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Authors: Nacho Ares

Tags: #Aventuras, Historico

La tumba perdida (47 page)

BOOK: La tumba perdida
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—¿Conocíais la existencia de la tumba perdida?

—Desde luego que sí, lady Evelyn. Recuerde que yo descubrí el ostracon en el otro extremo del valle, junto a la tumba de Tutmosis IV, una de las preferidas delmudir. Él trabajó duramente en este lugar y lo llegó a conocer como nadie lo había hecho nunca. Mi familia le fue siempre fiel y se comprometió a perpetuar sus deseos. Fue un hombre sabio, sus decisiones nunca nacían del capricho o de la ligereza. Mis hermanos y yo, y después nuestros hijos, protegeremos este cementerio con nuestra propia vida.

—¿No permitiréis que nadie excave nunca en esta zona?

—Como dijo el mudir, el trabajo se podrá retomar en un futuro. Él sabía que todo tiene su momento. Pero es el Valle de los Reyes quien busca a sus protagonistas, no al revés. Desde que él halló la tumba de Tutankhamón hace ahora cincuenta años, nadie más ha descubierto ni una sola tumba en el valle. Y le aseguro que hay más de una.

—Entonces él sabía que la tumba perdida estaba aquí…

—En efecto. No tardó en encontrarla y en visitarla.

—¿Llegó a entrar en ella?

—Sí, lo hizo. Mi hermano Ahmed y yo entramos con él. Sólo así pudo tener la seguridad de que se trataba de la tumba del padre de Tutankhamón, el faraón Amenofis IV, Akhenatón. Me consta que usted también conoce ese detalle.

Lady Evelyn asintió mientras observaba el suelo sobre el que descansaban sus pies. El perfil del primer escalón era perfectamente visible.

—O sea que él pensaba que todavía no era el momento de excavar en este lugar… —dijo.

—El mudir tenía miedo de que no se comprendiera lo que había bajo la tierra que usted pisa ahora mismo. Al poco de sospechar que alguien más conocía la historia de la existencia de una nueva tumba en el valle, la noche de la fiesta en la casa de Elwat el-Diban, prefirió hacer una copia del plano para usted y manipular el ostracon para despistar a los posibles ladrones.

—Pero Harry Burton hizo fotografías del ostracon —señaló ella sin llegar a comprender toda la historia—. ¿Acaso Burton conocía la existencia de la tumba?

—No, en absoluto. El mudir sólo se lo contó a usted. Siempre la tuvo en mucha estima, y sabía que no diría nada. Confiaba mucho en usted. Nadie más conocía la tumba perdida.

—¿Y por qué no fotografió el símbolo?

—Porque cuando el señor Burton hizo las fotos, aquel símbolo y el final de la inscripción que había en la parte trasera habían desaparecido: el mudir nos había mandado a mi hermano Ahmed y a mí que lo borráramos para que nadie supiera de su existencia. Era demasiado peligroso. El mudir sabía que tarde o temprano podría caer en manos del gobernador.

—Pero Howard me dijo que alguien había robado parte de los clichés… ¡Por eso se tomó la noticia con tanta sangre fría! —exclamó Evelyn recordándolo—. Pero ¿por qué no confió en mí?

—Él nos dijo que temía que los demás, en la cena, los oyeran. La esposa de Burton al parecer no les quitaba ojo —señaló el anciano Omar con una sonrisa franca—. Temía que, al igual que sucedió el día de la fiesta, los rumores se transformaran en algo que no se ajustaba a la realidad.

—Entonces los dibujos que él realizó son muy valiosos…

—Por esa razón le entregó una copia a usted, lady Evelyn, porque siempre confió en la casa Carnarvon para guardar el secreto de la tumba perdida.

Una brisa acarició el rostro de la mujer. Los dos permanecieron en silencio mientras ella observaba una vez más el plano que tenía en la mano y el escalón del suelo.

