más relevante, sorprendente y desdichado de todos ellos, lord Darion. El hecho de que tú, su propio hijo, sea el traidor de la raza de los cosechadores.

—Eso es del todo ab… absurdo —tartamudeó Darion—. Ordenador, borrar programa.

—Es demasiado tarde, Darion. —Shurion rió—. Mocoso débil y patético. Traidor. Puedes borrar toda la memoria de tu ordenador, pero aun así sabríamos para qué lo has utilizado. ¿Para desactivar los sistemas de armas de la Furion, quizá? ¿Para desactivar nuestros escudos? ¿Para negarnos la capacidad de volar? ¿Para dejarnos incomunicados y desvalidos? Supongo que eso significa que tus sucios amiguitos, los esclavos, están a punto de atacarnos, ¿eh? Mientras nuestro último recolector está lejos, ¡qué conveniente!

Darion rogó a todos los dioses de los cosechadores que así fuese. Rezó por ello. Que el ataque comenzase en aquel momento. Tenía que tener lugar en ese preciso instante. ¿Por qué se retrasaba la gente de Travis? ¿Dónde estaban?

¿Acaso se había sacrificado para nada?

—Sabotaje y conspiración, lord Darion —apuntó Shurion—. Dos crímenes más que añadir a tu letanía de delitos. Delitos capitales.

—No sé de qué está hablando —dijo, en un último y desafiante intento—. Es usted el que se está ganando a pulso un puesto en la celda de despojos, comandante Shurion. ¿En serio cree que mi padre o el tribunal de las Mil Familias valorarán el testimonio de un plebeyo como usted sobre el de uno de los suyos? —En ese caso, no dejaría de ser irónico que el sistema que Darion odiaba acabase por salvarlo de la ejecución.

—Puede que no crean mi testimonio —aceptó Shurion—, pero tengo pruebas frías, objetivas e incontrovertibles que presentar a los miembros del tribunal cuando tu triste y patético caso sea llevado a juicio.

—Puede que haya infiltrado a un espía entre los terrícolas para descubrir el nombre del traidor —supuso Darion—. De ser así, dudo que encuentre fiable su testimonio… o que siquiera consiga dar con él.

—Oh, ¿así que ya estabas al corriente? —Shurion asintió—. Entonces nuestro recolector está perdiendo el tiempo, ¿no? Entonces también sabrías que después de que los esclavos se fugasen mandé instalar un programa de reconocimiento en la red principal de la nave, de modo que cualquier futura interferencia con los sistemas informáticos de la Furion fuese rastreada hasta conducir a su origen y al miserable criminal de su autor. Y nos ha conducido a este ordenador, Darion. A ti.

Darion movió la boca para hablar, pero no podía decir nada. Era el fin. Le había llegado la hora.

—¿Qué sucede, lord Darion? —se burló Shurion—. ¿Te comió la lengua el scarath? —Acercó su rostro al del alienólogo, con una expresión de puro odio dibujada en su cara—. Me alegro tanto de que seas el traidor, como siempre sospeché. Demuestra que tenía motivos para odiarte. Debería hacer que te ejecutasen ahora mismo. Debería hacerlo personalmente. Acabar contigo con mis propias manos y verte morir me proporcionaría la satisfacción más absoluta… después de los problemas y la humillación que tus patéticos actos de traición me han provocado. Pero… —añadió, resistiendo a duras penas el llevar a cabo su deseo— tu posición privilegiada aún te protege. De momento. Debemos garantizar que un miembro de las Mil Familias sea sometido a un juicio justo. Serás juzgado por las antiguas leyes de nuestra gente, pero que no te quepa la menor duda, Darion, de que se te encontrará culpable y que ese será el fin de tu lamentable vida. Y yo estaré ahí, regodeándome.

—Estás enfermo, Shurion —espetó Darion con una mueca de repulsa—. Estás completamente enfermo.

Shurion parecía más divertido que afectado por aquella valoración de su persona.

