La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos (44 page)

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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga

BOOK: La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos
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Y las reservas energéticas de emergencia del Josué se activaron, iluminando la cabina una vez más.

Parry tenía los ojos abiertos, pero no veía nada a través de ellos. Eran un par de cuentas blancas en un fondo rojo. Su cabeza pendía hacia atrás, sus brazos estaban extendidos a los lados y colgaban. No había nada que Travis pudiese hacer por él.

Pero aún podía salvar a Tilo. En ese instante, aquella era la diferencia que podía marcar. Si podía salvar a alguien, si podía mantener a aquella excepcional persona con vida, la lucha, el esfuerzo, habrían merecido la pena. Su padre estaría orgulloso.

Travis examinó el panel de instrumentos que había ante él y recordó qué hacía cada control de cuando había estado observando a Parry. Tomó una decisión y asió una palanca.

—Agárrate, Tilo.

—¿A ti?

—A todo. Nos largamos de aquí.

Empujó la palanca hacia delante y el Josué se puso en marcha, sacudiendo a los adolescentes con su brusco movimiento. Las orugas machacaron la ya destrozada colina y condujeron al vehículo hacia la cima. Travis apretó los dientes y rezó por que solo necesitase llevar a cabo las maniobras básicas.

—No dejes de mirar las pantallas, Tilo. Necesito concentrarme en… dime dónde está la Furion.

—Trav, la tenemos justo encima.

—Oh, genial. Fantástico. —Forcejeó con los recalcitrantes controles, una batería de luces rojas intermitentes. El Josué estaba más dañado de lo que Travis pensaba.

—No puedo ver a los demás, Trav. Antony y Richie… —El terror en la voz de Tilo era palpable—. Solo quedamos nosotros…

—Y no nos vamos a rendir —afirmó Travis mientras obligaba al Josué a avanzar haciendo uso de los instrumentos y las unidades de propulsión del vehículo, poniendo en ello toda su voluntad. La fe había derribado los muros de Jericó. Y la fe los mantendría a salvo entonces—. No. Nos. Vamos. A rendir.

—¡Travis!

Tilo se alejó de las pantallas a la vez que dejaba escapar un grito, deslumbrada por el brillo que proyectaba en el interior de la cabina el ardiente resplandor de un rayo de energía de los cosechadores.

La tierra sobre la que avanzaba el Josué desapareció, haciendo que las puntas de diamante perdiesen toda utilidad. El vehículo fue pateado como una lata por la bota de un gigante. Los adolescentes intentaron alcanzarse el uno al otro, pero sus miembros no obedecieron. Los cinturones de seguridad los oprimían con fuerza mientras la gravedad los zarandeaba de un lado a otro. El vehículo no se limitó a caer: rodó, retorciéndose mientras se desplomaba por la colina, dando vueltas de campana. La armadura del Josué recibió numerosos impactos, sus instrumentos volvieron a chisporrotear y las luces rojas brillaban con toda su intensidad, alertando de la situación. Aunque su función hubiese quedado obsoleta.

Y en aquella ocasión, cuando la luz principal de la cabina se desvaneció, no fue restaurada.

Pero Tilo se equivocó al creer que el Josué 7 se había quedado solo.

—¡Brandon, no! —gritó Antony—. ¡Como salgamos, moriremos! —Se refería a la potencia de fuego de la Furion. Ni siquiera pensó en el virus de los cosechadores y el hecho de que el operario del Josué no tuviese un traje de protección.

A Brandon tampoco parecían importarle tales cuestiones. El pánico, y no la razón, era lo que lo hacía huir a través de la escotilla: el pánico más puro y desgarrador. Ya no se encontraba en su asiento, sino dirigiéndose hacia el acceso más cercano, rodeado por un anillo de luz.

—Si nos quedamos aquí sí que moriremos. Yo no pienso esperar… vosotros haced lo que os dé la gana.

Brandon escapó a través de la escotilla.

—Tenemos que irnos. Tiene razón. —Richie ya se había quitado el cinturón y puesto en pie—. Además, ninguno de los dos sabe manejar este trasto. Vamos, Tony. —Señaló la escalera de tres peldaños que conducía a la escotilla—. Si nos quedamos aquí, vamos a ser un blanco fácil.

Subió por las escaleras y asomó la cabeza al exterior, contemplando un panorama caótico y desolador. La Furion seguía sobre ellos, aproximándose mientras desataba una nueva andanada de destrucción sobre la colina, una cortina de fuego que avanzaba, inexorablemente, hacia el inmóvil Josué. Richie se estremeció.

—Tony, sal ya. ¿Qué demonios estás haciendo?

La respuesta heló la sangre de Richie en mitad de aquella conflagración.

—No puedo… mi cinturón de seguridad se ha estropeado. Estoy atascado. No puedo salir. ¡Richie!

