Leia carraspeó.
Han le dirigió una mirada capaz de fundir el plomo, y después sacó el cuchillo de la bota, el desintegrador de bolsillo de la funda oculta bajo la manga, y su vibrocuchillo favorito. Chewbacca ya iba a quitarse la bandolera de su ballesta, cuando el subconsciente de Luke susurró una sugerencia.
—Chewie —dijo en voz baja—, quédate junto a las taquillas. Tú también, Erredós.
Chewie hizo una mueca de placer y arrugó su negra nariz. El enorme wookie despreciaba la política y desconfiaba de los imperiales. Quedarse de guardia le complació en grado sumo.
Leia condujo el grupo de vuelta al arco.
—Deténganse ahí —dijo el miliciano que había hablado antes. Indicó la espada de luz de Luke—. Eso también es un arma.
Luke proyectó un zarcillo de energía de la Fuerza y contestó con gran seriedad.
—Esto es un símbolo de honor, no un arma ofensiva. Déjeme pasar.
—Dejadle pasar —repitió el miliciano, en el mismo tono serio. Se recuperó y añadió—: Yo dejaría al androide en la puerta. El mal funcionamiento de los androides casi mató al primer grupo de colonos bakuranos.
—Señor —protestó Cetrespeó—, mi funcionamiento…
—Gracias —cortó con firmeza Leia. Ninguno había olvidado el cepo—. Cetrespeó esperará en el interior.
—Senadora princesa Leia Organa, de Alderaan —anunció un guardia de la puerta; agitó la mano de una forma vaga— y su escolta.
L
eia les precedió a través del arco y subió cuatro amplios peldaños hasta entrar en una inmensa sala cuadrada. Luke la siguió, amoldando su paso al de Han, y confió en haber procedido correctamente al conservar su espada. No quería ofender a todo el senado de Bakura por ir armado, pero tal vez pensaran que no corrían peligro. También suponía que Leia le habría increpado de haberlo considerado importante.
El techo era de losas, y en cada esquina de la sala se alzaba una columna alta y lustrosa. La mayoría de los senadores eran humanos, salvo dos excepciones, un par de individuos altos, de piel blanca y cuero cabelludo arrugado en lugar de pelo. Luke escuchó mediante la Fuerza. Le rodeaba un parloteo, las texturas de cuarenta o cincuenta mentes nerviosas. Estrechó el foco y se concentró en una enorme butaca repulsora, dorada y púrpura, a excepción de dos filas de controles en los apoyabrazos, situada al otro extremo de la cámara. Wilek Nereus habría utilizado una lanzadera más rápida. Ya estaba sentado, más falso que nunca.
Luke dejó que su atención derivara hacia la izquierda, para observar la reacción que causaba Leia en los senadores. Percibió curiosidad teñida de hostilidad, pero también una corriente subterránea de miedo, que impregnaba la sala. El planeta era víctima de un ataque.
—Quédate ahí, Cetrespeó. —Leia se detuvo en lo alto de la escalera y se volvió hacia el gobernador Nereus—. Buenos días de nuevo, gobernador.
El hombre bajó sus pobladas cejas.
—Entre —dijo—. Acérquese.
Descendieron hacia el rectángulo central. Las junturas del suelo delataban que podía abrirse en secciones. Un recuerdo fugaz asaltó a Luke, que incluía una trampilla y un enorme Rancor que casi le devoró. Desechó la imagen y paseó la vista por la cámara. Los senadores bakuranos desplegaban todos los tonos habituales de la piel humana, una sutil mezcla de lazos de sangre.
Un hombre bien parecido, de aspecto atlético, abundante cabello cano, sentado debajo del gobernador Nereus a una mesa interior, extendió una mano.
—Bienvenidos a Bakura —dijo—. Soy el primer ministro Yeorg Captison. En circunstancias normales, se habría celebrado una ceremonia protocolaria, y les pido disculpas por las prisas con que se ha convocado esta reunión, pero estoy seguro de que sabrán comprenderlo.
Leia, que apenas había dirigido una mirada al gobernador Nereus, dedicó una reverencia completa y deliberada al anciano. Luke le inspeccionó. El carisma del primer ministro provocaba un destello en la Fuerza sólo un poco más tenue que el de Mon Mothma. Luke desvió la vista hacia Nereus, y se preguntó por qué el gobernador no le había eliminado. Captison habría sido muy cauteloso. ¿O tenía relaciones con los imperiales?
—No se disculpe, por favor —contestó Leia—. La situación es desesperada.
Otro hombre sentado a la mesa interior se levantó.
—Blaine Harris, ministro de defensa. No tiene ni idea de lo desesperada que es. Todos nuestros puestos avanzados en los demás planetas del sistema han sido destruidos. Nuestros equipos de salvamento que sobrevivieron para volver a informarnos no encontraron cadáveres ni supervivientes.
El miedo de Harris provocó un escalofrío en la espina dorsal de Luke. Se apresuró a desviar su atención hacia la izquierda de aquella mesa, y percibió ecos de miedo, esperanza y hostilidad. Cuando llegó al final, continuó hacia la derecha, por la mesa exterior, más elevada.