—¿Y quién robó esos negativos de Burton? —preguntó la inglesa; poco a poco iba juntando las piezas del puzle.

—Los hombres de Jehir Bey, por supuesto. El mudir sabía que lo harían. Luego, el gobernador, además de las fotos, quiso tener el ostracon porque creía que le iba a dar más información. Sospechaban que el texto continuaba en el reverso y que allí habría algo más. Pero cuando se hicieron con él, el símbolo y la parte final de la inscripción ya habían desaparecido.

—Así se explica que no la encontraran… —susurró lady Evelyn.

—Por mucho que tradujeran el texto, sin el símbolo y el final de la inscripción, no se podía comprender.

—El gobernador pensaba que teniendo la pieza tenía toda la información, pero se equivocaba… —añadió la hija de lord Carnarvon observando el dibujo.

—Ya se lo he dicho. El Valle de los Reyes busca a sus protagonistas, no al revés, lady Evelyn. El mudir decía con buen criterio que este cementerio es un ser vivo: él elige a sus descubridores.

—Pero la tumba perdida lo eligió a él… Howard la encontró. ¿Por qué no se atribuyó ese mérito?

Omar suspiró.

—Eso es algo que no sabría decirle con seguridad, señora. Sin embargo…

Lady Evelyn le apremió con la mirada.

—Tras entrar en esa tumba, el mudir salió alterado. Emocionado pero muy serio. Como si algo le hubiera afectado profundamente. Nos hizo prometer que nunca diríamos nada de aquella incursión. Repetía: «He visto la verdad en sus ojos». No le entendí demasiado.

Lady Evelyn se quedó pensativa. «¿Los ojos de quién?»

Los dos eran conscientes de la importancia de aquel momento. El reencuentro se había dilatado en el tiempo durante muchos años, los suficientes para casi hacer olvidar la razón que la había llevado hasta allí.

—Lady Evelyn…

La voz de Omar rompió el silencio. La mujer levantó la mirada hacia el egipcio.

—¿Cree que ha llegado el momento de desenterrar la tumba perdida?

La hija de lord Carnarvon no sabía qué responder. Sabía que ése era el sueño de cualquier misión arqueológica. Con los datos que poseía y el respaldo de su familia como institución egiptológica, no le costaría encontrar la justificación necesaria para abordar un proyecto de esa envergadura.

—¿Tú qué crees que debo hacer, Omar?

El antiguo sirviente de Carter metió la mano en el profundo bolsillo de su galabiya y sacó un paquete de tabaco. Con manos curtidas, extrajo un cigarrillo y se lo ofreció a la aristócrata, que rechazó el ofrecimiento con gesto amable. Omar prendió una cerilla, encendió con ella el cigarrillo y luego la agitó al viento y la arrojó lejos de donde estaban.

—Muy buena pregunta. —Omar se sentó en una roca y cruzó las piernas con naturalidad, como si estuvieran en la terraza de un café—. La decisión es suya, lady Evelyn —prosiguió el egipcio—. Lo que yo le sugiero es que regrese a la capital, vaya al Museo de El Cairo y suba a la primera planta. Allí están los tesoros de Tutankhamón, busque la que fue la pieza más importante para el mudir.

—Ahora muchos de esos objetos se encuentran expuestos en mi país…

—Lo sé, pero la pieza que quiero que vea está en el Museo de El Cairo, no ha viajado con el resto de los tesoros del faraón. Búsquela y pregúntele qué debe hacer.

La hija de lord Carnarvon reflexionó durante unos segundos. Creía saber a qué objeto se refería Ornar.

El egipcio se levantó.

—Haga lo que le digo —continuó el anciano—. De momento deje el escalón como está. ¿Qué prisa hay para abrir una tumba cuando de lo que estamos hablando es de alcanzar la eternidad, lady Evelyn?

—No parece que tengas muchas ganas de sacar adelante un proyecto de estas características, sin embargo podría reportar mucho trabajo y dinero para tu familia.