—No ofende el que quiere, sino el que puede —dijo—. Pero quizá debería darte las gracias, Darion. Puede que no te des cuenta, pero en el fondo me has ayudado. Tú y tus despreciables amiguitos de la disidencia queréis derrocar nuestro sistema social en beneficio de escoria alienígena, para salvar a los esclavos. Yo también quiero una revolución en nuestro Gobierno, hijo de Ayrion, pero para mi propio beneficio, para satisfacer mis ambiciones y para convertirme al fin en quien merezco ser, el primero entre los cosechadores. Cuando llegue el momento no se te juzgará solo a ti, Darion, sino a toda la clase social que representas, las decadentes, moribundas e incompetentes Mil Familias. En el futuro, ¿qué cosechador racional tolerará o aceptará ser gobernado por una élite que afirma ser incorruptible, pero que en realidad genera traidores? El derecho de las Mil Familias a ejercer la autoridad sin discusión será puesto en entredicho, la tiranía del linaje tocará a su fin. Tu padre y los suyos caerán, y aquellos que piensen como yo se harán con las riendas del poder y dará comienzo una nueva era dorada para los cosechadores. Y la galaxia gemirá de dolor bajo el yugo de la esclavitud. Tus Mil Familias están obsoletas, Darion: un hombre es aquello que consigue ser, y yo voy a convertirme en alguien grande.

—¿Ha terminado ya? De lo contrario, comandante, voy a pedirle permiso para sentarme. Me cansa escucharle despotricar como un loco.

Shurion rió en voz baja.

—Entonces le enviaré a un lugar donde podrá descansar. Llevadlo a las celdas. —Exultante, vio cómo sus guerreros sacaban a Darion de la habitación. Si creyese en los dioses, cosa que no hacía, Shurion les hubiese dado las gracias por aquel momento. Sentía el pecho henchido de orgullo. Se sentía fuerte, supremo. No había nada que no pudiese hacer.

Recibió un mensaje del puente. Una falange de tanques terrícolas había aparecido sobre la cima de la colina, en su flanco izquierdo.

—¿Y qué? —bufó Shurion.

—Que nuestros sistemas de armamento y defensa están desconectados, comandante. ¿Y si los terrícolas atacan?

Nada podía hacerle daño.

—Que ataquen.

Mientras los Josués descendían por la colina Vernham, Travis supo que los próximos segundos serían decisivos. Determinarían si Darion había sido fiel a su palabra. Si tenían una oportunidad. Si quedaba esperanza.

Los vehículos de asalto salieron al unísono de la última sección de cobertura que ofrecía el bosque. Y dispararon. Uno a uno los cañones tronaron en la línea, primero el arma superior, seguida al cabo de un instante por la inferior, que produjo el más violento de los ecos. Los Josués lanzaron una andanada de veinticuatro proyectiles y las cabinas de control temblaron.

Tilo reaccionó de forma instintiva con un grito. Travis extendió su brazo hacia ella.

Los misiles alcanzaron la Furion.

E inmediatamente, sus carcasas grises se desintegraron, convirtiéndose en llamaradas naranjas y amarillas. Pero no eran esos los colores que Travis estaba pendiente de ver sobre la nave, sino el azul, el tono añil etéreo a la par que invulnerable de los escudos de los cosechadores.

No apareció.

Los escudos habían sido desactivados.

—¡Sí! ¡Sí! —Travis aulló de júbilo. Y Tilo. Y Parry.

La Furion tembló bajo el impacto de los proyectiles y su casco argento se hundió, se quemó, se resquebrajó. Se oscureció. El color del metal quemado era de lo más bonito aquel día.

Travis sintió que el corazón le latía a toda velocidad. Hubiese dado un salto de no ser por el cinturón de seguridad. Por lo menos pudo abrazar a su novia.

—Darion lo ha conseguido. Lo ha conseguido.

