Read La tregua de Bakura Online

Authors: Kathy Tyers

Tags: #Ciencia ficción

La tregua de Bakura (13 page)

BOOK: La tregua de Bakura
13.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Apenas era una niña cuando empecé a servir a mi padre como correo diplomático, y no mucho mayor cuando fui elegida senadora imperial. —Miró de reojo al gobernador Nereus—. La Rebelión ya había nacido y, como el emperador adivinó, yo no era la única senadora joven implicada. Apenas mi padre manifestó su abierto apoyo, fui capturada por el sicario del emperador, lord Darth Vader, y conducida a bordo de su primera Estrella de la Muerte.

»El emperador afirma que Alderaan fue destruida para dar ejemplo a los demás planetas rebeldes. Eso es verdad sólo en parte. Yo estaba a bordo de la Estrella de la Muerte. Vi cómo daban la orden. Se dio para aterrorizarme y obligarme a proporcionarles información.

El gobernador Nereus se balanceó hacia adelante.

—Princesa Leia, ya es suficiente…, a menos que desee ser detenida por sus crímenes en este mismo momento.

La barbilla de la princesa Leia se alzó, desafiante.

—Gobernador, me he limitado a fortalecer su posición. El Imperio gobierna mediante el terror. Acabo de dar a los bakuranos un motivo más para temerle.

Pero no para respetarle. Gaeri cruzó las piernas, con el deseo de seguir escuchando, cuando no de aceptar el punto de vista rebelde. Aquello habría podido ocurrir en Bakura, si los rebeldes no hubieran destruido la Estrella de la Muerte. Gaeri observó a dos senadores que lanzaban miradas suspicaces en dirección al gobernador.

—Tras la destrucción de Alderaan —prosiguió en voz baja la princesa Leia—, huí al cuartel general de la Alianza. He vivido con sus líderes, trasladándome de un lugar a otro continuamente, mientras el Imperio insiste en querer borrarnos del mapa. Tenemos la intención de ayudarles. La Alianza ha enviado a uno de sus más dotados mandos militares, el comandante Skywalker, de la Orden Jedi.

¿Jedi? Sorprendida con las defensas bajas, Gaeri alzó una mano hacia un colgante de su cuello, el aro esmaltado, mitad blanco mitad negro, del Equilibrio Cósmico. Según su religión, los Jedi habían trastornado el universo en virtud de su misma existencia. Toda cosa tenía su contrapartida. Gaeri creía que cada vez que un individuo aprendía a concentrar tanto poder, disminuía a un desventurado equivalente en otro lugar de la galaxia. Los Jedi, hambrientos de poder, habían explotado su talento sin pensar en los desconocidos que destruían. Su desaparición se había convertido en un cuento moral, y la muerte de sus padres la había empujado hacia la religión. Al menos, en el Equilibrio había encontrado consuelo.

¿Había sobrevivido algún Jedi? El comandante Skywalker parecía muy joven, y no cuadraba en absoluto con su idea de un Jedi, excepto por su intensidad. La había mirado fijamente mientras ella hablaba. Debía estar escuchando los pensamientos de alguien.

¿Era un solo Jedi tan poderoso que el Cosmos había creado a los ssi-ruuk, que habían reducido a tantos humanos a la condición de circuitos de autopropulsión, para equilibrar sus enormes poderes?

El Jedi se volvió. Sus ojos azules la escrutaron de nuevo.

La joven parpadeó y sostuvo su mirada, y no la apartó hasta que el volvió la cabeza. Al menos, obtuvo la satisfacción de ver que su compostura flaqueaba. La miró otra vez, removió los pies y clavó la vista en el suelo.

Una vez neutralizada la amenaza, siquiera por unos momentos, Gaeri le observó un rato más. Algo en él recordaba a tío Yeorg.

