La última batalla (33 page)

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Authors: Bill Bridges

Tags: #Fantástico

BOOK: La última batalla
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Solo que lo único que agarró fue aire.

Sus zarpas vacías no apretaban nada. Levantó la vista y vio al Garou que seguía intentando apartar el cuarto cerrojo. Se abrió de golpe con un retumbante sonido metálico.

Zhyzhak gritó y volvió a saltar hacia el Garou. Él esquivó su apretón una vez más; sus garras volvieron a golpear el aire. El Garou escaló los cerrojos abiertos para llegar a los que estaban más arriba.

Ahora le tenía. Encaramado como estaba allá arriba no tenía espacio para maniobrar. Escaló cuidadosamente por detrás de él y le agarró por un tobillo, dando un tirón. Otra vez, agarró un espacio vacío. El Garou ya no estaba donde ella pensaba.

Zhyzhak golpeó la puerta con furia, pero cayó hacia atrás. Los puños le palpitaban de dolor. Otra vez la dureza de la puerta. ¿Qué demonios contendría? ¿Cuál sería la fuerza que guardaba?

Zhyzhak se quedó de piedra cuando se le iluminó la bombilla. El Wyrm. Su señor y maestro esperaba detrás de aquella puerta. Simplemente tenía que abrirla y…

Aquello no tenía sentido. Si el Garou estaba intentando abrir la puerta, entonces no podía ser bueno para ella o para el Wyrm. ¿Tendría algún arma que ella no podía ver? ¿Algún fetiche con el que destruir al Wyrm?

No podía permitirle que continuase, pero no podía atraparle para detenerle. Tal vez las palabras le retrasarían.

—¡Garou! —gritó, todavía agarrada a la puerta, por debajo de la figura—. ¿Qué diablos estás haciendo?

Él no respondió. ¡Se atrevía a ignorarla!

—¡Escúchame, escoria!

Él se detuvo y bajó la vista hacia ella, con una expresión ceñuda en su rostro lobuno.

—¿Por qué? —gritó Zhyzhak—. ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué abres la puerta?

Él la miró en silencio y parecía sopesar si debía hablar o no. Tomó una decisión.

—Te he seguido hasta aquí, Zhyzhak. Tus huellas eran evidentes.

—¡Imposible! ¡Ningún Garou puede recorrer el Laberinto sin quedar manchado!

—Tú destruiste el Laberinto a tu paso —dijo él, al tiempo que meneaba la cabeza, sorprendido porque ella no lo supiera—. No tenía ningún poder sobre mí.

Zhyzhak gruñó, enfadada consigo misma por su falta de conciencia.

—¿Desde cuándo?

—Te alcancé más o menos en el Quinto Círculo. Te he seguido desde entonces.

—¿Por qué? ¿Es que crees que puedes destruir al Wyrm? —Zhyzhak no pudo evitar soltar una carcajada cuando dijo aquello.

—Liberarlo. —El Garou se apartó de ella, volvió a escalar otra vez y llegó al quinto cerrojo.

Zhyzhak le miró fijamente, confundida. ¿Por qué iba a intentar liberarlo? ¿Qué tipo de trampa era aquella? Se estrujó su violento cerebro pero no encontró ninguna respuesta. Había vencido al Noveno Círculo, ¿no? Al matar al guardián, se había ganado el derecho a humillarse ante el Wyrm y suplicar sus favores.

¿O no? Después de todo era el Círculo del Engaño. Tal vez era ella la engañada. Tal vez el gaiano era simplemente otra jugarreta del lugar, diseñada para confundirla. Si buscaba liberar a la cosa que estaba detrás de la puerta, entonces seguramente su objetivo era destruir a aquella cosa.

¡Sí! La cosa que estaba detrás de la puerta era la respuesta. Aquella era la verdadera manifestación de la prueba del círculo, no el guardián. Si la mataba, ganaría.