—¡Oh! ¡Lo adoro! —celebró Tilo—. Bueno, en realidad no. Quiero decir…

En el Enclave también celebraron el momento cuando en las pantallas del centro de seguimiento y comunicaciones brillaron los destellos de los misiles al explotar. Los técnicos vitorearon desde sus consolas. La doctora Mowatt, que parecía veinte años más joven, aplaudió; sus ojos brillaban de alegría tras sus gafas de concha.

Mel y Jessica se abrazaron.

—Todo va a ir bien. De verdad. —La voz de Jessica se entrecortaba por la emoción.

—Te lo dije. —También la de Mel.

El capitán Taber fue el único que se mostró comedido, limitándose a mover con nerviosismo su bigote del mariscal Montgomery. Sabía que el último disparo de la batalla contaba más que el primero. Era consciente de que el daño infligido a la nave de los cosechadores era meramente superficial y de que la ausencia de escudos no significaba que no tuviesen ninguna posibilidad de devolver el golpe. Siguió gritando órdenes.

—A todos los operarios de los Josués, intensifiquen el ataque ahora que tenemos ventaja. Pero permanezcan alerta. Puede que los alienígenas aún sean capaces de desplegar sus propias armas.

Travis escuchó la voz de Taber y coincidió con el militar. Sin embargo, independientemente de la capacidad ofensiva de la Furion en circunstancias normales, parecía incapaz de desplegarla en aquel momento. Obra de Darion.

Una segunda andanada procedente de los Josués bombardeó la nave sin oposición, y las explosiones reverberaron por el valle mientras el humo y el fuego ascendían hacia el cielo. El casco plateado se hundió a causa de los golpes, sin llegar a romperse. Era tenaz. Pese al significado de los nombres de los vehículos de asalto, los muros no cayeron.

—Parece que si queremos hacerle un agujero a ese cabronazo vamos a tener que acercarnos todavía más —murmuró Parry—. Bueno, pues eso podemos hacerlo. Agarraos, chavales.

—Avancen y rodeen al enemigo —les instruyó el capitán Taber—. Utilicen todos los medios a su alcance. Pongan fin a esta batalla.

El puente tembló cuando la Furion fue alcanzada por la salva de misiles, pero el comandante Shurion no. Estaba sentado en su sillón de mando alzado a su máxima extensión, como un rey, riéndose a carcajadas de los técnicos vestidos de rojo que correteaban caóticamente de un ordenador a otro, comprobando desesperados el estado de la nave esclavista y luchando a brazo partido por restaurar los sistemas saboteados. Shurion ni siquiera se planteó por un segundo que aquella tarea fuese imposible. No tenía la menor duda acerca de su eventual y completa victoria sobre la patética escuadra de minúsculos tanques terrícolas.

Se sentía invencible, elegido. Era como si el destino mismo obedeciese a su voluntad. Revelar que Darion era el traidor haría realidad sus ambiciones políticas, y aplastar la incursión terrícola reforzaría su reputación militar.

Quizá, después de todo, hubiese merecido la pena viajar a aquella bola de barro olvidada de la mano de Dios.

—La integridad del casco en los sectores uno, tres, cuatro y siete se encuentra solo al sesenta por ciento, comandante —le informó un técnico, ansioso—. La integridad de los sectores dos, cinco y seis está por debajo del cuarenta y cinco por ciento. ¿Comandante?

—En otras palabras —respondió Shurion, condescendiente—, el casco permanece intacto.

Un segundo técnico se unió a su compañero.

—Comandante, hemos conectado todos los sistemas. Tardaremos un poco en reiniciarlos del todo, pero…

—¿A qué capacidad operamos ahora?

—Puede que al cincuenta por ciento, comandante, pero cualquier gasto energético considerable podría retrasar…

Shurion rechazó las observaciones del técnico con un gesto de su mano.

Other books

Ship It Holla Ballas! by Jonathan Grotenstein
ELEPHANT MOON by John Sweeney
A Darkness at Sethanon by Raymond Feist
Baxter by Ellen Miles
Burn for Me by Lauren Blakely
Laced With Magic by Bretton, Barbara
Captain's Choice: A Romance by Darcey, Sierra