La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos (43 page)

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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga

BOOK: La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos
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La Furion estaba despegando.

Simon no paraba de correr mientras los pasillos del Enclave parecían temblar a su alrededor, mientras en el nivel superior se libraba un cruento combate. Intentó hilar los disparos, los gritos y las explosiones, como si de ese modo pudiese deducir qué bando iba ganando y cuál estaba condenado a la derrota, si sus nuevos amigos o los antiguos. La proximidad de la batalla le sugirió que los cosechadores llevaban las de ganar y que estaban adentrándose cada vez más en el interior de la base. Se alegró. Su emancipación estaba a la vuelta de la esquina.

Pese a que los pulmones le ardían por la falta de fondo, Simon sonrió.

Avanzó por una de las escaleras que conducían a la planta de ciencia e investigación subiendo los peldaños de metal de dos en dos. Una vez arriba, chocó con algo que estuvo a punto de hacerlo regresar hacia abajo.

—Joder, chaval, pero ¿qué…? —dijo uno de los soldados de una patrulla de tres, todos jóvenes, todos con los ojos abiertos de par en par a causa de la desesperación—. Vas en dirección equivocada. Por ahí vienen los alienígenas.

—Ven con nosotros. Venga, ven con nosotros. Te sacaremos de aquí —apremió un segundo soldado a Simon mientras le cogía del brazo.

—Suéltame. —Y se libró de él con una sacudida, lo que provocó miradas de sorpresa y ceños fruncidos.

El tercer soldado intervino.

—Esperad, ¿este no es el chaval traidor que Taber…? ¡Los aliens!

La observación del primer hombre era correcta. Los cosechadores se dirigían hacia ellos, atacando con una cegadora andanada de rayos de energía.

Simon se precipitó hacia un lado. Los soldados, que habían sido entrenados para reaccionar con una actitud más aguerrida, devolvieron los disparos. O lo intentaron. El soldado que había querido ayudar a Simon ni siquiera fue capaz de apretar el gatillo antes de que le abriesen media docena de agujeros en el cuerpo, a través de los cuales se le escapó la vida. Sus compañeros pudieron disparar, al menos. Un guerrero de los cosechadores con un casco que recordaba a un halcón se desplomó mientras se llevaba la mano a las heridas de su pecho, pero los soldados humanos no llegaron a verlo. Los muertos no ven.

Pero Simon se echó a reír, aliviado.

—Gracias a Dios. Gracias a Dios. —Levantó las manos para demostrar que no iba armado—. No disparéis. No tenéis por qué hacerme daño. Estoy de vuestro lado. Soy uno de los vuestros.

Los guerreros cosechadores no dispararon. Estaban demasiado entretenidos por la actitud del terrícola.

—Habláis inglés, ¿verdad? Bien, pues soy Simon Satchwell. Soy el agente del comandante Shurion. Trabajo para vosotros.

Una idea que los guerreros encontraron ridícula al principio y algo ofensiva después. Su buen humor se esfumó.

Simon lo notó. Su propia risa se desvaneció en su garganta y su tono de voz se convirtió en el de un ruego.

—Me creéis, ¿verdad? Tenéis que… Llamad al comandante Shurion. Él responderá por mí. Estoy de vuestro lado. —Los cosechadores guardaron silencio, escépticos, hostiles—. Escuchadme. Escuchad. El comandante Shurion dijo que yo era lo bastante fuerte para estar de vuestro lado, que soy un amo, no esclavo. No… no podéis…

Una fila de armas de energía lo apuntó. Como un pelotón de fusilamiento reservado para un traidor.

De los ojos de Simon empezaron a manar fútiles e incontrolables lágrimas tras sus gafas; las lágrimas que había derramado en tantas ocasiones en el colegio, las lágrimas de un chico débil, miserable y asustado. Las lágrimas de una víctima.

—¡He traicionado a mis amigos por vosotros!

Pero a los cosechadores no les importó. Lo mataron de todos modos.

La cuchilla plateada de la Furion sobrevolaba la colina Vernham, y de su panza manaban devastadores rayos que arrasaban la pendiente. La tierra saltaba por los aires como si se tratase de un aerosol, en grandes géiseres negros que arrancaban los árboles de raíz, asolada y devastada por la tormenta que se libraba sobre ella.

El Josué 1 reventó, convirtiéndose en un amasijo de metal retorcido. El Josué 10 cayó, envuelto en llamas, en una oscura grieta. El Josué 4 fue alcanzado por brillantes cuchillas de energía.

Los gritos de los moribundos resonaban a través de los sistemas de comunicaciones de los restantes vehículos.

A Richie aquello no le gustaba en absoluto.

—Por Dios, ¿no podemos apagarlo?

Antony estaba de acuerdo.

—¿Brandon? ¿Te parece?

—¿Que si me parece qué? —El operario miraba de un lado a otro los paneles de instrumentos que se extendían ante él. Nada parecía tener sentido. Nada parecía funcionar—. Esto no va bien. No podemos quedarnos aquí. Somos como patos de feria. Tenemos que largarnos.

Brandon frenó el Josué de golpe y se desabrochó el cinturón de seguridad.