Este miró al interior del Josué. Vio a Antony forcejeando por liberarse. El cinturón de seguridad, una medida que debía protegerlo, iba a ser la causa de su muerte. Si Richie entendiese el concepto de ironía, aquella situación le hubiese parecido un ejemplo perfecto.

Pero, en líneas generales, Richie Coker solo entendía el concepto de supervivencia.

—Richie, ayúdame —le rogaba el delegado del colegio Harrington—. Ayúdame, por Dios.

¿Y por Richie, qué? Volvió a asomar la cabeza por la escotilla. La Furion se aproximaba. La muerte se acercaba a él en forma de rayos de energía. Si huía en aquel instante, tendría una posibilidad, podría refugiarse en algún lado, podría escapar aunque al hacerlo no fuese más que un miserable matón.

Sin embargo, si se quedaba…

—Richie, ¿es que vas a dejarme aquí? ¡Richie!

Cuando la pantalla de uno de los reposabrazos del sillón de mando notificó una transmisión entrante procedente del arsenal, Shurion se sintió molesto, más que preocupado. ¿A qué creía estar jugando el armero, interrumpiendo el momento de gloria de su comandante? El último vehículo terrícola estaba a punto de ser destruido.

—¿Qué pasa? —gritó Shurion.

Era Darion, con una sonrisa nerviosa en su rostro. Darion había escapado de su celda y, por alguna razón, se encontraba en el interior del arsenal. Sosteniendo una granada ante él para que Shurion pudiese ver con claridad aquel orbe brillante y letal.

—Pensé que sería mejor avisarte, Shurion. Si ya estabas pensando en cantar victoria… —dijo Darion— creo que sería mejor posponerlo.

—Pero ¿qué estás…? ¿Cómo…? —Los pensamientos se atolondraron en la cabeza de Shurion—. No hagas ninguna tontería, Darion.

—Explícame qué entiendes por «tontería». ¿Te refieres, por ejemplo, a tirar de la anilla de esta granada? Vaya. Sí, teniendo en cuenta todo el material con potencial explosivo que hay aquí, comprendo que lo veas de ese modo. Un pequeño accidente con una granada convertiría la nave en una bola de fuego y a tus retorcidas ambiciones en cenizas, Shurion —reflexionó Darion—. ¿Sabes qué? Me gusta cómo suena eso de hacer tonterías.

Mientras el alienólogo hablaba, los dedos de Shurion se dirigieron hacia el panel de control de su sillón de mando. La transmisión desde el arsenal también apareció en la pantalla principal del puente. El sillón de mando descendió de las alturas. Se alertó a las patrullas de seguridad.

—Admiro tu resolución, lord Darion. —El cual seguía siendo un debilucho en el fondo, pensó Shurion. Aún podía truncar sus evidentes intenciones. El comandante avanzó hasta situarse ante la gran imagen de su enemigo—. De algún modo, te has librado del guardia de tu celda y, como es obvio, ya que estás en el arsenal, también del armero. ¿Los has matado?

—Me temo que sí. Y me temo que la unidad que sin duda has enviado a matarme, Shurion, tendrá problemas para cruzar la puerta.

—Oh, seguro que sí, Darion. —Shurion era consciente de que la tripulación del puente estaba arremolinándose, aterrorizada, en torno a la pantalla—. Puede que haya subestimado tu inteligencia, pero no me he equivocado al juzgar tu coraje…, ¿o debería decir… tu falta del mismo? No tienes la fuerza de voluntad para hacerte saltar por los aires.

—¿Eso crees, Shurion?

El rostro de Shurion articuló una mueca de desdén y desprecio.

—Sé que no lo harás. Eres un amante de esclavos mimado y privilegiado que ha llevado una vida que no se ha ganado, que ha ejercido un poder que no merece. Eres demasiado blando, Darion. Hace falta ser un guerrero para matar.

—Entonces puede que tengamos más en común de lo que jamás imaginaste, Shurion.

De pronto, Darion escuchó un revuelo en el pasillo que conducía al arsenal. La patrulla de seguridad iba a intentar entrar. No podía retrasarse más. Su corazón latía con fuerza en su pecho mientras sus extremidades temblaban.

Iban a tener lugar sus últimos segundos.

—Hago lo que hago —comenzó—, por la igualdad entre razas… —Merecería la pena solo por ver el rostro de Shurion cuando este se dio cuenta de que su muerte también era inminente.

—Espera. Darion, espera. —El pánico empezó a adueñarse de él.

—Lo hago porque hay que poner fin a la esclavitud, porque nuestra gente debe cambiar.

—No puedes… Ni se te ocurra… —Shurion no podía morir. Era inmortal, invencible. No merecía morir. No era justo.