Miró entre los barrotes, a través de la profunda penumbra, buscando un vislumbre de la criatura. Allí, en la mierda, encadenada a la pared más alejada, había una serpiente enroscada. Parecía dormir, aunque ciertas partes de su cuerpo se sacudían y revolvían como si estuviera teniendo una pesadilla. La cosa estaba delgada y débil, obviamente al borde de la inanición. Las cadenas la agarraban con fuerza y le irritaban las escamas. Estaba tumbada sobre el lecho de su propia piel muerta, mudada durante muchos años.

Zhyzhak sonrió maliciosamente, abrió la boca y subió y bajó el estómago, cebando el fuelle que el tótem Dragón Verde le había dado cuando le había prometido lealtad por primera vez. Escupió una llamarada de fuego verde. Cruzó toda la longitud de la celda y le dio a la serpiente, que se despertó al instante, gritando y retorciéndose; las cadenas sonaron cuando intentó escapar del fuego abrasador.

Algo pesado chocó contra Zhyzhak, tirándola de la puerta. Cayó a plomo en el agua y se estrelló contra el suelo; su sumergido hocico tragó un poco del lodo.

El Garou se montó a horcajadas sobre ella y con las zarpas le despellejó la piel. Solo su fetiche de cuero la salvaba, al equiparla con poderes espirituales. Mientras arrancaba el último trozo de cuero y lo echaba a un lado, listo para clavarle la mano en el pecho, Zhyzhak rodó a un lado y se lo quitó de encima.

Ahora lo entendía: mientras él no la atacase, ella no podría tocarle. Pero él había roto su propio hechizo al golpearla.

Se levantó del agua de un salto y salió a la superficie a tiempo de ver al Garou volver a escalar hacia el cerrojo. Ella saltó de nuevo y le golpeó antes de que pudiera recorrer la mitad del camino. Le agarró por el cuello y apretó, utilizando toda su fuerza para romperle la tráquea. Él se quedó amordazado, débil. En lugar de luchar para deshacerse de su apretón, sus ojos recorrieron el cuerpo de Zhyzhak, en busca de algo. Ella se rió por lo ridículo que resultaba aquello.

El Garou estiró un solo dedo y lo apretó contra su costilla. Ella tuvo un espasmo, le soltó y se agitó hacia atrás, con los miembros fuera de control. El dolor la sobrepasó por un momento y estuvo a punto de perder el conocimiento, pero su rabia se alzó para responder a la amenaza. Ella gruñó y se resistió a la necesidad, al darse cuenta de que aquel Garou no era uno corriente.

Levantó la vista y vio al Garou justo cuando el quinto cerrojo se abrió con un sonido metálico.

Ella escupió en la palma de su mano, reunió su poder y transformó el escupitajo en una brillante bola de fuego diabólico. Se la arrojó al Garou y le dio justo entre los omóplatos. Él aulló con unos dolores atroces y se cayó, sumergiéndose en el agua.

Antes de que él se pudiera recuperar, volvió a toser y envió una gota de fuego en su dirección. Le quemó el pelaje y él rodó en el fango, intentando extinguir el fuego.

Zhyzhak se desenroscó el látigo de la cintura y lo restalló contra él; sus espinas se le clavaron profundamente. Él era débil; astuto, tal vez, pero no podía contra su fuerza. Sorprendentemente, él esquivó el siguiente golpe, pero al hacerlo se acercó demasiado. Ella le golpeó con las zarpas y le arrancó un trozo del muslo.

El Garou se alejó cojeando y respirando pesadamente, encogido por los dolores que tenía por todo el cuerpo. La miró y empezó a hablar. Antes de que él pudiera decir una sola palabra, Zhyzhak chasqueó otra vez el látigo. Le abrió la frente y él se derrumbó. Su respiración trabajosa retumbó por toda la habitación, pero había dejado de moverse y tenía los ojos cerrados.

Ella caminó hacia donde él estaba y se preparó para terminar con él con una zarpa levantada, cuando el violento estruendo de unas cadenas agitándose salió de la celda y la distrajo. Se giró para mirar dentro de la celda y vio que la serpiente se estaba deshaciendo de sus ataduras. Aulló de enfado y corrió hacia la puerta.