Chewbacca estaba apoyado contra la hilera de taquillas y devolvía con descaro las miradas de los seis milicianos. Creía adivinar sus intenciones: confiscar las armas del grupo y dejarles indefensos. Un miliciano se había acercado unos minutos antes. Un solo gruñido, enseñando los dientes, bastó para devolverle a su sitio, pero sólo de momento. El androide astromec de Luke se mantenía cerca del arco, y sus antenas giraban. Erredós no serviría de gran cosa en una pelea.

A Chewbacca no le importaban las probabilidades. Un wookie armado contra seis milicianos constituía una confrontación equilibrada.

Oyó pasos. Otro imperial avanzaba por el pasillo de mármol rojo. Éste vestía uniforme caqui de oficial. Los milicianos se congregaron a su alrededor y hablaron entre susurros.

Chewie acarició su ballesta.

Leia no había pasado por alto los susurros y las miradas de soslayo a Luke procedentes de los senadores. Se hizo una idea de hasta qué punto influiría en la gente si fuera una Jedi adiestrada. Luke se había ofrecido con frecuencia a darle clases, pero tal vez no era una buena idea. Aquél era el legado de Vader: hasta el talento de Luke, utilizado para defender la justicia y la libertad, atemorizaba a la gente.

Tenía que recuperar su atención. Se acercó a la silla repulsora del gobernador.

—¿No lo ve, gobernador Nereus? Ha de aceptar la ayuda rebelde, o poner en peligro a toda la población. Somos su única esperanza. Déjenos ayudarles a combatir contra los ssi-ruuk. Nuestras fuerzas son escasas, pero estamos bien coordinados y equipados con mejores naves de ataque que las suyas.

Luke le había enseñado los informes del OAB.

Nereus apretó sus femeninos labios.

—Por la ayuda que nos han proporcionado, les dejaremos abandonar el sistema de Bakura sin ser molestados, para que regresen a Endor.

—Si la Alianza está tan ansiosa por ayudarnos —dijo en tono burlón un senador, desde la mesa superior—, ¿por qué no ha enviado más naves?

Luke extendió las manos.

—Hacemos todo cuanto podemos sin…

—Nuestras fuerzas destacadas en Endor desean regresar a sus hogares —le interrumpió Leia—. Puede que algunas ya se hayan marchado.

Nereus aferró los apoyabrazos de la silla, divertido por el diálogo.

—No obstante, hemos solicitado refuerzos a Endor —insistió Luke.

A Leia no le hacía ninguna gracia el ceño fruncido del gobernador.

—Pero nuestras tropas de Endor están agotadas. Los refuerzos podrían llegar dentro de unos días, o nunca.

No conspires contra mí, Luke.

Han extendió una mano rígida.

—La cuestión es que hemos venido a ayudarles. Pienso que deberían aprovechar la oferta, mientras siga en pie.

—¿Querrían proporcionarnos datos? —se apresuró a preguntar Leia—. Sobre los ssi-ruuk, por supuesto, y aquellos de Bakura que no comprometieran su seguridad.

El gobernador Nereus cubrió su boca con una mano enorme. Leia, que empezaba a sentirse como una bacteria bajo la lente de un microscopio, hizo acopio de serenidad e intentó inducirle mentalmente a colaborar. Si la reunión terminaba sin un compromiso de ayuda mutua, estaban acabados.

Un anciano alto se levantó, en una de las mesas inferiores.

—Nereus —dijo—, acepte la ayuda ofrecida. Todos los habitantes del planeta saben para qué han venido los rebeldes. Si rechaza su ayuda, provocará un levantamiento.

—Gracias, senador Belden. —El gobernador Nereus entornó sus ojos de espesas pestañas—. De acuerdo, princesa Leia. Tendrá sus datos. Serán transmitidos al centro de comunicaciones instalado en su apartamento. ¿Desea solicitar algo más, antes de que su guía les conduzca a sus aposentos?

—¿Va a dejar la tregua en el aire?

Leia reprimió su frustración.

—Usted ya ha dicho lo que quería. Lo discutiremos.

—Muy bien. Primer ministro Captison —Leia bajó a la mesa inferior y extendió una mano, que el caballero enjuto estrechó unos momentos—. Espero que volvamos a hablar.