—¿Qué coño te crees que haces? —gritó Richie.

—¡Tengo que salir de aquí!

Mientras tanto, en el Josué 7, Travis jamás se había sentido tan inútil. La titánica curva de la Furion casi ocultaba el sol, como un eclipse, como un carro de los dioses. Era tan insignificante, comparado con los cosechadores. Intentar resistir el ataque de los alienígenas era como intentar detener el paso del tiempo. ¿Cómo llegó a pensar que podía marcar la diferencia? Quizá Simon estuviese en lo cierto al decir que se había dejado llevar por la vanidad.

Un rayo de energía procedente del cielo zarandeó el Josué y sus paneles reventaron en una cascada de chispas. Parry gritó y se llevó las manos a su rostro ensangrentado.

Mientras, la oscuridad consumía el interior de la cabina.

Habían perdido el contacto con los Josués, lo cual ya era bastante malo. Y lo que era todavía peor, los desajustes en las comunicaciones hicieron que todas las pantallas del centro de seguimiento y comunicaciones mostraran la caída del Enclave. En cada una de ellas, las fuerzas de los cosechadores arrasaban a los defensores humanos, haciéndolos retroceder hacia el corazón del complejo.

No tardarían en llegar allí.

Pero Mel no iba a esperar de brazos cruzados.

—Escucha —le dijo a Jessica—. Por mí, da igual si nos enfrentamos a esos cabrones o si nos largamos, pero yo aquí no me quedo. ¿Vienes conmigo?

Jessica, al igual que los técnicos, estaba observando la puerta a través de la cual se había marchado la doctora Mowatt hacía unos minutos, acompañada por uno de sus científicos y tras haber prometido que regresaría.

—Supongo…

—¿Supones? Como nos quedemos aquí mirando al techo, tendremos a los cosechadores tan cerca que podremos notarles el aliento.

—La doctora Mowatt nos dijo que esperásemos —dijo Jessica.

—Puede que la doctora Mowatt ya esté muerta —replicó Mel, y desde su punto de vista, no le faltaba razón—. Esto es entre tú y yo. Jessica, no es el momento de…

Pero la doctora Mowatt no estaba muerta. Regresó a la sala con los brazos cargados de armas; los científicos que la seguían también.

—Ahora la ciencia no puede ayudarnos —dijo con sarcasmo—, así que también tendremos que ser soldados.

Todo el mundo se hizo con un arma.

—Tomad —dijo la directora científica, entregando los subyugadores a Jessica y a Mel—. Creo que tenéis más derecho que cualquiera de nosotros a llevarlos.

—Gracias —dijo Jessica.

A Mel le sorprendía la soltura con la que la muchacha rubia parecía estar manejando su subyugador. Para ella, apuntar y disparar ya era suficiente.

—Ahora, vamos a liarla.

—No. —Y la doctora Mowatt se quitó el casco de su traje protector.

—Pero ¿qué hace? —gritó Jessica, estupefacta.

—Quiero respirar mis últimas bocanadas a través de mi nariz y mi boca, no a través de un filtro —dijo la doctora Mowatt—. No podemos detener a los cosechadores, e incluso si pudiese escapar del Enclave, en la superficie los adultos no tenemos futuro, no con la enfermedad flotando en la atmósfera. Será mejor que… permanezca en mi puesto. Sin embargo, vosotras dos tenéis alternativa. Tenéis que pelear. Tenéis que marcharos.

Sin mediar palabra, la doctora Mowatt se dirigió a un ordenador y empezó a teclear instrucciones.

—Muy bien, pues hay que buscar una salida. Eso estaría bien —dijo Mel—. Quiero decir, tenemos que enterarnos de qué les ha pasado a Travis y al resto. Puede que aún…

—Nada de «puede». Siguen vivos —sentenció Jessica.

—Sí. Eso. Pero ¿cómo llegamos a la escotilla sin darnos de bruces con medio ejército de los cosechadores?

—No tenéis por qué ir hacia ahí. Hay otra salida, Melanie —reveló la doctora Mowatt—. Una salida secreta, si lo preferís, diseñada para este tipo de situaciones. Un túnel que os conducirá al bosque.

—¿Sí? ¿Y cómo llegamos, para empezar?

—Podéis acceder desde la planta de las habitaciones. Os diré cómo en un momento. —Estaba imprimiendo algo, un folio A4 cargado de palabras que le entregó a Jessica.

—¿Qué es esto? —La adolescente ojeó la lista, que parecía contener coordenadas y direcciones.

—Las ubicaciones de los otros Enclaves, con los que no nos atrevimos a contactar. Quizá deberíamos haberlo hecho, pero no lo hicimos. Puede que no quede ninguno, o puede que sí. Es posible que en uno de ellos haya científicos buscando una cura para la enfermedad, o que otro nos otorgue la posibilidad de acabar con los cosechadores. Encontrad ese Enclave, Melanie, Jessica. Buscadlo.

—Lo haremos, doctora Mowatt —prometió Jessica mientras metía el papel doblado en su bolsillo.