La tercera persona por la izquierda sentada a la mesa era una joven de barbilla puntiaguda. Luke se detuvo, sorprendido por la forma en que la Fuerza rebotaba en ella. Su presencia, como un tamborileo profundo y lento, respondía como un eco a su sondeo. No se trataba de que poseyera Fuerza (al menos, él no lo creía), sino de un efecto amplificador único sobre su conciencia. Cerró todas sus percepciones, excepto los cinco sentidos, para no distraerla.
La voz estridente de Nereus se oyó con claridad desde el otro extremo de la sala; había situado su trono en un punto focal acústico.
—Princesa Leia, ¿tiene idea de a qué se enfrenta?
Leia apoyó una mano sobre la mesa interior.
—No —admitió—. Vinimos en respuesta a una llamada de auxilio, para demostrar que la Alianza no guarda rencor a los pueblos gobernados por el Imperio, sino sólo al imperio.
Nereus frunció los labios.
—Ya me lo imaginaba. Ellsworth —dijo al aire—, pase la grabación de Sibwarra. Alteza, suba a reunirse conmigo. Traiga a sus escoltas.
Luke miró hacia la izquierda de nuevo, mientras subía la escalera alfombrada detrás de Leia, y desvió de nuevo la vista hacia la izquierda. La joven sostuvo su mirada, con la barbilla apoyada sobre una mano abierta. Cabello castaño claro caía alrededor de su cara, absorta, y enmarcaba su piel pálida como pétalos de flor. Aunque estaba inclinada hacia adelante, tenía los esbeltos hombros erguidos con orgullo. No se atrevió a tocarla otra vez con la Fuerza, aún no, pero su presencia la electrificaba. Visualmente impresionante. No una belleza arrebatadora, sino impresionante.
¡Contrólate
!, se recordó.
¡Has venido para ayudar a Leia
!
Unos servomotores zumbaron detrás de él. Leia, que ya había llegado a la silla del gobernador Nereus, se volvió para mirar. Luke se detuvo en el peldaño inmediatamente anterior y adoptó la misma posición. Cetrespeó centelleaba al otro lado de la sala. Una proyección holográfica apareció sobre el lugar que ocupaban segundos antes. Era un joven humano de piel cremosa algo oscura, cabello negro corto y rostro dulce de pómulos prominentes. Vestía una túnica blanca con franjas laterales azules y verdes.
—¡Humanos de Bakura, alegraos! —dijo el… ¿muchacho? ¿Hombre?—. Soy Dev Sibwarra, de G'rho. Os traigo el saludo caluroso del imperio ssi-ruuvi, una cultura formada por muchos planetas que os extiende la mano. Nuestra nave insignia es el poderoso
Shriwirr
, una palabra ssi-ruuvi que significa «rebosante de huevos». Nos estamos acercando a vuestra galaxia a instancias de vuestro emperador.
Luke desvió la vista hacia la joven senadora. Al aparecer la imagen del invasor, se había echado hacia atrás, con los puños apretados sobre la mesa y la espalda muy erguida. La acarició cautelosamente con la Fuerza. Proyectaba miedo y asco, pero bajo aquellas oscuras emociones se ocultaba una sensación tan profunda como un pozo lleno de colores brillantes. Confuso, meneó la cabeza. No tenía sentido, pero era lo que percibía.
Le bastó un solo instante para captar todo aquello. La imagen holográfica continuó hablando.
—¡Regocijaos, bakuranos! El placer que os traemos trasciende la mera felicidad sensorial. Vuestro será el privilegio de ayudar a los ssi-ruuk a liberar —el ademán del muchacho implicaba más conquista que liberación— a los demás planetas de la galaxia. ¡Vosotros seréis los primeros, la punta de lanza! ¡Qué inmenso honor!
»Como humanos, poseéis un valor incalculable para mis amos. Gracias a ellos, recibiréis una vida sin dolor, sin necesidades, sin miedo.
—Fíjense en eso —murmuró Nereus.
La escena cambió. Varios alienígenas saurianos de color castaño oscuro estaban congregados alrededor de una pirámide metálica que Luke reconoció al instante. Antenas y cañones láser sobresalían de sus cuatro vértices, las cuatro caras estaban erizadas de impulsores, y grupos de analizadores/sensores rodeaban cada impulsor. Descansaba sobre una especie de consola de control.
Una súbita comprensión invadió la mente de Luke. También reconoció a los seres… de su inquietante sueño en Endor.
La voz del muchacho continuó hablando.
—Aquí tenéis la más hermosa nave de combate de toda la galaxia. Aunque jamás soñarais en viajar por las estrellas, hay uno de estos cazas para cada uno de vosotros. Vuestras energías vitales serán transmitidas a una de estas naves de combate teledirigidas. Vagaréis entre los planetas…
Energías vitales. Luke recordó las presencias humanas que había tocado, desesperadas y angustiadas. Se inclinó hacia adelante.
El joven reapareció.
—Para aplacar vuestros temores, permitidme que os enseñe parte del procedimiento de tecnificación. Después, cuando llegue el momento, acogeréis vuestro destino con alegría.