Leia atravesó el rectángulo central seguida de su grupo, y luego subió los peldaños del otro lado.

—Muévete, Vara de Oro —susurró Han cuando pasaron junto a Cetrespeó—. Y mantén cerrada tu caja vocal.

Se encaminó a las taquillas. Chewbacca le saludó con un rugido y le advirtió de que los milicianos querían quitarles las armas.

—Qué lástima.

Han cogió su desintegrador.

Luke se apartó a un lado, empuñando la espada desactivada, en una postura ambigua, previa al ataque. Han vio que sus ojos se abrían de par en par.

—Todo va bien —dijo Luke—. Ese oficial les tiene bajo control.

—¿Quién es? —Leia giró en redondo. Observó con atención a los imperiales que conversaban—. Es el Alderaan —susurró—. Lo sé por su forma de hablar.

—Ummm. —No era muy tranquilizador. Han guardó el cuchillo en su bota y el láser de bolsillo—. ¿Cuáles son las posibilidades de que guarde una conciencia alderaaniana en su uniforme imperial?

—No muchas —replicó Leia, pero mirando a Luke.

Han se enderezó y miró al oficial de cabello negro. Se parecía a cualquier otro imperial, como un blanco, con la diana definida por cuadrados rojos y azules. Se volvió y caminó hacia ellos. Han bajó la mano hacia su desintegrador.

Luke sujetó la espada al cinto y enfundó el desintegrador. Después fue al encuentro del oficial. Leia siguió a Luke, y Chewie se quedó con los androides.

—Cúbrenos, Chewie —murmuró Han, y también les siguió.

—Alteza —ronroneó el oficial, mientras se inclinaba ante Leia—. Es un honor conocerla por fin. Capitán Conn Doruggan, a su disposición.

A Han no le hubiera importado deshacerse de él, por si acaso, pero Leia había vuelto a adoptar sus modales de senadora.

—Capitán Doruggan —contestó, con un elegante movimiento de cabeza—. Le presento al comandante Skywalker, Caballero Jedi. —Después condescendió a fijarse en él—. Y al general Han Solo.

Luke estrechó la mano del oficial, pero Han no movió su mano derecha. Miró a Chewie. El wookie le devolvió la mirada, mientras observaba y les cubría. Chewie podía dar algunas lecciones de constancia a Leia.

—Hemos de irnos —dijo la princesa—. Gracias por presentarse.

El capitán imperial extendió la mano en dirección a la de Leia.

Han apretó su palma contra el desintegrador, con el dedo muy cerca del gatillo. Leia aceptó el apretón y dejó que el hombre estrujara sus dedos. Al instante, Luke miró a Han y movió apenas la mano. Habría hecho algo con la Fuerza. Los celos de Han se enfriaron unos cien grados, pero se mantuvieron a raya. Leia caminó al frente del grupo por el pasillo hasta el aeropuerto del tejado.

Han, seguido de Chewie, alcanzó a Luke y le fulminó con la mirada.

—No me hagas eso —dijo—. No vuelvas a hacerlo nunca más.

Ya había tenido celos de Luke en otras ocasiones. Había sido innecesario. Y ahora también, probablemente.

—Lo siento —murmuró Luke, con la vista clavada enfrente—. Tuve que hacerlo. No podíamos permitir que hicieras aquello.

—Me controlo yo sólito, gracias.

Leia se volvió y retrocedió.

—¿Qué ocurre, Luke?

Han, no. Luke.

—Nada. —Luke meneó la cabeza—. Quiero hablar con… un par de esos senadores. El comandante Thanas prometió que hoy se pondría en contacto con nosotros. Vamos a investigar nuestros nuevos datos.

Capítulo 8

S
u guía/conductor les trasladó en la vagoneta hasta un apartamento del segundo piso. En cuanto la puerta de la suite se cerró detrás de Chewie, Han giró en redondo. Leia adivinó lo que iba a decir por la expresión furiosa de su cara. Habría agriado la leche de bantha.