—El mudir nos enseñó que el dinero sólo llega con el trabajo merecido. Somos guardianes de las tumbas de los reyes. No podemos aspirar a un mayor honor.

Tras estas palabras, Omar sonrió y estrechó la mano de la anciana.

—Me alegra mucho haber vuelto a verla, lady Evelyn.

—Gracias, Omar. Tu familia era uno de los pilares más importantes de Howard aquí en Luxor, y eso es algo que siempre os agradeceremos.

El egipcio descendió con habilidad por el terraplén que llevaba hasta la cercana tumba de Ramsés II. Lady Evelyn miró por última vez el escalón que había quedado parcialmente al descubierto y, con el pie, desplazó la arena para que cubriera la piedra y pasara desapercibido.

Guardó el dibujo en su bolso de mano y descendió por el camino contrario hasta la tumba de Merneptah.

Allí, sofocado por el calor, el señor Partridge la esperaba.

—¿Todo bien, lady Beauchamp?

—No podría estar mejor. Si no quiere hacer un poco de turismo y aprovechar para ver alguna de las tumbas, por mí regresamos al hotel. Creo que nuestra estancia en Luxor ha finalizado. Cancele la reserva en el Winter Palace y compre dos pasajes de avión para el primer vuelo disponible a El Cairo.

El secretario tomó nota de las nuevas órdenes en un cuaderno.

Los dos caminaron hacia el aparcamiento, donde el taxi los estaba esperando. Lady Evelyn sabía muy bien adonde ir y qué buscar.

Capítulo 29

El tesorero real y hombre más fiel a Tutankhamón había concertado un encuentro con el gran sacerdote de Amón y con Amenhotep, su mano derecha.

El soberano había sido enterrado días atrás en una tumba inacabada en la necrópolis de la otra orilla de Uaset. Amenemhat, el capataz de las obras, se había visto obligado a retocar el plan original del trazado. Lo que iba a ser una tumba formada por una sucesión de pasillos y galerías que descendían hacia el interior de la montaña de forma paulatina quedó finalmente en un acceso que daba a una antecámara en cuyo lado norte se abría la cámara funeraria. En los setenta días que duraron el proceso de embalsamamiento del faraón y el funeral, apenas hubo tiempo para excavar dos habitaciones más, de pequeño tamaño, donde se depositaron objetos votivos y personales.

Ay, tras desposarse con la viuda Ankhesenamón, no tardó en convertirse en faraón de las Dos Tierras. Era la solución menos traumática para el país. La reina buscó otras opciones, pidió incluso un marido a los hititas, pero los largos tentáculos del clero de Amón se encargaron de que las cartas no llegaran a su destino o de que se aniquilara al príncipe en su camino a la tierra de Kemet.

Así las cosas, la mayor preocupación de Maya era salvaguardar el secreto de la tumba del rey Akhenatón. El tesorero sabía que no bien se hubieran asentado las cosas en la corte, los sacerdotes de Amón intentarían buscar y destruir la tumba del padre de Tutankhamón.

La reunión prometía ser tensa. Así lo presentían también Ramose y Amenhotep cuando cruzaban uno de los patios de la residencia real al encuentro con Maya.

Cuando llegaron a la sala de trabajo del tesorero, éste ya los estaba esperando.

—Buenos días, Maya.

—Buenos días, Ramose… Amenhotep —respondió el funcionario con exagerada educación—. Os agradezco que hayáis accedido a reuniros conmigo esta misma mañana. Son muchos los asuntos que quiero debatir con vosotros ahora que empieza un nuevo gobierno.

—Nos preguntábamos cuáles eran esos asuntos tan urgentes que no podían esperar —señaló Ramose mientras los dos sacerdotes tomaban asiento—. ¿Esperamos a alguien más? Veo que hay tres sillas y cuatro copas sobre la mesa…

No había acabado de decir estas palabras cuando oyeron el sonido de unos pasos detrás de ellos.