Gruñó, invocando un poder sencillo que se les enseñaba a los cachorros de los Danzantes de la Espiral Negra. Asomó la cabeza por la puerta y siguió empujando, estrujando su cuerpo por la pequeña abertura. Sus huesos se fundieron para permitirle salir y volvieron a formarse en cuanto se liberó del encierro al otro lado de la puerta. Introdujo todo su cuerpo en la estancia y se dirigió hacia la serpiente.

El animal se retorció, bailando para esquivarla. Ella echó una zarpa hacia delante y le agarró la cabeza. Sin vacilar un segundo, se la arrancó de un mordisco y la masticó hasta hacerla pedacitos, que luego se tragó.

Sabía a rayos. Escupió una escama y se sacó otra de entre los dientes.

Caminó de vuelta a la puerta y se apretujó otra vez a través de la abertura.

El Garou caído abrió los ojos débilmente, mirándola con cautela.

—¡Chúpate esa, hijoputa! —ladró Zhyzhak—. ¡He matado a tu amigo!

—Has devorado al Devorador —dijo él, mientras se levantaba débilmente sobre sus piernas, tambaleándose—. Ahora siempre estarás hambrienta. Ni siquiera el universo entero te satisfará.

Zhyzhak ladeó la cabeza.

—¿Quién cojones eres…?

Se quedó amordazada cuando algo cruzó desde su estómago hasta su garganta y luchó por abrirse paso hasta su boca. Sus mandíbulas se abrieron a la fuerza y la enorme cabeza de una serpiente salió a rastras mientras ella la vomitaba incontrolablemente.

Siguió saliendo. Metros y metros de serpiente, que crecía según tocaba el agua, se enroscaba y rodeaba la habitación. Y siguió saliendo a chorro del interior de Zhyzhak, haciéndose más grande todavía y echando alas y cientos de brazos.

Miró hacia Zhyzhak, con una chispa de malicia en los ojos.

Una cola se deslizó finalmente de su boca y terminó de vomitar a la bestia. De la cola salió una gran aleta, que recorrió la longitud del dragón y se agitó por encima de su cabeza.

Luego se inclinó ante Zhyzhak, esperando sus órdenes.

Zhyzhak lo miró fijamente, asombrada. Luego se rió, con unas carcajadas enormes. Ahora lo entendía. Había ganado. Era más poderosa que el general malfeano o los Duques de Malfeas. Su recompensa era un poder incomparable en la historia. Ella dirigía a la manifestación suprema del Wyrm, el antiguo dragón de la destrucción.

—¡Llévame de vuelta a Malfeas! —gritó Zhyzhak.

El dragón desplegó sus alas y el techo se apartó violentamente. Por encima, las ruinas del Templo Oscura se cayeron despedazadas a un lado y la torre se deshizo en pedazos cuando golpeó el suelo. Desde el cráter abierto, Zhyzhak vio de soslayo el cielo tormentoso de Malfeas.

Durante un momento, el dragón desapareció. Un gigantesco vórtice arremolinado de energía quedó suspendido en su lugar. Toda fuerza destructiva imaginable, fuego, rayos, temblores de tierra y fuertes heladas, se juntaron en aquel único punto. Tiró de la visión de Zhyzhak hacia dentro, absorbiendo su vista con su impresionante gravedad. Luego explotó hacia fuera y se desperdigó por el horizonte y más allá.

Con el rabillo del ojo percibió un movimiento. Se dio media vuelta y vio que el Garou estaba subiendo por la pared; ya casi había llegado a la parte de arriba, apresurándose para escapar. Estuvo a punto de dejarle marchar. Si podía llegar a Malfeas, que advirtiera a sus hermanos contra ella, que les hablase de su nuevo poder. Pero luego recordó la humillación por la que la había hecho pasar.

—¡Devóralo! —gruñó al Wyrm.