Una imagen más pequeña apareció a su lado. Un hombre sentado en una silla, sujeto a ella con ligaduras transparentes, la cabeza colgando. Luke forzó la vista. ¿Aquellos tubos estaban clavados en su garganta? Otra imagen holográfica más pequeña aún del muchacho bajó un arco de metal blanco resplandeciente alrededor del hombre. La imagen pequeña se congeló.
—Es alegría —dijo la imagen más grande—. Es paz. Es libertad. Es el regalo que os traemos.
Extendió una palma pálida.
Habían luchado contra humanos. Luke cerró los puños. Los ssi-ruuk no eran simples esclavistas, sino ladrones de almas…
La senadora Gaeriel Captison se estremeció y se subió el chal azul sobre los hombros.
—¿A quién piensa que está engañando? —susurró.
—Le capturaron joven —respondió el senador de su derecha—. Fíjese en él. Actúa como un Flauta. Hasta debe pensar como ellos.
Gaeri dejó de mirar. Había visto la grabación diez veces, desde la tarde que invadió de improviso todas las pantallas tridimensionales, los vídeos y los canales televisivos del planeta. El senado la había estudiado y desmenuzado, en busca de algún significado… esperanzador. La única conclusión posible había sido rechazar a aquellos alienígenas o enfrentarse a un destino horrible.
¿Los rebeldes habían venido en su ayuda, tal como afirmaban? Si habían acudido con el propósito de robar bobinas de repulsión, habían caído en la trampa de los ssi-ruuvi, junto con Bakura. Ahora tendrían que ayudar a los bakuranos, aunque sólo fuera para escapar.
Gaeri examinó a los delegados. La princesa senadora Leia Organa, de su misma edad, era conocida a lo largo y ancho del Imperio como uno de los cabecillas de la Rebelión. Quizá era un alma engañada que luchaba por una causa perdida, como Eppie Belden cuando era joven e idealista, pero había llegado a ocupar un puesto de responsabilidad. Gaeri confió en poder intercambiar opiniones.
El escolta moreno de la princesa Leia no era un idealista. Se fijaba en todo y en todos, sobre todo en descubrir una vía de escape. Según los datos que el gobernador Nereus se había apresurado a enviar a tío Yeorg, el hombre, un tal Solo, era un contrabandista de pasado turbio, con antecedentes penales y varios delitos de sangre.
Pero el rubio no constaba en los ficheros. Estaba en posesión de una serenidad atrayente. Mientras la imagen de Dev Sibwarra se explayaba sobre los placeres de la tecnificación, el escolta número dos se había inclinado hacia adelante para ver mejor, sin que su postura erguida pareciera cambiar.
Varios gorjeos estridentes atrajeron de nuevo la atención de Gaeri hacia el holograma: un vislumbre del enemigo. Un inmenso lagarto erecto, con una V negra sobre su rostro, apareció en escena y miró con un ojo negro calculador.
—Mi amo, Firwirrung, siempre me ha tratado con la mayor bondad, amigos míos.
—Malditos Flautas —masculló el senador sentado a la derecha de Gaeri.
—Hasta la vista. Ardo en deseos de conoceros en persona a cada uno. Venid pronto.
La imagen se desvaneció.
Ahora que los rebeldes habían averiguado qué hacían los ssi-ruuk con los prisioneros, el rostro de la princesa Leia hacía juego con su vestido blanco. Tocó el brazo del contrabandista, y éste se inclinó para escuchar sus susurros. De pronto, Gaeri comprendió que era su compañero. El hombre más joven paseaba la vista por las mesas.
Había llegado el momento de hablar.
—¿Ha visto? —dijo Gaeri sin levantarse—. Se trata de una amenaza contra la cual carecemos de experiencia y defensas.
El joven asintió en su dirección. Había comprendido bien la situación.
—Si me permiten intervenir —habló el androide plateado desde el otro lado de la sala—, considero de lo más espantoso este espectáculo. Los seres mecánicos de cualquier tipo se quedarán consternados ante esta perversa exhibición de…
Fue silenciado con silbidos. Mientras los proyectores se hundían bajo los paneles del suelo, los rebeldes permanecieron inmóviles, bajo la silla del gobernador. La princesa Leia descendió un peldaño.
—Bakuranos —gritó—, penséis lo que penséis de los androides, escuchadme a mí. Dejad que os cuente mi historia.
Gaeri apoyó la barbilla en su mano. La princesa rebelde extendió una mano, como el típico conferenciante.
—Mi padre, Bail Organa, fue virrey y primer presidente del sistema de Alderaan, un oficial de confianza de la República desde los días de las Guerras Clónicas.
»Cuando el senador Palpatine se proclamó emperador, mi padre empezó a intentar reformas. El cambio se demostró imposible. Al Imperio nunca le han interesado las reformas. Sólo desea poder y riqueza.
Gaeri torció la boca. Muy cierto, aunque subjetivo. El sistema imperial desalentaba los cambios y forjaba la estabilidad económica. Se removió en su silla repulsora.