—Hablaste demasiado —agitó un brazo—, en especial sobre las tropas de Endor. Esos imperiales no necesitan saber que nuestras tropas están agotadas. Reunirán a todos los cazas en pársecs a la redonda y liquidarán nuestra flota.

—No, no lo harán. No pueden ponerse en contacto con nadie. Lo han intentado.

Aliviada, Leia apoyó las manos sobre el pecho de Han y miró sus ojos oscuros y brillantes. Sospechaba un discurso sobre aquel alderaaniano renegado. Por un instante, el planeta muerto había revivido; recuerdos amargos mezclados con dulces. La política imperial nunca había recibido la aprobación de Alderaan. Los individuos que se presentaban voluntarios al servicio imperial eran considerados raros y sospechosos.

—Bueno, tú lo hiciste —murmuró Han—. No les digas tantas cosas.

—Supondrán…

—Guárdatelo —interrumpió Han—. ¿Oísteis al humano de los alienígenas decir que venían «a instancias de vuestro emperador»? Estos bakuranos no hacen caso.

—Lo oí. —Leia se apartó de Han—. Intento imaginar cómo utilizarlo.

—Estupendo.

—Pero tú… —empezó de nuevo Leia.

—Ahórratelo.

Han paseó en círculo por la habitación principal del apartamento, y escudriñó todas las esquinas del suelo y el techo. La habitación principal, chapada en madera natural amarillo pálido, tenía una sola ventana que daba a uno de los jardines. Un saloncito hexagonal ocupaba el centro de la habitación, acolchado en verde con pequeñas almohadas azules que flotaban a unos centímetros de altura. Han dio la vuelta a todas las almohadas, y después empezó a dar golpecitos en las paredes.

—No me importa decirte que preferiría dormir en el
Halcón
.

—Yo no —suspiró Leia.

Cetrespeó estaba de pie junto a la puerta, y cubría con una mano su cepo, como si estuviera avergonzado. A veces, su programación pseudoemotiva divertía a Leia.

—Señor, los androides no necesitan descansar. ¿Puedo sugerir que ustedes los humanos duerman un rato? Erredós montará guardia…

Erredós le interrumpió con un grito burlón, desde debajo de una lámpara colgada.

Han se detuvo frente a una pared larga y curva que exhibía un mural de un bosque. Un viento intangible movía sus ramas. Examinó los detalles.

Leia meneó la cabeza. Era obvio que los imperiales les espiaban. Quizá habían dispuesto sensores de voz, para escucharles desde el extremo opuesto del complejo.

—Resulta evidente que Nereus es el auténtico poder de Bakura —dijo—, pero intenta aplacar a los bakuranos con ese gobierno de pacotilla.

Han se volvió y se apoyó en el mural.

—Ya puedes apostar. Y tiene tantas ganas de permitir la presencia de naves rebeldes armadas en su sistema como de tirarse a un pozo de vibroestacas.

—Pero el pueblo no —insistió Leia.

—No —intervino Luke—. El pueblo sólo desea sobrevivir, al igual que Nereus —añadió con sequedad.

—De modo que, cuando esté a salvo —dijo Han—, se volverá contra nosotros y nos vaporizará…, si no vamos con tiento.

—Iremos. —Luke desvió la vista hacia el centro de comunicaciones—. Tenemos un mensaje —añadió, sorprendido.

Se acercó y tocó un control.

Han miró por encima del hombro de Luke. Leia se apretujó entre ambos. La cabeza y los hombros de un oficial imperial aparecieron en la pantalla tridimensional: rostro enjuto, cabello rizado y escaso.

BOOK: La tregua de Bakura
13.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Dog House by Carol Prisant
Relatively Risky by Pauline Baird Jones
Making Marriage Work by Meyer, Joyce
The Folk Keeper by Franny Billingsley
Tequila Truth by Mari Carr
His by Valentine's Day by Starla Kaye
Hondo (1953) by L'amour, Louis
My Man Michael by Lori Foster
Relentless by Brian Garfield