—Y sobrevivid. Seguid adelante. Eso es lo más importante de todo. Mi generación está perdida, pero la vuestra no debe seguir el mismo camino. Tenéis que crecer, florecer y ser fuertes. Sois el futuro. Melanie. Jessica. —Tocó con dulzura a ambas chicas en el brazo mientras pronunciaba sus nombres por última vez—. Ahora os llevaré a la salida secundaria y luego mis técnicos y yo retrasaremos a los cosechadores el tiempo que podamos. Buena suerte a las dos. Rezaremos por vosotras.

Y parecía que iban a conseguirlo. Los cosechadores debían de estar ocupados erradicando toda resistencia en los niveles superiores de la base antes de adentrarse en los inferiores; no parecían haber llegado aún a la planta de las habitaciones.

Lo cual no impidió que el corazón de Jessica fuese tan deprisa como sus pasos.

—Ya casi hemos llegado, Mel. Pasillo 12A y después… Mel, date prisa.

La chica de cabello moreno sonrió para sí. Las tornas habían cambiado, concluyó después de recordar la huida de Wayvale, cuando tuvo que cargar con una Jessica catatónica durante todo el viaje. No es que le hubiese importado, aunque al hacerlo hubiese puesto en riesgo su propia seguridad. Por aquel entonces hubiese hecho cualquier cosa por Jessica, incluso dado su vida, porque la amaba y, antes de arruinarlo todo al confesarle la verdad, soñaba con que Jessica llegara a corresponderle su amor.

—Mel, ¿por qué frenas? Vamos.

La verdad era que Mel seguía sintiendo lo mismo. Por eso dijo lo que dijo.

—No voy a ir contigo, Jess.

—¿Qué?

Y se detuvo en mitad del pasillo.

—Tendrás más posibilidades si yo me quedo atrás y contengo a los cosechadores con la doctora Mowatt.

—Pero si ya casi hemos llegado. Podemos escapar las dos.

—No. Ve tú. Yo te seguiré cuando pueda.

—Mel, pero ¿qué estás…? No podrías seguirme. Te matarían.

Y Mel pensó en Rev durante sus últimos momentos, casi resignado, en paz, pese a yacer destrozado en el campo de prisioneros. Quería sentir aquella paz. Aunque fuese un poco.

—No importa. Tampoco es que mi vida importe mucho.

—¡Sí que importa! —protestó Jessica—. A mí me importa. Me importas, Mel.

—Pero tienes que odiarme. Por lo que te dije. No debería haberlo dicho. Lo siento.

—Mel, ahora eso ya no me importa. Nunca debería haberme importado. —Jessica se sintió mezquina y estrecha de miras. Independientemente de cómo evolucionase su relación, había caído en la cuenta de que no podía vivir sin Melanie Patrick—. Y no te odio… no podría. Me pasé, Mel. Lo siento. Me comporté como una niña pequeña. No me hagas arrepentirme más de lo que ya me arrepiento. No te rindas. Eres mi mejor amiga. Te necesito.

—¿De verdad?

—De verdad de la… ¡Mel! —Y apartó a su amiga de en medio al ver a un guerrero de los cosechadores aparecer al final del pasillo, al que abatió con un certero disparo de su subyugador.

—La leche. —Mel abrió la boca de par en par—. Lara Croft, ¿qué has hecho con Jessica?

—Soy yo. Es que he estado practicando —dijo Jessica con modestia.

—Con eso me vale.

Otros dos cosechadores aparecieron tras ellas, después de caer en la cuenta de que en aquella sección del Enclave la batalla aún no había terminado.

Y no terminaría, pensó Mel mientras sentía un renovado amor y orgullo por su amiga. Había redescubierto la razón por la que pelear. Después de todo, pese a todo, quería vivir.

Mel también disparó su subyugador. Al lado de Jessica. Como debía ser.

Triunfasen o cayesen, lo harían juntas.

Siempre había un guardia apostado fuera del arsenal de la nave. El protocolo habitual de una nave esclavista. Darion esperaba encontrárselo. Sin embargo, puede que el guardia no estuviese tan preparado para ver a lord Darion de las Mil Familias cargando hacia él con el subyugador desenfundado.

Y abatiéndolo de un disparo.

El técnico del arsenal debió oír el grito del guardia. Estaba a punto de levantarse de su silla, próxima al panel de control, cuando Darion entró como una exhalación y disparó de nuevo. No llegó a ponerse en pie.

Darion cerró la puerta y fundió sus circuitos de activación con un disparo de su subyugador. Durante un buen rato, nadie entraría en el arsenal.

O saldría.

No era aquel el camino que más le gustaba necesariamente, pero así estaban las cosas. El sacrificio era el motor de la revolución.

El alienólogo echó un vistazo a las reservas de material militar: cientos de armas ordenadas en filas, no solo subyugadores y supresores, sino también minas, misiles de asedio y cargas láser.

Y granadas.

Travis sintió los brazos de Tilo envolviéndolo en la súbita negrura.

—Abrázame, Travis. —Sintió sus lágrimas contra su mejilla—. Si este es el fin, necesito saber que estás aquí.

Su corazón dio un vuelco.

—Aún no han acabado con nosotros —afirmó—. Todavía no.

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