Con marcial zancada, Horemheb hizo su aparición en escena para sorpresa de los dos seguidores de Amón.

—Buenos días, Horemheb.

El saludo de Maya incrementó la inquietud de los sacerdotes. El tesorero se puso en pie y comenzó a pasear por uno de los extremos de la sala, bajo la luz de la claraboya del techo.

—Imagino que ahora que el clero de Amón ha alcanzado sus objetivos más inmediatos no verá tantos problemas en el horizonte —dijo Maya aludiendo al motivo central de la reunión.

—El clero de Amón nunca ha tenido más problemas que los que en su momento manifestó al propio faraón —señaló Ramose.

—Encuentro al que también asistió el general Horemheb —añadió Amenhotep mirando al militar.

—En efecto —continuó Maya—, en aquella reunión expusisteis al faraón vuestro miedo a que se retomara el credo de Atón. Si me lo permites, Ramose, me gustaría saber en qué se basaba ese miedo.

El gran sacerdote de Amón se revolvió nervioso en su asiento. Horemheb presenciaba la escena impasible; tomó una copa de fayenza blanca y paladeó lentamente la mezcla de vino dulce y agua.

—Tutankhamón había viajado a la ciudad herética de su padre…

—Amenhotep y yo mismo le acompañamos —atajó el tesorero.

—En efecto —prosiguió el gran sacerdote—. Tras ese viaje, temíamos que se reavivaran las creencias de Atón.

—Lo que no entiendo es por qué no me consultasteis nunca sobre lo sucedido en esa ciudad ni me hicisteis partícipe de esos miedos, desde mi punto de vista, infundados.

Ramose comenzó a sentirse incómodo ante lo que parecía un interrogatorio. Desconocía hasta dónde quería llegar el jefe del Tesoro.

—Además estaba lo de la tumba en la necrópolis real. Después de la vuelta a la tradición, no era lo más idóneo realizar un enterramiento en el lugar sagrado de Amón.

—¿Quién os dijo que se estaba excavando una tumba? —La voz del tesorero tronaba cada vez con más fuerza.

—Nadie nos lo dijo, Maya. Pero no era difícil de imaginar.

Las palabras de Ramose sonaban a excusa.

—¿Quién más sabe lo de la tumba secreta de Akhenatón en el valle?

—¡Maya! —protestó Ramose mirando al militar en busca de apoyo—. ¡No voy a consentir esta especie de interrogatorio gratuito sobre el clero de Amón! ¿Adonde quieres llegar?

Horemheb, con la copa entre las manos, se limitaba a escuchar.

El tesorero se acercó a los dos sacerdotes.

—Sé más claro, Ramose, ¿mandasteis asesinar al faraón Tutankhamón, Vida, Salud y Prosperidad?

Amenhotep comenzó a sudar, la boca se le secó de pronto y tomó de la mesa una hermosa copa de fayenza azul para intentar refrescarse. Un escalofrío recorrió su espalda y por primera vez en mucho tiempo sintió verdadero miedo.

—Maya, ¿de qué estás hablando?

—Ramose, ¿mandaste asesinar al faraón, Vida, Salud y Prosperidad?

Ramose permaneció en silencio. Al ver que no respondía, Maya se acercó a su mesa y, de un pequeño baúl que había junto a la pared, extrajo una bolsa de cuero y la lanzó con desprecio a los pies del gran sacerdote.

—¿Qué es esto, Ramose?

El sonido del metal dorado que había en el interior de la bolsa incrementó el miedo de Amenhotep. Nervioso, bebió otro sorbo de vino.

—No sé qué es esto —dijo al fin el gran sacerdote de Amón.

La frialdad de las palabras de Ramose sorprendió al tesorero. El gran sacerdote tomó la copa que quedaba libre sobre la mesa y bebió como si nada estuviera pasando.

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