El hocico del dragón salió disparado hacia delante y se tragó al Garou de un solo mordisco. Zhyzhak empezó a desternillarse de risa, pero la risa se convirtió en gruñido cuando vio la cara del Garou justo antes de desaparecer en las fauces del dragón. Ella gruñó, confusa. El rostro que había mostrado el Garou no era de miedo, no había nada del terror que te suelta el estómago, por el que le quería ver pasar. El insulto final de aquel bastardo hacia ella fue sonreír y susurrar una palabra que ella apenas pudo oír.
¿Quimera?
Uno de los malditos tótems de los gaianos. El tonto había invocado a su tótem en el último momento. Lamentable. Ella misma se comería a esa Quimera.

—¡Tráeme a mi ejército! —gritó.

El dragón desplegó sus alas otra vez y salió disparado hacia el ciclo. Se quedó inmóvil justo por debajo de las nubes, para que todo aquel que estuviese en Malfeas pudiera verle. Abrió sus enormes mandíbulas y bramó.

Tercera parte:
Los últimos días

Estos son los últimos días.

Que Gaia tenga compasión de nosotros.

—La profecía del fénix, «La séptima señal»

Capítulo dieciocho:
Flecha de pesadilla

—Tienes que creerme —dijo Evan, mientras caminaba adelante y atrás, delante de un montón de nieve a unos pocos metros del centro del campamento—. La vi. Una niebla gigantesca que se tragaba toda la zona, que lo impregnaba todo. La Garra está aquí. Ahora.

Aurak estaba sentado con la espalda apoyada en el montón de nieve. Asintió lentamente con la cabeza, digiriendo lo que Evan había dicho. Se apretaba una venda sobre una herida que tenía en el estómago. Uno de los comandos de Pentex le había disparado con una bala de plata. Su vida no corría peligro, pero Evan podía ver que le dolía. Aurak había insistido en que sus compañeros chamanes atendiesen primero las heridas de los demás antes de permitir que utilizasen sus poderes místicos sobre él. La energía espiritual era limitada y creyó necesario que primero curasen a los guerreros, a pesar de la insistencia de Zarpa Pintada en lo contrario. El Jefe de Guerra sentía que Aurak era más importante, pero había sido incapaz de convencerle.

Si lo malo pasaba a ser peor y comenzaba otro ataque, Aurak podría invocar a su voluntad para ignorar el dolor, un poder que los Wendigo conocían. Pero sabía que aquello agotaría sus reservas mentales, así que decidió sencillamente sufrir el dolor en aquel momento.

—La visión de Pájaro Atroz es extraña —dijo Aurak, al tiempo que hacía una mueca al cambiar su peso de un lado al otro—. He oído leyendas sobre unos pocos héroes que recorrieron la Senda de la Vía Láctea, el camino que nuestros ancestros tomaron para llegar a Gaia tras sus muertes, pero son antiguas y dicen muy poco sobre ese camino.

—Nunca antes había visto un fantasma Garou —dijo Evan—. Es bien escalofriante. He oído hablar de fantasmas humanos, claro; se supone que están malditos, no como nuestros ancestros. Nuestros ancestros vuelven a nosotros como espíritus, como parte del ciclo natural,
después
de haber ocupado su sitio en los reinos ancestrales. Pájaro Atroz y los otros… —Evan meneó la cabeza, estremeciéndose—. Sus espíritus todavía no se habían marchado. Esperaron para mostrarme la visión.

—Aún no formaban parte del reino de los ancestros —dijo Aurak, asintiendo— pero cumplían las órdenes de los ancestros. Ellos te escogieron hace mucho tiempo, tal vez incluso antes de que nacieras, para una misión especial. Creo que Astilla-de-Corazón es tu misión. Es tu némesis, aquello que te impide juntar a nuestras tribus.

—¿Entonces por qué nadie más me escucha? —dijo Evan, levantando las manos con frustración—. ¡Eres el único que me cree acerca de lo que vi!

Aurak asintió y echó una mirada hacia el resto del campamento. Zarpa Pintada caminaba al lado del fuego, con el ceño fruncido, mientras hablaba con sus guerreros. De vez en cuando dirigía una mirada furiosa hacia Evan, pero luego se daba media vuelta y se concentraba resueltamente en algún otro asunto: un informe sobre la vigilancia del perímetro o una petición de algún soldado herido.

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