—La llama que aquí enciendo es la llama de la libertad. —Lo último que Darion vio antes de cerrar los ojos fue al comandante Shurion propinando golpes a las pantallas con los puños.
Travis, espero llegar a tiempo.

—Darion, no. Piensa en Dyona.

Estaba pensando en Dyona. Su mano estaba sobre la suya cuando tiró de la anilla. Sintió que estaba con él.

Escuchó el grito de Shurion.

Después, la detonación.

16

De algún modo, el cierre se soltó. Richie no supo si los frenéticos tirones que Antony y él le propinaron al cinturón influyeron o no, pero no le importaba. El muchacho estaba libre. Tenían que irse a otra parte urgentemente.

Antes de que el Josué 9 se convirtiese en su tumba.

—Gracias, Richie —dijo Antony, sin resuello—. Te has quedado.

—Ya ves lo idiota que soy —respondió Richie, volviendo la cabeza sobre su hombro mientras subía por las escaleras que conducían hacia la escotilla—. Y yo ahora me largo inmediatamente, puedas o no.

Antony sonrió, jocoso.

—Vaya si puedo.

En cualquier caso, Richie le estaba esperando sobre el Josué para ayudarlo.

—¿Hacíais gimnasia en vuestro colegio para niños pijos, Tony? —preguntó—. Espero que se te diesen bien los cien metros.

—Lo cierto es que fui campeón sénior en esa categoría.

—Debería haberlo sabido. Ojalá pudiese decir lo mismo.

Tenían a la Furion prácticamente encima, tanto que podían sentir con creciente intensidad el calor que emanaban sus rayos de energía. Los adolescentes saltaron del vehículo al suelo. Estaban a un mínimo de cien metros de cualquier cobertura.

Richie maldijo por no estar un poco más cerca.

—Para salir de esta vamos a necesitar un milagro —masculló.

Y entonces la Furion explotó.

Primero escucharon la detonación, un rugiente estallido procedente del corazón de la nave, y el sonido parecía abalanzarse sobre ellos como un trueno de creciente intensidad. La nave esclavista tembló. Los rayos de energía se disiparon. Y, entonces, de las ventanas de cada uno de los niveles manó fuego, como sangre, con una fuerza destructiva tal que arrancó pedazos enteros de la nave y provocó una sacudida que derribó a Richie y a Antony. Los chicos gritaron, tapándose los ojos para protegerlos de un brillo cegador, parecido al de una bomba atómica. Un instante después llegó la explosión, volcánica, consumiendo y devorando todo a su alrededor. La Furion brilló como un sol, como un meteorito ardiente.

Y los meteoritos se caracterizan por una cosa…

—¡Maldita sea! —gritó Richie.

Antony y él echaron a correr a la desesperada colina abajo, a tal velocidad que hasta permanecer en pie resultaba todo un reto, y cada vez que sus pies se apoyaban sobre la tierra, el dolor se extendía por sus músculos. Tuvieron que esquivar surcos, fisuras y chatarra calcinada sin tiempo para optar por el camino más seguro. Su vida dependía de su instinto, de su instinto y su suerte.

Mientras tanto la Furion gritaba en el cielo, voceando su agonía con un chirrido de metal retorcido que reverberó a través del mundo mientras dejaba tras de sí un rastro de fuego.

Hasta estrellarse contra las pendientes de la colina Vernham.

Richie gritó y echó la vista atrás. Estuvo a punto de detenerse. Hasta caer en la cuenta de que los cosechadores aún no habían cejado en su empeño por matarlos.

El casco con forma de hoz de la nave esclavista se hundió en la tierra, formando un cráter al instante y arrojando toneladas de tierra y rocas mezcladas con árboles arrancados de raíz y los pedazos de los Josués. Y lo que era peor, la inercia de la nave estaba conduciendo su afilada carcasa colina abajo como una brillante avalancha, como si persiguiese a los dos adolescentes intencionadamente.

Correr seguía siendo una buena idea.

Y Richie corrió tan rápido como pudo. Ni siquiera miró atrás. No apartó la vista del frente. Luchó por ignorar las chirriantes amenazas de muerte de la Furion, pero estas lo golpeaban con una intensidad abrumadora, como si fuesen físicas, desorientándolo. Intentó no tropezar y caer.

Pero intentar algo y tener éxito no siempre es lo mismo.

Richie sintió que su pie tropezó con algo mientras corría, precipitándose hacia delante hasta caer de bruces contra el suelo. Rodó y rodó, o rebotó más bien, mientras la boca se le llenaba de sangre y el aire abandonaba sus doloridos pulmones. Cerró los ojos con fuerza. No podía levantarse. Si la Furion iba a pasar por encima de él y destrozarlo, no quería verlo. O quizá lo enterrase la avalancha de tierra oscura. Tensó hasta la última fibra de su cuerpo.

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